El Premio Planeta: mucho espectáculo y poca literatura
Esta es la crónica de una periodista, apasionada por la literatura y todo lo que se mueve a su alrededor, que asiste por primera vez a una gala de entrega de Premio Planeta. La ganadora, Alicia Giménez Bartlett; el cineasta Daniel Sánchez Arévalo, finalista.
«No esperes literatura, espérate un gran show». Con esta consigna entraba en el Palau de Congressos el jueves por la noche dispuesta a vivir, por primera vez, la entrega del Premio Planeta. A mis espaldas dejaba una Diagonal atestada de tráfico, unos cuantos furgones de los Mossos que indicaban la próxima llegada de autoridades políticas y un photocall en el que los habituales del género posaban con perfecta sonrisa y elegante indumentaria ante los flashes de los fotógrafos. Dentro, entre los corrillos, se comentaban las curiosas presencias al evento literario: Matías Prats y Jordi Hurtado, “el hombre sin edad” comenta alguien, acaparan los selfies; mientras, incredulidad y bastantes risas es lo que provoca la presencia de Cristina Pedroche, cuyo nombre había aparecido en las quinielas previas, unas quinielas que a lo largo de los años han hecho de su disparatada inverosimilitud el más acertado de los criterios. “Todo el mundo puede ganar, incluso un escritor”, me comenta uno de los asistentes, mientras observamos la expectación que causa la llegada de José Coronado; “¿también él ha escrito un libro?”, comenta un periodista entre risas, mientras otro señala a Mario Casas, también presente en el majestuoso hall en el que todavía no hay rastro alguno de escritores. Sentados ya en las mesas, en las que una descubre los más increíbles subgéneros periodísticos –a mi lado había un especialista en tendencias y lujo-, observamos a través de las gigantescas pantallas la llegada de los representantes políticos: tras el plasma, Mas sonríe flanqueado por Creuheras, el presidente de Planeta, y la ministra Ana Pastor. Los camareros sirven vino a mansalva, la comida sin embargo tarda en llegar; las copas se vacían con la misma rapidez con que la desinhibición aumenta: nadie parece tomarse en serio la ceremonia, pero difícil sería hacerlo. La presentadora nos anima a seguir el paripé: nos anuncia que el jurado está deliberando a la vez que lo muestran las pantallas, cual participante de Gran Hermano, encerrado en una habitación tomando tan ardua decisión, paradójicamente ya conocida por todos. Se nos anima a tuitear porque hay que convertir el Premio Planeta en trending topic y a hacer nuestras apuestas. ¿Se gana algo?, pregunto, nadie parece tenerlo demasiado claro y las papeletas de las apuestas terminan agolpándose en el centro de la mesa.
En la era del simulacro, que diría Baudrillard, el Premio Planeta es la más clara expresión de la simulación y la farsa; todo es tan hiperrealista como impostado: “La cuestión es que nos hallamos en medio de una lógica de la simulación que no tiene ya nada que ver con una lógica de los hechos”, decía el filósofo, y ahí, en ese inmenso comedor improvisado en el Palau de Congressos, todos jugábamos, conscientes y escépticos, a la simulación de unos premios en la que la sorpresa está excluida del guion. Sin embargo, con heroico entusiasmo, la presentadora del evento nos convence de la trascendencia del momento y de la importante labor del jurado. El tiempo pasa entre más vino y con un vídeo, a modo de salvapantallas, que nos recuerda todos los ganadores y finalistas del Premio Planeta. “¡Cómo ha decaído todo!”, comenta una periodista sentada a mi izquierda; el presente no soporta la comparación con el pasado. Si en el hall apenas había rastro de escritores, la literatura parece haber abandonado, con el transcurso de los años, al premio Planeta, convertido ya en un espectáculo empresarial y mediático. El show debe continuar, reza el dicho, y poco importa si debe llevarse por delante la literatura, que, paradójicamente, aparece, como un destello inesperado, gracias a Daniel Sánchez Arévalo, el finalista.
Al recoger el premio, el guionista y director de cine señala el respeto que siempre ha sentido por la literatura, “lo más grande que hay”, afirma. Palabras que reconfortan, “el mejor finalista de los últimos años”, comentamos con un periodista, que ya no recuerda la última vez que se congratuló con uno de los premiados. “Mejor no hablar del año pasado”, comenta otra periodista, mientras esperamos que la ganadora, Alicia Giménez Bartlett, suba al escenario. No se sabe si, como declaración de intenciones o como expresión del inconsciente, en la camiseta de la ganadora se lee “Merde”. “¿Pone mierda?”, se escucha en la sala. “Sí, merde, es decir, mierda”. Exclamación de alegría o definición de la situación social que la autora ha querido describir en su novela, en la que se aleja del género negro, para adentrarse en el más crudo realismo y en la denuncia social.
Conocida la ganadora y premiados, cada uno de nosotros, con un libro destinado a ser abandonado en la mesa, nos dirigimos hacia fuera del recinto: unos cigarrillos y todos al autobús en dirección al Hotel Reina Sofía, donde las copas romperán la barrera que hasta entonces había entre invitados y prensa. Allí todos nos entremezclamos, “allí es donde pasa lo verdaderamente interesante”, me comenta un experimentado asistente y allí es donde, por fin, veo el rostro de algún escritor. Siguen siendo, sin embargo, pocos. Ahí están Dolores Redondo, Lorenzo Silva, Clara Sánchez o Máxim Huerta; la literatura parece haber dado la espalda al premio: hace unos días Muñoz Molina afirmaba en su visita a Barcelona su desinterés por el premio y es imposible no recordar el plantón de Juan Marsé hace apenas unos años. Alguien comenta los excesos de una renombrada periodista, retirada forzosamente a su habitación, otros señalan la presencia de Sánchez Dragó, con reciente programa supuestamente de fomento de la lectura y su joven acompañante. Lucía Etxebarria, con una relativamente reciente novela en las librerías, no pasa desapercibida, como tampoco las imponentes figuras, apoyadas en imposibles tacones, de algunas periodistas de televisión, indudablemente todas ellas con libro publicado. A las tres de la madrugada, el show sigue, aunque sus tonalidades se han apagado; sentada en una de las butacas, pregunto: ¿Y la literatura? Se hace el silencio.
Comentarios
Por Delibes, el 17 octubre 2015
Sorprende que a estas alturas se hable de una farsa en la que tan sólo un grande de la literatura y alguien íntegro como Delibes fue incapaz de participar. El no quiso recibir un premio de antemano y tampoco hubiera ido aa cubrir la crónica como tú si has hecho. El no era un trepa ni un personajillo vendido como lo que abunda en la industria editorial.
Por Xunn, el 17 octubre 2015
Lamentablemente es lo que nos toca vivir. Todo resulta falso e impostado en casi todas las áreas de nuestras vidas. Totalmente de acuerdo con el artículo. Pensaba que solo yo tenía estas sensaciones, gracias por compartir.