El realismo mágico del arte amazónico desembarca en Madrid

‘Serpiente resplandeciente’. Harry Chávez, 2020. Cortesía del artista y de la Colección Hochschild Correa.

Madrid tiene un hilo que, hasta el próximo 6 de abril, une a esta ciudad con los espíritus que emanan de la naturaleza amazónica. Es el mismo que entreteje el vínculo entre los bosques, los ríos o los seres que los habitan con los pueblos indígenas que desde hace miles de años crearon en torno a ellos un universo cultural único. Gracias a la Colección Hochschild Correa ahora es posible ver, y sentir, parte de ese cosmos a través de las 80 obras de arte que nos traen 30 de sus artistas en la exposición ‘Amazonía contemporánea-Perú’ en el Museo Lázaro Galdiano.

Durante unos días, tras un largo viaje desde sus hogares en el departamento amazónico de Ucayali, algunos de los artistas han visitado la capital para contarnos ante sus obras, en el Lázaro Galdiano, lo que esconden los cuadros, telas pintadas o bordadas, cerámicas, máscaras, collages o fotografías que narran su historia, pasada y presente, en un mundo en el que la reciprocidad y el respeto por los espíritus guardianes que habitan la naturaleza nos ofrecen, en palabras de sus comisarios, “una perspectiva eco-cosmológica que nos permite confrontar con el futuro”.

La Colección Hochschild Correa es una de las principales colecciones privadas de Perú y la única que, hasta el momento, se ha dedicado casi en exclusividad a la producción artística contemporánea del país andino. Comisariada por el peruano Christian Bendayán y el venezolano Luis Pérez Oramas, Amazonía contemporánea recoge la parte de la colección dedicada a la selva, un viaje que nos lleva de un pasado de expolio al preocupante presente de quienes consideran al mismo nivel a humanos, animales y plantas en un contexto de individualismo global. Son 30 artistas indígenas que han incorporado en sus obras las visiones reveladas con el consumo de hierbas de carácter sagrado, como la ayahuasca. “Se trata de conocer su gran diversidad cultural, que tiene siglos de historia. Pero ahora su arte contemporáneo pone luz a sus preocupaciones por la pérdida de los recursos naturales y nos invitan a recuperar saberes de los que nos hemos alejado. Es un arte vinculado a la comunidad para amazonizar el mundo y recuperar el respeto a la naturaleza”, cuenta Bendayán. Y asegura: “Allí, si un artista toma algo de la naturaleza es porque saben que van a hacer algo por ella, tiene un sentido, no lo coge sin devolverle algo”.

Mientras lo cuenta, se escucha un icaro, el canto amazónico para contactar a los espíritus que acompañan el uso ritual de la ayahuasca. Es la artista Agustina Varela, que ha traído algunas de sus piezas hechas con arcillas y tintes sacados del bosque en el que nació. “Son piezas hechas para poner el guarapo, el licor de caña azúcar. Lo triste es que ya no encuentro las plantas para los tintes”, se queja antes de retomar la letanía que nos traslada a su mundo. “Ese canto es medicina, transmite energía sanadora”, añade Christian.

Las células del Ayahuasca Filder Agustín Peña, 2011. Cortesía del artista y de la Colección Hochschild Correa.

‘Las células del Ayahuasca Filder’. Agustín Peña, 2011. Cortesía del artista y de la Colección Hochschild Correa.

Y es que la línea entre lo real y lo imaginario se diluye a medida que uno se adentra en la sala. Se empieza por ese pasado de expediciones científicas que acabaron abriendo el negocio de la industria extractiva del caucho que a tantos exterminó. Y se pasa más adelante por ese crecimiento de urbes que poco tenían que ver con el entorno. Ahí están las obras de Fernando Gutiérrez Guaracho, que reflejan aquellos viajes exploratorios, y las más recientes fotos de Augusto Falconi, que vivió en una de esas grandes ciudades: “Nací en Iquitos y he tratado de reflejar cómo era la vida alrededor de la ciudad desde la década de 1970, cómo eran sus gentes y sus vidas; eso es lo que he traído a España”, explica ante la imagen de sus caucheros en blanco y negro.

Junto a sus fotos, las obras de Nancy Dantas, donde seguimos viendo desastres ambientales a comienzos del siglo XXI. Son los problemas que hoy se sienten en Ucayali, el origen de muchos de los artistas shipibo-konibo presentes en Madrid: la explotación petrolera (de hecho, el gobierno ya ha identificado otros ocho lotes petrolíferos a explotar en la zona), la contaminación (hace unas semanas hubo un gran derrame de aceite de palma al río de la región), los incendios (en 2024 ardieron miles de hectáreas de selva tras un cambio legal) o la minería ilegal del oro, que llena de mercurio la sangre amazónica a medida que sube su precio en el mercado.

Imposible entender ese arte surgido de la floresta sin conocer el vínculo de los seres que tutelan los ciclos naturales y que unen lo real, las pieles de algunos animales, con lo abstracto y simbólico. Lastenia Canayo, Pecon Quena, trae sus esculturas en madera representando un extenso catálogo de elementos de la naturaleza desde el pensamiento shipibo. En su caso, cada figura simboliza una de las muchas plantas medicinales que hay en el bosque-farmacia, cada uno con un nombre: el casho, el matico… Con voz queda, nos explica que vive en la ciudad de Pucallpa. “Pero para mis trabajos tengo que ir a la chacra [al campo] a buscar madera y el problema es que está lejos y que ya no siempre encuentro lo que quiero”, nos dice.

El bufeo colorado entre los bora. Smith Churay, 2021. Cortesía del artista y de la Colección Hochschild Correa


‘El bufeo colorado entre los bora’. Smith Churay, 2021. Cortesía del artista y de la Colección Hochschild Correa.

Río Corrientes. Nancy Dantas, 2007. Cortesía de la artista y de la Colección Hochschild Correa.

‘Río Corrientes’. Nancy Dantas, 2007. Cortesía de la artista y de la Colección Hochschild Correa.

Tampoco Graciela Arias tiene ya fácil encontrar materiales para sus piezas, siempre relacionadas con objetos de uso cotidiano. A Madrid ha traído una canoa vieja, hecha de una sola pieza de un tronco hueco. En ella ha pintado una hermosa mujer rodeada de los alimentos que proporciona el río Ucayali: “Usé esta canoa algo rota porque tiene historias que contar; con ella la mujer amazónica camina por el río, rodeada de peces como la piraña, el paiche, el tucunare, la anguila… Es un símbolo de cómo se relaciona con mitos y leyendas shipibo”, relata. Pero como Lastenia, no puede evitar mencionar a los madereros: “Nos cuesta encontrar piezas grandes porque están talando los árboles más grandes. Es muy triste”.

Pero si hay una simbología propia del arte shipiblo-konibo es el kené, que se caracteriza por las formas geométricas y coloristas que dibujan, o pintan o tejen en sus piezas. Olinda Silvano es una de sus mejores representantes contemporáneas. Ha sido nombrada personalidad meritoria de la cultura en Perú y una de las “50 mujeres poderosas del país”, según la revista Forbes. Dirigente de un grupo de 12 mujeres muralistas –también traerá alguna pieza a la feria Arco 2025– en el Lázaro Galdiano nos trae obras con ese diseño “espiritual y ancestral” que, nos dice, “aparece y desaparece de la mente ahora como lo hacía en tiempos de los antepasados”. “Son mágicos porque nos dan energía y a menudo los hacemos mientras cantamos icaros; cada mujer hace un diseño diferente según su conocimiento y visión”. Y como muestra, va recorriendo con sus dedos el dibujo bordado del tejido que viste mientras entona su canto. “Nuestro arte viene de la memoria, del canto de las aves en la orilla del río, de los peces en agua pura, pero ha llegado la gente a destruir, a espantar a los animales. Y un fuego doloroso: hemos visto al pulmón gritando, los animales quemados. Es muy doloroso verlo así”.

Mujeres shipibas vendiendo artesanía en Lima. Elena Valera, 2021. Cortesía de la artista y de la Colección Hochschild Correa.

‘Mujeres shipibas vendiendo artesanía en Lima’. Elena Valera, 2021. Cortesía de la artista y de la Colección Hochschild Correa.

También es arte kené el que inspira a Sara Flores, cuya cosmovisión llegó hasta la famosa firma francesa Dior, que le encargó el diseño de su bolso más famoso. Y lo hizo en su aldea de la selva, con sus tintes naturales y usando para ello piel de piña en vez de piel de animal, para provocar el menor impacto posible. En la pieza recreaba la piel del ser mítico Ronín. “La labor de estos artistas va no sólo en la defensa del bosque, sino también de los ríos, que definen los sitios de vida. Allí todo se acomoda a sus ciclos fluviales. Y expresan los cambios que sufren porque ya no encuentran lo que antes les daba la naturaleza fácilmente”, señala Christian. “Todos esos sentimientos están plasmados en sus obras”.

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