Esperanza Aguirre, el esperpento mediático y su ‘idilio’ con la Gran Vía
‘Área de Descanso’ se torna hoy guerrera contra quienes siguen invocando el derecho de pernada en aras de no se sabe bien qué libertad individual. Como Esperanza Aguirre, que parece haber emprendido una campaña popular para cambiar su nombre por Esperpento Aguirre y defender la contaminación que mata (no lo olvidemos, que mata) en la ciudad. Todo esto viene a cuento de ‘Vosotros, los muertos’, de Ginés S. Cutillas.
Este viernes se presentó el último libro de microrrelatos del escritor Ginés S. Cutillas, Vosotros, los muertos (Cuadernos del Vigía), en la librería Cervantes y Compañía. Situada en el corazón de Malasaña, este espacio se ha convertido en poco tiempo en un pulmón para los lectores madrileños y los amantes de la buena literatura. Forma parte ya del paisaje urbano del centro de la ciudad. Como es preceptivo en este tipo de eventos, después de acompañar al autor, nos fuimos a tomar una caña a uno de los bares cercanos.
No sé ahora muy bien cómo, quizás porque alguno de nosotros salió al frío de la calle a fumarse un pitillo, empezamos a hablar de la época, en realidad no tan lejana, en la que estaba permitido fumar en cualquier parte. Fumador o no, uno siempre llegaba a casa apestando a tabaco, daba igual que regresáramos del trabajo o que nos hubiéramos ido de parranda. El humo del cigarrillo se había impregnado a nuestras vidas como una costra. Entre los que estábamos en el bar había fumadores y exfumadores y gente que no había probado un cigarrillo en su vida. Todos estuvimos de acuerdo en lo fácil que había sido el cambio de hábitos y cómo el hecho de que alguien salga a la calle a fumarse un pitillo se ha convertido en una costumbre más que hemos asumido con total normalidad. Sin embargo, cuando se aprobó la ley antitabaco, primero en 2006 y luego –la más controvertida– su reforma de 2010, hubo una gran polémica. Los ataques vinieron de distintos frentes. Desde los más ultras, las catacumbas mediáticas, al ámbito progresista. Aún recuerdo los artículos de Fernando Savater, Javier Marías o Moncho Alpuente, por citar algunos de sus enemigos acérrimos. Ataque a la libertad individual, la ley va a ser imposible de cumplir, la gente se va a rebelar ante una dictadura que nos impone lo que hay que hacer. El cine no se entendería sin el tabaco. No sé. Los argumentos fueron muy peregrinos (parece que el derecho a la salud de los trabajadores de los bares o el de los no fumadores no les preocupaba demasiado). Incluso algunos antisistema, como Esperanza Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, se declararon insumisos.
Aunque sea un cadáver político, ahora desde la oposición en el Ayuntamiento de Madrid, Aguirre libra de nuevo una batalla en nombre de la libertad porque el gobierno de Carmena ha cortado varios carriles en la Gran Vía con motivo de la Navidad. Otro de sus frentes es la decisión, también del actual equipo municipal, de limitar el acceso a la ciudad cuando los niveles de contaminación son elevados y la propia UE nos obliga a cumplir la ley si no queremos recibir otra multa. Por supuesto, la misma caverna mediática que no se revuelve ante la corrupción, el paro, los desahucios o la precariedad en la que viven millones de españoles, se ha unido a esta nueva cruzada en contra de los “cochófobos”.
La Agencia Europea de Medio Ambiente calcula que en España casi 30.000 muertes al año están ligadas a la contaminación atmosférica. La OMS habla de 7.000 muertes directas. Según Ecologistas en Acción, más de diez millones de españoles respiramos aire contaminado. Aparte de las implicaciones ambientales de la contaminación (cambio climático, entre otras), la salud pública parece no preocuparle a la señora Aguirre y hablo de ella casi como de una metáfora. Se trata de la misma persona que aparca en los carriles destinados a los autobuses (parece ser una costumbre de los dirigentes del PP, la vicepresidenta del Gobierno hizo lo mismo hace poco para comprar en unos grandes almacenes de la Gran Vía), huye de la policía o promueve la construcción de autopistas de peaje que no usa nadie y que ahora tenemos que pagar, no la empresa adjudicataria (eso sería la libertad de mercado, ¿no?), sino todos los ciudadanos. Se privatizan los beneficios, pero se nacionalizan las pérdidas.
Sé que los cambios llevan tiempo, que no se pueden hacer de un día para otro, que hay que sensibilizar previamente y, sobre todo, que no hay que improvisar. Pero mi crítica al equipo de Carmena es más bien que son poco ambiciosos en sus planes. Las ciudades del presente, de un futuro cercano –creo que en Noruega se ha prohibido la venta de coches de gasolina y diésel a partir de 2025–, deben propiciar el cambio hacia una nueva cultura de la movilidad, más respetuosa con la salud de sus ciudadanos y con el medioambiente, con el bienestar de todos. Quizás, después de todo, lo cool no sea tener un 4 X 4, sino poder desplazarte con comodidad por la ciudad en un buen sistema de transporte público, o en bicicleta, sin atascos y sin respirar un aire envenenado. Hubo un tiempo en el que en las ciudades se lanzaban los excrementos desde las ventanas y los señores feudales tenían derecho de pernada y no por eso vamos a seguir permitiendo estas costumbres en nombre de no sabemos qué cultura o de una supuesta libertad individual.
Nuestro futuro en el planeta está en juego. El interés por mantener una forma de moverse que es depredadora de los recursos naturales y de nuestra salud, que está en el epicentro del cambio climático, responde a intereses de las petroleras y de una industria, la del automóvil, que no ha dudado en mentir a los ciudadanos y de cometer fraude (el caso Volkswagen, sin ninguna repercusión, por cierto) con tal de sobrevivir.
En uno de los micros de Vosotros, los muertos, titulado Extinción de la especie, leemos: “Los dos últimos hombres vivos sobre la Tierra, creyéndose ambos los únicos –quizás los elegidos– conducen a toda velocidad por el centro de la carretera”. No sé ustedes, pero no quiero ser uno de esos hombres (o mujeres).
Comentarios
Por Clara Obligado, el 18 diciembre 2016
Me gusta Carmena y sus cambios lentos y sensatos. Me gusta también, y mucho, esta nota sobre Madrid