El viejo wéstern nunca muere, forastero: los mejores títulos
Después de que Clint Eastwood encañonara a Gene Hackman en la sobresaliente Sin perdón (1992), más de uno predijo que el wéstern había alcanzado su tope. Igual que el bisonte americano, sus figuras arquetípicas, el tono épico y la violencia polvorienta estaban agotadas. Y es que, vistas ‘Centauros del desierto’ y ‘Por un puñado de dólares’, leído McCarthy y algún que otro pastiche sobre Billy el Niño o la banda de Ned Kelly, ¿le quedaba algo más por decir al género de los tipos duros y los duelos al sol? Lo cierto es que sí, y mucho. El wéstern no solo no ha desaparecido nunca del imaginario colectivo; cada día, novelas, relatos, películas, series, videojuegos e incluso artistas musicales lo redefinen y enriquecen, explorando nuevos límites más allá de la frontera. Cabalgamos junto a la editorial Impedimenta para hablar de todo ello, y de cómo Valdemar, Siruela, Anagrama, Hermida o Capitán Swing, entre otras muchas editoriales en castellano, se adentran en lo desconocido para traernos pepitas de oro en formato literario.
(Puedes seguir al autor, Miguel Garrido de Vega, en Twitter aquí: @Caballero_Tinta)
Todos reconocemos un wéstern prototípico: forasteros que viajan a lomos de su caballo bajo un sol de justicia, revólveres Colt, coyotes, comanches belicosos, explotaciones mineras, el saloon, el trago de güisqui, la partida de póquer, pero… ¿qué fue en realidad el Viejo Oeste? Después de que Napoleón vendiera la Luisiana española a unos jovencísimos Estados Unidos en 1803 tuvo lugar un proceso expansionista por parte de estos últimos que se alargó hasta principios del siglo XX. Aventureros de toda clase y condición cruzaron el Misisipi en busca de fortuna y oportunidades, internándose en terrenos inexplorados y estableciendo asentamientos y rutas comerciales. Y, junto a ese vertiginoso crecimiento en dirección al Pacífico, llegó una profunda explotación de recursos naturales y el enfrentamiento con los pueblos indígenas. Desde el principio, las historias de pistoleros sin escrúpulos, sheriffs legendarios, tramperos e indios sioux –realistas, algunas; magnificadas, la mayoría– se reflejaron en las llamadas dime novels o «novelas de a duro», historias cortas de género popular con el doble fin de entretener y aleccionar a un país salvaje que, a juicio de la moral mayoritaria de la época, requería ley y orden.
Los lectores con más experiencia reconocerán la figura de Zane Grey (1872-1939), prolífico autor de novelas del Oeste con títulos tan sugerentes como El caballo salvaje o La herencia del desierto, pero, en una escala distinta, también al gran Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984), más prolífico si cabe que Grey –se dice que escribió más de 2.600 títulos– y auténtico introductor del género en España, a través de novelettes como Los visitantes de la madrugada y La hora de las hogueras, hoy reeditadas por Almuzara.
Impedimenta, llaneros editoriales
Pero, más allá de los bolsilibros, ¿se ha llegado a abordar el género de forma seria por los autores? ¿Se sigue escribiendo wéstern hoy en día? ¿Por qué caminos transitan las nuevas voces del Oeste literario? ‘El Asombrario’ ha tenido el placer de charlar de todo ello y mucho más con los responsables de la editorial madrileña Impedimenta: Enrique Redel y Pilar Adón. Lo cierto es que Impedimenta necesita pocas presentaciones; nacida en 2007 y asociada al Grupo Contexto, esta editorial independiente no ha dejado de acumular acierto tras acierto en su catálogo desde entonces, con autores variopintos de la talla de Natsume Sōseki, Penelope Fitzgerald, Eudora Welty o Stanislaw Lem, así como los más recientes Mircea Cărtărescu o Tatiana Țîbuleac. Por supuesto, también han publicado wéstern, y es que, como ellos mismos dicen, su misión es «recuperar clásicos incontestables», pero también «fabricar clásicos modernos», planteando, además, «un diálogo entre lo antiguo y lo nuevo». Están presentes en Twitter, Facebook e Instagram.
Viejos y nuevos pistoleros
Anticipábamos que el mito fundacional de los Estados Unidos también se ha tratado con mayor extensión y profundidad por multitud de autores norteamericanos –y de todo el planeta– que, interpelados por el irresistible relato de frontera y supervivencia, han urdido auténticos clásicos de la literatura. No se puede dejar de hacer referencia a Warlock, novela imprescindible publicada por Oakley Hall hace más de medio siglo y recuperada por Galaxia Gutenberg en 2021, que, sin renunciar a la calidad literaria, contiene todo lo que podemos esperar de un wéstern de raza: un pueblo sin ley, jugadores de cartas, bandas de cuatreros y odios hasta la muerte. Terrible impacto causó también la publicación de la brutal Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy (Literatura Random House, 2007), tanto por su uso contundente y seco del lenguaje como por el tratamiento explícito y sin concesiones de la violencia que, en muchos casos, debió de caracterizar a la época.
Justamente para eso, para rescatar clásicos del Oeste inéditos en castellano, Pilar Adón nos recuerda que la editorial Valdemar inauguró la colección Frontera en 2011; hasta la fecha, ha publicado una veintena de títulos que inspiraron películas insignes, entre los que se encuentran El árbol del ahorcado, de Dorothy M. Johnson (2013), El Virginiano, de Owen Wister (2018), Los que no perdonan, de Alan Le May (2018), o Sigue el viento libre, de Leigh Brackett (2019) –renombrada guionista, por cierto, de Río Bravo (1959) y El Imperio contraataca (1980).
Sin embargo, la acepción más literaria del género no se termina con lo tradicional; en pleno siglo XXI, el wéstern sigue creciendo, desbastándose y alumbrando obras que actualizan el cuento de frontera para –como quizás siempre estuvo destinado a lograr– convertirse en algo más grande y complejo. En esta nueva oleada de libros que se desmarcan de lo anterior se inscriben dos de los más recientes títulos publicados por Impedimenta, dos obras que revisitan el wéstern desde la perspectiva de personajes que están perdidos y, de una u otra manera, se encuentran a sí mismos en entornos salvajes que terminan por redefinirlos.
El ‘neo-wéstern’: ‘A lo lejos’ y ‘Basilisco’
Una de ellas es A lo lejos, del inclasificable Hernán Díaz (2020). El autor de este artículo asistió a la presentación de esta novela finalista del Pulitzer y el PEN/Faulkner en la librería Tipos Infames a principios del pasado año; allí, Díaz dejó claro que no solo había hecho una profunda reflexión acerca del cómo y el porqué de la historia, sino que también había cierta intención de atacar el corazón del género y darle otra perspectiva.
Enrique Redel entiende que es ahí donde reside su atractivo: «Por definición, el wéstern tiene un fuerte componente fundacional, basado en mitos como el de la frontera y la doctrina del destino manifiesto, netamente estadounidenses. La historia del país apenas abarca 250 años y, hasta la invención de este género, carecía de sus propios cantares de gesta, que narrasen cómo se fue forjando la nación. Como en todo relato fundacional, hay un fuerte contenido de idealización –muy eurocéntrico, si se quiere– en el que los buenos siempre son los mismos –el blanco conquistador–, y los odiosos y malvados son todos los demás –los nativos, los emigrantes que no triunfaron o se quedaron por el camino, y las antiguas potencias que ocupaban el territorio–. La virtud de estos wésterns de nuevo cuño –como el de Hernán Díaz– es que ponen voz a esos a los que nadie se la había dado antes, y que, paradójicamente, fueron los verdaderos protagonistas de la historia. En este sentido, A lo lejos desmitifica, nos pone los pies en el suelo y nos cuenta una historia de extrañamientos, de silencios, muy poco evidente, casi posmoderna. La historia de Hernán nos deja ver ese retrato del otro lado, del lado secreto o negligido, que lo emparenta casi más con las crónicas españolas de Indias que con el wéstern más autocomplaciente y prototípico. Eso fue lo que nos sedujo en primer lugar. También el tono comedido, la fuerza hipnótica de las descripciones y la extrema solidez dramática del protagonista, Håkan».
El segundo neo-wéstern publicado por Impedimenta es Basilisco, de Jon Bilbao (2020). En esta ocasión, el talento de un maestro del relato corto español, de influencias norteamericanas, se pone al servicio de una novela que ahonda en las raíces ideológicas del género. «El caso de Bilbao es completamente diferente al de Díaz», nos cuenta Enrique, «pero igual de efectivo y rico, sino más». Le preguntamos si el estilo conciso, seco e impactante de Bilbao es la herramienta definitiva para abordar el wéstern con éxito. ¿Debe contarse el Salvaje Oeste siguiendo la estela de McCarthy? Enrique nos explica: «Si Hernán parte de una historia intimista, casi nórdica, y la ambienta en los escenarios propios de la conquista del Oeste, casi hurtándose a todos sus tópicos, Jon rinde un homenaje expreso a los mitos literarios y cinematográficos del wéstern clásico, al strong silent type, a las grandes llanuras, al personaje de una pieza, a las historias míticas del Oeste, adoptando en muchos casos sus giros, y asumiendo conscientemente sus figuras. Hay que decir, no obstante, que lo que hace que la novela explote es la sabia combinación de ese relato escuchado –un recurso literario valiosísimo– con la narración de las cuitas de un ingeniero en constante crisis matrimonial y creativa, que, de hecho, ya conocemos de otros libros de Jon, y cuya vida se entremezcla, hasta casi confundirse, con la del Basilisco del título, el protagonista de una historia wéstern de tintes tarantinianos, que también bebe mucho del propio McCarthy, ciertamente. Un relato que a Jon Bilbao le encaja perfectamente por su estilo, muy poderoso, y muy deudor de los grandes narradores clásicos norteamericanos».
Un terreno muy fértil y poco explotado
La presencia de novelas como A lo lejos y Basilisco reafirma la vigencia de un género que goza de una vitalidad espléndida y que, cada vez más, se libera de viejas ataduras; no obstante, Díaz y Bilbao no están solos, ni mucho menos, en esta reinvención del wéstern. De hecho, Pilar nos confirma que estamos ante uno de los grandes «terrenos fértiles» –y poco explotados– de la literatura. «Son muchas las lecturas que pueden extraerse del wéstern. Muchísimas. Jóvenes audaces, hombres esforzados y emprendedores, mujeres que lo observan todo con los ojos muy abiertos, indios que atacan y huyen en momentos de una violencia extrema, que rara vez se ve en las películas. En los libros se habla de supervivencia, de los ritos de comunión con la naturaleza, del concepto sagrado del entorno, las montañas y los ríos, la lucha diaria por la subsistencia. Héroes y villanos. Lo glorioso y lo legendario. La idea de un personaje que se aparta voluntariamente de la civilización y que ha de sobrevivir en una naturaleza que no siempre es amable –como ocurre en la novela El trampero, de Vardis Fischer (Valdemar, 2012), en la que se basó Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), de Sidney Pollack– resultaba tan atractiva entonces como ahora. Las novelas actuales hablan del asombro ante la belleza de la naturaleza y sus singularidades, y casi son manuales sobre las costumbres de los animales, la descripción de las plantas y cómo habitar en medio de una naturaleza que sólo admite la supervivencia».
Así, nos encontramos con La encrucijada del roble, de Elizabeth Crook (Siruela, 2019), galardonada por su conjunción de drama y picaresca a lo Mark Twain, y la cruda El banquete celestial, de Donald Ray Pollock (Literatura Random House, 2020), pero también con el rescate de Diario de los años del plomo, del polivalente Richard Matheson (Hermida, 2020).
Menos recientes, pero igual de relevantes, son Ciudad fantasma, de Robert Coover (Galaxia Gutenberg, 2015), País de sombras, de Peter Matthiessen (Seix Barral, 2010), o Justicia poética, del cantautor Elliott Murphy (Tropo Editores, 2015) –de hecho, la desaparecida Tropo también publicó la notable Zebulon, de Rudolph Wurlitzer (2017). Tampoco es extraño que, por su calidad, muchos de estos neo-wésterns –como Los hermanos Sisters, de Patrick deWitt (Anagrama, 2013), o El hijo, de Philipp Meyer (Literatura Random House, 2015)– terminen siendo adaptados a la gran y a la pequeña pantalla.
Por esta lista también circulan obras de autores españoles, como En la costa desaparecida, de Francisco Serrano (Episkaia, 2020), o Manual para coyotes, de David Ruiz (Menoscuarto, 2012).
Inspirándose en el Viejo Oeste: de Jesús Carrasco a Olga Merino
Hay, asimismo, toda una corriente de títulos que, si bien no pueden –ni quieren– clasificarse como wésterns canónicos, sí beben abiertamente de sus aguas y toman prestados muchos de los elementos característicos del género. El Viejo Oeste parece estar dejando a un lado su vertiente moralista para, de algún modo, universalizarse y convertirse en una suerte de patrimonio ficcional común del que nutrirse conceptualmente –pudiendo, incluso, trasladarse a otras épocas, lugares y situaciones, para reflejar problemáticas sociales más cercanas a nuestros días.
En España contamos con un nutrido grupo de autores y autoras que han emprendido esta ruta hacia narrativas más desprejuiciadas. De este modo, Ni siquiera los muertos, de Juan Gómez Bárcena (Sexto Piso, 2020) –novela finalista del Premio al Libro del Año por las Librerías de Madrid– cuenta una historia de perdedores ambientada tras la conquista de México, que entronca con la Norteamérica de Trump. La fantástica Intemperie, de Jesús Carrasco (Seix Barral, 2013), traslada el wéstern a la árida realidad rural del sur español, y se convirtió en un largometraje dirigido por Benito Zambrano en 2019.
Por razones similares, destaca La forastera, de Olga Merino (Alfaguara, 2020), que se alía con el thriller para relatar una historia de pueblo descarnada, y pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz (Anagrama, 2020), más próxima a la novela negra.
Híbridos: el wéstern del amanecer
Por otro lado, se suele hablar de wéstern crepuscular para referirse a los argumentos ambientados a finales del XIX, pero Comanche, de Jesús Maeso de la Torre (Ediciones B, 2019), sería un «wéstern del amanecer»: una novela histórica ambientada a finales del XVIII, cuando España estaba a punto de perder su dominio del continente. Un híbrido de wéstern con cosas tan dispares como el género steampunk o la filosofía es el breve Los difuntos, de Jorge Carrión (Aristas Martínez, 2015). Y en esta vertiente más transgresora podemos incluir varios de los desérticos cuentos de Un descanso para los muertos y otros relatos, de la norteamericana Lucy Taylor (Pulpture, 2019), todos ellos próximos al terror de una forma que nada tiene que envidiar a maestros como King o Barker.
La mirada indígena
Pero si hay alguien que no solo salió malparado en la conformación de la Norteamérica actual, sino también en los propios arquetipos e historias del Salvaje Oeste, fueron las tribus y pueblos indígenas. En la ficción, los llamados indios norteamericanos se han presentado de forma recurrente como salvajes sedientos de sangre sin miramiento alguno a la hora de cortar cabelleras, violar, secuestrar o asaltar los carruajes de las gentes de bien. Como suele ocurrir en los relatos de vencedores y vencidos, la realidad es mucho más compleja, y exige una revisión profunda y crítica de los hechos. Por suerte, tampoco faltan títulos en las estanterías para ello.
Una buena forma de comenzar es con el ensayo La historia indígena de Estados Unidos, de la aclamada historiadora y activista Roxanne Dunbar-Ortiz (Capitán Swing, 2019), en el que se analiza cómo la política colonialista de EE UU ha dado pie a una versión oficial, omitiendo el resto de aspectos –no tan complacientes– del mito fundacional. En la misma línea se encuentra El imperio comanche, de Pekka Hämäläinen (Ediciones Península, 2018).
Pero si lo que buscamos es ficción, todavía es posible encontrar en las librerías la colección que la editorial Miraguano dedicó hace tres décadas a las diferentes naciones indígenas, valiosa porque varios de sus autores vivieron durante los tiempos del Oeste: Arte, vida y costumbres de los indios de Norteamérica, de Julian Harris Salomon (1992); Cuentos y leyendas de los indios Sioux, de Zitkala-Sa (1994); Cuentos de los indios Iroqueses, de Tehanetorens (1988), y los tres libros compilados por el antropólogo George Bird Grinnell, Cuentos y leyendas de los indios Cheyennes (1995), Cuentos de los indios Pawnee (1986) e Historia y leyendas de los indios Pies Negros (1990).
Más reciente y cercano al ensayo resulta Cuentos, vida y creencias de los indios de Norteamérica, de Mercedes Pérez Agustín (Editorial Verbum, 2020). En el campo de la novela, es de obligada mención Ahora me rindo y eso es todo, de Álvaro Enrigue (Anagrama, 2018), que tiene como uno de sus protagonistas al mismísimo Gerónimo.
La influencia del cine clásico
La buena salud actual del wéstern literario en España contrasta con el maltrato histórico al que se le ha sometido en nuestro país, a base de «malas ediciones y malas traducciones, y una concepción generalizada de que se trataba de una narrativa de poca calidad de compraventa en quioscos; literatura de usar y tirar», explican en Impedimenta. Sea como fuere, y a pesar de que viniese al mundo rodeado de lugares comunes y personajes arquetípicos, Pilar da con una de las claves de la popularidad del género: «Lo cierto es que los gestos, las expresiones –tan repetidas que se han convertido en clichés–, las imágenes míticas de este tipo de obras –el vaquero que llega a una casa de troncos atacada por los indios; las batidas a caballo por las llanuras; las conversaciones de los hombres que intentan abrirse paso por los espacios salvajes…– no han llegado a nosotros gracias al soporte de la literatura, sino al del cine».
Buena prueba de ello es que han corrido ríos de tinta desde el ámbito de la divulgación dedicada al cine. Se ha estudiado cada diálogo, cada plano, cada enarcar de cejas de John Wayne, Charles Bronson o Kirk Douglas. Entre los más actuales se encuentran El asesinato de Liberty Valance, del exfiscal general del Estado Eduardo Torres-Dulce (Hatari Books, 2020); Sin dólares no hay ataúdes: 50 ejemplos del wéstern mediterráneo, de Rafael de España (Editorial UOC, 2019); Grandes temas del western, de VV. AA. (Plan B Publicaciones, 2020); el curioso –por visibilizar que la relación de nuestro país con el spaghetti western no se circunscribe solo al Desierto de Tabernas– Cine del Oeste en la Comunidad de Madrid, de Javier Ramos y Ángel Caldito (Ediciones La Librería, 2019); ¡Desenfunda, forastero!, de Alfonso Bueno López (Distriforma, 2019); El Western: diccionario de películas, de Joaquín Vallet (T&B Editores, 2018), o el interesante ensayo El héroe trágico en el western, de Fran Benavente (Athenaica, 2017).
Algo anteriores en el tiempo, pero aún vigentes son Más allá del oeste, del crítico Ángel Fernández-Santos (Debate, 2007), y Películas clave del wéstern, de Quim Casas (Ediciones Robinbook, 2007). Por último, la editorial Cátedra dedicó varios títulos a la obra de titanes del wéstern: Clint Eastwood y Sergio Leone, ambos de 2009 y de Carlos Aguilar; y Joel y Ethan Coen (2012), de Antonio Santamarina Alcón.
Un género autorreferencial
Lo que sí parece claro es que se trata de un género altamente autorreferencial y basado en la retroalimentación; buena parte de lo que, comúnmente, entendemos como perteneciente al Viejo Oeste no se corresponde con las –muchas veces, exiguas– fuentes históricas, sino que viene dado por la imagen que ayer nos llegó a través de películas, novelas o folletines, y hoy también a través de videojuegos, series, música o cómics.
Para Enrique, parafraseando la cita de Thoreau que sirve de lema a Impedimenta desde su fundación, «los autores ejercen en la humanidad una influencia mayor que las de los reyes o emperadores”. Y añade: «Finalmente, cuando recordemos el XIX norteamericano, pocos se acordarán de fechas, batallas y gobernantes, y nos quedaremos con los mitos: la guerra civil americana, las tribus indias masacradas por los conquistadores europeos en busca de tierras, y los duelos a muerte en la frontera, la fiebre del oro y el ferrocarril surcando el horizonte. Probablemente no se tratará de una perspectiva científica ni puramente histórica, pero, narrativamente, se trata de un argumento mucho más poderoso. Ahora lo sabemos con seguridad, pero la Edad Media no fue como nos la habían pintado las novelas escritas en el Romanticismo, ni tan oscura ni atávica. Pero preferimos quedarnos con las justas, el amor cortés y los castillos con sus pabellones desplegados».
El nuevo cine: de los Hermanos Coen a Tarantino
Si hablamos del nuevo cine, a nadie sorprenderá saber que entre los responsables de la revitalización del wéstern se encuentran los hermanos Coen, con Valor de ley (2010), y Quentin Tarantino, con los filmes Django desencadenado (2012) y Los odiosos ocho (2015).
Les siguieron obras de corte auténticamente hollywoodiense, como Hostiles (2017), de Scott Cooper, pero también The salvation (2014), de Kristian Levring; la ultraviolenta Bone Tomahawk (2015), de S. Craig Zahler –quien, por cierto, ha publicado la novela Espectros en una tierra trizada (Tres Puntos Ediciones, 2018)–; Brimstone (2016), de Martin Koolhoven; Deuda de honor (2014), de Tommy Lee Jones, y La balada de Buster Scruggs (2018) –una colección de historias pulp de los ya citados hermanos Coen.
Entre las mejores revisiones del género están Comanchería (2016), de David Mackenzie; Una chica vuelve a casa sola de noche (2014), de Ana Lily Amirpour, y The Rider (2017), de Chloé Zhao.
En el terreno de las series, la era Deadwood (2004-2006) –resucitada en 2019 con una película homónima– dio paso al reboot de Westworld (2016), de Jonathan Nolan, y a la aplaudida Godless (2017), de Scott Frank.
Videojuegos y música
Los videojuegos son, probablemente, una de las más interesantes y atractivas formas de acercarse al wéstern en la actualidad. La saga Call of Juarez nos trajo varias piezas de calidad, como Call of Juarez: Gunslinger (2013), un shooter en primera persona desarrollado por Techland y distribuido por Ubisoft. Sin embargo, si hay un título que ha supuesto una auténtica revolución –por su nivel de detalle, por sus posibilidades casi infinitas, por su calidad estética y por contener una trama al mismo nivel, sino mayor, que el de muchos largometrajes– es Red Dead Redemption 2 (2018), un videojuego de mundo abierto desarrollado por Rockstar Games, que incluso será utilizado para enseñar historia.
El wéstern no solo se ve; también es posible escuchar música que trata sus temas habituales y cultiva una poderosa estética común entre el folk, el country y el rock. Por eso, desarrollando la tradición de auténticos highwaymen como Johnny Cash, Waylon Jennings o Willie Nelson, destacan, entre otros, The White Buffalo –Once upon a time in the West (2018)– el jovencísimo y prodigioso cantautor canadiense Colter Wall —Songs of the Plains (2018)— o los también canadienses The Dead South –Good company (2014).
Está anocheciendo y dicen que estos parajes se vuelven –aún más– peligrosos a la luz de la Luna. Antes de irnos, nos preguntamos qué es lo que hace tan atractivo al wéstern para la literatura. Para Pilar, de Impedimenta, está claro: «El wéstern nos llega coronado de un halo mítico. Hablamos de personajes independientes que optan por una vida libre, sin ataduras sociales, enfrentados al peligro y a la soledad, y entregados a la lucha diaria por la supervivencia real. Precedidos de cierto inconformismo y buscando la libertad como valor supremo. ¿Cómo no va a resultar atractivo un planteamiento así? En el fondo, se trata de un canto a la vida y a la lucha por mantenerse vivo».
Nosotros, los lectores, asentimos con un leve toque del ala del sombrero, nos montamos en nuestro caballo y partimos hacia la próxima puesta de sol, ese lugar en el que las buenas historias siempre encontrarán acomodo.
Comentarios
Por Leonor, el 30 marzo 2021
Magnífica exposición del género literario del western tanto en la literatura como las obras llevadas a la gran pantalla.
He leído algunas de ellas y otras que he apuntado.
Felicidades Miguel por esta crónica.
Por Jacintorra, el 30 marzo 2021
Gracias Miguel¡ porque no solo he disfrutado de la lectura de tu artículo sino que me has transportado a mi niñez ,donde en la pequeña librería de mi padre había una docena de pequeños libros de western que recuerdo con cariño. Mi padre era un gran aficionado al género y por ende el resto de la familia¡¡
Por Herrgoldmundo, el 30 marzo 2021
Buenísimo artículo.
Por Julio Cesar, el 30 marzo 2021
Articulo muy extenso y a la vez muy concreto, totalmente de acuerdo en que el western nunca muere.
Por Sidina aidara, el 30 marzo 2021
Me a gustado mucho estos películas
Por Candela, el 06 octubre 2021
A mí me encantó: Un Hombre, Cinco Balas. Me pareció una novela muy especial. Soy andaluza, 27 años, y heredé la afición por el Western de mi padre. Besitos.