Eloy de la Iglesia, el placer quinqui y navajero del cine español

Fotograma de la película ‘Navajeros’, de Eloy de la Iglesia.

El escritor, editor, profesor de escritura y activista cultural Carlos Barea (Granada, 1987), autor de la novela ‘Bendita tú eres’ (Egales) y colaborador habitual del programa ‘Cine de Barrio’ (TVE), lleva años coordinando obras colectivas que reivindican figuras de la cultura queer: ‘Flores para Lola. Una mirada queer y feminista sobre La Faraona’ (Dos Bigotes & Egales), ‘Ocaña. El eterno brillo del Sol de Cantillana’ (Dos Bigotes), ‘Pepe Espaliú. Visibilidad, experiencias y construcciones culturales en torno al VIH’ (Flores Raras). Ahora le toca el turno al director vasco en ‘Eloy de la Iglesia: El placer oculto del cine español’ (Dos Bigotes). Y de este nuevo libro hemos hablado con él.

¿Qué se van a encontrar los lectores de ‘Eloy de la Iglesia: El placer oculto del cine español’?

Van a encontrar un ensayo colectivo en el que un grupo de autores se han preocupado de revisar la carrera de Eloy de la Iglesia desde diferentes perspectivas. Bien analizando los diferentes géneros que trabajó –no solo del cine quinqui vivió Eloy– u otros elementos recurrentes en su filmografía, como el papel de la mujer o las relaciones no normativas en su cine, entre otras cuestiones.

¿Por qué el cine quinqui fue tan importante durante la Transición y qué supuso para la sociedad de la época?

El cine quinqui puso el foco donde el resto de la sociedad no quería mirar en aquellos convulsos años de cambio político. Mientras que las instituciones estaban más preocupadas en proyectar una imagen internacional de modernidad y libertad, había sectores de la población marginados –drogadictos y personas LGTBIQ+, mayormente– que eran escondidos debajo de la alfombra para no estropear esa imagen de Transición perfecta que ha acabado trascendiendo el tiempo. Por tanto, la libertad llegó, pero de forma muy irregular y no de la misma forma para todo el mundo. El cine quinqui se encargó de mostrar quién quedaba fuera de los cuidados de la recién estrenada democracia y cómo se las arreglaban para sobrevivir a espaldas de la sociedad.

¿Consideras que Eloy de la Iglesia está, de alguna manera, encasillado en este tipo de películas?

Eloy de la Iglesia es uno de los padres del cine quinqui. De hecho, junto a Antonio de la Loma es el que más producciones de este género tiene en su haber. Fíjate si llegó a ser popular el género que hasta Carlos Saura, que ya estaba consagrado, lo cultivó con Deprisa, deprisa. Sin duda alguna, estas películas son las que más fama le dieron a De la Iglesia, aunque él también trabajó el cine de terror, el suspense, el drama e incluso la ciencia ficción. No obstante, y eso es indiscutible, Eloy será siempre conocido y reconocido por su cine quinqui.

¿En qué momento surge tu relación con el cine de Eloy y por qué consideras necesario publicar un libro como este?

Mi relación con Eloy nace en un momento, el de la adolescencia, en el que empiezo a darme cuenta de que existe otro tipo de cine más allá del main-stream y que, aunque no lo parezca, también hay historias protagonizadas por personajes no normativos. Esa era la época en la que descubrí el cine de Almodóvar, The Rocky Horror Picture Show o la filmografía Pasolini, entre otros. En este atiborramiento de cine LGTB di con Los novios búlgaros, la última producción de Eloy. Quizá no es la película que más me gusta de él, pero me abrió la puerta a descubrir el resto de su obra. Algo parecido, de hecho, me gustaría que ocurriera con este libro, que las nuevas generaciones se puedan acercar a esta figura que hizo un cine muy valiente en un momento en el que era muy difícil. Eloy se enfrentó a la censura franquista y también a las trabas de la recién estrenada democracia. Y ya solo por eso un libro como este es necesario.

Como activista cultural, no es la primera vez que reivindicas una figura popular desde el prisma LGTBIQA+. Primero fue Lola Flores en ‘Flores para Lola’, luego José Pérez Ocaña en ‘Ocaña: El eterno brillo del sol de Cantillana’ y ahora le toca el turno al cineasta vasco. ¿Qué puede enseñarnos su cine que no sepamos ya?  

Creo que una de las cosas que nos puede enseñar el estudio de su trabajo es que el cine valiente no empezó con Almodóvar, por mucho que adoremos al director manchego. El cine de Eloy en gran medida era una radiografía de la vida que estaba viviendo. Por tanto, aparte de ser un cine más que disfrutable, su obra también sirve como testimonio audiovisual de una época, ya que él fue el mejor cronista de unas historias que casi nadie se atrevía a contar.

Un fotograma de 'La mujer del ministro' de Eloy de la Iglesia.

Simón Andreu y Amparo Muñoz en ‘La mujer del ministro’, de Eloy de la Iglesia.

A pesar de que sus títulos fueron verdaderos taquillazos en su momento, Eloy de la Iglesia es un cineasta poco conocido en la actualidad. ¿Por qué su cine ha sido relegado a una especie de subcultura mientras que el de otros directores, con temáticas parecidas, como Pedro Almodóvar (‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’) O Vicente Aranda (‘El Lute: camina o revienta’), se siguen revisitando y forman parte de la memoria colectiva? ¿Crees que se le condenó al ostracismo por su adicción a las drogas?

Eloy de la Iglesia es un director que acabó cayendo al vacío. Antes de morir tuvo un largo periodo de silencio. En 1987 rodó La estanquera de Vallecas y no sería hasta 2001 que se pondría de nuevo tras la cámara con una versión de Calígula para televisión. Estamos hablando de casi 15 años de silencio, al que fue empujado por su adicción a las drogas y por la muerte en extrañas circunstancias de José Luis Manzano, su muso. Otros directores se acercaron al cine quinqui, pero Eloy de la Iglesia retozó en él. Quizá esto provocó que fuera expulsado del circuito cinematográfico durante casi el resto de su vida.

¿Qué diferencias destacarías entre su cine y el de otros directores de la Transición?

Él hizo un cine popular, quería llenar las salas. No obstante, allá donde estaba el peligro, iba él. ¿Que había un tema que nadie quería tocar? Pues guion al canto: una señora que se enamora de su perro, un rico de familia pudiente que intenta seducir a un joven sin recursos, dos jóvenes de buena familia que se enganchan a la heroína… El cine de Eloy, sin duda alguna, se caracterizó por hacer uso de la libertad que tantos años llevaban reclamando otros directores y que muchos de ellos no se atrevieron a poner en práctica

¿Consideras que se ha intentado borrar la memoria queer de nuestro país?

No creo que se haya intentado borrar. Creo, más bien, que nunca se ha intentado conservar. La memoria queer de nuestro país casi siempre ha sido de tradición oral e ignorada por cualquier circuito cultural. ¿A quién le iba a interesar lo que hacían cuatro maricas o un puñado de travestidos en los antros de perversión? Al mismo tiempo, nuestro colectivo estaba tan preocupado en sobrevivir –al estigma, a las palizas, a la marginación, a las crisis del VIH/sida…– que tampoco tenía tiempo de darse cuenta de que aquello que se estaba haciendo valía la pena conservarlo. Por suerte, ahora eso está cambiando y consideramos nuestro pasado mucho más valioso de lo que creíamos.

¿Qué aspectos de la personalidad de Eloy crees que influyeron más en su cine?

Sin duda alguna, su espíritu inconformista, sus ansias de libertad y las ganas de llegar adonde ningún otro director había llegado. También creo que tuvo mucho que ver su ambición, en el mejor sentido de la palabra, y en darse cuenta de que no tenía nada que perder. Quizá todo esto estaba relacionado con que fuera comunista y maricón. Tantos años en el ostracismo le hicieron perderle el miedo al riesgo y a ser expulsado de cualquier circuito.

¿Descubriste algún hecho relevante o faceta desconocida del director durante tu investigación a la hora de coordinar el libro?

He descubierto que hay un gran número de profesionales de la investigación cinematográfica que no han dudado ponerse a escribir y a desbrozar la filmografía de Eloy desde diferentes perspectivas, tanto académicas como divulgativas. Y es que gracias a nombres como Violeta Kovacsics, Eduardo Bravo, Nicolás Grijalba de la Calle, Diana Aller, Francina Ribes, Juan Sánchez, La Caneli, David Velduque, Alejandro Melero o Vicente Monroy hoy podemos tener este libro, que no es otra cosa que un retrato más completo del trabajo de Eloy de la Iglesia. Así pues, he descubierto que su legado aún tiene muchísima más profundidad de la que pensábamos y una gran cantidad de seguidores que no dudan en reivindicar su figura.

¿Qué papel jugaron actores como José Luis Manzano en el universo cinematográfico de Eloy?

José Luis Manzano fue el muso de Eloy y su compañero. Esta relación nos recuerda a la que mantuvo Pasolini con Ninetto Davoli y, en cierta medida, a algunas relaciones que aparecen en su propia filmografía. Yo creo que los años que Manzano estuvo en la vida de De la Iglesia fueron los más fructíferos, artísticamente hablando. No obstante, también es necesario analizar esta relación desde la relación de poder. Es muy importante que entendamos el pasado en su contexto, pero que ese pasado también nos sirva para reflexionar y eliminar mecanismos de opresión dentro de nuestro colectivo en el presente.

Además de nuevos talentos sin experiencia ante la cámara, como Manzano, también trabajó con grandes estrellas de la época: Vicente Parra y Carmen Sevilla (‘Nadie oyó gritar’), José Sacristán (‘El diputado’, ‘Navajeros’) e incluso Ana Belén (‘La criatura’). ¿Qué impacto crees que tuvieron estas películas en sus carreras? ¿Por qué se pusieron a las órdenes de un director tan polémico y que trataba temáticas tan arriesgadas: homosexualidad, drogadicción, prostitución, asesinato y hasta zoofilia?

En el caso concreto de Carmen Sevilla, le sirvió para darle un giro a su carrera. Ella era una actriz que venía del régimen, la típica folclórica de cine popular. Gracias a su trabajo con Eloy, pudo demostrar que era capaz de trabajar otros registros. Respecto a Vicente Parra, le pasó algo parecido. Él había sido el gran galán de la dictadura y estaba atravesando horas bajas. Trabajar con Eloy le permitió dar un salto mortal e intentar tomar las riendas de una carrera profesional que se le había escapado de las manos. Caso excepcional es el de Ana Belén, una gran actriz que entendió a la perfección el cine que le proponía Eloy y que entroncaba, además, con sus propias convicciones políticas.

Emma Penella y José Luis Manzano, en ‘La estanquera de Vallecas’.

¿Qué hay de autoficción en la obra de Eloy de la Iglesia? ¿Cuál de sus personajes crees que se le parece más?

Yo creo que hay mucho de Eloy en Los placeres ocultos, pero sobre todo en El diputado. Un político de izquierdas que se enamora de un joven… Yo creo que aquí hay mucho de su experiencia, aunque tampoco considero que podamos hablar de autoficción. Más bien de inquietudes compartidas con los personajes que aparecen en sus películas.

Si tuvieras que quedarte con una sola de sus películas, ¿cuál sería?

Sin duda alguna, con La criatura. Sobre todo por lo valiente que fue. Una señora, interpretada por Ana Belén, que se enamora de su perro. ¿Qué clase de magia es esa que hizo posible que esa producción se pudiera llevar a cabo? Aun a día de hoy me sorprende que una historia así pudiera ver la luz en el año ¡1977! Es fascinante. Además, esta obra creo que refleja muy bien el espíritu cinematográfico de Eloy: tiene ambición popular –al trabajar con una actriz famosa– mientras sigue trabajando temas que están en los márgenes.

¿Tienes algún nuevo proyecto en mente? ¿Piensas seguir buceando en la memoria LGTBIQA+ para rescatar figuras olvidadas?

Sí, ¿para qué salir de mi zona de confort, verdad? El 22 de mayo publico con la editorial Plaza & Janés el ensayo Rebeldes del deseo. Gays, lesbianas y bisexuales en la creación artística del siglo XX; como su propio nombre indica, es una selección de diferentes artistas que tuvieron que esconderse debido a su disidencia sexual o bien arriesgarse a sufrir las consecuencias de vivirla en libertad. Un tema que, como ya habrás comprobado, siempre me ha apasionado.

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