Elvira Mínguez: “Existe un componente de atracción en la maldad”
Una de las más enérgicas presencias del cine español, la actriz Elvira Mínguez, publica su primera novela, ‘La sombra de la tierra’ (Espasa). Esta misma semana sale a la venta este duro drama rural en la España profunda. Un ‘western’, según lo califica la propia autora, ambientado a finales del siglo XIX en un pueblo zamorano. Con dos ásperas, temibles y rencorosas protagonistas, Garibalda y Atilana. Ecos de Lorca, Delibes
Como tras leer ‘La sombra de la tierra’ ha quedado claro que no eres una narradora que se vaya por las ramas, tendré que ser yo una entrevistadora que tampoco lo haga y comenzaré por preguntarte: ¿Cuánto de biográfico o de genealógico hay en tu durísima novela?
Toda la historia son recuerdos inventados. Todo parte de un recuerdo de mi madre y unas partidas de nacimiento. Los nombres de los personajes, la relación entre ellos, sí forman parte de mi rama femenina, pero están mezclados. Nada ni nadie era así. Unos ejemplos: Atilana era el nombre de mi bisabuela, tuvo cuatro hijos, pero lo único que yo sé de ella es que se suicidó; Juventina sería una combinación de la historia de sus tres hijas, y, por supuesto, Amparo lo único que tiene de real es el nombre, el resto es pura invención.
Nada más empezar a leer, el lector se da cuenta de la potencia visual que hay en tu novela, una novela, por cierto, muy alejada de la falibilidad de una primera novela. Se nota que has estado desde el principio de la narración pendiente de administrar la estética que debe ofrecer la naturaleza de tu novela. ¿Tuviste claro enseguida que el agreste, denso y a ratos fantasmagórico paisaje debía constituir el 50% de la historia?
Muchas gracias. Absolutamente. El paisaje es un personaje más, La historia se cuenta con la vida de los cultivos, en este caso del sorgo, y de las estaciones. El tiempo vital, de los personajes, es algo transitorio, importante para ellos mismos, pero no para el paisaje en el que se mueven, permanecen anclados a esa tierra seca y dura. No podría concebir estos personajes en la costa, por ejemplo. Ambos, tierra y personajes, son el resultado de años de trabajo, equivocado y perverso, de esas tierras.
Me ha sorprendido gratamente que narras con esa contención con que un animal herido va logrando acercarse a la cuneta. Que vas narrando hacia esos límites que paradójicamente la salvarán. Porque en esta novela no queda nada por decir y sin decir. ¿Cómo conseguiste alcanzar ese equilibrio a priori tan inusual en una primera novela, escribiendo a tus personajes protagonistas o a los secundarios?
Si algo he aprendido en todos mis años en la interpretación es que quienes cuentan la historia son los personajes secundarios. Todos somos con relación a alguien, a algo, ¡o a la no relación! Nuestras propias biografías dependen de los otros. Me gusta escribir personajes, darles entidad, dotarles de cuerpo, aunque solo pasen por allí, creo que eso ayuda a ponerles cara. He escrito los personajes para que al releerlos yo misma pudiera verlos vivos, en varias dimensiones, que salieran del papel. Como si fuera un libro pop-up.
Haces hablar a los protagonistas de manera rotunda. Garibalda y Atilana son dos mujeres a las que solo separa el aliento con que las trata la suerte. Son temibles y enarbolan la bandera del rencor con la imprudencia con que un ganador agitaría una bandera blanca. Ambas guardan secretos demoledores y ambas están aplastadas por el terror a ser descubiertas y, sin embargo, se alejan constantemente del silencio. ¿No temiste en ningún momento que, al ser ambas tan lenguaraces, los secretos de tu novela quedaran al descubierto demasiado pronto?
No lo pensé. El lenguaje es muy importante para mí, las palabras guardan mucho más que su significado. Antes solo se hablaba para decir las cosas que importaban, hoy se habla por hablar. Una de las cosas que ocurren en cualquier comunidad es que se sabe todo, aunque no haya certezas; hoy utilizamos el presunto, antes se decía sin decir. En mi familia había una expresión que yo he heredado y que a algunos de mis amigos les hace gracia, se trata de “se conoce que”, es el equivalente. Si me mantenía en el “se conoce que” todos contarían sin decir demasiado hasta que ellos mismos tuvieran la certeza de que tenían que ser más claros.
Ya hemos hablado de la potencia de las protagonistas, pero me niego a pasar por alto la brillantez de los secundarios. La generosidad y la entrega de Fernando Vacas, la inagotable alegría de la Chiri, la inocencia del heroico Baldo o el profundo dolor de Bela o la mueca emponzoñada de Amparito forman una valerosa colmena emocional a la altura de novelas como ‘Los santos inocentes’. Tengo curiosidad por saber si escribiste primero la historia de Garibalda y Atilana, su historia de rencores y parecidos crónicos, o si escribiste primero las valiosas hazañas emocionales de sus secundarios. ¿O escribiste la novela tal y como aparece publicada de manera lineal?
De manera lineal. He dejado que salieran como iba necesitando hacerlo para luego modelarlos con más detalle, pero no había ninguna estructura previa.
Hace un momento he hablado de Delibes, pero en todas tus páginas deslumbra ese fogonazo que entronca a estas mujeres con las mujeres de Lorca, con las blasfemias que esconden sus pudorosos cuerpos, con ese fervor insano e incomprensible por la madre que les ha tocado en suerte, con las tragedias que provocan los consentimientos de estas. Atilana no duda en salvar a su hijo varón, aunque esa salvación construya un infierno en el que se quemará poco a poco una de sus hijas. ¿Fue algo premeditado abrigarse bajo la tutela del poeta granadino o es tan solo fruto de una hermosa causalidad?
Absolutamente casual. Obviamente reconozco el carácter de Bernarda, pero el mar de fondo era otro. Contemplo más, y me he sorprendido por ello al principio del proceso, las referencias al spaghetti western; en mi cabeza estaban las películas de Sergio Leone con las que he crecido en el cine de mi barrio en Valladolid; las leyes del honor, los duelos o el significado del paisaje en la historia.
Los diálogos entre Atilana y Garibalda son tan atroces que a ratos son arduos verdugos de cualquier atisbo de lucidez por su parte. Están tan contaminados por el odio y por la soberbia que me llevan a preguntarte si en algún momento de la escritura te arrepentiste de atreverte a empezar así tu carrera literaria. Se nota que no es solo tu imaginación la que entra en juego, que tenías muy claro que iba a verbalizar la verdad de muchas familias, de muchos pueblos, de muchos individuos. ¿Fuiste siempre firme? ¿Nunca deshiciste nada de lo escrito?
Nunca. En realidad para mí ha sido muy divertido hacerlo, reconozco que es duro, pero desde el primer momento tenía que contar que estas dos mujeres son así. Estoy un poco cansada de que estas características sólo se les atribuyan a los personajes masculinos. Las mujeres tenemos capacidad para ser unas auténticas hijas de su madre, egoístas, manipuladoras, incluso para no querer a los hijos. También es una realidad. ¿Cómo vamos a avanzar si no nos reconocemos también en lo malo? Si queremos obtener el sitio que por derecho nos corresponde, debemos hacerlo de frente, no narrarnos a nosotras mismas de escorzo, no es sano, ni tampoco productivo.
Elvira, tu novela avanza alimentada por una suculenta concatenación de escalofríos. Hay tanto dolor y desarraigo en sus páginas que a veces las reflexiones de sus protagonistas se convierten en una herida sobre el árbol genealógico de quien lee. No te has olvidado de ninguna de las caras de la violencia o del abuso. No te has olvidado del estigma que dejan los secretos en el porvenir de un ser humano. Y, sin embargo, tu novela posee una fluidez extrema; ningún hito, por muy escalofriante que sea, es capaz de detener el interés del lector. ¿Cómo lograste purgar el relato de zonas muertas y de lugares comunes hasta hacer de tu relato esa bomba precisa que el espectador no tiene miedo de manipular?
No lo sé. Creo que, en la perversión, en la maldad, en la psicopatía, existe un componente enorme de atracción. Supongo que nos sentimos reconocidos en ellas en algún punto y eso es lo que nos engancha, averiguar hasta dónde somos capaces de llegar como seres humanos. Nos sabemos capaces de lo mejor, pero también de lo peor, en ese punto encontramos lo que nos hace iguales, y al mismo tiempo nos enorgullece pensar que nosotros jamás llegaríamos a eso.
Tu novela es enérgica y brillantísima. Extraordinarias y atemporales las heridas que muestras y categóricos los personajes que las sostienen. Se nota en cada frase el duro trabajo que has hecho al atribuir las voces. Se palpa tu exactitud en la concienzuda alternancia entre protagonistas y secundarios. Antes he citado a Delibes (a esa forma idéntica en que ambos colocan la tierra bajo las uñas de sus perdedores) y a Lorca, pero también llegan reminiscencias del mejor Aldecoa. ¿Soñaste mientras la escribías con recopilar tamaños ecos entre sus párrafos? ¿Notaste, mientras contabas esta historia, que estos narradores iban guiando tus intenciones narrativas?
De verdad que no, madre mía, ¡jamás! No, como te he comentado la novela está pensada como un western en 1896, en Zamora. Lo otro son palabras mayores. Escribo porque es con lo que más disfruto, me encanta la sensación de volar entre las teclas del ordenador, dejar salir sin la menor censura todo aquello que me llega a la cabeza, escribir los personajes tal y como se van moviendo y hablando, nada más.
En tu novela narras escenas durísimas, especialmente las que tienen que ver con la muerte de algunos de sus protagonistas y, sin embargo, no presenta a la parca como una justiciera strictus sensu. Las muertes de sus protagonistas están circunscritas a un territorio que roza lo alegórico, que las acerca tanto a las tragedias shakesperianas como a las pragmáticas puestas en escena del gran Buero Vallejo. ¿Esa teatralidad que infieres a la mayoría de páginas tiene que ver con el principio de verosimilitud que necesitan todos los escritores para dar por buena su creación?
Supongo que están en mi mochila esas referencias teatrales, aunque sea de manera inconsciente. Es una forma de sumergir al lector en la historia, de acercarle más, pero insisto, no hay premeditación en ello. Responde, igual que toda la novela, a mis propias consecuencias. Soy actriz, qué más puedo decir.
El título de la novela es también toda una declaración de intenciones. Sobre él triangulan la vida, la muerte, la sospecha y todos los afluentes emocionales que este triángulo lleva implícito. ¿Tuviste claro desde el principio que sería la tierra el ancla sobre la que hacer vivir a sus personajes? ¿No te asustó depender de un páramo tan extenso y a veces tan manido para que anidara esta historia?
La sombra de la tierra es uno de los fenómenos ópticos que más me gustan. Me parecía oportuno, porque es algo que ocurre cada día dos veces, pero al que no solemos prestar atención. Tampoco lo hacemos con lo que ocurre en las casas tras esos visillos y lo que la historia narra es, por desgracia, bastante más común de lo que creemos. Está oculto en esa sombra.
Para terminar, no quiero olvidarme de darte la enhorabuena por el durísimo y portentoso tuétano con que has alimentado la narración y tampoco quiero olvidarme de mencionar a ese riquísimo y concretísimo espectro que introduces en la narración bajo el nombre de La Taya. Una observadora nata, una poderosa alcahueta de los silencios ajenos y que es, sin lugar a dudas, un poderoso arquetipo en la historia de la Literatura, y que me lleva a preguntarte si es un personaje que nació de la espontaneidad o de la necesidad de mantener a raya los secretos que mecen su novela el mayor tiempo posible.
La Taya es la muerte, sin paliativos. Por tanto, es otra consecuencia más. La historia narra las consecuencias de unos hechos anteriores. La muerte es un hecho natural, la manera en que lo hagamos será la consecuencia de lo que hayamos vivido. Por tanto, se puede morir bien o mal. No sabemos cómo será la muerte, yo me la he imaginado más como una comerciante con la que Atilana adquiere un compromiso para llegar a conseguir lo que quiere. La Taya, igual que Atilana y Garibalda, quiere lo suyo. Y manipula y elabora para, además, entretenerse con su cometido. La Taya aparece por lógica, es la madre de las consecuencias.
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