Elvira Navarro, escritora: “Ahora sólo se busca la rentabilidad”
Algunos podrán decir que es útil a nivel de ventas, pero cuando la polémica envuelve un libro solo se consigue desplazar la atención de lo que verdaderamente tiene valor, al menos para los lectores: el libro en cuanto creación literaria. Todos han tenido vela en este entierro, incluso aquellos que no habían leído el libro. Nos acercamos a ‘Los últimos días de Adelaida García Morales’ (Random House) a través de su autora, Elvira Navarro.
‘Los últimos días de Adelaida García Morales’ es una novela de ficción, pero su protagonista es alguien que, fuera del libro, no fue una ficción, sino una persona real y, por tanto, como subrayaba Erice, alguien cuya vida y cuya ausencia implica emocionalmente a terceros, sobre todo a los familiares más próximos. Por ello, la pregunta es debida: ¿Cómo se acerca un autor a alguien como Adelaida García Morales desde la ficción?
Me planteo este acercamiento a partir de la obra de García Morales. A mí no me interesan en absoluto las cuestiones personales, y siento mucho si la obra ha podido causar malestar en este sentido. Lo que me interesaba era narrar mi relación con la obra de García Morales, no con la persona. Dicho esto, al principio Los últimos días de Adelaida García Morales era un cuento, y por tanto un texto bastante más breve de lo que es ahora el texto final. Estaba dentro de un volumen de relatos que estoy ahora cerrando, y desentonaba por ser más largo (en realidad, por ser una nouvelle), y por el peso del personaje, así que decidí publicarlo como novela y, por tanto, amplié el texto escrito, no sólo añadiendo los mails que yo había recibido y en los que se me anunciaba la anécdota de García Morales en la que me inspiro, sino también con una reflexión de uno de los personajes del libro, el de la realizadora, que está intentando realizar un documental sobre la autora. Y es a través de las reflexiones de la realizadora en la que yo misma me planteo si mi acercamiento a la figura de Adelaida García Morales no debería ser biográfico, pero ahí estaría faltando a la honestidad que más me importa: la de ser fiel al vínculo con la propia escritura, con lo que a mí me interesa como escritora, que es el diálogo con sus obras y la creación a partir de ellas.
¿Las reflexiones finales son, por tanto, una reflexión sobre la idoneidad del género utilizado?
Es por lo que te he dicho antes; esto es, porque de alguna manera el libro contiene una dialéctica con los posibles tratamientos, entre ellos el biográfico, que por cierto es un género que también, y de manera involuntaria, acaba faltando a los hechos, pues los trasvases fieles de la experiencia al papel son imposibles, aun cuando se aspira a ellos.
Por tanto, ¿ante la imposibilidad de alcanzar una verdad absoluta, la ficción es lo más honesto?
La ficción es lo más honesto para la escritora que yo soy y para la relación que yo tengo con Adelaida García Morales, una relación que es entre la ficción de García Morales y yo. No habría hecho una biografía porque no me interesan las biografías ni yo tengo pluma para las biografías. El coqueteo con lo gótico que hay en el libro es la lectura que yo hago de las obras de Adelaida García Morales, que abren en no pocas ocasiones espacios fantasmagóricos donde las figuras masculinas siempre tienen algo de diabólico.
¿Hay muchas Adelaidas y todas ellas habrían podido ser la protagonista de tu novela?
Sin duda hay más Adelaidas y también Adelaidos, es decir, gente que ha tenido un momento de gloria lo suficientemente, y valga la redundancia, glorioso y que acaba fuera del sistema cultural y de la memoria colectiva. Cuando murió García Morales, los periódicos apenas se hicieron eco, y eso aun cuando había llegado a incluírsela en libros de texto para estudiar la literatura española contemporánea. Obviamente se trataba de una apuesta, pero su presencia ahí da la medida del peso que llegó a tener.
Sin embargo, tú pones el acento en el hecho de que Adelaida García Morales fuera una escritora para así discutir el canon y los autores que quedan en la memoria colectiva en tanto que canónicos.
Si hablamos del canon, creo que hay autoras, como Rosa Chacel, cuya ausencia es más clamorosa que la de Adelaida; Chacel es una magnífica escritora, una de las mejores autoras no sólo de la literatura española, sino de la literatura universal. Sus Diarios son una obra maestra que, sin embargo, no se reeditan. En este sentido, volviendo a tu pregunta, seguramente el hecho de que Chacel o Adelaida García Morales sean mujeres puede que sí influya en su no formar parte del canon y en mi libro señalo una de las razones de esta exclusión: en un momento de la novela, subrayo que en las lecturas que se hacen de García Morales se la clasifica en no pocas ocasiones como “literatura femenina” simplemente porque en sus novelas habla de las mujeres. Si hablamos de “literatura femenina”, esto es, si metemos etiquetas, por qué no usar también la de “literatura masculina”, ¿no? Obviamente eso sería un absurdo. Por otra parte, cuando se dice literatura femenina se señala una construcción cultural sobre lo femenino interesada.
Lo femenino, al fin y al cabo, puede entenderse como construcción masculina.
Efectivamente, es una construcción masculina ratificada, sin embargo, por muchas mujeres.
De hecho, no son pocas las autoras que reivindican la literatura femenina o la literatura de mujeres todavía hoy.
Yo no soy crítica literaria, no estudio toda la producción crítica ni el lugar desde donde se está reivindicando la literatura de mujeres. Dicho esto, a mí me parece que una simple reivindicación de la literatura escrita por mujeres basada únicamente en ser mujer, como si eso fuera un mérito, implica echarse piedras sobre el propio tejado. Desde cierto tipo de reivindicaciones, parece ser que el hecho de ser escritora sea de por sí un mérito, y no lo es. No se le hace ningún favor a la causa enarbolando ese argumento, puesto que no es más que una actitud condescendiente. No me parece, en fin, nada feminista esta actitud.
En este sentido, la recuperación de García Morales viene dada por su valor literario y no por su condición de mujer.
Para mí García Morales es tan importante como cualquier figura masculina, forma parte de mi educación literaria porque era una autora cuyos libros me parecieron sobresalientes o notables, no por ser mujer.
El éxito de Adelaida García Morales está muy ligado a la obra ‘El Sur’ y a la película homónima de Erice, película que, ahora mismo, parece haberse impuesto al libro.
La película salió antes que el libro y fue lo que visibilizó el libro; sin embargo, si el libro no hubiera tenido recorrido propio, si luego no se hubiera publicado El silencio de las sirenas, quizás podría decirse que el éxito de García Morales fue circunstancial. Sin embargo, ella adquiere una importancia que se desliga completamente de Erice y, de hecho, me he encontrado con lectores que conocían a Adelaida García Morales, pero desconocían que existía la película homónima El Sur. Los dos primeros libros de Adelaida son muy buenos, y es evidente que en ella había un talento literario.
Leyendo tu novela, pensaba en Ana María Matute quien, tras un tiempo desaparecida y, en parte, olvidada en el mundo de las letras, volvió a ser una autora central gracias a ‘Olvidado Rey Gudú’, novela que debe mucho al esfuerzo de Carmen Balcells por resituar a Matute en el centro de las letras.
Yo creo que es diferente el caso. Matute mantiene una calidad hasta el final, mientras que Adelaida García Morales no y, de hecho, desde el punto literario, el decaimiento de García Morales fue quizás su condena. Yo no diría que, en este aspecto, no hay una injusticia con García Morales; lo que hay es una injusticia general en no reivindicar el propio patrimonio. Por esto te mencionaba a Rosa Chacel, cuyo olvido me parece todavía más sangrante por el valor de su obra. Retornando a Matute, ella era una escritora donde había material para recuperar; sin embargo, desgraciadamente, los últimos libros de García Morales son muy endebles. Al parecer, según declaraciones que pueden encontrase en Internet, ella misma lo reconocía. Literariamente no había la posibilidad de reivindicar sus últimas obras, pero esto no justifica su olvido, porque sí hay obras de ella de alto valor literario.
La trama que urdes en tu libro, basada en unos ‘e-mails’ y en la que Adelaida García Morales pide en la Concejalía de Cultura 50 €, convertida ya en paradigma de la novela, te permite plantearte el tema acerca del papel de la cultura y su salvaguarda o protección por parte de las instituciones políticas.
Una pequeña puntualización: recibo un primer e-mail en el que se me cuenta que Adelaida García Morales se presenta en una delegación de Igualdad, y luego un segundo en el que se me dice que es una trabajadora social de esta delegación que la visita y a quien le pide los 50 euros. Cuando yo ficciono esto, se me ocurre que lo interesante es cambiar la delegación de Igualdad por una concejalía de Cultura para poder abrir así el debate en torno a la cultura y al patrimonio cultural y, además, introducir el elemento ficcional desde el inicio. Evidentemente, en ninguna consejería te pueden dar 50 euros, la anécdota ficcionalizada es simbólica respecto al contexto cultural y permite observar los dilemas que se le pueden plantear a una concejala que se encuentra frente a una figura como Adelaida García Morales, de la que conoce bastante poco, siendo, sin embargo, consciente de que le puede traer problemas si sale a la luz la situación de Adelaida, pues podría cuestionarse su labor al frente de la concejalía de Cultura. Y no me interesaba detener la reflexión en este punto, sino pintar por otra parte a una concejala que tuviera una relación compleja con la cultura, en el sentido de haberse sentido rechazada por la llamada “alta cultura” cuando intentó penetrar en un circuito de este tipo. Quería asimismo que la concejala hiciera desde ese lugar problemático para ella una lectura de El Sur de Erice.
El sentimiento de rechazo que siente la concejala tiene como origen el enfrentamiento entre una cultura de élite y una cultura colectiva o de masas.
La relación de la concejala con la cultura es la relación que puede tener cualquiera que esté fuera del circuito cultural: la del rechazo de las élites. Quería, en fin, plantear la cuestión de qué pasa cuando la cultura rechaza a aquellos que no pertenecen a su tribu.
En este sentido, en tu novela la cultura es descrita como una instancia que rechaza, que rechaza a Adelaida García Morales y a la concejala.
La cultura es retratada como aquella que, en más de una ocasión, se retira para no mezclarse con el supuesto vulgo. En este sentido, hay una responsabilidad de las estancias culturales de no usar la cultura para lo que yo creo que es su deber: abrir nuevos espacios para generar una experiencia colectiva a partir de la reflexión. Con esto no quiero decir que la cultura no deba ser compleja. Sin duda, para acercarse y entender ciertas manifestaciones culturales se debe tener una formación. El problema es que muchas veces se utiliza la cultura para adquirir prestigio. Un prestigio en el fondo un tanto escolar: el de yo soy más inteligente y listo que tú, y que aparece al principio ligado a una clase social. Esto lo analizaba muy bien Pierre Bourdieu en La distinción, donde observaba cómo la cultura se ha utilizado para diferenciar, para separar y para reforzar un estatus. Y esto sigue pasando.
Un ejemplo claro, todavía hoy, es la ópera.
El arte no es una cosa inocente ni se ha utilizado de forma inocente; al contrario, se ha utilizado para apuntalar una clase social.
Este análisis del uso “de clase” de la cultura y, a la vez, de los olvidos voluntarios de determinados nombres obliga a una crítica, que tú ya realizabas en parte en ‘La trabajadora’, a las instancias e instituciones culturales.
El problema es muy amplio. En primer lugar, es, ante todo, un problema de educación. También puede señalarse la responsabilidad de los lectores, que deberíamos ser exigentes y sin embargo consumimos lo que nos dan. Quizás si hubiera más lectores y más conciencia crítica, lo cual se consigue a través de la educación, la situación sería diferente. En este país nunca ha habido una visión colectiva de lo que supone el acceso general al conocimiento y de las puertas que este acceso abre y, por tanto, tampoco ha habido un interés por el patrimonio cultural. En Madrid se tiró la Pagoda de Miguel Fisac sin que pasara absolutamente nada; es salvaje lo que se hace en España con el patrimonio, y no sólo con la literatura; es una continua destrucción porque no hay aprecio alguno.
La constante búsqueda de la novedad.
Ya no se busca lo nuevo, ahora, se busca sacar dinero. La rentabilidad es lo que se busca.
Comentarios
Por Lpunto Garcés, el 15 octubre 2016
Tiene la cara de cemento armado. Desde luego que sólo se busca la rentabilidad, y eso Elvira lo sabe muy bien. Muchísima gente coincide con lo que dice Marsé hoy en «La Vanguardia: «la autora intenta justificar una clamorosa chapuza literaria manipulando indecentemente una realidad dolorosa».
Por Lpunto Garcés, el 15 octubre 2016
Tiene la cara de cemento armado. Desde luego que sólo se busca la rentabilidad, y eso Elvira lo sabe muy bien. Muchísima gente coincide con lo que dice Marsé hoy en “La Vanguardia: “la autora intenta justificar una clamorosa chapuza literaria manipulando indecentemente una realidad dolorosa”.
Por Félix, el 15 octubre 2016
«Ya no se busca lo nuevo, ahora, se busca sacar dinero. La rentabilidad es lo que se busca.»
Y con esta definición, Elvira Navarro describe acertadamente la motivación que le llevó a escribir su libro.
Por Gatopardo, el 15 octubre 2016
En relación al titular, «Los reconocimientos» de William Gaddis (1952). Altamente recomendado a los/as Elviras que pululan por el mundillo literario.