En la fiesta de ‘La apostasía es alegría’
El autor nos relata esta semana su incursión en la fiesta/aquelarre ‘La apostasía es alegría’, en el barrio madrileño de Lavapiés. Una reunión de librepensadores que, entre disfraces de monjas y obispos, poemas de Nicanor Parra y cerveza, celebran su renuncia, con todas las de la ley, a la fe católica.
“Padre nuestro que estás en el cielo / Lleno de toda clase de problemas / Con el ceño fruncido / Como si fueras un hombre vulgar y corriente / No pienses más en nosotros”, reza el Santo Padre. Pero este Santo Padre, aunque vaya igual vestido, de mitra y blanca sotana impoluta, ni es Santo, ni es Padre, ni es Papa. Aunque sí reparte la comunión: en este caso ataviado con una máscara de gorila y, en vez de hostias, lo que reparte son galletas y magdalenas que se les hacen muy difíciles de tragar a estos particulares feligreses de medianoche. ¡Amén!
La noche es joven este fin de semana, la luz amarillenta ilumina la animada noche de Lavapiés y nosotros, en vez de acudir al templo, hemos acudido a una cervecería del barrio llamada, precisamente, Misa de Ocho. Es una noche de recogimiento, oración y sano cachondeito. Aquí un grupo de amigos apóstatas, esos que han conseguido renunciar oficialmente a su inexistente fe católica, celebran su fiesta/aquelarre apóstata llamada La apostasía es alegría. Entre estos librepensadores hay algarabía y comedia, teatrillo, disfraces de monja, de obispo y de beata, corre la cerveza y no el vino de misa, una participante azota el suelo periódicamente con una fusta causando gran estruendo, se oyen poemas de Nicanor Parra (como el Padre nuestro antes citado) y alegres blasfemias que harían que una señora del barrio de Salamanca se rasgase el collar de perlas. Se trata de homenajear a aquellos que este año han dicho que ya está bien y se han borrado de la Iglesia Católica. Sin comerlo ni beberlo, el crucifijo se les cayó encima al nacer.
“Apostatamos porque hemos considerado que uno tiene que ser la persona que es. En algún momento nos han bautizado pero nosotros no tenemos nada que ver con el cristianismo, así que vimos la posibilidad de salir y salimos”, dice este Papa descreído llamado Hermes Ortega (aunque a mí me gusta mucho más llamarlo Hermes El Apóstata, que suena muy solemne y muy bíblico). Él y otros amigos tenían pensado apostatar hace tiempo pero para evitar procrastinar y que la cosa se alargase sine die se pusieron una fecha límite. Y con esa fecha límite llegó la primera de estas fiestas, que tuvo lugar el año pasado.
No se sabe cuánta gente apostata en España, porque la Iglesia no da datos, lo que sí sabemos es que hay diversos grupos y asociaciones (ya sean LGTB, anarquistas o provenientes de los movimientos sociales) que promueven esto de borrarse de una fe que no comparten y que la costumbre del bautizo indiscriminado extiende sin sentido. Otra cosa que sí cuenta la Conferencia Episcopal es el número de bautizados en España: 34.496.250. En realidad, si todo el mundo que ni cree ni practica apostatase quizá en la Iglesia se quedaría tan poca gente como la que acude a misa, es decir, muy poca y de mucha edad. Es cierto que el 70% de los españoles se dice católico según el CIS, pero también abunda un curioso espécimen, el “católico no practicante”, que podríamos describir como el perfecto ejemplo de la picaresca española en el campo de la religión: gente que coge lo mejor de la religión, digamos los beneficios ultraterrenos que otorga ser piadoso, pero se pasa sus deberes como buen cristiano por el forro: peca a buen ritmo y no pisa la Iglesia ni aunque le excomulguen. La confesión le suena de cuando era niño y del confesionario de Gran Hermano. Sin embargo, a nadie se le suben los colores al decirse “no practicante”, por ejemplo, delante de una cámara en una encuesta callejera. Pero ser católico no practicante es como ser uno de esos ex fumadores que en realidad lo que hacen es no comprar tabaco y fumarse los pitis de los demás.
El problema de la pérdida de la fe preocupa mucho a la Iglesia, según me confesaba el otro día el deán de una importante catedral española (sí, yo hablo con deanes), aunque ahora tengamos un Papa enrollado que atrae las simpatías de la izquierda. “Pero el problema no es que sea enrollado o no, es que es Papa. No entendemos por qué estas personas quieren arrogarse esa autoridad moral sobre los demás. Y si eligen el celibato, tampoco entendemos por qué se entrometen tanto en la sexualidad de los otros”, se queja Ortega.
Hay un mito muy extendido que dice que hacer esto de la apostasía es muy complicado: miles de gestiones y obstáculos puestos por coléricos párrocos que nos señalan con su dedo acusador y nos condenan al infierno de los herejes. Hay que decir a favor de la Iglesia que es mucho más sencillo que todo eso. “A mí, de hecho, me sorprendió la facilidad del trámite”, dice Ortega. “Me han dicho que antes era más complicado, pero ahora, supongo que por la amplia demanda, tienen incluso unos formularios que basta con rellenar. Eso sí, en algunos obispados tardan más que en otros”. Los trámites son sencillos: basta con conseguir una copia de la partida bautismal en la parroquia en la que hayas sido bautizado y acudir con ella y el DNI al obispado. Allí se rellena el formulario de marras y listo, ya no serás nunca más contado como un católico. “A veces puedes encontrar alguna reticencia en el párroco a la hora de darte el documento del bautismo, pero siempre le puedes decir que es para otra cosa, como casarte”, dice Ortega. Total, los apóstatas pueden meter estas trolas y no ir al infierno, digo yo.
Otro mito es que la Iglesia recibe subvenciones estatales en relación al número de fieles bautizados, pero no es así. Solo depende de los convenios entre Estado e Iglesia (unos 12.000 millones de euros) y de la famosa casilla en la declaración de la Renta en la que se pide que una parte de los impuestos, un 0,7%, vayan a la financiación eclesiástica. Lo hace un 30% de los contribuyentes y así se recaudan otros 250 millones. “Nosotros ni siquiera queremos que todo el mundo apostate, es una opción personal”, dice Ortega. “Como herederos de la Ilustración que somos, creemos en la libertad religiosa. Si, por ejemplo, se cerrasen las iglesias en España (o las mezquitas) encabezaríamos la manifestación de protesta”.
“Que fuera tan sencillo casi fue un chasco, porque nosotros estamos muy leídos en el tema y teníamos bastante artillería intelectual para discutir con ellos”, dice Alberto Hernández, que en esta fiesta viene vestido de obispo. Y vaya si la tiene: Alberto es un caso raro, no es creyente pero, entre otros títulos, es diplomado en Teología. Toma ya, la gente que fuma a la puerta del bar le aplaude. “Solamente me apunté a Teología por pura curiosidad intelectual. Pero, claro, en una facultad de Teología todo el mundo da por hecho que crees, así que me costó encontrar mi sitio en las pequeñas clases formadas por catequistas y novicias”, cuenta. ¿Y qué aprendiste en la facultad? “Pues que la Teología se basa en argumentos falaces”, dice Alberto. “Vamos, que es una paja mental”.
En la última parte de la fiesta, con los ánimos ya bastante desatados, se entregan los premios, los eccitos, unas simpáticas figuras que reproducen al inolvidable Ecce Homo de Borja. Se entregan a las últimas personas en haber apostatado. Uno de ellos va en silla de ruedas, pues está lesionado. “A mí desde que apostaté no me va nada bien”, se queja. “Bueno, hijo”, dice nuestro Papa, “los caminos del Señor son inescrutables”.
– Oye, ¿y si al final Dios sí existe y os manda a pudriros a todos en el infierno?
– Yo siempre digo lo que decía Bertrand Russell: si Dios finalmente existe, su misericordia será lo bastante grande para perdonar mi gran error– ríe Ortega.
Y así, los alegres apóstatas siguen haciendo su particular vía crucis lavapiesero hasta llegar a los garitos clandestinos más profundos de la noche. Como Dios manda.
Comentarios
Por Lydia., el 29 abril 2016
Enhorabuena,Sergio! Muy buen artículo y muy buena trayectoria la tuya…Un saludo!