“En una sociedad más amable no habría tantos episodios de depresión”
El catedrático de bioquímica y biología molecular Carlos López-Otín insiste en el equilibrio como clave de salud. Equilibrio y amabilidad. Hemos hablado con él a partir de su nuevo libro, ‘La levedad de las libélulas’. “Hay que evitar la toxicidad. Los pesticidas dependen de las legislaciones y de los compromisos de nuestros representantes, pero está la toxicidad humana como el odio, el acoso o el insulto, que no deben ser aceptados como patrones normales de una sociedad”. “Yo estoy convencido de que en una sociedad más amable no se generarían tantos episodios de depresión. La educación es respeto, empatía, altruismo. Por eso mi rayuela de la salud contiene componentes sociales y emocionales. Un millón de personas se suicida al año en el mundo y muchos son jóvenes; esto es insoportable”.
“Las libélulas son criaturas míticas, veloces y maravillosas, con una excepcional capacidad de observar el mundo a través de unos ojos formados por miles de estructuras hexagonales que les regalan una visión panorámica completa del entorno en el que viven. Vuelan en cualquier dirección, suben, bajan, avanzan, retroceden, giran a la derecha, a la izquierda o sobre sí mismas, y se sostienen en el éter sin aparente esfuerzo, todo lo cual da sentido a su nombre y llega a convertirlas en auténticos seres “sutiles, ingrávidos y gentiles”. La palabra libélula deriva de libella (balanza), un vocablo que expresa adecuadamente la idoneidad de estos animales para alcanzar ese equilibrio imposible que les permite flotar en el aire y nutrirse del viento”. Ante esta definición, no es de extrañar que el catedrático de bioquímica y biología molecular Carlos López-Otín haya elegido a estos animales para titular su nuevo libro: La levedad de las libélulas. Su labor científica se ha centrado en el estudio del envejecimiento, el cáncer y las enfermedades minoritarias. Su libro quiere ofrecernos claves para lograr el equilibrio físico y mental y un camino hacia la medicina de la salud.
En el libro expresa continuamente que la salud es equilibrio ¿Cómo debemos entender esta afirmación al vivir en un mundo tan desequilibrado?
La salud se define como la ausencia de la enfermedad, esa es la idea que todos tenemos. Hay dos tipos de características que influyen en la salud, unas celulares, moleculares, que es en la que fui educado y he trabajado toda mi vida, la otra el ambiente. El equilibrio sería el diálogo correcto entre estos dos mundos, el de nuestro interior, el mundo celular, y el mundo social y emocional. Esta idea la han expresado algunos pensadores, pero les faltaba preguntarse por las rutas para conseguirlo. Como diría el poeta José Ángel Valente, convertir la palabra en la materia.
Dice que la vida viene de la vida.
El congreso Solvay en 1927 reunió a los físicos y químicos más importantes del momento. Había 17 premios Nobel entre los 29 participantes. Yo lo utilizo como metáfora, porque se hizo para poner en valor todo el conocimiento del momento. El físico Erwin Schrödinger, uno de los participante del congreso, 20 años después se hizo esta pregunta: ¿Qué es la vida? Y por qué se la hizo; tal vez porque esos científicos fueron utilizados para crear las armas más destructivas de la Humanidad.
Más tarde, cuando Francis Crick, James Watson y Rosalind Franklin llegaron a la doble hélice del ADN, esta explicó las dos preguntas fundamentales: qué representa la vida, la herencia, la vida viene de la vida; la segunda, que la vida es información, una ingente masa de información biológica. Y solo necesita cuatro componentes químicos, cuatro letras o eslabones que, combinadas millones o miles de millones de veces, proporcionan los datos precisos para iniciar y desarrollar la vida.
Ha estado décadas investigando estos niveles celulares y moleculares. En estos años, ¿cuáles han sido los avances extraordinarios que se han producido en su campo?
Todos han sido avances reduccionistas; quiero decir, de los organismos a las moléculas. El primer gran concepto fue la descripción del material genético; después, descifrar el código genético, y luego combinar las moléculas con el ADN recombinante para construir proteínas con las características deseadas, enseñando a las bacterias o las levaduras a que produzcan por ejemplo la insulina.
El otro gran nivel fue el proyecto Genoma Humano para saber cómo somos. Abrió nuevos horizontes y los nuevos lenguajes biológicos. El genoma no es el único lenguaje, está el lenguaje epigenético, que nos cuenta cómo se regula, cómo se organiza, cómo se coordina todo esto. Este nos ha llevado a la identificación de muchas enfermedades y a nuevos tratamientos. Todo esto sigue siendo muy insuficiente, se lograrán más avances. De hecho, el premio Nobel de Medicina de este año ha sido para Victor Ambros y Gary Ruvkun por el microRNA de los mecanismos de regulación. Ahora se sabe que el genoma humano codifica más de mil microARN, que están demostrando su importancia fundamental para el desarrollo y el funcionamiento de los organismos.
En su libro dice que hay muchas formas de vivir, pero también muchas de enfermar y muchas de morir.
17.000 formas distintas, ya que hay más de 17.000 enfermedades registradas. Este número nos habla de la fragilidad, de la vulnerabilidad en un tiempo donde nos anuncian que vamos a ser inmortales. Muchas de ellas no tenemos manera de curarlas y otras ni siquiera las entendemos. Eso nos debería llevar al máximo respeto por la gente que trabaja en medicina y reconocer a todos los que se esfuerzan por entender estas claves. Pero además hay otros componentes de los moleculares, están los sociales; por eso el libro propone avanzar en el cuidado de la salud. La medicina de la salud.
Cuáles son esas claves incluso para aquellos que no quieren ser inmortales, pero sí llevar una vida sana. La ecuación que propone es muy larga.
Sí, claro; si no, sería banalizar la salud. Esta fórmula tiene tres términos científicos: espacio, tiempo y regulación, que significa que cada cosa ocurre en su lugar y hay barreras que no podemos romper; luego, tiempo, cada proceso biológico acontece en su tiempo biológico, ni antes ni después; y regulación para saber cómo se organizan 60 billones de células. Tenemos tantas células humanas como no humanas, unos 30 billones de células son bacterianas, parásitos, virus que forman parte de nuestra esencia y que constituyen lo que somos: holobiontes. No estamos hecho de una sola entidad. Estos 60 billones se comunican constantemente y la falta de sintonía se llama disbiosis y es la causa de muchas enfermedades.
Pero hay otros determinantes de la salud. Primero, la alimentación; dialogamos con ella tres veces al día. Debería ser natural y austera. En segundo lugar, el ejercicio moderado para huir del sedentarismo, tan habitual hoy. Luego, los ritmos del interior, la cronología interior, tenemos miles de relojes en nuestro organismo, el sueño es un gran elixir de longevidad y juventud. Pero para dormir bien hay que mantener los ritmos de reposo del cuerpo y acordarnos de apagar la luz azul. Hay que evitar la toxicidad. Los pesticidas dependen de las legislaciones y de los compromisos de nuestros representantes, pero está la toxicidad humana como el odio, el acoso o el insulto, que no deben ser aceptados como patrones normales de una sociedad.
Dice que los imperfectos sistemas moleculares han permitido el avance en la evolución.
Si no hubiese habido imperfecciones, seguiríamos siendo bacterias aburridas. Si no hubiera habido cambios, no se habría dado la evolución. Las sucesivas espirales de complejidades han permitido que nosotros estemos aquí. Además, junto con la biológica, hemos tenido una evolución cultural. Ahora sumamos las dos imperfecciones.
¿Cree que ahora es más conocido debido a la muerte y su relación con Sammy Basso?
Gracias por preguntar sobre ello. Aquí tengo un amuleto de Sammy. Él fue un niño que conocí con la enfermedad de la progeria, o envejecimiento prematuro, y en nuestro laboratorio teníamos un ratón mutante que tenía el mismo gen que estos niños, la progeria más agresiva, y este ratón sirvió para ensayar las primeras terapias. Sammy probaba todo aquello que considerábamos que podía alargarle la vida y pasó de tener una esperanza de vida de 12 años a morir con 28 años. Durante todos esos años, Sammy fue a la universidad, estudió biología molecular, fue un estudiante muy brillante y eso le permitió entrar a trabajar en nuestro laboratorio sobre su propia enfermedad. En sus últimos cinco años se convirtió en un icono.
A su funeral acudimos mas de 4.000 personas y hubo muchas sonrisas para celebrar su vida. Es un gran ejemplo de cómo hay que asumir la imperfección, y demostró que la ciencia ayuda, que ayuda la investigación para entender mecanismos del envejecimiento normal.
Sus campos fundamentales de investigación han sido el cáncer y el envejecimiento. ¿Qué les diría a todos los que nos venden la inmortalidad y los remedios de la eterna juventud?
Para mí el envejecimiento no es una enfermedad, es un proceso biológico.
En el cáncer todavía hay muchas fronteras del conocimiento, pero hoy es más fácil sobrevivir, más del 50% de los pacientes se curan de esta enfermedad. Y a todos les diría que la inmortalidad es físicamente imposible en el momento actual. Las estrategias génicas de las que se habla son irrealizables y, desde mi punto de vista, insostenibles cuando no somos capaces de aplicar esa tecnología para lo que deberíamos, que es curar enfermedades que no tienen solución hoy. Esta es la prioridad. A los que quieren ir más allá, hay que decirles que no tenemos el conocimiento, que hay limitaciones. Centrémonos en la salud y no en los impostores sueños de inmortalidad. Los robot son inmortales, se alimentan de electrones. Nosotros somos mortales, nos alimentamos de emociones.
¿Confía en la Inteligencia Artificial?
Sí, claro que confío, en nuestro laboratorio hemos utilizado IA para desarrollar algoritmos que nos han permitido descubrir la causa de enfermedades. Algoritmos muy avanzados que desarrollamos nosotros mismos. Con ellos hemos sido capaces de encontrar nuevas dianas terapéuticas para el cáncer. Pero estos tienen que ayudarnos a avanzar, no para que las decisiones las tomen otros y no nosotros. ¿Quiénes son los otros? Personas poco informadas que tienen poder y deciden lo que es así y lo que es asá. Las cuestiones fundamentales no deben ser decididas por algoritmos o robots.
Ya lo decía George Orwell, lo importante no es seguir sobreviviendo, lo importante es seguir siendo humanos. Los robots, mientras haya un enchufe, seguirán sobreviviendo y tal vez nos superen en algunas cuestiones, pero nosotros debemos seguir siendo humanos. Sigamos enseñando a las máquinas, son un avance muy importante, pero no olvidemos educar a las personas.
Hemos pasado de la melancolía a la depresión. ¿Sigue utilizando la palabra alma para abordar la salud mental?
Mil millones de seres humanos tienen algún problema emocional. Sigo utilizando la palabra alma porque para mí es difícil definir dónde está esa esencia. Parece que lo que no se ve no existe, y no es así. Alma es una palabra inventada para denominar algo que no tenía una realidad física. Para mí tiene el significado de aquello que nos importa, pero no vemos. No tiene ningún sentido transcendental ni religioso. Las emociones nos mueven en la vida, por eso utilizo la palabra y trato de dotarla de un contenido físico, con respuestas que nos ayuden a equilibrar nuestra vida.
Cuando habla de la tristeza y de la depresión, ¿opina como el neurólogo Antonio Damasio que la separación absoluta entre lo orgánico y lo psicológico fue el gran error de Descartes?
He leído mucho a Damasio y me parece admirable. Sí fue el gran error de Descartes. Pero seguimos ahí. Por ello la propuesta debe ser la educación. Es la manera de progresar. Yo estoy convencido de que en una sociedad más amable no se generarían tantos episodios de depresión. La educación es respeto, empatía, altruismo. Por eso mi rayuela de la salud contiene componentes sociales y emocionales. Un millón de personas se suicida al año en el mundo y muchos son jóvenes; esto es insoportable. Y no por las estadísticas. En el libro digo que mi profesora de Estadística es la poeta Wislawa Szymborska. Su poema Estadística es mi mejor enseñanza y empieza diciendo: “De cada cien personas, las que todo lo saben mejor: cincuenta y dos, / las inseguras de cada paso: casi todo el resto…
¡Ahora está de moda el malismo!
Esto no ayuda, el odio, la envidia, la ambición desmedida, todo ello forma parte de la existencia de los humanos, somos imperfectos y seguiremos siéndolo, pero avancemos en educación; posiblemente no viviremos más, pero sí mejor.¡
En el libro acuña una nueva palabra: trisbiosis.
Las cosas que no se nombran no existen. Disbiosis es una palabra que describe el desequilibrio que existe entre nuestro genoma bacteriano y humano que genera enfermedades. La disbiosis consiste en la ruptura del delicado equilibrio entre los miles de millones de microorganismos que conforman la microbiota humana y su relación con nuestro cuerpo. La tristeza también genera enfermedades somáticas; entonces, ¿cómo llamar a estas enfermedades?, pues trisbiosis. Yo tengo un maestro nombrador que es el poeta Fernando Beltrán y como él pone nombre a empresas, le dije que le regalaba esta palabra.
Habla de la necesidad de buscar islas de estabilidad emocional. ¿Cuál es su isla en estos momentos?
Siempre hay que tratar de encontrar lugares que te permitan tener estabilidad emocional. Yo tengo dos lugares. Durante 40 años, mi isla de estabilidad emocional fue Asturias, ahora ya no, pero la he reemplazado por Mallorca y la Fontana Médici en París, en el Jardín de Luxemburgo. En estos lugares encuentro estabilidad y esperanza.
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