La enorme fuerza de lo que creíamos frágil
Escribía Elias Canetti en ‘Masa y poder’: “Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido”. La excepcionalidad del momento histórico que atravesamos se augura imprevisible y perforado de confusión. La historia ha sufrido un cortocircuito y los motores han parado en seco. Lo único cierto es que pocos contaban con esto y que la realidad tal y como la hemos conocido hasta ahora sufrirá cambios enormemente significativos. Sabemos ahora de la fragilidad de lo que parecía intocable, pero también de la fuerza rotunda de lo que creíamos frágil. ¿Sabremos construir dignidad común y solidaridad transformativa?
Sabemos que un microorganismo ha puesto violentamente en cuestión nuestro modelo de sociedad.
Sabemos de la imposibilidad de anticipar unos contornos definitivos de esta inaudita disrupción global y cómo esa implacable ignorancia nos insta a ser resueltamente imaginativos para poder introducirnos en las líneas de fractura.
Sabemos que la totalizadora crisis del COVID-19 ha destapado la cruda realidad que el credo neoliberal lleva décadas infligiendo ferozmente dejando al descubierto un reguero de heridas sociales infectadas.
Sabemos que en estos días asistimos abrumados a la deriva previsible que supone abandonar lo común al caprichoso apetito de la privatización y cómo esa trampa consentida nos sitúa en un estado de inerme vulnerabilidad sin remisión.
Sabemos que la sociedad necesita privilegiar lo comunitario por encima de lo privado y optar por otros criterios distribuidores libres de sesgos de clases.
Sabemos que la sociedad de consumo nos estaba literalmente consumiendo.
Sabemos que estamos en el prólogo de otras formas de convivencia alternativas a las que nos habían impuesto.
Sabemos que tenemos vecinos y que no todos son ese elemento molesto que suponíamos, que podemos contar con algunas de esas personas que antes solo saludábamos con educada desidia en la fría neutralidad del rellano.
Sabemos que el tejido vecinal tiene un efecto decisivo como amortiguador de la estabilidad mental de muchas personas que pasan dificultades en diferentes contextos de confinamiento y que eso es un aprendizaje que no deberíamos olvidar en adelante.
Sabemos que hay que separar lo importante de lo anécdotico y que frente a las turbadoras trompetas del apocalipsis o el lastre redundante de mensajeros del te lo dije, se veía venir, hay que tratar de participar en la esfera pública con menos dosis de sociopatía.
Sabemos que es urgente construir otros tipos de marcos que estimulen el cambio social, esas “estructuras mentales que configuran nuestro modo de ver el mundo” de las que nos hablaba George Lakoff.
Sabemos que hay que escapar con determinación del relato individualista y salir de su cenagal solipsista para plantear qué historias políticas queremos poner en marcha.
Sabemos que el capitalismo global no estará de nuestra parte aunque se vea severamente amenazado, pero también sabemos que tal vez nos necesita más a nosotros que nosotros a él y que lo grande es enorme porque anteriormente fagocitó todo lo que por separado era muy pequeño.
Sabemos que toca activar otros modos de organización social que desafíen y subviertan aquella sedativa máxima thatcheriana del no hay alternativa.
Sabemos que saltar del tren neoliberal que nos traslada de un descarrilamiento a otro parece una opción más segura que permanecer inestables en la precaria seguridad que nos impone.
Sabemos que para neutralizar la desmovilización que instala el nihilismo posmoderno se necesita mucha fuerza argumentativa de impacto y que sin estrategias discursivas convincentes posiblemente estaremos desperdiciando un potencial colectivo enorme.
Sabemos que el espacio-tiempo ha sufrido un puñetazo sísmico, que ayer es una sustancia lejana y que el futuro se encuentra en un resbaladizo paradero desconocido.
Sabemos que nos toca contagiar de proyectos lo cercano, desafiar lo narrable, contrarrestar la desquiciada información de los telediarios, incrustar en la esfera pública otras formas de comportamiento social que reestructuren la escala de valores dominantes.
Sabemos del error fatal que implica ser cómplices silenciosos de una mercantilización salvaje de los cuidados y que ese darwinismo social deja en la estacada a los que no pueden elegir.
Sabemos de la fragilidad de lo que parecía intocable, pero también de la fuerza rotunda de lo que creíamos frágil.
¿Sabemos en definitiva construir dignidad común y solidaridad transformativa desde fuera de las estructuras de poder?
El malogrado poeta gallego Lois Pereiro nos dejó una propuesta hace ya algunos años: “Ya no vamos a ser cómplices de lo que nos indigne o avergüence. Nada es inmutable. Todo se transforma. Quien tenga tiempo, energía y desee hacer algo, que vaya proponiendo algo…”.
No hay comentarios