Entrevista con ‘El Quico’, guerrillero antifranquista, el último maquis
Hay un libro que debería leerse en los institutos para que las nuevas generaciones conocieran mejor nuestra historia contemporánea. Ese libro es ‘Memoria de la Clandestinidad. Testimonios de quienes combatieron la dictadura en los tiempos más duros del franquismo’, editado por Reino de Cordelia y escrito por la periodista Ritama Muñoz-Rojas, especializada en memoria democrática y autora de varios libros sobre el tema. ‘Memoria de la clandestinidad’ son 23 entrevistas con hombres y mujeres que no se quedaron pasivos frente a la dictadura, desde Bernardo Fuster y Pedro Caba a Félix López Rey, el hijo de Juana Doña y la hermana de Puig Antich. Todas son interesantes, pero hemos elegido una porque aborda uno de los asuntos más desconocidos y manipulados del antifranquismo: la lucha de los maquis. Os la traemos aquí hoy, víspera del 20N, día de celebración de la muerte del dictador. El protagonista, Francisco Martínez López, ‘el Quico’, único superviviente de este movimiento guerrillero, leonés de El Bierzo, de 99 años.
“Hubo en España diez mil hombres para los que la guerra no terminó en 1939 y que, desde 1936 y hasta 1952, permanecieron armados y luchando, casi siempre cuerpo a cuerpo, contra el franquismo y sus tropas. A ese grupo de combatientes, conocido como el maquis o la guerrilla, perteneció durante catorce años Francisco Martínez López, El Quico, hoy único superviviente del movimiento guerrillero, la única voz que puede hablar en primera persona de aquella lucha para la que tan importante fue el apoyo de una parte de la sociedad, aunque la Historia, la que nos ha llegado mutilada y desfigurada, se haya decantado por una versión que tiene más que ver con bandoleros decimonónicos de la serranía de Ronda que con un grupo político organizado con una base popular. Otra víctima más, el maquis, de la desmemoria impuesta por la dictadura y sus coletazos. Es lo que no se cansa de repetir El Quico en esta entrevista, hecha por teléfono, en la que este señor leonés del Bierzo, nacido en Casas Raras en 1925 desborda inteligencia, conocimiento, sentido del humor y ningún problema a la hora de hablar claramente de su experiencia en la guerrilla.
Entre los muchos datos de su biografía, decir que a Francisco Martínez, el Quico, se le condenó a muerte con 20 años, que se exilió en Francia tras catorce años de guerrilla, que formó parte del Comité Central del Partido Comunista de España, que regresó del exilio en 1977, y que ha escrito varios libros, el último, Caminos de resistencia.
¿Qué era un guerrillero?
El guerrillero es un combatiente que no tiene nada que ver con las formas clásicas del ejército, porque pertenece a una organización que es del pueblo. La lucha del movimiento guerrillero va en contra de un poder determinado, pero siempre apoyada en una estructura popular. Si se defiende una causa y no hay una sociedad que la apoye y que esté inmersa en ese proyecto, no tiene mucho sentido esa lucha. El movimiento guerrillero, el maquis de los años cuarenta en España, fue algo anclado en una sociedad, que requería recursos logísticos que dependían del trabajo de una red de apoyo del pueblo; por ejemplo, para conseguir armas, para tener casas en las que ocultarse, para obtener información o infiltrarse en los canales del propio sistema y para investigar la capacidad que ese sistema tenía para exterminarnos.
Cuéntenos algún recuerdo del guerrillero.
Una vez estuve con tres compañeros cercado catorce horas en un pueblo, rodeados por ciento y pico guardias civiles. Estábamos convencidos de que no salíamos vivos; catorce horas reflexionando sobre cómo ibas a morir. Ocupamos todo un barrio; ellos se acobardaron, pero tenían mucho material de guerra, morteros, quemaron casas. Nosotros conseguimos resistir, nos escapamos, y salimos sin un rasguño; pero entre ellos hubo algunas bajas, porque, bueno, tenías que defenderte. Más tarde se vengaron, asesinaron a los dos jóvenes de 19 y 21 que eran los de la casa en la que nos habíamos escondido. Aquello era una tragedia. Todos éramos muy jóvenes. Estaban también los veteranos, que eran los que tenían 30 años.
La guerrilla surgió antes de terminada la guerra.
Sí; desde el primer momento hubo gente clandestina en las zonas ocupadas por el franquismo. Al principio, empezó por la necesidad de huir y de defenderse; después, va surgiendo un movimiento organizado que trabaja en la clandestinidad y que, poco a poco, se va armando; y luego viene el otro periodo en el que el movimiento está muy organizado, ya de una forma mucho más amplia. Por ejemplo, en el 42, en la provincia de León se creó la primera federación de guerrillas, la Federación de Guerrillas León Galicia, en la que ya se elabora una estrategia de grupo, mejor dicho, de grupos, porque estábamos diseminados en la sociedad.
¿Cómo se pudo organizar un movimiento guerrillero en los primeros años del franquismo en los que la maquinaria de la represión era tan eficaz?
Apoyándonos en la experiencia de la clandestinidad, de los topos; poco a poco ibas adquiriendo experiencia sobre cómo burlar al enemigo, siempre con el apoyo popular. Desgraciadamente, no teníamos el apoyo de todo el mundo, pero había sectores, por ejemplo, en Galicia o en León, en los que todo un pueblo estaba de acuerdo con la guerrilla, y hasta te podías permitir hacer un congreso allí. Elaboramos una estrategia global, la estrategia principal de la lucha frontal, siempre con perspectiva política, porque la perspectiva política era fundamental y necesaria. Según esta estrategia, cada grupo tenía un espacio y todos estaban coordinados con la Federación. Pero lo importante para la organización de la guerrilla no fue tanto la lucha armada, como la red de apoyo popular.
¿Había algún partido detrás del movimiento guerrillero?
En mi zona había partidos políticos, pero locales, sin vinculación con un aparato central. Había comunistas, socialistas, anarquistas, y todo era un componente de resistencia plural. Sin embargo, en Levante el movimiento lo organizó principalmente el Partido Comunista después del fallo del Valle de Arán; la guerrilla de Levante tuvo otro origen y otros referentes, que eran el francés y el soviético. Ellos se llamaban guerrilla comunista, y yo creo que eso limitaba el campo de acción. Nosotros éramos un movimiento plural, y teníamos las puertas abiertas a todos los republicanos.
¿Cuál era el objetivo la guerrilla, del maquis?
Acabar con Franco, claro [se ríe]. Había que continuar la lucha. Más aún cuando llegó la victoria de los aliados, porque pensamos que con un boicot internacional por el carácter fascista y colaborador de Franco con Hitler y Mussolini cambiaría nuestra situación, surgiría un auge de entusiasmo y de participación popular, y las fuerzas franquistas se desmoralizarían. Y así fue, porque en el año 46 o 47, la guardia civil tenía con nosotros un comportamiento diferente al que tuvo más adelante, cuando ya estaban seguros de que Franco estaba reconocido.
¿Qué quiere decir “un comportamiento diferente”?
Si podían evitar el enfrentamiento con nosotros, lo hacían. Nos respetaban más, aunque, claro, también era por salvar el pellejo. Al fin y al cabo, no todos los guardias civiles eran unos sanguinarios, torturadores. El que estaba ahí para ganar el pan tampoco se quería destacar cuando veía el clima violento. También muchos falangistas, algunos tan activistas y tan criminales en el primer momento, trataron de borrar su pasado. Hubo varios que colaboraron con nosotros. Y también hubo guardias civiles que nos apoyaban.
¿En qué consistía ese apoyo?
Cuando estás vinculado a la sociedad, hay una cantidad de familias que tienen un familiar cura, un familiar guardia civil, un familiar que es o ha sido falangista. Para nosotros era muy importante cuidar nuestra red de apoyos, porque era el elemento fundamental de vida; parte de nuestro trabajo era buscar apoyos, gente en la sociedad que colaborara con nosotros; y así, te encontrabas de pronto con que alguien te ponía en contacto con un falangista que estaba dispuesto a ayudar. Yo estuve en contacto, por lo menos, con tres guardias civiles que eran amigos o familiares de alguien, y que nos prestaban servicios como conseguirnos armas, munición y también, muy importante, información. Y hubo cantidad de curas que colaboraron con la guerrilla en aquella zona, en León y Galicia. Yo he parado en muchas casas de curas.
Insiste usted sin parar en la importancia que tuvo el apoyo del pueblo para la organización del movimiento guerrillero, del maquis.
Eso fue fundamental. Yo tengo muchas reservas sobre cómo han tratado algunos historiadores el tema del movimiento guerrillero, porque no han entrado en estos matices que son fundamentales, y han dado una visión de la guerrilla como si hubiera sido cosa de unos cuantos que andaban sueltos por el monte, o como dos ejércitos que se encuentran, uno muy débil y otro muy fuerte, pero no era eso. El movimiento guerrillero era también la mujer de un pueblo que nos recogía en su casa y después la torturaban o la asesinaban. Incluso tratábamos de educar a los niños de las casas en las que parábamos para que también jugaran un papel de complicidad con nosotros. En una buena descripción histórica de lo que fue el movimiento guerrillero, no hubieran quedado aparcadas las mujeres como pasa tantas veces. Pero es que, además, hubo una transición política que se hizo con los torturadores del franquismo, que echó el velo sobre todo eso, organizó el silencio, y quedaron muy pocos testimonios de lo que fue todo ese movimiento. Nadie sabe ahora quiénes eran sus miembros, porque eran clandestinos y no se conocían sus nombres. Oficialmente, para el régimen éramos bandoleros, y eso deformó mucho la concepción del movimiento. Francisco Aguado, que era un guardia civil torturador, fue el primero en escribir un libro sobre los maquis [El maquis en España: su historia, 1975], justamente para contribuir a esa deformación de que en España no hubo resistencia, que eran cuatro bandoleros que estaban por ahí. Tampoco ha habido la cultura de buscar testimonios hasta hace muy poco, y ahora quedan ya muy pocos como el mío.
Háblenos del papel de las mujeres, tan ignorado.
Fue fundamental. La guerrilla sin mujeres en aquella zona [León y Galicia] era imposible. Tú parabas en las casas, y en las casas estaban casi siempre las mujeres. Ellas hacían la propaganda, la distribuían. Las mujeres en León y Galicia eran las guerrilleras del llano; y había más mujeres que hombres en la lucha contra el franquismo. Sin las mujeres, el movimiento no hubiera durado 16 o 17 años clandestino. Cuando las descubría la policía o la guardia civil, las torturaba con mucha más saña que a los hombres; no concebían que las mujeres estuvieran en temas políticos. Es un concepto muy machista y patriarcal de la sociedad.
¿Cómo entró usted en el movimiento guerrillero?
Porque yo era pueblo. Yo era niño cuando la guerra, pero ya en ese momento los niños teníamos un papel importante en las redes que ocultaban a los que estaban perseguidos por el franquismo. Desde muy jovencito yo participé en esas operaciones, y en una de ellas nos descubrió la policía; a mí amigo, que tenía 19 años, le aplicaron la ley de fugas y le pegaron un tiro. Éramos jovencísimos, pero daba igual. A mi hermano le torturaron con 16, y a muchos otros, por apoyarnos. Pero el franquismo, la policía, tampoco tenía una visión muy amplia del tema. A ellos solo les preocupaba el hecho de que hubiera gente armada, y se les escapaba el papel político de esos grupos que, aunque estaban armados para la autodefensa, también estaban organizando al pueblo, que era lo fundamental.
¿Cuándo cogió usted un fusil?
Cuando me descubrió la policía. Entonces me incorporé al grupo clandestino y tenías que ir armado.
Y se fue al monte.
¡No! Eso del monte es otra de las deformaciones. Yo no estaba en el monte; los guerrilleros estábamos en la sociedad, en las casas de la gente, del pueblo. Mi casa, la casa de mis padres, era un lugar de vivencias de la guerrilla. Y la casa de mis vecinos, también. Cuando me incorporé a la guerrilla, estuve en otras casas, en pueblos en los que nunca había estado. Cuando te convertías en clandestino, te incorporabas en un grupo, todos los grupos eran itinerantes; el mío, por ejemplo, cubría Orense, Lugo, León, algo de Zamora y llegaba hasta Portugal. Nos tocaba estar en cientos de casas.
A usted nunca le detuvieron.
No, no claro. Al que detuvieron y torturaron fue a mi hermano, con 16 años; y a mi padre, mis hermanas, a mi madre. Sabían que yo estaba en la guerrilla, y les trataban como cómplices. A mis vecinos y mis amigos, que no tenían ni idea de mi paradero, les llevaban a la cárcel y les pegaban para que respondieran a lo que no sabían. Nosotros éramos muy disciplinados. A nadie le contabas nada. En mi pueblo, por ejemplo, había diez casas en las que parábamos los guerrilleros, pero no se decía quién estaba en tal casa o en otra.
¿Cómo se financiaba la guerrilla y las redes de apoyo?
Pues la financiación, mire, echábamos multa a alguna gente que era pudiente, que era de derechas, y se les pedía que apoyaran como pudieran. Nunca a criminales, porque a esos no se les aceptaba ni siquiera para que aportaran. Ese dinero que íbamos recogiendo se daba en las casas que nos acogían, casas que eran muy pobres; el dinero era para la comida, porque el peligro no lo pagas. Recuerdo que eran 25 pesetas por persona y día.
Supongo que cuando “echaban la multa” era obligatorio pagar.
Sí, sí claro. Pero había algunos que lo hacían voluntariamente. A lo mejor les molestaba, pero preferían estar a bien con la guerrilla.
Para terminar, ¿qué hizo cuando dejó la guerrilla?
Me exilé en Francia en enero del 52. Pero desde octubre, había estado en la cárcel de la Legión Extranjera, en Marsella, porque en ese momento Francia estaba en guerra con Indochina, y querían combatientes extranjeros, porque los franceses no querían ir. Nos hicieron la vida imposible, presionando para que fuéramos a la guerra. Se hizo una campaña de solidaridad con nosotros. Y luego ya como exilado, a trabajar de lo que fuera. Me inventaron una profesión que no conocía, en la industria metalúrgica; había que ser muy audaz para aprender cualquier profesión y adaptarse a estar en el extranjero. Luego pasé a la construcción, después, pasé a la industria química, y al final terminé con un puesto permanente en el Partido Comunista de España, trabajando en los vínculos con la gente del interior. Creamos también una asociación que se llamaba Iberia Cultura. Esto era en París. Estuve muy involucrado en el movimiento asociativo, sobre todo desde la llegada de los emigrantes económicos. Cuando llegué a España me involucré en la creación de grupos de Memoria. Ahora milito en la Asociación Archivo Guerra y Exilio. Todo ello contiene mi experiencia acumulada en tantos años”.
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