Epicuro y una guía para identificar a los verdaderos amigos

Ilustración: Pixabay.
En los tiempos de incertidumbre y ansiedad que corren, conviene echar la mirada atrás y volver a los clásicos, a los filósofos de la antigua Grecia y Roma, como pautas de orientación. A filósofos como Epicuro (341 a.C. – 271 a.C.). La editorial Bauplan acaba de editar el profundo análisis –nada de libro de autoayuda– que Emily A. Austin, profesora de Filosofía en la Universidad Wake Forest (Carolina del Norte, EE UU), realiza sobre el epicureísmo y las herramientas para prepararnos para el sufrimiento, reconocer las propias limitaciones y logros, valorar la verdad, cultivar actitudes saludables hacia el dinero y el éxito, fomentar la gratitud, gestionar la confusión política y cultivar amistades sanas y duraderas, punto este último en el que nos detenemos en ‘El Asombrario’, publicando un pequeño extracto de ‘Vivir para el placer. Una guía epicúrea para la vida’.
“Epicuro parte del hecho de que todos los seres humanos tienen necesidades y la protección mutua y los valores compartidos permiten a los amigos conseguir tanto seguridad como alegría de forma equitativa.
Prestar atención a las características fundamentales de la amistad epicúrea puede ayudarnos a identificar a los buenos amigos. Utilizando los estándares epicúreos, podremos reconocer lo beneficioso y deshacernos de las relaciones nocivas, de acuerdo a las siguientes líneas:
- Si alguien nos hace sentir inseguros sobre nuestra inteligencia, gustos, situación o atractivo, debe ser descartado.
- Si alguien nos abandona o abandona a otros en momentos de crisis, no es de confianza.
- Si no nos gusta aquello en lo que nos hemos convertido en compañía de alguien, esa relación no nos beneficia.
Un amigo no nos mide con la vara de los deseos corrosivos, ni da la sensación de que nos abandonará cuando seamos un inconveniente, ni saca lo peor de nosotros mismos.
¡Tampoco debemos comportarnos así, ni provocar ese efecto sobre los demás! Fallarle a un amigo es fácil, como es fácil dejarnos llevar por frivolidades o permitir que los deseos extravagantes erosionen el valor esencial de la amistad. La solución es pedir perdón y orientar hacia el futuro los esfuerzos de mejora.
Cuando pensamos cómo invertir el tiempo, la opción por defecto deben ser los amigos. Al ofrecernos una elección entre el tiempo que pasamos con amigos y el gastado de manera intrascendente, escoged a los amigos.
En caso de emergencia, ejercitemos la gratitud. Epicuro escribe que “quien un día se olvida de lo bien que lo ha pasado se ha hecho viejo ese mismo día”. Me he percatado de una moda interesante que ha coincidido con la pandemia. Mucha gente volvió a entrar en contacto con compañeros de primaria. La gente buscaba a viejos amigos para recordar cosas. La gratitud epicúrea es mi parte favorita de esta filosofía. No cabe duda de que la ejercitamos de una manera más o menos natural cuando recordamos, aunque también podemos desarrollar grandes reservas de recuerdos placenteros si incorporamos la gratitud a nuestra vida cotidiana.
Intento centrarme en tres cosas en mi día a día:
(1) un poco de tiempo para recordar, con tanto detalle como sea capaz, una experiencia excepcionalmente placentera. Cuando tengo energía suficiente, la escribo.
(2) Intento, por lo menos cuando me acuerdo, hacer algo que merezca la pena recordar, y lo anoto. Puede ser tan sencilla, como una buena conversación o un paseo agradable en una tarde de otoño.
(3) Intento tener claro siempre que los placeres que merecen ser recordados incluyen a otras personas. Si quieres ofrecer a personas a las que quieres una alegría duradera, entrégales algo que puedan recordar.
Reconocer errores puede ser doloroso. Epicuro escribe que “en una disputa entre personas amantes de la filosofía gana más el que pierde, puesto que aprende más”. No solemos encontrar placer cuando perdemos. Para Epicuro, la única manera de ser mejores es reconocer que erramos y que, a veces, estamos completamente equivocados. Hacerlo es molesto, pero proporciona bienestar a largo plazo. Al contrario, no reconocer los propios errores tiene consecuencias a largo plazo, como infelicidad, vivir a la defensiva y, no pocas veces, la soledad.
Dicho esto, no debemos torturar a los demás ni a nosotros mismos con la verdad. Puede errarse el tiro, pero debe emplearse la crítica franca de manera juiciosa y no arriesgarse a hacer más daño que bien. Un vistazo al panorama social y político durante el tiempo que pasé pensando en el epicureísmo, me hizo ver lo malintencionado y contraproducente de nuestro diálogo público. Nada más alejado de los estándares epicúreos. La crítica franca es un paso doloroso y, no obstante, necesario para la automejora, aunque debemos proceder con cautela.
Una de las esferas donde me ha resultado difícil aplicar el epicureísmo es en el consejo político de vivir pasando desapercibido. Sinceramente, me costó comprenderlo. Incluso cuando comencé a atisbar el propósito de Epicuro, no estaba segura de si era un buen consejo. En un ambiente político de alto voltaje, la precaución parece un consejo trivial. Epicuro cree que la satisfacción del deseo de poder político normalmente requiere del tipo de maquinaciones que transforman a las personas en lacayos impúdicos, tiranos de pacotilla o tiranos de verdad. Los que se resisten a abdicar de sus valores son devorados por el sistema, a veces pagando el precio de sus vidas. Creo que es en ese sentido en el que hay que interpretar el consejo de Epicuro.
Pero ¿qué hay del genuino compromiso político contra la injusticia, por la igualdad y otros valores fundamentales? Si quedara incluido en el rechazo de Epicuro, podríamos acusarle de estrechez de miras y egoísmo. En mi lectura de Epicuro, no desanima a implicarse políticamente, aunque establece ciertos límites a las prioridades políticas. Nuestro deseo natural de serenidad requiere una comunidad unida por la confianza, que asegure la protección mutua. Nuestro objetivo político principal, por tanto, debería ser priorizar los deseos necesarios en el seno de nuestra comunidad.
La política epicúrea se centra, pues, en construir confianza en la comunidad y asegurar las necesidades de todos, y este tipo de actividad política puede ejercerla todo el mundo, electo o no. Poco de la política real, no obstante, se centra en lidiar con las necesidades o en incrementar la confianza, optando, por el contrario, por incentivar el conflicto inútil y la falsa superioridad moral, generalmente sobre cuestiones que no exigen sacrificar recursos materiales ni limitar los propios deseos por el bien de los demás. Si, como he llegado a
pensar, la política epicúrea va de cubrir necesidades sin convertirlo en espectáculo, tengo aún menos recelos del consejo sobre “pasar desapercibido”.
En un nivel más prosaico, debemos sentarnos a comer y beber juntos siempre que sea posible. Sentarse a una mesa, aunque sea una caja de cartón, y hablar. Apagar la televisión y guardar los teléfonos. Como si hay que comprar tarjetas de esas para “comenzar una conversación”… Tenemos que ganar tiempo para disfrutar de la compañía de los demás”.
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