“Esas mujeres prostitutas ejercían una cierta fascinación en mí”
Gallimard editó en 2018 ‘De la boca del caballo sale la verdad’, la primera novela de Meryem Alaoui, que retrata la sociedad marroquí de la década pasada a través de la mirada de Yemía, una prostituta de Casablanca. Cabaret Voltaire la ha publicado en español el pasado otoño: una novela que engancha y que describe la realidad del entorno a través de un diario. Hemos hablado con la autora.
Acercarse a lo prohibido y contar, casi sin documentarse, a raíz de lo que ves y oyes, a partir de ser testigo cercano. Hay primeras novelas que tienen una fuerza especial y que captan realidades ajenas con precisión, como lo hace De la boca del caballo sale la verdad. Meryem Alaoui, marroquí, hija de poeta, residió durante unos cuantos años en Estados Unidos, donde escribió ésta, su primera novela. Regresó a Casablanca antes de la pandemia. Publicada en francés –“mi idioma académico, que me conecta con la literatura”, reconoce–, traducida al inglés y ahora al español, esta novela atrapa al lector con la historia de la vida de Yemía, una prostituta de Casablanca. Nos adentramos en su día a día a través de su diario: el de los entresijos de la vida de la calle, su vida cotidiana y la de sus compañeras de trabajo, su manera de divertirse y de relacionarse, la relación familiar con su madre, su hija y su ex, y algunas sorpresas que se le presentan en la vida. Nos desvela un Marruecos reciente con toda su cruda realidad y sus historias de supervivencia, con ese mundo de mentiras entre prohibiciones, como la prostitución o el alcohol.
La novela no ha sido aún traducida al darija, al árabe marroquí, así que Alaoui no tiene información del impacto que podría tener en la sociedad de su país. Pero reconoce: “Es una novela muy próxima al marroquí, creo que la gente la encontrará simpática. Se van a encontrar con su propia vida cotidiana y con sus propias contradicciones”. Y nos cuenta: “Esas mujeres ejercían una cierta fascinación en mí, y no sé ni porqué. Paseaba a mi hija en su cochecito, cerca de esas mujeres. Escuchaba lo que se decían, escuchaba cómo hablaban. Al principio no sabía dónde llevaban a sus clientes. ¿Dónde van? Pero ¿van a algún sitio? Después las seguía para ver dónde iban, para reconstruir las historias”.
Realizó estudios en Ciencias Sociales. ¿Le proporcionaron de alguna manera un bagaje, o herramientas para analizar la sociedad?
Voy a perturbarle un poco. Porque para nada. Comencé a estudiar ADE. Y después me di cuenta que no iba a tener necesidad de ello. No necesitaba una profesión en la que tuviera que aprender cosas en la escuela como en Medicina, Notariado, Derecho o Ingeniería, donde hay una necesidad de aprender cosas para poder practicarlas. Los negocios o se saben hacer o no, después se pueden aprender técnicas, pero cuando me di cuenta que no iba a utilizar realmente en mi vida lo que aprendía en clase, elegí la solución fácil. Las ciencias sociales son algo mucho más fácil para mí. Quería tener un título de algo que me resultara interesante y fácil.
En su novela parece que hay una investigación de ese entorno, no diría que periodística, pero sí una búsqueda de ese ambiente. ¿Fue así?
Viví en ese barrio en el que trabajaba Yemía, en el que sucede la novela. Así que vi muchas prostitutas, muchos clientes y muchas historias durante siete años; fue suficiente para recoger información. Aunque no era un acto voluntario recopilar información, para mí sólo era mirar, vivir en mi ambiente. Tenía la curiosidad de saber qué sucedía, pero no sabía para nada que iba a escribir una novela. No hice entrevistas, ni nada.
La manera de elegir el estilo, ese formato de diario, ¿es una elección para conectar con el lector y acercarle una confidencia?
Es algo que vino de manera natural. No fue una elección pensada, deliberada. Ni la elección del tema, ni el estilo… En ningún momento tuve una racionalización o intelectualización de la cuestión, de manera que me dijera: voy a hacer esto o aquello. Incluso en el desarrollo de la historia no sabía hacia dónde iba. Es decir, elegí una historia, la seguí y me metí dentro, sin plantearme más preguntas. Nada de nada.
Parece que Yemía y sus compañeras se ven abocadas a un destino y no pueden hacer nada contra eso. Como Immui, la madre de Yemía, al adoptar ciertas supersticiones para que su hija cocine bien cuando sea mujer. ¿Existe una especie de predestinación en la sociedad marroquí?
El poder que tenemos sobre nuestra vida, o la convicción de que tenemos un poder sobre nuestra vida, es algo muy occidental. Es decir, culturalmente, por ejemplo en Estados Unidos, el yo, el individuo, es responsable de todo lo que le sucede, de sus éxitos, pero también es responsable de sus fracasos, de manera extremadamente marcada. En culturas como la nuestra, la marroquí, la religión va a tener un impacto, porque finalmente es Dios quien decide, pero hay algo más que la religión, los medios. En la sociedad capitalista en la que vivimos, cuanto más dinero tenemos, más control tenemos sobre nuestra vida. Cuanto menos dinero, menos poder. Si tenemos el privilegio de nacer en una clase social en la que vamos a disponer de acceso a la educación o con mayores posibilidades económicas, vas a sentir como individuo más control sobre tu vida, frente a alguien que está sacudido por la vida.
Es la importancia de la educación, de lo que te transmiten, dónde está tu lugar como hombre o como mujer. ¿Y qué impacto como persona tiene alguien como Yemía?, pues no mucho, porque ella sale de un medio bastante tradicional y conservador. Está la presencia de la religión, pero no todo el mundo es practicante. Precisamente, ella bebe. Ella lo integra con su religión, como casi todo el mundo. Los practicantes bastante rígidos son minoritarios.
La novela sucede entre 2010 y 2013. ¿Cree que en esta década ese retrato de Marruecos y de sus gentes ha cambiado de alguna manera?
Ciertamente, pero no sé decirte qué exactamente, porque volví a instalarme en Marruecos no hace mucho tiempo. Y no he tenido mucho tiempo para percibirlo. Además, estuvo la pandemia en medio, así que tampoco era el ambiente propicio para ver reacciones. Hoy en día hay una gran diferencia entre 2010, 2013 y 2022, y es que Internet está muy presente. Todo el mundo tiene smartphones, todo el mundo tiene acceso a todo. Por lo tanto, es normal que la situación haya cambiado, no sé exactamente en qué ha cambiado, pero es imposible que no haya cambiado.
Su padre es escritor. ¿Le ha marcado esa influencia familiar?
Él es poeta. No es su profesión, simplemente él escribe porque le gusta, pero sí que me ha influido tener acceso a muchas vivencias, libros. El mismo hecho de ver libros en casa, de poder coger un libro, tocarlo, leerlo; seguro que eso me ha marcado y ha propiciado mi vinculación con la literatura.
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