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El deseo y la narración, de la mano de Ángel Zapata

Por Javier Morales, el 5 de marzo de 2016, en curso

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Foto: Manuel Cuéllar.

Foto: Manuel Cuéllar.

Estamos de estreno. Abrimos un nuevo formato del blog de la Escuela de Escritores con el Mes del Escritor. Mantendremos las cuatro entradas mensuales, pero, a partir de ahora, cada mes será el de un profesor de la Escuela. Clases prácticas, entrevistas, concursos, análisis de textos… nos motivarán para seguir perfeccionando nuestras armas en el ejercicio de la escritura. Marzo es el mes de Ángel Zapata, uno de los profesores de escritura creativa más veteranos e importantes de España.

En la primera semana de cada mes, será el profesor quien imparta la lección teórica en la que hablamos de las herramientas de la escritura; a partir de ahí, se convocará nuestro Concurso Escuela de Escritores / El Asombrario. En la segunda entrega mensual, lo entrevistaremos para conocerle más a fondo y para que nos desentrañe aspectos prácticos del proceso de escritura y del oficio. Será también este profesor quien comente en la cuarta entrada el texto ganador del concurso. La tercera semana de cada mes la dedicaremos a conocer a nuestros alumnos, para que nos cuenten sus recursos y su proceso de aprendizaje. La idea es que los lectores puedan conocer de primera mano nuestros materiales y a nuestro equipo docente. En la cuarta semana se publicará el texto ganador del concurso, que será comentado por el profesor del mes.

Como queremos inaugurarlo por todo lo alto, marzo será el Mes de Ángel Zapata, profesor de la Escuela desde su fundación. Zapata es uno de los profesores de escritura creativa más importantes y veteranos de España, autor de varios libros de teoría –como La práctica del relato– que con el tiempo se han convertido en manuales de referencia, y una de las voces imprescindibles de la narrativa corta en español.

En la clase teórica nos hablará hoy del Deseo y de la narración, que servirá de punto de partida para nuestro concurso de escritura de este mes. Leed atentamente y escribid:

 

‘DESEO Y NARRACIÓN’

El arte de narrar historias es fácil en un sentido, y difícil en otro. Es difícil, puesto que la fuerza y el interés de un texto narrativo dependen en gran medida de la originalidad y la sensibilidad del autor o autora, o –lo que es lo mismo– de su capacidad para iluminar de un modo novedoso y significativo aspectos esenciales de la experiencia humana. Pero narrar historias también es fácil, puesto que una larga tradición respalda al escritor o la escritora que empieza, y les guía casi paso a paso en la tarea de encontrar, desarrollar y llevar a buen término un argumento de ficción.

En este sentido, hay un punto de partida para la invención de una historia que es posible extraer tanto de la teoría como del conjunto de la tradición literaria. Se trata de un dato tan básico, que probablemente nos ha pasado inadvertido una vez y otra en nuestra experiencia como lectores. El dato en cuestión podríamos enunciarlo así: «Una historia gira alrededor de un deseo»… O, dicho de otra manera, toda historia se organiza sobre el hecho de que hay un personaje que quiere algo.

Ulises quiere regresar a su patria después de la guerra de Troya. Don Quijote quiere resucitar la caballería andante. Madame Bovary quiere vivir una vida novelesca. El capitán Ahab quiere matar a la ballena blanca… «Los relatos del mundo son innumerables», dijo el crítico Roland Barthes. Pero a pesar de su variedad y su riqueza, todos ellos, todos los relatos del mundo, responden finalmente a una estructura elemental y básica del tipo: «A quiere X».

  1. El juego del deseo

       Alguien quiere algo.

Con sólo esta fórmula sencillísima tenemos ya, de hecho, la clave de bóveda y la columna vertebral de cualquier posible narración.

       Un sujeto desea un objeto.

Idear una historia es imaginar a un personaje atravesado por un deseo. «Quien desea convoca un destino», escribió inspiradamente el psicoanalista C. G. Jung. Quien desea pone en juego su realidad. Quien desea abre su vida a la posibilidad de una historia.

Por obvio que pueda parecer a simple vista, la experiencia enseña, en cambio, que esta dimensión del deseo es el escollo con el que tropiezan la mayor parte de los relatos de los escritores y las escritoras principiantes. Puestos a la tarea de escribir, empezamos normalmente por visualizar un personaje. Imaginamos su aspecto, su carácter, sus gustos. Hablamos quizá de alguna persona de su entorno, o de varias. Llegamos, incluso, a contar algo que le sucedió un día… Sin embargo, nada de todo ello tiene todavía la naturaleza de una historia. Y –lo que es más importante aún– nada de todo ello lleva camino de interesarle al posible lector de nuestro texto como le interesaría una verdadera historia. ¿Por qué?

Acabamos de verlo hace un momento: porque aún no hay juego. Porque en esa suma de datos no hay nada en juego. Porque ese personaje que hemos empezado a imaginar todavía no ha puesto en juego su realidad a través del deseo.

En efecto: sólo desde que alguien quiere algo, sólo desde que un sujeto desea un objeto, la narración se imanta, y se tensa visiblemente en dirección a un haz de posibilidades. Cuando A quiere X puede ocurrir:

  1. que lo consiga
  2. que no lo consiga
  3. que lo consiga en parte, y en parte no lo consiga
  4. que suceda algo imprevisto que haga que deje de importar si lo consigue o no

¿Qué ocurrirá al final? El juego está servido, qué duda cabe. Se trata, además de un juego atractivo con el que la curiosidad y el interés del lector quedan garantizados desde el principio. Y por eso son muchos los argumentos que se desarrollan sobre el paso y el deslizamiento sucesivos –por parte del protagonista– desde una posibilidad a otra.

  1. Protagonista y situación

       Una historia, pues, es la secuencia de acontecimientos que tiene lugar cuando alguien quiere algo. Todo argumento de ficción se organiza sobre lo que llamamos «el eje del deseo».

Con todo, como la vida humana no tiene el carácter de un acontecimiento aislado y solipsista, ocurre también que todo personaje que desea se ve envuelto en una mínima estructura significante, vinculada a la aventura que es desear. No se desea en el vacío. No deseamos completamente a solas. Deseamos con otros, e incluso contra el deseo de otros algunas veces; deseamos, en suma, inmersos en una situación… Y en este sentido, todos sabemos por propia experiencia que hay quien apoya y estimula nuestro deseo. Hay también quien nos ayuda en él. Hay, en ocasiones, una persona a quien querríamos dar aquello que deseamos. Y hay además –nunca faltan, de hecho– otras personas, circunstancias, sucesos, que se erigen como un obstáculo más o menos determinante entre nuestro deseo y el objeto al que se dirige.

Corresponde al crítico A. J. Greimas el mérito de haber detectado y formalizado la estructura en que se inserta el deseo del protagonista dentro de las obras de ficción. Este esquema se conoce en la teoría literaria como «el cuadro actancial de Greimas», pero la jerga teórica no debe intimidarnos demasiado. En realidad se trata de algo sencillo.

Su explicación –vamos a verlo enseguida– no presenta mayores dificultades. Alrededor del protagonista de una historia, del sujeto que desea un objeto, se disponen siempre cuatro funciones que son: el donante, el destinatario, el ayudante y el oponente.

Si Greimas quiso llamar a estas funciones «actantes» (de ahí el nombre de «cuadro actancial»), fue para que los lugares actanciales no pudieran confundirse, sin más, con personajes.

Puede suceder que cada función coincida con un personaje –y sólo con uno– dentro de una obra literaria. Pero también es posible que haya más de un personaje desempeñando una misma función; o que sea el propio protagonista el que la desempeñe, o incluso que la desempeñe un rasgo de su carácter. Y podemos encontrarnos con que un mismo personaje cambie de función, como en el caso de los aliados que se vuelven enemigos, y pasan de la función «ayudante» a la función «oponente».

El pequeño enredo, insisto, es sólo aparente. Lo vamos a comprobar al detallar a continuación cada una de las funciones.

  1. Los ‘actantes’ de la narración

       El donante. Como su nombre indica, es ese personaje (o grupo de personajes) que da algo al protagonista. Puede ser que el donante: Plantee el objeto como término del deseo del sujeto (es decir: que le dé al protagonista la misión que va a poner en movimiento la historia). Y/o que le dé igualmente al protagonista algún elemento (un arma, un talismán, etc.) que le ayude a llevar a cabo su deseo.

En El Señor de los Anillos, por ejemplo, la función del donante la inauguran Bilbo (cuando le deja en herencia su anillo a Frodo) y también Gandalf, al encargarle a Frodo su primera misión: llevar el anillo hasta Rivendel. Pero Bilbo vuelve a ser donante más tarde (cuando le da a Frodo su malla impenetrable); como lo será posteriormente Galadriel (cuando le da el pan élfico que le permitirá alimentarse de camino a Mordor).

       El destinatario. Es ese personaje (o grupo de personajes) al que el protagonista quiere dar el objeto de su deseo. Por ejemplo: en La isla del tesoro, Jim quiere conseguir la parte que le corresponde del tesoro del capitán Flint para dársela a su madre, que toma así la función del destinatario. En la novela de género policial, es frecuente que el detective quiera descubrir al personaje que ha cometido el asesinato para así satisfacer al cliente que ha contratado sus servicios, etc. Esta función del destinatario suele tener un perfil muy definido tanto en la épica como en los cuentos tradicionales. En la narrativa moderna y contemporánea, en cambio, es más común que el destinatario coincida con el propio protagonista; es decir: que el sujeto desee el objeto para “dárselo” a si mismo.

       El ayudante. Es ese personaje (o grupo de personajes) que apoya, protege y colabora con el protagonista en su empeño por conseguir el objeto. Por regla general, la función del ayudante la desempeña otro ser humano o un grupo de seres humanos (pensemos en Sancho Panza, en el Watson de Sherlock Holmes o en la Comunidad del Anillo). Sin embargo, hay otras variantes de ayudantes menos convencionales en la tradición literaria. Esta función también puede ser asumida por un ser extrahumano (Atenea protegiendo a Ulises), un animal (los compañeros de Mowgli en El libro de la selva), un objeto (la piel de zapa, que en el principio de la novela de Balzac le proporciona el éxito y la fortuna al protagonista), e incluso una parte o una cualidad del propio personaje, como las células grises de su cerebro, a las que constantemente se refiere el detective Hércules Poirot como a un elemento autónomo dentro de él mismo, y que le proporcionan la ayuda más valiosa en el curso de sus investigaciones.

El oponente. Ya por último, es ese personaje (o grupo de personajes) que hace de obstáculo al protagonista en el afán de conseguir el objeto de su deseo. Sobra señalar que la función del oponente es básica para que la situación inicial (A quiere X) pase a convertirse en una historia. En efecto: en un texto narrativo hay historia, peripecia, recorrido argumental, sólo en la medida en que algo, o alguien, obstaculiza el deseo del protagonista. El objeto deseado por él no es inmediatamente accesible porque alguna circunstancia, o algún personaje, le impiden conseguirlo.

En la conocida tragedia de Sófocles, Antígona desea enterrar a su hermano según los ritos que prescribe la tradición, pero se lo impide el tirano Creonte, que desea castigarle –incluso después de muerto– por haberse alzado contra él. En El Señor de los Anillos, como antes veíamos, Frodo Bolsón quiere destruir el anillo de poder que le ha sido confiado por Bilbo, pero Sauron y todos sus aliados se oponen encarnizadamente a su deseo. En Trópico de Capricornio, de Henry Miller, el protagonista quiere convertirse en escritor, pero este deseo choca contra lo precario de su situación social, y contra el utilitarismo y la grisura de la sociedad en la que vive. El mismo deseo mueve al protagonista de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust; pero, en este caso, lo que le impide a Marcel convertirse en escritor no es algo o alguien externos, sino una parte de sí mismo, un rasgo de su carácter: la invencible falta de voluntad, que no le permite dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios para acercarse su objetivo.

  1. El placer de contar

Con lo que llevamos visto hasta ahora, podríamos tener la impresión de que la tradición literaria ha elaborado una especie de esquema, o incluso un rígido protocolo (deseo del protagonista + esquema actancial), que el escritor o la escritora que empiezan han de seguir a pies juntillas si lo que se proponen es contar una historia. Y la impresión sería falsa, porque las cosas no son así.

No son así, ya que no se trata tanto de fórmulas o de esquemas prefijados, como de los modos de representar y dar sentido a la experiencia humana vigentes en cada cultura. En nuestro entorno cultural, comprendemos lo que nos pasa, y lo que ocurre en nuestras vidas, cuando lo elaboramos como una narración. Y en esas narraciones que hacemos sobre nosotros mismos, o sobre la realidad que nos concierne, siempre hay alguien (o algo) que nos propone un objeto de deseo y/o nos da algo para conseguirlo. Alguien para quien queremos conseguir ese objeto. Alguien (o algo) que nos ayuda. Y alguien (o algo) que se opone a que lo consigamos, y que nos convierte, así, en los protagonistas de una secuencia orientada y comprensible de acontecimientos.

Contar, narrar, es para todos nosotros una práctica usual, e incluso placentera la mayor parte de las veces. Es algo que ya hacemos de continuo en la vida común. Y, por eso, en la mayoría de los relatos que elaboramos espontáneamente se puede detectar el eje del deseo, el obstáculo al que nos enfrentamos, y el resto de los actantes que interviene en nuestra aventura. Vamos a estudiarlo, de hecho, tomando como ejemplo una narración extremadamente sencilla, cercana en su textura a la experiencia corriente y al registro de lo coloquial, que extraemos del libro Crónicas de motel, de Sam Shepard:

«Recuerdo cuando intentaba imitar la sonrisa de Burt Lancaster después de haberle visto con Gary Cooper en Veracruz. Durante muchos días estuve practicando en el patio de atrás. Serpenteando entre las tomateras. Riéndome con todos los dientes al desnudo. Riéndome de esa risa. Alzando el labio superior para descubrir los dientes. Después de practicar esa sonrisa durante unos cuantos días intenté utilizarla ante las chicas de la escuela. Ellas no parecían ni enterarse. Forcé mi imitación hasta que empezaron a producirse extrañas reacciones entre mis compañeros. Miraban fijamente mis dientes, y asomaba a sus ojos una expresión asustada. Ya no me acordaba de lo feos que eran mis dientes. De que uno de ellos lo tenía podrido, de color pardo, y montado encima del diente roto que estaba junto a él. De hecho, había llegado a estar convencido de que poseía una hilera de perfectos y perlados dientes, como los de Burt Lancaster. Como no quería asustar a nadie, dejé de reírme en cuanto me di cuenta de lo que pasaba. Sólo lo hacía cuando estaba a solas.

Después dejé de hacerlo incluso a solas.

Volví a mi cara vacía».

En su extrema sencillez, este microrrelato se organiza en sí mismo como una historia acabada y completa. Vemos en él, en efecto, un eje del deseo: el muchacho protagonista (sujeto) quiere conseguir la fascinante sonrisa de Burt Lancaster (objeto). Y alrededor de este eje, se organizan también los cuatro actantes de los que hemos estado hablando:

El donante es, en esta historia, Burt Lancaster, que plantea el objeto como término del deseo del sujeto, o lo que es lo mismo: le propone indirectamente una misión: conseguir una sonrisa como la suya.

El destinatario coincide con el propio protagonista (el muchacho desea esa sonrisa para sí mismo); aunque en cierta medida también podríamos considerar destinatarios a los compañeros de su escuela, puesto que en último término es para ellos, para conquistar su admiración, para lo que el protagonista desea el objeto.

La función del ayudante la desempeñan en este caso dos cualidades del personaje que protagoniza la historia: su audacia, que le lleva a preparar y ejecutar su pantomima delante de sus compañeros; y también su inconsciencia, que previamente le ha hecho olvidar que no tiene las cualidades necesarias para una seducción como la que pretende.

El oponente, ya por último, es también –en el texto que nos ocupa– una parte del sujeto: sus dientes dañados, que hacen imposible esa sonrisa cautivadora a la que el protagonista aspira.

Sencilla y directa, esta pequeña historia de Sam Shepard resume –y nos muestra en acción– el procedimiento de invención argumental que hemos estado exponiendo. Vemos así cómo la narración se estructura sobre un deseo. Y vemos también –y sobre todo– cómo los actantes que orbitan alrededor de este deseo del protagonista no son una sofisticación añadida desde fuera por la teoría literaria, sino los elementos dinámicos que siempre están presentes cuando se trata de convertir un discurso escrito en una narración.

Ahora te toca a ti. Concurso de escritura Escuela de Escritores / El Asombrario

Tomando como referencia más o menos próxima el relato de Sam Shepard, escribe un relato no muy extenso partiendo del núcleo dinámico que estructura y dota de impulso a todo argumento clásico:

  • Un personaje quiere algo (o quiere a alguien).
  • Hay algo (o alguien) que le impide conseguir su deseo.

Piensa en algunos puntos básicos que hemos visto en el tema: ¿Qué quiere el protagonista de tu relato? ¿Qué se lo impide? ¿Qué va a hacer para vencer o rodear el obstáculo y así realizar su deseo?

La historia, en efecto, está garantizada. Y con ella, la curiosidad y el interés del lector. Extensión: 500 palabras. Envía el texto a nuestro concurso antes del 17 de marzo. Publicaremos el texto ganador en El Asombrario y su autor podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela de Escritores, tanto presenciales como por internet.

Para enviar el texto picha aquí

Todos los cursos de la Escuela de Escritores

 

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Comentarios

Hay 3 comentarios

  • 11.03.2016
    lucinda dice:

    Qué asertivo!…, jajaja. Padezco de falta de voluntad y miedo al papel. Insólito. Saludos, y mil gracias.

  • 14.03.2016
    María Blanca dice:

    Me parece que no funciona el formulario para el envío de texto. Siempre me sale un mensaje diciendo que el envío ha fallado. Gracias.

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