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El papel de las emociones en la escritura

Por manuelcuellardelrio, el 1 de abril de 2016, en clases

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Foto: Manuel Cuéllar.

Foto: Manuel Cuéllar.

La escritora Mariana Torres (Angra dos Reis, Brasil, 1981) releva a Ángel Zapata como profesora del mes de abril del Blog de la Escuela de Escritores. En su primera entrada nos habla de los mecanismos narrativos que podemos utilizar para construir y recrear emociones en el lector. Y de qué manera, incluso, podemos utilizar nuestras propias emociones en este proceso. Como siempre, el tema del mes incluye una propuesta de escritura para participar en nuestro concurso.

Los tres elementos: la mente racional, el cuerpo y el corazón

Podemos decir que una persona es un cuerpo que se mueve, piensa y se emociona. Estas tres características, en toda su amplia gama de matices y grados, distinguen a una persona de una piedra, un animal o una planta. Siguiendo esta lógica podemos establecer que las personas nos componemos de tres elementos: el elemento físico, el elemento racional y el elemento emocional. Vamos a situar estos tres elementos —pero solo para entendernos mejor y poder hablar de ello— en el cuerpo, la mente que piensa y el corazón.

Si las personas tenemos esta composición de tres elementos, cabe suponer que los personajes literarios, que son una representación de las personas, también la tengan. En la forma o grado que queramos, incluso para escribir acerca de personajes con un cuerpo físico extrañado (como ocurre con el maravilloso Odradek, de Kafka) nos sirve nuestra propia experiencia, nuestro propio cuerpo y su relación con el mundo que lo rodea.

Pero los sentidos de los personajes no dejan de ser palabras sobre un papel, serán los sentidos que se despierten en el lector lo más vívido, y serán las experiencias que con sus propios sentidos tiene el escritor lo que ayude a tender el puente entre personaje y lector. Esto mismo puede decirse aplicado a las emociones o a los pensamientos. Veamos cómo hacerlo desde el escritor, que viene a ser el primer y el último eslabón de esta cadena.

Escribir desde el cuerpo: los sentidos y las sensaciones

El escritor no es solamente una mente racional que estructura tramas, ni tampoco solamente unas manos que escriben o solamente un corazón que sabe reconocer emociones y hacerlas surgir en otros. Es todo el conjunto, al mismo tiempo. No se trata de tomar la emoción y escribir desde ella, igual que no se trata tampoco de ignorar lo que sentimos o no sentimos en el momento de escribir, ni todo lo contrario.

En relación al cuerpo físico tenemos, como primer material de trabajo, los sentidos. Percibimos información tanto del mundo exterior como del interior. Y, aunque los sentidos que tenemos son cinco, algunos autores coinciden en destacar dos o tres de ellos porque conectan más directamente con la infancia. Según Proust es «a modo de almas» cómo continúan el olor y el tacto en nosotros para ayudarnos a recordar. Todo aquello que tocamos y olemos en nuestros años de infancia se cuela tanto en nuestros huesos que quedan pintados como una huella y son sensaciones que, de vez en cuando, salen y pintan capas vívidas en nuestras historias (a veces sin que nos demos cuenta).

Es interesante, por tanto, al escribir, darle la oportunidad al cuerpo para que se exprese, afinar el oído por si tuviera algo que decir. Porque lo cierto es que lo tenemos todo el tiempo con nosotros, y seguramente pelearse o fingir que no está no sea la mejor de las ideas. Las situaciones y experiencias de cada uno son distintas, y también las relaciones personales con el propio cuerpo. Pero igual que no es lo mismo escribir de pie que sentados, o tumbados (haced la prueba), tampoco es lo mismo escribir a mano que escribir un teclado. O escribir con música de fondo o en una cafetería atestada. Tampoco es lo mismo escribir si el cuerpo tiene dolores fortísimos, por ejemplo. Stephen King relata su experiencia después de un accidente grave que lo dejó durante meses sin movilidad. Así acaba la tarde en que, después de meses, vuelve a escribir:

«No fue una tarde de progresos milagrosos, a no ser el milagro cotidiano que entraña la tentativa de crear algo. Sólo sé que después de un tiempo empezaron a acudir más deprisa las palabras, y luego más. Seguía doliéndome la cadera, seguían doliéndome la espalda y la pierna, pero iban pareciendo dolores un poco menos inmediatos. Empezaba a estar por encima de ellos. No hubo euforia. Ese día no me vino todo rodado. A cambio, experimenté la sensación casi igual de buena de haber conseguido algo. Como mínimo seguía en la brecha. El momento que da más miedo es justo antes de empezar».

El cuerpo está con nosotros, y sea de una forma inclusiva o exclusiva, nos envía información. Por tanto siempre podemos volver al cuerpo cuando, en medio de un párrafo, nos atasquemos o perdamos. Podemos levantarnos, romper el papel en dos mitades… o probar a mirar hacia dentro. Desde luego puede ser interesante seguir investigando por ese lado. Como dice Atxaga en Obabakoak, hay que preguntarle al cuerpo si tiene frío o tiene sed. Y dejar que hable y se exprese, por partes, darle voz a esas piernas que en ese momento de la escritura tal no dejan de moverse nerviosas, o dejar que hable ese punto de tensión que surge de repente en medio de las cejas. Como dice Marguerite Duras en Escribir: «No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe». Y hay que permitir que hablen también las emociones aparejadas…, si van surgiendo.

Escribir desde la emoción

Cuando vivimos una experiencia intensa, y tenemos la costumbre de escribir, es probable que tengamos la necesidad de correr a contarla en un papel. Es igual de probable que el resultado no se corresponda exactamente con cómo lo vivimos. Para hacerlo bien de verdad, como decía el poeta William Wordsworth, debemos volver a ello posteriormente, porque «el poema nace de la emoción revivida en tranquilidad». No podremos modelar bien la arcilla si tenemos las manos manchadas de agua y barro, ni podemos describir un incendio cuando estamos en el centro mismo del fuego.

Ocurre algo parecido con el trabajo de los músicos, como explica Lawrence Parsons en una entrevista: «Si soy músico y estoy tocando un concierto, no puedo estar demasiado implicado en la música emocionalmente, porque tengo que poner los dedos en el lugar correcto». Es decir, el escritor debería tener el control de las emociones que está plasmando. La persona, muchas veces, no las controla. Y desde luego no queremos que el lector las controle. Para poder emocionar al lector con la descripción de una manzana, el escritor tiene que haber, previamente, tragado, saboreado y digerido la manzana.

Por otra parte, convendría tener en cuenta, llegados a este punto, un detalle más. Y es que, como escritores, podemos sentirnos tentados de utilizar la escritura para huir de nuestras propias emociones. Extraemos un fragmento del libro de Victoria Nelson sobre el bloqueo del escritor cuando habla de este obstáculo:

«El arte no permite que lo veamos como refugio o sucedáneo de la vida; intentar que lo sea degrada tanto a la obra como a su creador.

Pero, cuando nos hallamos en un estado de gran aflicción o depresión emocional y nuestro arte se niega a reconocernos, ¿qué habremos de hacer para mantener viva nuestra parte de escritor sin explotarla ni falsearla? En un atolladero como ése, hay quienes hallan un alivio dedicándose a la literatura expositiva o a la redacción de un diario, pues resulta imposible mantener durante tales periodos el delicado y complejo equilibrio interior que requiere la literatura imaginativa.

En estos momentos, el diario puede ser un auténtico salvavidas, como afirmaba Kafka del suyo: ‘Tengo que esperar allí, es el único lugar donde puedo hacerlo’. El acto diario de trasladar la realidad al lenguaje, en un dietario o un diario, o la modesta acción de registrar los sueños, mantiene abierta la puerta de regreso al arte».

Es decir, puede que no todos los momentos que atravesamos sean los idóneos para escribir ficción. Pero es bueno mantener los músculos de la escritura activos, para que cuando pasen esos momentos no cueste esfuerzo regresar a la tarea. Y es probable que en esta escritura de fondo se realice un trabajo de minería sin que nos demos cuenta de ello (porque no lo estamos dirigiendo o controlando).

Escribir desde la mente racional

Por último, y para cerrar esta radiografía que estamos haciendo del escritor, vamos a abordar uno de los momentos complicados del proceso creativo: la relación que tenemos con nuestra mente más racional en el momento de la escritura. Esa mente racional que, en boca del personaje, se encarga de etiquetar a la flor como «fea y maloliente» es la misma que se encarga no solo de juzgar lo que estamos escribiendo en ese momento, sino de juzgar lo que van a pensar los lectores, lo que va a pensar otro de los personajes… e incluso lo que va a pensar nuestra madre.

Todo ello es, probablemente, información de interés, y aportará, pero si permitimos que nos llegue toda esa información al mismo tiempo, no nos dejará trabajar. Un buen consejo para lograr esto consiste en escribir a toda velocidad: cuanto más rápidos seamos al escribir menos oportunidades tendrá esa mente racional para inmiscuirse.

¿Y qué podemos hacer si el consejo de la velocidad ya no nos sirve, qué será lo que esté pasando? Tal vez sea, simplemente, que nos hemos puesto muy serios, que se ha producido un cambio de actitud en la manera con la que vivimos la escritura. La solución pasa por lo que Victoria Nelson llama «devolución de los juguetes».

«No hemos de permitir a nuestro nuevo sentimiento de compromiso que cambie la naturaleza de lo que estamos haciendo ni que acelere artificialmente su crecimiento. Nuestra escritura se desarrollará con más naturalidad si resistimos de momento la tentación de imponernos la corona de escritor y continuamos considerándonos, sencillamente, como alguien que se dedica a jugar».

Es decir, tenemos que devolverle a nuestro niño escritor sus juguetes, no sirve aquello de ponerse seriamente a jugar como adultos. Lo cual no significa no tomarse el trabajo en serio, claro. Es tomarse en serio el juego, y eso pasa por respetar la primera regla: divertirse sin más objetivos que disfrutar el momento del juego. Todo es una cuestión de equilibrio. Y es que la manera más adecuada de afinar un instrumento de cuerda es dejarlo justo en el punto entre la tensión y la relajación: si la cuerda está demasiado tensa se romperá, y si está demasiado floja, no sonará. Con el instrumento afinado se puede, en cambio deleitar al público —y a nosotros mismos—, con cualquier melodía.

Ahora te toca a ti. Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario

El protagonista del texto que vamos a escribir es un niño o una niña. Encuentra algo que se puede comer (unas fresas en el campo, una barra de chocolate en la nevera…). Es algo que le gusta muchísimo, que le suele sentar bien, pero que casi nunca tiene la ocasión de comer. En el texto tenemos que describir ese encuentro con todos los sentidos: tacto, olfato, vista… y hasta oído, si puede ser (si no en relación con el objeto, sí con el lugar físico en el que está el niño). Y también el sabor, por supuesto. Todo va bien, el personaje está feliz y contento con su tesoro, hasta que (por la razón que sea, no es necesario explicarlo) la situación da la vuelta y eso que se ha comido empieza a sentarle mal. Es decir, la emoción que le provoca es la contraria a la que esperaba, y a la que suele ser habitual. Esa situación incómoda la resuelve con una acción, algo que nunca antes había hecho, y eso produce un cambio importante en el personaje, algo aprende de todo ello. Extensión: 500 palabras. Envía el texto a nuestro concurso antes del 21 de abril. Publicaremos el texto ganador en El Asombrario y su autor podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela de Escritores, tanto presenciales como por Internet.

Para enviar el texto pincha aquí:

Todos los cursos de la Escuela de Escritores

AMPLIADO EL PLAZO DE ENTREGA DEL 14 AL 21 DE ABRIL

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Comentarios

Hay 2 comentarios

  • 20.04.2016
    Dominique Vernay Juillet dice:

    Ayer me di cuenta de que habíais ampliado el plazo de entrega y pude rectificar el texto que os había mandado a toda prisa unas horas antes de que venciera el primer plazo. Os lo mando pues rectificado, pero es el mismo texto.
    Atentamente,
    Dominique

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