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‘La Jurado’, mejor monólogo interior

Por manuelcuellardelrio, el 3 de enero de 2017, en concurso

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Foto: PIxabay

Néstor Sosa Canosa, con su relato ‘La Jurado’, ha sido el ganador del Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario en diciembre. La propuesta de escritura pedía un monólogo interior. La escritora y profesora del mes, Lara Moreno, señala en su comentario las razones por las que se ha elegido este texto: “Conserva el tono de principio a fin, un tono relajado pero incisivo, levemente sarcástico y levemente humorístico, que presenta a un personaje en una faceta de su vida muy concreta y de algún modo se ríe de ese personaje, mostrado con una suave soberbia, y al hacerlo está cerrando otro círculo concéntrico más”.

La Jurado

Este monólogo tampoco está mal, no señor. Nada mal. Está difícil la selección. Mucha gente que escribe muy bien. Algo se estará haciendo bien en la escuela. Habrá que empezar a descartar por cuestiones menores, los que tienen errores de ortografía, los que repiten la misma palabra en frases contiguas —¡aprendan a buscar sinónimos, holgazanes!—, a ese que puso “dientes de perla” y al de “me oprime el corazón”, también fuera. Igual me quedan un montón, no voy a terminar más. Menos mal que el tiempo está horrible y acá adentro calentita se está bien, con mi taza de menta poleo. Aunque todavía me queda alguna compra de Navidad. ¿A qué hora habría que empezar a preparar la cena? No, todavía tengo una hora. A ver si termino con esto de una buena vez. Bueno, vamos a ver: el tema. Los trillados afuera. Esas largas introspecciones monótonas y melodramáticas, ¡out!, antes que me lleven al suicidio por aburrimiento, ¿o no saben que el instinto de conservación es uno de los más fuertes en los seres vivos? Placer culposo, pero placer al fin, es encontrar una buena razón para acortar la lista. El texto ganador tiene que ser algo distinto, alguien que haya sabido meterse en la piel de su monologuista, interpretarlo y expresarlo. Este empieza bien: un perseguido político en Cuba, los asesinos lo van a alcanzar, entra al teatro. Un momento, “El taquillero estaba sentado detrás de las rejas, como los monos”. Esto me suena: la sala de conciertos, la Heroica de Beethoven… ¡Esto es de Carpentier! El Acoso. Un monólogo interior excelente. ¡Brillante elección, caballero, pero buscamos algo original! Esto se va para la papelera de reciclaje. ¿Lo habrá hecho adrede o tenía un vago recuerdo de hace muchos años y se creyó que construía un relato propio desde cero? A ver si algún otro me quiere colar un plagio. No se puede conocer toda la literatura del mundo. Bueno, no tengo que verificar todos los relatos, con verificar bien el ganador me alcanza. ¿Y esto? “Homenaje a Alejo Carpentier, El Acoso”. ¡Co-ño! Esta notita al pie lo cambia todo. Lógico, un homenaje a uno de los mejores monólogos en español. Pero, mirándolo bien, es más un resumen que una creación “inspirada en”. No me vale. Fuera. A ver que me va quedando: el duelista, el que no se le abre el paracaídas, la que se muere de ganas de follar, todas buenas. Pero con la que más me sentí identificada es con este que empieza “Este monólogo tampoco está mal, no señor…”.

Comentario de Lara Moreno, profesora del mes

Reconozco que es algo curioso que haya seleccionado este relato entre todos los demás, por varias cosas: me río mucho en mi vida pero soy bastante seria leyendo (incluso un poco antipática) y también suelen chirriarme las referencias literarias (aunque por supuesto yo las uso al escribir); acabo poniéndole pegas a la metaliteratura (pegas sin sentido, la mayoría de las veces). Y, sin embargo, en este concurso me quedo con este monólogo, con este micro. Por diferentes razones, y no en orden de importancia: por su factura técnica, que es bastante buena, en lo referente a la ortografía y la puntuación (aunque alguna cosa hay, como ese “A ver que me va quedando” donde falta una tilde), por un lado, y en lo referente a la ordenación de frases y a la redacción, por otro. Por su ligereza, por su ritmo: se lee de un salto, de pequeños saltos, de forma inevitable se bebe (esto es decisivo para cualquier texto pero esencial para los monólogos). Por su seriedad interna, porque ha construido un pequeño universo que se abre al inicio y se cierra al final, en un círculo, donde pocos flecos quedan (apenas se hace referencia a nada más allá, a la cena de Navidad de la jurado, como mucho). Porque conserva el tono, de principio a fin, un tono relajado pero incisivo, levemente sarcástico, y levemente humorístico, que presenta a un personaje en una faceta de su vida muy concreta y de algún modo se ríe de ese personaje, mostrado con una suave soberbia, y al hacerlo está cerrando otro círculo concéntrico más, presentando a la vez un mínimo viaje en ese personaje, una mínima acción con movimiento (de la indignación a la propia autocrítica, del juicio a la confirmación).

Porque hace un homenaje dentro de un homenaje, porque utiliza a un tercero que homenajea para a la vez convertir este pequeño texto en un pequeño homenaje. Porque en este minúsculo universo trazado hay una estructura sólida, donde el autor o la autora ha elegido un planteamiento, un nudo y un desenlace que aparecen marcados sin fisura, con un broche de última frase que cierra el espejo dentro del espejo remitiendo al principio. Porque me ha arrancado una sonrisa, y cuando un texto al acabar arranca una sonrisa es que algo está bien hecho.

Pero también he echado de menos algunos asuntos, para mi gusto muy inherentes al monólogo interior: en este texto hay un control mental que resulta un poco rígido para ser un monólogo, creo que el monólogo potente debe estremecerse de alguna manera, llevar más lejos, tambalearse, ya que la mente, a pesar de ser una potente organizadora, es también un caudal sin control, y aquí no hay descontrol. A la vez, algo que es un valor en este micro es también una falta: no hay flecos sin cerrar, es decir, ha elegido un tema y lo ha llevado al final sin desviarse, pero creo que habría sido un texto de mucho más peso si nos hubiera mostrado algún abismo, por pequeño que fuera, del propio personaje (alguna faceta de su vida personal sin resolver, algún misterio, incluso dentro del círculo presentado, que nos asomara a un tema paralelo que abriera una pregunta, sin responder, qué decisivas son las preguntas en la literatura, alguna incomodidad). Y, por último, habría sido muy de agradecer una ruptura en la narración, tanto en el contenido como en la forma, ya que el monólogo es un torrente lleno de rupturas. No se rompe ninguna regla, no se desbarata nada (incluso las muy bien utilizadas comillas podrían haberse evitado, por ejemplo, para dar más sensación de ligereza, de pensamiento, de mezcla, y que el pulso mismo del relato llevara al lector a adivinar dónde está la cita y dónde lo narrado). Yo lo agitaría un poco más, lo sacudiría, para preñarlo un poco más de vida, de locura. Pero esto es un concurso y es un juego, y este texto concursa y juega, juega desde fuera y desde dentro, y, como he dicho antes, arranca una sonrisa y está bien escrito, y eso es válido, valioso y necesario. Jugar y sonreír.

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La primera semana de cada mes, un profesor de la Escuela de Escritura nos trae una propuesta de ejercicio a partir de la lección de ese mes. Podéis enviar vuestros textos y ganar un mes gratis en cualquiera de los cursos que se imparten en la Escuela, tanto presenciales como por Internet. El relato ganador se pública en El Asombrario con un comentario detallado por parte del profesor.

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