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Relato ganador de septiembre: La muerte de una abuela

Por manuelcuellardelrio, el 29 de septiembre de 2016, en concurso

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Foto: Pixabay.

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La escritora Dominique Vernay Juillet ha sido la ganadora del Concurso Escuela de Escritores / El Asombrario en septiembre con su relato ‘La tabla de multiplicar’. El profesor del mes, Juan Carlos Márquez, destaca los hallazgos de este relato en el que se cuenta la muerte de una anciana vista por los ojos de una niña. Márquez analiza el texto en estas páginas, en las que se publica también el relato. Tal y como establecen las bases, la ganadora podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela de Escritores.

La tabla de multiplicar

“Cuatro por uno cuatro.

Cuatro por dos ocho.

—Mamá, la abuela está dormida, pero se ha olvidado de cerrar los ojos.

Mi madre estaba trajinando en la cocina y desde allí me contestó que no dijera tonterías y terminase de hacer los deberes.

Antes de seguir con la tabla del cuatro, que la profe nos había mandado copiar cinco veces, me acerqué a la butaca de la abuela para preguntarle al oído si estaba dormida.

No me contestó, pero ya estaba acostumbrada a sus silencios.

—¿Qué le pasa a la abuela? —había preguntado cuando, hace un año, se había venido a vivir con nosotros.

—Mira, es como si en su cabeza se hubiese producido un cortocircuito, como cuando durante una tormenta se va la luz y que hay que andar con velas por casa; no puede entender lo que le dices pero te quiere mucho y tú, por favor, cuida de ella como ella te cuidó a ti de bebé.

Volví a sentarme a la mesa, de frente a la abuela; tenía la cabeza ligeramente ladeada hacia mí y seguía mirándome, como cuando te aburres mucho pero tienes que portarte bien.

Cuatro por tres doce.

Cuatro por cuatro dieciséis.

No, no me gustaba que me mirase así, y de nuevo dejé mi tarea para acercarme a ella y tocarle una mano, luego, pellizcársela muy despacio; la piel de la abuela era como la masa de las empanadas, tan fina que si no tenías cuidado se rompería y se podría salir el relleno. Bueno, ya sé que las manos de la gente no están rellenas de atún y tomate, pero las cabezas sí que están llenas de cosas; antes del cortocircuito, la abuela decía a menudo que no le cabía en la cabeza que yo tuviera tantos juguetes, que mamá comprase sopas de sobre… Seguro que por eso le pasó lo que le pasó.

Cuatro por cinco veinte.

Siempre me atascaba en el cuatro por seis y, al ir a buscar la respuesta en el vuelo de una mosca, me encontré de nuevo con los ojos de la abuela.

—¿Por qué mueve las manos así? —había preguntado una tarde, al verla hacer como si secara unos cacharros invisibles.

—Porque está en su mundo de antes, no te preocupes. Ahora le voy a dar la cena, su medicación y a la cama.

Pero aquel día no eran más de las once de la mañana, y a la abuela no le tocaba cenar ni tomar ninguna pastilla ni dormir, y no podía dejarla así, sin parpadear en el mundo que fuera; yo, en mi cole, siempre perdía cuando jugábamos a no parpadear, a no reírnos o a no contestar ni sí ni no.

Entonces me acerqué a ella, y con el índice de mi mano derecha le cerré el párpado izquierdo, y con el índice de mi mano izquierda le cerré el derecho”.

Comentario del profesor, Juan Carlos Márquez

La tabla de multiplicar es un breve relato sobre la muerte vista a través de la mirada de una niña pequeña, de unos seis u ocho años. La muerte no tiene el mismo impacto en los niños que en los adultos, quizá porque los niños no están familiarizados con ella o no tienen tan presente lo que implica morirse. Por eso encaja muy bien la naturalidad con que la niña actúa y su manera infantil de dudar de los hechos físicos y cotejarlos con su mundo y sus experiencias de niña. Estamos ante un relato que ha sabido dar con la voz y el tono adecuados, sin elementos grotescos, e incluso con algún episodio de fino humor, como ese en que la niña interpreta literalmente que a la abuela no le caben esas cosas en la cabeza. Se trata, no hay que olvidarlo, de la muerte de una anciana enferma, con demencia senil, lo que atempera el impacto y el dramatismo de la muerte de una abuela con quien la niña ha convivido una vez llegó la enfermedad y a quien, tal vez, apenas recuerde en plenitud de facultades.

Me parece un acierto el ritornello (aunque no es exactamente una repetición) de la tabla de multiplicar, porque mediante la cantinela nos sitúa a los lectores en la infancia y da el contrapunto y la pausa necesaria entre esos mundos adulto e infantil por una parte, contrapunto que incluso se manifiesta en la posición espacial de la niña, sentada a la mesa, y la de la abuela, en su butaca. Por otra, porque simbólicamente el hecho de multiplicar significa crear vida, ir a más (incluso la niña debe copiar cinco veces lo que ya se multiplica), mientras que morirse es el colmo de venirse a menos.

Es evidente que el autor del relato sabe manejar los diálogos. Hay un detalle muy significativo en el comienzo del relato en este sentido. La niña se dirige a la madre en estilo directo (—Mamá, la abuela está dormida, pero se ha olvidado de cerrar los ojos) y la respuesta de la madre ha sido escrita en estilo indirecto libre (Mi madre estaba trajinando en la cocina y desde allí me contestó que no dijera tonterías y terminase de hacer los deberes). Es una solución natural de diálogo que lo fundamental, ese cierre de ojos de la abuela determinante en la historia, llegue al lector en un primer plano, con su máxima trascendencia, mientras que la respuesta de la madre, un personaje secundario, permanezca en un plano inferior con una afirmación más rutinaria, de madre ejerciendo de madre.

La muerte está representada en el relato de una manera física, sin agentes emocionales explícitos, de manera que todo lo que es la abuela, todo lo que somos todos, queda reducido a unos ojos que están abiertos contra natura, a unas manos que la niña pellizca, a una cabeza ladeada, a una boca que se acerca a un oído, unas manos que se mueven, los párpados: la vista, la voz, la palabra, los gestos, donde se contienen, paradójicamente, todas las emociones de ser humano. La gestualidad es certera, muy bien urdida, y funciona como resonante simbólico de la muerte, maravillosamente anticipada por ese comentario de la madre (como cuando durante una tormenta se va la luz y que hay que andar con velas por la casa).

El final es un hallazgo. Se produce el relevo, la vida frente a la muerte. La niña cierra los ojos de la abuela, con minuciosidad, primero uno, después el otro, pero también con complicidad e inocencia, y quizá, quién sabe, algo parecido a eso que se oculta tras la palabra «cariño».

Todos los cursos de la Escuela de Escritores.

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Comentarios

Hay 5 comentarios

  • 29.09.2016
    Dominique dice:

    Gracias por este premio… y si pudiera enmarcar el comentario lo haría ????

  • 29.09.2016
    Asun Gárate Iguarán dice:

    Quería preguntar si este relato es el ganador del mes de agosto o del mes de septiembre. Lo pregunto porque el plazo para enviar un relato con la propuesta de septiembre finalizaba el 29 de septiembre a las 10.00 horas, según el formulario de envío. Y por lo que veo, este relato ha sido publicado como ganador a las 9.45 horas del 29 de septiembre. ¿Puede ser un relato enviado durante el mes de agosto, para aquella propuesta, pero que se anuncia ahora? Es que si no es así, no se ha respetado el plazo de envío.
    Muchas gracias, un saludo.

  • 01.10.2016
    Susana Bravo dice:

    Hermoso relato.
    Me transportó a mi niñez cuando murió mi amada abuela y lo que pasará cuando lleguei hora.

  • 01.10.2016
    L.P dice:

    La voz del narrador infantil y inocente hace que al algo tan tremendo sea como un juego, muy bueno.
    Gracias por el comentario Javier Morales.

  • 07.10.2016
    Charo Bernal dice:

    Extraordinario. ¡Enhorabuena! Me encantó la voz de la niña porque le confiere un tono que desdramatiza el tema.

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