‘Españolas, Franco ha muerto’, ¿fue justa la Transición con las mujeres?
Dirigida por Verónica Forqué, ‘Españolas, Franco ha muerto’ -en cartel hasta el próximo domingo en el Teatro Español- nos muestra el papel de la mujer en la etapa de la Transición española, sus luchas y sus conquistas. Un viaje a través del tiempo que nos lleva desde la despenalización del adulterio hasta los consejos del consultorio radiofónico de Elena Francis. Una mirada al pasado para poder descubrir la historia silenciada de las mujeres.
El 20 de noviembre de 1975, España se liberaba de 40 años de dictadura. Entre lágrimas y con voz entrecortada, Arias Navarro anunciaba la muerte del dictador a millones de españoles pegados a la televisión. Los nuevos aires de libertad inundaron el país; la democracia asomaba la cabeza y con ella la ley de Amnistía. Los presos políticos podrían salir de las cárceles y a los exiliados se les abría la puerta para que regresaran. La tintas de las plumas de los tribunales se secaban; ya no se firmarían más sentencias de muerte. Las chaquetas de pana se pasearían por el Congreso de Diputados. La cultura viviría una época de esplendor con la llegada de una ola de nuevos creadores sedientos de transgredir formas y narrativas. Llegaría una España sin águilas imperiales ni manos cara al sol. Llegaría, en definitiva, la Transición, una transición hacia una nueva España más libre y justa…, pero ¿para todos por igual? ¿Y las mujeres? ¿Fue la transición justa con las mujeres?
Dicha pregunta se lanza al aire en la obra Españolas, Franco ha muerto, un alegato sobre la historia de la otra mitad de la población, las mujeres, silenciadas durante el franquismo. Ellas, las más sufridas de aquella España sombría, tendrían que hacer su propia transición. Como apuntan Ruth Sánchez y Jessica Belda, las autoras de la obra, “la invisibilización siguió más allá de la dictadura haciéndonos creer que ya estábamos completamente incluidas. La realidad es que en casi ningún libro sobre la Transición se dedica más de unas líneas a hablar de nuestra luchas, derechos, conquistas y fracasos”.
Mientras las cárceles se vaciaban de presos rojos, hombres, por la Ley de Amnistía, las prisioneras por adulterio, las que se habían sometido a un aborto, las vendedoras de anticonceptivos seguirían entre rejas. “Delitos de las mujeres” los llamaban. “Paciencia” les pidieron. “Es el tiempo de la democracia, no del feminismo”. La Constitución de 1978 no fue redactada en femenino. Para ellas, la democracia no fue suficiente.
Presas por ‘delitos específicos para las mujeres’
En enero de 1978, una diputada del grupo comunista pidió en las Cortes la amnistía para las mujeres que se encontraban en las cárceles por haber cometido los llamados “delitos específicos para las mujeres”. Una petición que fue denegada a través de un discurso incongruente pronunciado por el entonces Ministro de Justicia Landelino Lavilla: “Lo que el Gobierno no entiende es cómo fundándose en un principio de discriminación se defiende una amnistía respecto de unos determinados delitos que se han calificado como delitos de la mujer, tratando de superar la discriminación con una nueva discriminación. Una nueva discriminación porque también el hombre está discriminado en el Código Penal en el sentido de que existen figuras delictivas que, por su propia naturaleza, sólo por el hombre pueden ser cometidos”. Es decir, lo que el ministro Lavilla vino a decir es que amnistiar a las mujeres por delitos que solo pueden ser cometidos por mujeres era una forma de discriminar a los hombres, ya que estos no pueden cometer dichos delitos y, por tanto, no pueden ser amnistiados.
Las propuestas políticas de igualdad de género quedaban diluidas y eran tratadas como un asunto menor; sin embargo, la lucha en las calles adquirió notoriedad. La llama del movimiento feminista, apagada durante la penumbra del franquismo, volvió a prenderse con más fuerza que nunca con el fin de hacer entender a los nuevos gobernantes que, en esta etapa de cambio, la paridad debía ser un tema de primer orden acorde a una sociedad democrática como aspiraba a convertirse la española. Sus peticiones fueron claras: derecho de la mujer a la libertad de su propio cuerpo, igualdad salarial, mismas oportunidades para el acceso a la vida laboral… Demandas que quedaron “resueltas” en el artículo 14 de la Constitución: “Los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación por razón de nacimiento, raza o sexo”. Pero ese decreto no bastaba para erradicar 40 años de régimen machista.
Adulterio y amancebamiento: cómo devolverles la castidad
Tampoco fue suficiente que, tres años después de la muerte del dictador, en los llamados Pactos de la Moncloa, se reformase el Código Penal y se despenalizasen los delitos por adulterio y amancebamiento -delitos que habían sido instaurados por Franco poco después de ganar la Guerra Civil y que no existían en la Segunda República-. Y es que, al mismo tiempo que se firmaba esa reforma, miles de mujeres continuarían encerradas para cumplir condenas de hasta seis años por el hecho de haber sido infieles a sus maridos, siendo internadas en cárceles exclusivas para mujeres, donde eran reeducadas bajo la doctrina puritana de la Iglesia para así “devolverles la castidad perdida”.
Aborto: el embarazo es rarísimo en las violaciones
Durante aquellos años de apertura y consagración democrática también se debatió si el aborto debía seguir siendo penado. Las defensoras del derecho a decidir expusieron que, en casos extremos como violaciones, la madre tendría que poder tomar la decisión sin por ello ser castigada. Pero la réplica por parte de algunos miembros de la Cámara Alta -recogida en el diario de sesiones del Senado el 30 de noviembre de 1983- fue tajante, basando su negativa en la teoría de que “el feto no es una prolongación de la madre, sino un nuevo ser”.
Siguiendo esa línea, el diputado de Alianza Popular Félix López Hueso explicó: “Los numerosos estudios médico-legales realizados sobre las violaciones conocidas concluyen en que el embarazo es rarísimo, por no decir imposible, en casos de violación”. Y argumentaba: “La violación es un acto agresivo que hace infrecuente el orgasmo en el violador, ya que hay una escasa penetración vaginal debido a la fuerte contracción que la mujer realiza de los músculos abductores y elevadores. Por tanto, no suele haber la necesaria impregnación”. Finalmente, acogiéndose al artículo 15 de la Constitución -referido a la abolición de la pena de muerte y defendiendo la teoría de que el aborto era una manera de asesinato-, el Senado rechazó la petición. El machismo estaba integrado en las instituciones; y la sociedad española, presumiblemente moderna en ciertos estratos, seguía dominada por el patriarcado.
‘Querida, hazle grato el hogar a tu marido’
Una muestra del pensamiento retrógrado de aquellos años es la aceptación por la inmensa mayoría del pueblo español del Consultorio de Elena Francis, un programa de radio dirigido mayoritariamente al público femenino en el cual muchas mujeres llamaban para pedir consejo matrimonial y sentimental. “Procure hacer lo más grato posible su hogar, no ponga mala cara cuando él llegue casa”, son algunas de las contestaciones que recibían por parte del personaje de Elena Francis. En otras ocasiones, cuando la radioyente, a través de carta, denunciaba implícitamente que su marido la maltrataba o había sido víctima de una violación, recibía respuestas como: “A este mundo se ha venido a sufrir”. Años más tarde se descubriría que Elena Francis era un personaje de ficción cuyas respuestas eran redactadas por el periodista Juan Soto Viñolo.
Dicho consultorio, que se estuvo emitiendo por radio desde 1947 hasta 1984, servía como aparato aleccionador del franquismo. Su propósito era el de mantener el ideal femenino, el de la mujer sumisa, hija, esposa o madre, condenadas a la domesticidad, relegadas al ámbito privado del hogar y la familia; sin aspiraciones profesionales, excluidas de la vida pública. El nacionalcatolicismo mató en vida a muchas mujeres, las cuales fueron perseguidas y oprimidas doblemente: por ideología y por género. Tanto es así que, como luego se ha sabido, a muchas mujeres de clase baja les robaban a sus bebés recién nacidos justo después de haber dado a luz para entregarlos a familias pudientes adeptas al régimen. A muchas de ellas las engañaban diciéndoles que su hijo o hija había fallecido en el parto. Con la Ley de Reforma, hubo impunidad para los autores de aquellos abusos.
Estas y otras cuestiones son tratadas en Españolas, Franco ha muerto, un ejercicio de teatro documental que reconstruye aquellos años de feminismo en la Transición y rescata del olvido a las mujeres anónimas que batallaron por sus derechos y libertades. “Recoger el testimonio de aquellas mujeres ha sido fundamental para poder construir y entender la historia de todas nosotras”, explica Jessica Belda, quien junto a Natalie Pinot, Roser Pujol y Manuela Rodríguez son las actrices encargadas de dar voz a esas mujeres. Esas voces de ayer que nos llevan a comprender a las mujeres de ahora. Unas mujeres que 44 años después siguen siendo asesinadas. El camino andado ha sido largo, las cargas liberadas han sido muchas, pero no suficientes para acabar con la lacra machista. Esa transición todavía continúa.
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