Esta es la crónica sobre la familia con seis hijos esquizofrénicos
La editorial Sexto Piso nos trae un número 1 de la lista de libros más vendidos del ‘New York Times’. ‘Los Chicos de Hidden Valley Road’, de Robert Kolker, retrata la lucha de una familia estadounidense contra la esquizofrenia de seis de sus doce hijos, el drama personal de la familia Galvin, primordial en la investigación de un trastorno tan enigmático como brutal. Una de las obras más conmovedoras que llega a las librerías en este tramo final del verano.
Cuando a Mimi Galvin le dijeron que habían arrestado a su hijo por intento de asesinato, su cerebro fue incapaz de procesarlo. Donald, el buen chico; el ojito derecho de su madre. Era imposible, también, que su vástago hubiera intentado suicidarse, en una especie de homenaje macabro al Romeo y Julieta de Shakespeare. Lo que Mimi no sabía era que esa no era su primera vez, y que Donald ya había intentado quitarse la vida dos veces antes. Tampoco su entorno era consciente de que este sufría delirios, ataques de ira y había matado a varios gatos por el simple placer de observar su sufrimiento.
El joven había pedido ayuda en varias ocasiones, y en ninguna de ellas se había considerado que pudiera ser un peligro para sí mismo o para otras personas. El fracaso de su matrimonio le había “perturbado”, según la opinión de su madre, que decidió llevárselo a casa, la única alternativa para evitarle un ingreso psiquiátrico. Meses después, Donald amenazó a su madre con un cuchillo, y sus hermanas pequeñas empezaron a acostumbrarse a esconderse en el baño y echar el pestillo.
Por desgracia, Donald no sería el único de la idílica familia Galvin en sufrir los síntomas de la esquizofrenia. Poco a poco, otros cinco de sus hermanos empezaron a experimentar indicios parecidos sin que nadie pudiese hacer nada por evitarlo: la casa se convirtió en un infierno. Mimi y Don, su marido, intentaban minimizar los daños, y los seis hijos restantes se enfrentaban, mientras tanto, a la incertidumbre diaria de no saber cuál de ellos sería el siguiente.
Año tras año, los Galvin convivían con la angustia existencial de quien espera su sentencia de muerte. El mínimo signo de poca estabilidad mental era interpretado como otra señal más de mal augurio, situación harto complicada en una época marcada por el movimiento hippie, la antipsiquiatría y las drogas alucinógenas (algunas de ellas consumidas de vez en cuando por los propios hijos).
Michael, uno de los mayores, fue ingresado unas semanas a pesar de no padecer esquizofrenia, hecho que le marcaría para siempre. John huyó y decidió formar su propia familia lejos de aquel caos; Margaret fue a vivir con otra familia y a día de hoy es incapaz de gestionar todo lo que tuvieron que vivir sus hermanos y ella. Lindsay, la más pequeña, fantaseaba con matar a ese hombre desnudo que decía ser su hermano Donald y la confundía con la Virgen María. En la actualidad, ella es quien se ocupa de los miembros de los Galvin que aún siguen vivos con una absoluta entereza y determinación.
También es quien se encarga de dar a conocer la historia de su familia. Una familia marcada por el sufrimiento, pero también por el valor y la unidad, elementos que animaron a sus padres a participar en diversos estudios sobre la esquizofrenia que se han desarrollado en las últimas décadas y cuyos avances deben mucho a la familia Galvin.
La figura de la madre, a examen
Cuando Donald experimentó sus primeros brotes, a mediados de los años 60, los estudios sobre la esquizofrenia se encontraban estancados. Aunque ya se barajaba la idea de que su origen podría estar en una conjunción de genes hereditarios y la exposición a ciertos factores ambientales, existían teorías muy influyentes, como la de la psiquiatra Frieda Fromm-Reichmann, que señalaban como culpables a las madres de los pacientes.
Esta teoría sería una de las más conocidas a mediados del siglo XX. En 50 años, la esquizofrenia pasó de ser culpa de una toxina o un sueño vívido del enfermo por causas sexuales (tal y como apuntó Freud) a ser culpa de la figura materna. El investigador Theodore Lidz, de hecho, aseguraba que las culpables del trastorno eran las “madres esquizógenas”, quienes presentaban una falla en la relación materno-filial con sus hijos.
La teoría, ya desechada por la comunidad científica, volcaba la responsabilidad del desarrollo de la enfermedad en las madres que no representaban el rol de cuidadoras y daban instrucciones contradictorias a sus vástagos. Actualmente, es de sobra reconocido que la aparición de la esquizofrenia es el resultado de múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales, no solo de este tipo de interacciones.
Tratamientos deshumanizadores dignos de una película de terror
El interesante trabajo periodístico de Robert Kolker no solo recoge la crónica de la familia, también hace un repaso por el sistema de salud mental a lo largo de los siglos. Desde el período en el que los centros psiquiátricos trataban a sus pacientes como si no fueran seres humanos, sino subproductos del sistema destinados a la experimentación, hasta las últimas actualizaciones sobre el tema, ya en el siglo XXI.
Resulta impactante comprobar la normalidad con la que se llevaba a cabo la terapia de choque con insulina (que provocaba comas) porque ayudaba a las lobotomías; muchos pacientes eran obligados a consumir cocaína e, incluso, se han detallado casos de inyecciones de sangre animal o esterilizaciones forzosas en la época de máximo auge de la teoría eugenésica.
La antipsiquiatría de los años 70, por su parte, intentó en su día despatologizar a los enfermos, considerándolos unos rebeldes inconformistas en una sociedad marcada por la frivolidad y el consumismo. Por supuesto, se trataba de un movimiento contracultural que se basaba más en lo meramente político que en algún tipo de estudio avalado científicamente.
Actualmente, estas ideas y técnicas serían impensables (o marginales, en último caso). Los avances en el tratamiento de la esquizofrenia no han dejado de evolucionar y la medicación, que antes podía conllevar problemas muy serios, como el síndrome neuroléptico maligno, es mucho más segura que en la época de los Galvin, aunque existen efectos secundarios que es necesario seguir explorando.
Esta es una historia trágica, pero también llena de esperanza, compasión y empatía. Todo lo que necesita Lindsay para enfrentarse, día tras día, a los cientos de titulares sensacionalistas que tildan de “perturbados” a sus hermanos. Los mismos medios que, en muchas ocasiones, pontifican sobre las formas de combatir la ansiedad o la depresión con la mera intención de acaparar titulares.
En una época de abanderamiento de la salud mental en su visión más viral y superficial, la crónica de Robert Kolker se convierte en una obra reflexiva, impactante y, cuanto menos, necesaria.
Comentarios
Por Cristina, el 06 septiembre 2022
Me parece muy interesante el libro desde el punro de vista de la evolución de la esquizofrenia a través del tiempo y la relación de los diversos psiquiatras que la han estudiado. Lo que me produce terror es el ambiente familiar con tantos miembros de una misma familia diagnosricados por la enfermedad. La exposición de Inés Gómez sobre el libro me parece muy completa y hace que me interese por su lecrura. Gracias.
Por nico, el 06 septiembre 2022
Hay tratamientos que no pasan por la psiquiatría y son consideradas pseudociencias. Muy válidos, pero igual os tachan de poco serios por valorarlos siquiera.
Hay movimientos alternativos en la sociedad con mucho empuje y éxito. Hasta que no pasa un 15M que los ponga en valor y los muestra al común de los mortales parece que no existen. Pero están transformando la sociedad para bien.
Por José María López,, el 06 septiembre 2022
Me encanta lo que escribes y como lo haces, Inés.