Esther García Llovet, ¿hace usted literatura quinqui?
Tras ‘Coda’, ‘Submáquina’, ‘Las Crudas’ y ‘Mamut’, la escritora y traductora Esther García Llovet publica una rara novela, ‘Cómo dejar de escribir’, en Anagrama; un ‘selfie’ alucinado en el que se convierte en hijo de Roberto Bolaño. Es, en cierta manera, el reconocimiento a una mujer de la que la escritora Marta Sanz ha dicho: «Es una perra verde, una exquisita rara avis que cuestiona cada código, cada imagen, cada palabra». En esta entrevista vuelve a demostrar su genial diferencia.
Esther, ¿está el hijo de Roberto Bolaño?
Roberto Bolaño lo que de verdad dejó fue un montón de viudos y viudas que nos disputamos a muerte su baúl de folclórica, porque al final ha acabado siendo un poco la Rocío Jurado de las letras latinoamericanas.
Enhorabuena. Publica en Anagrama. La autora de culto por fin en un sello de culto.
Ser escritor de culto no es otra cosa que vender poquísimo o, lo que es lo mismo, tener muy bien engañados a los cinco compañeros más frikis del patio del colegio. Ahora que diría que todo el mundo se va a dar de cuenta de que soy un gran fiasco tengo curiosidad por ver qué pasa. Probablemente no pase nada.
¿Cómo ha sido su relación con las editoriales?
Ha sido muy entretenida, no me he aburrido en ningún momento, como ninguno de mis compañeros. Yo creo que esto es algo que habría que hacer más público, montarles a los editores de toda España un fiestón en alguna azotea. Que los autores llevemos unas camisetas que ponga: ‘Yo soy Pablo Emilio Escobar Gaviria. Plata o plomo’.
¿Me invita a tomar algo en un bar de Madrid por la calle Orense?, ¿Qué pedimos?
Se ve que usted no sale del centro gentrificado. En la calle Orense no hay más que tiendas del Zara y H&M, ópticas y zapaterías, pero hay un Vips que mantiene todo el tinglado en equilibrio. Voy mucho a los Vips, no sé quién lleva el tema libros, pero he encontrado verdaderas maravillas de importación. Venga, vamos a un Vips y me invita (usted a mí) a tortitas con nata a las siete y media, que es cuando me entra la hipoglucemia.
Usted ha novelado al autor Roberto Bolaño como si fuera su padre, que en la novela se llama El Gran Ronaldo. Póngase sentimental y díganos por qué lo ha hecho.
Bolaño fue el autor por el que empecé a escribir y por fuerza tenía que ser con quien dejara de hacerlo, había que sentarse a la mesa con él, hablar un par de cosas. Sentimental no voy a ponerme, porque en este momento estoy en la cama con gripe y no quiero que me suba la fiebre.
Añada tres cosas además de los nombres de los personajes rebeldes y salvajes que huelan en su libro a Bolaño.
La búsqueda. Siempre hay una búsqueda en todo lo que he escrito. El coche en la playa, las llamadas a las cuatro de la madrugada, el fútbol, la adolescencia. Bouvard y Pécuchet, uno de mis libros preferidos también.
“Qué de puta madre sonaban las frases de mi padre, sonaban a verdad, a realidad pura y transparente, o, mejor aún, hacían que la realidad quisiera parecerse a ellas”. ¿Eso es Bolaño para usted?
Esto lo diría yo de todo lo que está bien contado, sea Bolaño o sea un vendedor de enciclopedias o un político, ahora que hay tantos. Hay ahora más políticos que escritores, que ya es. Un saludo a todos los políticos.
Su libro también huele a Madrid. En títulos anteriores suyos no se sabía dónde estábamos, pero aquí no hay otra cosa que Madrid. ¿Por qué este cambio de situación?
Quería que la novela tuviera un tono humorístico y por eso tenía que ocurrir en mi ciudad, con lugares y situaciones muy identificables, porque el humor es lo más realista que hay. Y Madrid es lo más realista que hay.
Pero los personajes no andan por el Madrid del centro sino por el Madrid Norte, del Bernabéu y más allá, ¿por qué?
Vivo por esa zona de Madrid y me gusta mucho, está muy al norte y a veces viene gente en autobús turístico, de visita antropológica. Esto es un poco como Australia, el nuevo Oeste por conquistar.
No se ha resistido, en todo caso, a detenerse en la Puerta del Sol, “donde las fuentes, donde los carteristas, la policía, los marroquíes, los obreros del metro, los extras del gran reportaje sobre doméstica quinqui que siempre parece el corazón de esta ciudad”… Usted también es una quinqui. Hace literatura quinqui.
No creo que sea yo muy quinqui, otra cosa es que me gusta, estoy cómoda ahí, o que cada vez me interesa menos lo arty y lo minimalista. Me da frío. Es demasiado higiénico.
En su Madrid podríamos hablar de hedonismo en Costa Fleming, de pasión por la M30, ¿no?
La Costa Fleming es maravillosa, me acuerdo que cuando yo era pequeña había un Woolworths ahí que luego cerró. En los 80 esta zona era muy yanqui: gente con gorras de baseball, travelos, cochazos, el Jumbo. En la M30 estaba la piscina del Stella, que era como el Palm Springs de Madrid. Ya ves que de quinqui tengo poco. A mí me gusta todo lo que brille y haga mucho ruido.
El Madrid más punk contado por una voz felizmente excéntrica. Así la presenta la editorial. ¿Se identifica?
Soy demasiado vaga como para ser punk. Yo me quedé más en los 60, cuando la paz y el amor y la maría. Además no me gusta nada discutir.
Taxis, un viejo modelo de coche Seat 1500, los monovolúmenes y todoterrenos de los niños ricos. En su novela se viaja a lo grande.
Se viaja a lo grande o es que me gusta mucho estar en movimiento, que es algo que no consigo corregir, estar sentada más de una hora seguida a no ser en la butaca de una sala de cine.
Uri Geller, Camilo Sexto, Ronaldo el futbolista, Dominique Strauss-Kahn. También las figuras reales que aparecen en su novela son a lo grande.
Te falta Suharto, otro prestidigitador más.
Y las fiestas…, ¿encuentra que tienen algo de genuino en Madrid o se parecen a cualquier otra de cualquier lugar?
Que yo recuerde sólo he estado en fiestas en Buenos Aires y en Río de Janeiro, y la única diferencia con las de Madrid es que allí la hora de comienzo es bastante más temprano, pero la gente empieza a llegar mucho más tarde.
No aparece el Toni 2, pero hay una atmósfera muy del Toni 2.
Al Toni 2 no he ido más que un par de veces, creo que no le he pillado el punto por ir con la gente equivocada. Me gustan mucho los locales así, como el Richelieu y el Milford, al lado de la embajada italiana, sitios muy retrofachas con señores de corbata. También el bar inglés del Ritz me gusta, pero es otro rollo.
Tampoco aparece El Brillante, pero hay un Madrid de olor a bocadillo de calamares y fluorescentes cegadores en su novela.
El Brillante es un robo, al menos el de Atocha lo es, debe de ser por todos los incautos que acaban de bajarse del tren. Para comer rápido y barato, yo me paro mucho en los Papizza, comes caliente, abundante, de pie, y sigues a lo tuyo.
Y los sudamericanos. Hay muchos en las fiestas que describe.
Hay muchos sudamericanos en las fiestas y en todas partes, y está muy bien. De todos me quedo con los mexicanos, que son estupendos, buenas personas y hacen cosas muy raras como si nada. Yo creo que los mexicanos son los japoneses de América, que están todos locos pero parecen muy cuerdos.
Habla de una fiesta en la que “quizás lo que sonaba era ese zumbido de aburrimiento puro y duro de la gente de mucho dinero, la falta de ambición, no tener que tenerla”.
La gente de mucho dinero se mete a hacer deportes de riesgo de puro aburrimiento y acaban matándose muy jóvenes de puro aburrimiento también.
Aquí los personajes beben J&B, fuman Kool, frecuentan el pub Seis Peniques, hay sofás chester, café irlandés y coca Zero. ¿Dónde caza esas atmósferas y por qué le gustan tanto?
Este tipo de atmósfera, como la llama usted, no es más que la de cualquier capital administrativa, es decir, cualquier capital testosterónica y centralista.
El protagonista, que se llama Renfo, dice en una ocasión que se llama Luis María. ¿Es un chiste madrileño? Luis María es un nombre asumible por el pequeño Nicolás. En esta novela podría haberse cruzado el pequeño Nicolás.
Luis María o Mariano, no importa. Yo me iría mañana mismo con el pequeño Nicolás a dar una vuelta en coche hasta la playa de Comporta, a comer canapés y a contar chistes de Cary Lapique. De todas formas, yo no hago novela social. Eso se lo dejo a los intelectuales.
Vallecas, los cerros del Tío Pío, Meco… ¿Por qué me llevaría a estos tres paisajes de su novela?
Las vistas desde los cerros del Tío Pío son espectaculares, son las vistas bíblicas de Madrid, parece el Monte Tabor. Cualquiera que suba a uno de esos silos nucleares debería bajar con las tablas de la ley bajo el brazo.
“La puta literatura. Qué aburridos, qué estreñidos, la verdad. Qué poca sangre, los escritores. No te fíes de nadie que tiene la misma cara borracho que sobrio”. Lo dice un personaje, pero parece toda una declaración de intenciones, ¿o no?
Hay algo un poco triste y bastante siniestro en el mundo literario y en el intelectual, y es que si eres una persona alegre te toman por gilipollas.
¿Me quedo con el personaje Vips o con el de la asistenta filipina? Dudo. Ayúdeme a elegir.
Catalina la filipina me cae de lo mejor. Me parecen estupendas, suelo verlas en el Primark, los domingos, en packs de cuatro o cinco, muy bien maquilladas y hablando tagalo salpicado de inglés, siempre sonriendo. Fantásticas.
Siento decirle que, aunque el libro se titula ‘Cómo dejar de escribir’, el texto supura un letraherido –aparece esta palabra, letraherido- amor por la literatura. Dijo que no volvería a escribir, lo siento, tiene que volver.
A mí ahora sólo me interesa hacer reír.
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