«Europa está en una encrucijada muy grave”

El escritor Javier Sáez de Ibarra. Foto: Viviana Paletta.

Explorador de la literatura, observador atento y comprometido con la realidad en la que vive, Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) nos sorprende en cada uno de sus libros con una nueva apuesta formal. Y lo ha vuelto a hacer con el libro de relatos ‘Un réquiem europeo’ (Páginas de Espuma), en el que a partir de la estructura y espíritu de una misa de réquiem disecciona algunas de las enfermedades que aquejan a las sociedades europeas: el discurso antiinmigración, las guerras, el neoliberalismo o el abandono de las personas más vulnerables dentro y fuera de las fronteras. Esa expresión tan de moda, la de quedarse en la zona de confort, no va con este autor inconformista, afable, bondadoso y sabio en un sentido machadiano y platónico. Hemos hablado con él en nuestra ´área de descanso’. Ha comenzado la Feria del Libro de Madrid y en ‘El Asombrario’ estamos comprometidos con dar visibilidad a lecturas de calidad: cada día, un libro, por lo menos.

En Un réquiem europeo Sáez de Ibarra nos propone un viaje casi espiritual del que el lector atento no sale indiferente. “Yo defiendo la tesis de que estamos en un momento crucial en el que hay que saber leer la situación en la que vivimos. Si no, vamos a desaparecer como sociedad, Europa está en una encrucijada muy grave”, me dice en una mañana soleada, muy cerca de donde ocurrieron los atentados del 11-M.

En el Introito del libro, una mujer se encuentra con un hombre acuclillado al pie de lo que podría ser un ciprés. Y el hombre le susurra: “Aquí no puede entrar nadie que no sepa leer. No es conveniente”. Es también una advertencia al lector, ¿no?, ¿le estás avisando de que estos cuentos necesitan una atención especial?

Es una advertencia doble, al menos es la intención con la que yo lo hice. Primero, este libro, como otros, no es que sea exclusivo, pero requiere una lectura atenta. No todo el mundo sabe leer ciertos cuentos o cierto tipo de textos que exigen una atención especial. Esa es la primera advertencia. Pero hay otra, en el sentido de que, por no saber leer, la mujer protagonista desaparece en el propio relato. Es decir, se plantea que no solamente hay que saber leer el libro, hay que saber leer la realidad. Es un juego doble, ¿no? Yo defiendo la tesis de que estamos en un momento crucial en el que hay que saber leer la situación en la que vivimos. Si no, vamos a desaparecer como sociedad. Europa está en una encrucijada muy grave.

Hay también una poética sobre el cuento como género, ¿no? Sobre cómo leer, pero también sobre cómo escribir. Eres un autor al que le gusta explorar nuevos caminos, pero siempre atento al mundo en el que vive.

Creo que la lectura es una actividad del espíritu, por decirlo así. Es una actividad para alimentarse, para pensar, para transformar la vida y para, en la medida de lo posible, transformar la realidad. Hay otras formas de leer y de escribir, mucho más epidérmica, mucho más como un pasatiempo, un divertimento, pero no es esa mi poética. Respeto a los escritores que tratan de hacernos reír y pasar un buen rato, pero no son los escritores que a mí me interesan. Concibo el arte como un camino de indagación personal y de indagación colectiva, de diálogo y de conversación, no como un pasatiempo. El arte como un pasatiempo no me interesa nada. Y, claro, en ese camino la expresión tiene que tener una forma artística y esta hay que buscarla cuando se queda corta para lo que uno intenta expresar.

Desde el título, el libro nos habla de una Europa que se muere. ¿Es un continente moribundo?

Si pensamos, por ejemplo, en cómo tratamos a los emigrantes, así es, es una Europa que se muere, que hace una política criminal. Tenemos también la guerra de Ucrania. Y nuestra desidia respecto a la masacre que Israel está haciendo en Palestina. Hay un tercer elemento, que son las muertes en las residencias de ancianos durante la pandemia. En Muere una europea, por ejemplo, hablo del abandono de los más débiles dentro de nuestras fronteras, dentro de la propia Europa. También abordo la especulación financiera como otro vehículo para la muerte. Desde esta perspectiva, ¿Europa está muerta? Pues, en estos cuatro ejemplos, sin pretender agotar todos pues faltan algunos temas cruciales, como los problemas ecológicos, diría que sí. En la medida en que los europeos permanecemos impasibles ante estos dramas, quizás no estemos del todo muertos espiritualmente, pero sí nos encontramos en la unidad de cuidados intensivos. Estamos en trance de morir y de morir matando, además.

El orden de los relatos siempre es importante. ¿Cómo lo has abordado en ‘Réquiem’? ¿Cómo fue el proceso de escritura?

El orden me vino dado por la propia estructura que tiene una misa de réquiem. Empecé por ahí, investigué, y luego fui escribiendo los cuentos conforme a esa estructura, tenía que destinar un cuento para cada parte o cada himno de un réquiem. Añadí ese pequeño cuento prólogo anterior al introito, que es cuando empieza la ceremonia, digamos. En ese sentido, lo mismo que la liturgia tiene una narratividad interna, también el libro de cuentos tiene, digamos, una narratividad que va desde el Introito a la Bendición final. De ahí que sea conveniente leerlo en orden. A lo mejor suena un poco pretencioso, pero lo que propongo es un viaje espiritual, al menos un viaje introspectivo y de reflexión que va desde el introito hasta la bendición final.

Tu padre era músico, de hecho. ¿En qué medida ha influido esa herencia en tu literatura?

Creo me ha influido en una cierta intuición sobre el ritmo y la eufonía, no tanto de la oración como del párrafo. Creo que eso es algo que he adquirido de forma inconsciente. También podría verla en la fluidez de los diálogos. No me cuesta escribirlos porque tengo oído para las conversaciones. Me consta que a otros colegas les cuesta escribir diálogos, pero a mí me salen de forma muy natural y lo achaco a la música que he escuchado.

La ética también está muy presente en el libro, como en el de ese hombre que va al encuentro de su hermano moribundo para pedirle perdón.

Ese es el ejemplo de cómo un hombre instalado, que lo tiene todo, descubre la ética. Se da cuenta de que lo que ha hecho y lo que le ha dado bienestar ha sido un robo, ha estafado a su hermano quedándose con la empresa familiar. Y ahora eso no le satisface. Cuando descubre esa radicalidad de la ética, se vuelve imperioso tener que pedir perdón, aunque eso suponga discutir con su mujer y conducir temerariamente por la carretera y jugarse la vida para llegar donde su hermano antes de que muera.

Ligado a la ética, otro de los temas que abordas es el del sentimiento religioso. No es algo nuevo en tus libros, pero aquí quizás está más presente que en otros. Desde el propio título. ‘En Cristo y el Nazareno’, por ejemplo, hablas del Cristo de los pobres en contraposición al que se ha institucionalizado.

Es un tema que a mí me interesa mucho y que nunca he tratado de forma apologética o proselitista, sino más bien cuestionando la propia religiosidad, ¿no? Se habla desde dos opciones cristianas, un cristianismo más conservador o un cristianismo más social, más crítico, más cercano a la teología política, a la teología de la liberación, que cuestiona la forma de creer conservadora. Hay otro cuento en el que trato de hacer una reescritura del Génesis, de aceptar el valor de la vida tal como es. Eso es algo que me parece importante. En toda mi literatura la religión nunca surge como un consuelo en el más allá. Para mí lo más genuinamente cristiano no es la resurrección, sino el mensaje de amor y de solidaridad de Jesús, sobre todo con los más desgraciados y los que más sufren. En ese sentido el cristianismo hoy tiene un valor para hacer una sociedad más justa, más igualitaria.

Aunque daría para otra entrevista, ¿crees que un error de la izquierda ha sido dejar a un lado la religión?

Es un tema complejo, es verdad. Si tú lees cómo era la iglesia en el siglo XIX, comprendes perfectamente a Marx, comprendes perfectamente a Nietzsche. Había que estar en contra de todo eso, porque era de un conservadurismo atroz. Pero, si lo pensamos bien, los grandes valores de la izquierda, ¿de dónde arrancan? Pues de algo que está más allá de toda componenda y de toda táctica y de toda estrategia. O sea, la idea de justicia va mucho más allá de la dictadura del proletariado. Es la que sostiene cualquier proyecto social humano. Y esos valores son valores trascendentes. Son valores que rompen con lo establecido y con los intereses. Y eso es lo que no ha sabido ver la izquierda.

La historia de la Iglesia daría para mucho, pero por mencionarte un tema sangrante, ¿qué opinas de cómo ha tratado esa iglesia los casos de pederastia?

Es un escándalo que ha causado un dolor tremendo a muchas víctimas. Se ha optado por proteger al victimario en lugar de a las víctimas. Pero evidentemente Jesús está al lado de los pobres. El cristianismo tiene que rescatar a las víctimas, son su objetivo principal, caiga quien caiga.

Uno de los cuentos más divertidos y sagaces del libro es ‘La máquina sagrada’, donde vas más allá de alertar sobre lo que se llama la inteligencia artificial y nos hablas de la identidad, de ética, de qué pasa si esa máquina adquiere una cierta autoconsciencia.

Aunque en principio es algo que no creo que sea posible, juguemos a que una máquina cobre conciencia de sí misma, de un yo. ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Se convierte en un ser humano? Porque es una de las cosas que nos caracterizan, la conciencia de sí y, con ello, la responsabilidad hacia sí y hacia los demás. La máquina descubre entonces que el egoísmo es lo contrario a la humanidad, el principio esencial de que no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo. Pero el mundo que descubre es precisamente un mundo donde prima el egoísmo en todos los ámbitos.

¿Crees que la inteligencia artificial acabará con la literatura?

No, no. Acabará con la literatura de género, en el más puro estricto sentido de literatura de género. Es decir, acabará con las fórmulas, porque a una inteligencia artificial le puedes decir: quiero siete crímenes en el barrio chino de Barcelona con un detective que tiene un amante y no sé qué, y lo resuelve, y te lo va a hacer. Pero ¿qué es lo que una máquina nunca podrá hacer? Captar el sentir, el latir, de nuestro presente y de nuestras preocupaciones. Cuando Kafka, a partir probablemente del problema con su padre, es capaz de entender la alienación humana, la deshumanización que está a punto de suceder con la Primera Guerra Mundial y luego la Segunda Guerra Mundial, nos está hablando del sufrimiento del ser humano en un momento concreto, de su tiempo, que además ilumina luego el nuestro. Esa sensibilidad para captar qué nos está pasando no lo puede hacer una máquina, porque no puede comprender qué es ese sufrimiento, esa angustia, que a veces uno no sabe ni de dónde viene. Una máquina no puede comprender el peso de los muertos en Palestina. La inteligencia artificial puede armar argumentos, pero no iluminar el presente.

Dentro de una semana los europeos vamos a votar y todas las encuestas nos hablan de un auge de la extrema derecha, con una derecha dispuesta a pactar con ellos y una izquierda rota. ¿Cómo ves estos comicios?

He escuchado los mensajes que lanza VOX para Europa: neoliberalismo, lo que significa clasismo y desprotección de los trabajadores y personas en situación precaria; hablan de “seguridad” (entre comillas), para decir en realidad restricción máxima de inmigración de personas pobres, aumento de la inversión en armamento, belicismo, iniciativa para nuevas guerras y continuidad con las que ya hay. Además, no quieren admitir la crisis climática, así que no podemos esperar de ellos que tomen medidas contra los graves problemas ecológicos. Y se caracterizan por su agresividad con los rivales políticos, los disidentes, las personas con otras sensibilidades, los diferentes de su concepto de normalidad; lo que se traduce en restricciones de derechos, represión, prohibiciones, ilegalizaciones de grupos y partidos… Temible. Y me creo que los conservadores y los liberales podrían aceptar eso. Y además es que está de acuerdo también con algunas de esas medidas el Partido Socialista Europeo, por ejemplo, la política migratoria o su plegamiento al belicismo de la OTAN. Vivimos tiempos de miedo, endurecimiento, violencia, crueldad, odio.

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