Eva Lootz canta a la Madre-Tierra y a la tierra envenenada
La artista Eva Lootz (Viena, 1940; residente en España desde hace casi 50 años), cuya obra suele reflexionar sobre los límites e impactos de la intervención humana, es la protagonista de la exposición de esta primavera en el espacio Tabacalera, en Madrid. ‘La Canción de la Tierra’ crea una enigmática atmósfera en torno a la sal, el agua, el cobre y la tierra, y arroja muchas preguntas sobre qué estamos haciendo con los elementos básicos que sustentan nuestra vida. Nada mejor para celebrar hoy, 5 de junio, el Día Mundial del Medioambiente.
La sucesión de enormes fotografías e instalaciones -la verdadera médula de la muestra- nos lleva a sentir los elementos básicos del entorno. «La Canción de la Tierra es, en cierto modo, una mirada sobre el estado actual del planeta, contada a través del cobre, la sal, el agua y la electricidad». Así presenta la artista su obra. «En ella resuena el eco de la sinfonía de Mahler, para la que el compositor se sirvió de una serie de obras de poetas chinos como Li Tai-Po o Wang Wei, maestros de lo que que los jóvenes sociólogos actuales llamarían la lujosa pobreza». «Esta exposición está íntimamente relacionada con una intuición temprana, que más o menos coincide con mis primeros años en España y en la que el primer viaje a Riotinto jugó un papel importante, pues me afirmó en la sospecha de que antes que las ideas como guías de los destinos humanos están los elementos de la tierra y sus propiedades».
La muestra entronca con los cimientos mismos de la ecología. La propia Eva Lootz lo explica en el catálogo de la exposición: «Hacia 1908, las minas de Río Tinto llegan a emplear a unos 16.465 obreros venidos de todas partes del país, pero dadas las pésimas condiciones de trabajo y el perjuicio para la salud en Riotinto se suceden las huelgas, duramente reprimidas por los directivos ingleses con ayuda de la Guardia Civil; la más sangrienta, la de 1888, el famoso año de los tiros, pero no menos importantes las de 1907 y 1913, año que marca el inicio de las luchas sindicales, así como la de 1920. Con estos antecedentes, a Huelva le corresponde un lugar de honor en la historia de las luchas sociales: es el primer lugar de una masiva protesta que hoy llamaríamos ecológica, pues eran las teleras, la calcinación del mineral de cobre al aire libre, altamente contaminantes y perjudiciales para la salud, las que estaban en el origen de aquellas huelgas». Y subraya la concienciada artista que esa zona sigue sufriendo altas dosis de contaminación, «causadas por el polo químico de Huelva, instalado en 1964 en las inmediaciones de la ría del Odiel, a lo que se une la contaminación de Fertiberia, responsable de la balsa de fosfoyesos junto al Odiel».
No disimula Lootz su indignación. No la calla: «Estamos frente a un tema tristemente clásico: el capital contra la vida». «Las que operan en la zona son grandes corporaciones multinacionales que siguen al pie de la letra las reglas del capitalismo avanzado, es decir, su prioridad es el aumento de beneficios, por mucho que financien proyectos de investigación, pongan imágenes de flamencos rosas volando en sus páginas web y publiquen una Declaración Ambiental Anual. En sus manos se reúne todo el poder, se ven mimados por los responsables de la Administración, pues sus resultados económicos cuentan en las estadísticas nacionales y frente a ellos los habitantes del lugar sólo cuentan con sus cuerpos, su rabia y su voluntad de vivir una vida al margen de la radiactividad, los nitratos, el plomo, el cobalto, el mercurio y quién sabe cuántas sustancias perjudiciales más en el aire que respiran y el agua que beben».
Y dice Eva Lootz sobre el agua: «Mi trabajo con los ríos y el agua comenzó en 2005. En este tiempo he podido comprobar que los datos relacionados con la política hidráulica son a menudo contradictorios, poco fiables y difícilmente accesibles. Algo que debería estar más claro que el agua, precisamente con relación al agua no lo es. En el trasfondo de todo esto se encuentra obviamente el debate acerca de su privatización».
Para arte comprometido, éste.
Lootz se declara «partidaria de un arte que no se limita a un disfrute formal, sino que se mueve en un campo expandido y puede entenderse como una práctica polivalente que cuestiona los límites de las disciplinas, los géneros artísticos y científicos tradicionales». Así, vemos, sentimos La Canción de la Tierra como un homenaje al territorio, al sustrato esencial de nuestra existencia, sin el cual no seríamos nada, pero parece que no nos queremos enterar.
Al habla con la artista, nos explica: «Históricamente ha habido una exaltación del monumento, y no se ha puesto en valor la materia de la que está hecho. Se valora el palacio y no la piedra y el mármol con que está hecho. A mí siempre me ha interesado resaltar esa parte de la extracción de materias de la Tierra, esa dualidad, esa doble valoración». Y de eso habla mucho La Canción de la Tierra. De eso y de la denuncia de nuestros abusos: «No podemos mirar hacia otro lado. Hay un negacionismo muy acusado; y hay que abrir los ojos, porque estamos ante los límites biofísicos del planeta. No concibo el arte sólo en el sentido estético, me interesa el arte con conciencia. Y estamos asistiendo al exterminio de las últimas economías sostenibles; el capital está sometiendo los últimos reductos de auténticas economías sostenibles de las comunidades».
– Sin embargo, ahora más que nunca oímos hablar de desarrollo sostenible y economías sostenibles.
– Puro marketing de empresa. Hay que escuchar a expertos como el economista José Manuel Naredo, un pionero de la economía ecológica al que no se le ha hecho todo el caso que deberíamos.
Y llega aquí la segunda parte de la que hablábamos: no quedarse en la epidermis de lo verde, sino en el ansia de indagar en las raíces, en profundizar. En el catálogo (con formato y papel periódico), Eva Lootz va mucho más allá en su mensaje ecológico, al entrevistar a José Manuel Naredo, uno de los principales economistas ambientales de nuestro país, autor de La economía en evolución y Raíces económicas del deterioro ecológico y social, ambos reeditados en 2015. Y podemos leer respuestas contundentes en la línea de mensajes que tanto nos gusta recalcar en El Asombrario desde este Ventana Verde: que no nos dejemos engañar, que el discurso dominante capitalista se ha empleado a fondo durante décadas para darnos a entender que un nuevo pacto con la naturaleza, un desarrollo natural, va en contra del progreso, cuando en realidad lo que va es en contra de los intereses de los grupos transnacionales de poder.
Dice Naredo en el catálogo de La Canción de la Tierra: «Nos encontramos con una sociedad sometida a instituciones patriarcales y domesticada por el trabajo dependiente y el ocio colonizado por un panem et circenses cargado de inventos que devoran el tiempo de la gente, que abducen su mente y atraen su atención y su pasión hacia entretenimientos compatibles con el status quo y, como consecuencia de ello, con una sociedad que hurta a la mayoría la posibilidad de pensar libre y tranquilamente sobre cómo impulsar la sociedad hacia horizontes ecológicos, sociales e individuales más saludables». Y añade: «La actual sobredosis de contaminación informativa -que se ha rebelado más eficaz para ahogar nuevas ideas críticas que la obsoleta censura franquista- actúa además como caja de resonancia de los poderes establecidos y de sus portavoces ideológicos». «Por lo general, las elites o castas que han seguido practicando el saqueo de lo público acostumbran a camuflar su comportamiento caciquil enarbolando a modo de señuelo banderas liberales y democráticas para desviar las críticas hacia supuestos imperativos de los mercados y la competitividad que ellos mismos se saltan a la torera a diario, para imponer y adjudicar sigilosamente a la carta privatizaciones, operaciones, plusvalías, contratas y regalos en beneficio de intereses bien particulares, y en perjuicio de la mayoría».
José Manuel Naredo, un nombre imprescindible que ya tenía ganas de traer a esta Ventana Verde para dar altavoz a su pensamiento; y qué mejor que en esta revolucionaria conjunción de arte y pensamiento, economía y ecología (que ambas palabras tienen la misma raíz), oportunidad que nos brinda La Canción de la Tierra de Eva Lootz: «Al declarar de interés nacional el grueso de las obras, se soslaya que es el lobby de las grandes constructoras el que viene gobernando en nuestro país la política de infraestructuras en general, guiado por su empeño de facturar obra pública y no de gestionar bien el territorio, el transporte o el agua, con sus ecosistemas y paisaje. De ahí que este país haya sobredimensionado a todas luces sus inversiones en obras públicas, siendo líder en aeropuertos, puertos, autopistas… o ferro-aves per capita, como también en porcentaje de superficie geográfica cubierta por embalses». Concluye Naredo: «Para desenmascarar al personaje, creo que interesa calificar mejor de (neo)caciquismo que de (neo)liberalismo al régimen de poder despótico que ha venido organizando el saqueo de lo público durante la democracia». Y termina parafraseando a Macías Picavea en su libro El problema nacional (1899): «La finalidad del caciquismo se encierra en dos aspiraciones: dominar, no gobernar; expoliar, no administrar».
Imprescindibles, pues, la atmosférica exposición de Eva Lootz y el catálogo-periódico que la acompaña (no estamos acostumbrados a leer cosas así en papel prensa hoy día).
‘La Canción de la Tierra’, de Eva Lootz. En Tabacalera (Embajadores, 51, Madrid). Hasta el 19 de junio.
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