Eva Lootz: “Frente a la IA, nos quedan las manos”

Eva Lootz, frente a su obra que formó parte de CNIO Arte.

Este ha sido un año intenso para Eva Lootz: tras sus exposiciones en la Fundación Suñol de Barcelona, la Sala Kubo de Donostia y la Sala Alcalá 31 en Madrid, el Museo Reina Sofía le ha dedicado un gran recorrido por más de cinco décadas de trabajo, y CNIO Arte contó con ella este otoño para hacer un repaso de este proyecto de confluencia de la ciencia con el arte. Charlamos con la artista sobre su obra y sus comienzos, sobre la ciencia, el lenguaje, la poesía, el mundo… Sobre todo lo que desaparece.

Solo son las 11 de la mañana y en la cafetería del Círculo de Bellas Artes ya están ocupadas casi todas las mesas. Cuando entramos, Eva Lootz señala la primera que está libre un poco más allá de la barra, donde el trasiego de las camareras es continuo. La artista duda, pero al final pide un café con leche, acaricia el pañuelo de tonos suaves que envuelve su cuello y sonríe cuando empezamos a hablar; entonces su voz –una voz casi jovial, que habla un perfecto español con acento extranjero– se superpone a las otras voces, al entrechocar de los vasos y cubiertos, y se posa aleteando en nuestra mesa, entre su taza y la mía, para ser absorbida por la grabadora.

Este ha sido un año intenso para Eva Lootz: la exposición de los dibujos que realizó a su vuelta de Japón en la Fundación Suñol de Barcelona; la muestra Entrelazar, arrugar y seguir el hilo en la Sala Kubo Kutxa en Donostia; su reflexión sobre el mundo, el lenguaje, la mente y la materia en Si quieres ver algo…, en la Sala Alcalá 31 de Madrid, y el gran recorrido por más de cinco décadas de trabajo que le ha dedicado el Museo Reina Sofía de Madrid y que incluía las piezas donadas a la institución. Hace unas semanas, Lootz participó junto con otras artistas y algunos reconocidos científicos en un repaso por todo el proyecto CNIO Arte que se celebró en el auditorio del museo, un interesante encuentro entre arte y ciencia del que dimos noticia aquí. “CNIO Arte es una gran iniciativa de María Blasco”, dice Lootz, “porque realmente existe esa brecha entre las disciplinas humanísticas y científicas. Es importante tender puentes, que la gente sea consciente de que en nuestra época ha habido unos cambios brutales que afectan a nuestra concepción del mundo”.

En 2018, Eva Lootz fue la primera invitada a los binomios arte/ciencia que puso en marcha el CNIO, formando pareja con la prestigiosa e inolvidable investigadora Margarita Salas (fallecida hace cinco años). “Era una pionera”, recuerda Lootz, “una mujer fantástica, nunca grandilocuente; nunca hacía aseveraciones de las que no tuviera certezas, y eso era muy llamativo, porque la gente suele hacer afirmaciones muy a la ligera”. Con esta innovadora experiencia, la artista profundizó en su interés por el mundo científico y realizó una serie de dibujos “como pensamientos o iluminaciones” en los que volcó su reflexión sobre las líneas de investigación de la científica en el campo de la biología molecular.

Ciencia y arte se ven siempre en campos distintos, y, sin embargo, es muy relevante en tu trabajo esa conexión continua con la ciencia.

Mi educación ha sido humanística y no científica; ya me gustaría saber más, aunque mi trabajo está de algún modo relacionado con la física. Podría pensarse que alguien que trabaja con cosas visibles, con la forma de las cosas, no participa de estas cuestiones; pero yo nunca he partido de la forma, sino de las fuerzas que dan por resultado la forma. En el fondo, creo que mi trabajo ha ido en paralelo al advenimiento de un nuevo concepto de la materia. En los años 70, cuando yo empezaba a hacer exposiciones, la materia era un concepto aristotélico: lo pasivo, lo estático. Hoy ya no es así, la ciencia ha cambiado esa mirada. Mis vasijas de arena, por ejemplo, o la pieza que hice en el 83 en la Fundación Valdecilla con 500 kilos de mercurio –que hoy no podría hacer en ningún sitio– se inspiraban en el concepto de gravedad.

Una de las características de tu obra es precisamente la experimentación con distintos materiales.

Siempre me ha gustado cambiar, probar cosas nuevas. En un momento dado, comencé a sustituir el agua de los acrílicos por otros líquidos y dejé de lado los bastidores; luego empecé también a usar parafinas, lacres, alkil, distintos tipos de pegamento, materiales capaces de aglutinar cosas, y a trabajar con ciertos metales como el estaño y el plomo, que son fáciles de fundir de manera casera. La experimentación con metales abrió mi interés por los yacimientos y la minería, y fui a visitar minas como Riotinto. España ha sido siempre un país muy minero.

¿Con qué materiales crees que te has expresado mejor?

He encontrado aspectos muy interesantes en los materiales, en la materia, pero también he trabajado por ejemplo con pájaros, o más recientemente con el lenguaje y las lenguas en peligro de extinción. Es un tema que surgió cuando me invitaron a exponer en Valladolid, en el Patio Herreriano y en el Museo Nacional de Escultura, donde está la mejor escultura barroca y renacentista del país. En este lugar, que es un magnífico edificio con esos techos artesonados, es donde se enfrentó Bartolomé de las Casas a Juan Ginés de Sepúlveda, en la conocida controversia sobre el trato que daba el imperio a los pueblos que habían encontrado en América. Yo no sabía que eso había tenido lugar allí y me hizo comprender la importancia de ese debate, que influyó en los dibujos que realicé durante la pandemia y expuse luego en la Sala Alcalá 31.

En esos dibujos denunciabas la desaparición de las lenguas indígenas, pero también jugabas con las palabras como concepto y con su significado. ¿Por qué hay tanto lenguaje en tu obra?, ¿tiene que ver con haber abandonado en cierto momento tu lengua materna?

Mi primer idioma fue el alemán, porque yo nací en Viena, pero pronto aprendí francés y después español. En el fondo tenía que haber aprendido húngaro, porque mi madre era húngara, y no lo aprendí porque ella pensaba que era mejor que aprendiera bien el alemán. Mis padres, que eran del antiguo imperio austrohúngaro, vinieron a estudiar a Viena, que era la capital del imperio, y ahí se conocieron. Mi madre era soprano y mi padre pintor académico y profesor de historia del arte, y tenía una magnífica biblioteca. Sin duda eso me influyó para dedicarme al arte. A los 10 años yo sabía distinguir una iglesia románica de una barroca.

Y entonces estudiaste arte.

Bueno, los únicos estudios que terminé fueron los de dirección de cine, que me interesaba de un modo artístico y no narrativo; yo no quería hacer películas comerciales, sino expresarme artísticamente como por ejemplo hacía Buñuel. Pero para levantar una película tienes que sacrificar un año de tu vida o más, y necesitas mucho presupuesto; yo no estaba dispuesta y, además, no se me dan bien las relaciones públicas. En cambio, tú puedes hacer tu obra en tu casa, y la vida me ha llevado por ahí. Aunque luego, la llegada del vídeo y los formatos más sencillos me han permitido crear audiovisuales.

¿Cómo fueron tus inicios como artista?

La verdad es que tuve suerte, porque cuando llegué a España conecté muy pronto con algunos círculos que entonces hacían oposición política a la dictadura. Es probable que, si no, no hubiera conseguido entrar en algunas galerías que ya estaban haciendo cosas interesantes. En ese sentido no tuve muchos problemas, mis proyectos gustaban y empecé a exponer por primera vez, y luego mi carrera se desarrolló toda aquí.

Has señalado muchas veces el modo en que las mujeres han sido silenciadas o marginadas. ¿Era más difícil entonces para las mujeres seguir su vocación o despuntar en el mundo del arte?

Mira, hace poco una amiga joven, viendo una exposición sobre los años 80, me decía: ¿Pero dónde estaban las mujeres entonces?, ¿es que no había artistas? Y claro que estaban ahí, pero de amigas, amantes, yo qué sé. Algunas han tardado años en ser reconocidas y que se pudieran profesionalizar. Yo no limitaría la misoginia solo al mundo del arte, sino a todos los ámbitos, porque vivimos en un patriarcado. Ahora hay unas artistas estupendas y muy reconocidas, pero compara los precios de las obras de mujeres frente al arte masculino: ahí lo tienes todo, clarísimo.

Cuando afirma algo, Eva Lootz hace una pausa y te mira intensamente, como si esperara de ti algo importante. Pero luego sonríe. “Aún quedan muchos tópicos por desmontar”, añade. Y me cuenta que ahora está trabajando sobre los tejidos precolombinos que atesora el Museo de América para participar en una exposición conjunta. “Con ello quiero constatar también otro de los grandes tópicos, que es que la artesanía no es arte, que es una cosa menor, pero eso es algo que arrastramos desde el XIX y que está todavía ahí, porque son trabajos que dependían de las mujeres”.

Eva Lootz junto a la Directora Científica del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, María Blasco, impulsora de CNIOArte. Foto: CNIO

Eva Lootz, junto a la directora científica del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, María Blasco, impulsora de CNIO Arte. Foto: CNIO.

Alguna vez has dicho que ser artista es entregarse a la vulnerabilidad. ¿Qué te hace sentir vulnerable?

Todo, yo soy muy vulnerable; si realmente estás abierta a todo lo que pasa, tienes que levantar algo que te proteja. Vivimos en un mundo terrible, con dos guerras aquí a la vuelta de la esquina, las elecciones en EE UU, el tecno-optimismo detrás del que están todos los poderes financieros que permea los medios, las televisiones, todo. No somos conscientes de lo colonizados que estamos por la cultura americana. Todo está desapareciendo, desaparecen las casas de comida, los artesanos prácticamente han desaparecido todos; puede que en pueblos aún haya sastres o zapateros. Hace años yo hacía muchas cosas con un calderero de Valencia, que no sé si trabajará ya. Y esos oficios son importantes en arte precisamente, porque cómo vas a restaurar ciertas cosas; por ejemplo, las obras que Dan Flavin hizo con neones en los años 70. A veces pienso que mi trabajo quedará como una cosa antropológica, el testimonio de lo que ha desaparecido. Yo tengo una obra hecha con estropajos de esparto y parafina; dentro de nada ya ni sabrán lo que es el esparto.

Eso es algo que siempre has denunciado, las carencias en la educación.

Falta educación científica y humanística, despertar la curiosidad por conocer; falta pensamiento crítico y educación ciudadana, hay que educar a la gente que tiene que votar. Yo he despotricado sobre muchas cosas de Austria, pero veo que la educación que yo tuve era claramente mejor, era una educación de calidad. Teníamos maestros que eran entusiastas; tú aprendes cuando tienes enfrente a alguien apasionado por el conocimiento, por transmitirlo. Pero para eso hay que pagar bien a los profesores, es una rueda. Mira lo que pasa con la ciencia: los jóvenes investigadores, todos, se van, y eso es una tragedia. Lo decía Margarita Salas, que estamos perdiendo generaciones enteras por falta de presupuesto y de medios, y es el futuro del país. Creo que lo que va a salvar la humanidad, si es que algo la salva, es que todo va muy lento. En realidad el porcentaje de gente intelectualmente poderosa siempre es el mismo, yo lo he visto cuando he dado clase; enseñaba para dos o tres y el resto de alguna manera lo arrastrabas, ¿no? Ese pequeño porcentaje es el que luego hace algo con eso. Aunque ahora hay gente joven que son como cohetes, usan otras herramientas.

¿Te refieres a la inteligencia artificial? ¿Piensas que puede llegar a sustituir al arte como representación de ideas o emociones?

Creo que son herramientas fantásticas, pero hay que utilizarlas así, como herramientas, y también los artistas las utilizarán. Pero es peligrosa toda esa información que a veces inventan, hay que enseñar en las escuelas todo lo que se viene encima, y sobre todo a pensar críticamente. Ahora es todo entretenimiento, y como interesa el espectáculo pesa más la espectacularidad de la noticia; por ejemplo, si se ha pagado no se cuánto por un cuadro, la prensa del arte ahora no dice nada, solo habla de aquellas cuestiones que puede vender mejor. El arte tiene un lado teórico, pero ya no estamos en la era de la estética kantiana, y todavía hay mucha gente que cree que sí. Era un arte que deja completamente aparte todo lo social, lo aparta, y se centra en lo formal; eso hoy día ya está superado. La crítica de la representación comienza en el siglo XX, hoy no puedes prescindir de la relación del arte con lo sociológico, lo económico; vivimos en un sistema muy determinado que no puedes dejar aparte. Los cuadritos domingueros o sensibleros no aportan nada. Caspar David Friedrich nos interesa, lógicamente, en su época, pero hoy tenemos que estar a la altura de los tiempos.

El cine, la literatura y los poetas están muy presentes en tu obra, ¿qué lees ahora?

Yo soy una persona muy curiosa, todo me interesa y leo mucho, aunque no novelas: filosofía, ciencia, poesía. Hay un filósofo que me encanta, Michel Serres, que escribió  esos libros maravillosos que son Los orígenes de la geometría, o El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio, que poca gente lee hoy. En los dibujos se me aparece siempre el gran poeta japonés de haikus que es Matsuo Bashō, que era también un gran caminante; recorrió el Alto Norte durante años escribiendo sobre lo que veía, lo que le pasaba en el camino.

Esta fotografía de Eva Lootz con la investigadora Margarita Salas demuestra la estrecha relación de la artista con el CNIO. Foto: CNIO

En 2018, Eva Lootz fue la primera invitada a los binomios arte/ciencia que puso en marcha el CNIO, formando pareja con la prestigiosa e inolvidable investigadora Margarita Salas. Foto: CNIO.

Tu estudio está en la sierra de Madrid, ¿tú también caminas mucho?

Me gusta caminar, allí tengo el monte delante, en un paisaje extraordinario. Ahora procuro practicar más porque el cardiólogo dice que hay que caminar todos los días media hora por lo menos. Lamentablemente no siempre cumplo (se ríe), porque luego en el estudio siempre encuentro algo que hacer.

Por un momento, imagino a la artista deambulando por su estudio, deteniéndose quizá frente a la ventana con la mirada perdida en el paisaje, con los versos de Bashō resonando en su cabeza, encendiendo en su mente líneas o formas que llenarán luego esos papeles milimetrados en los que le gusta tanto dibujar. Y como si me leyera el pensamiento, dice: “Frente a ese bombardeo de datos sensoriales al que estamos expuestos continuamente, hay que pensar de nuevo en la mirada, qué mirada es la que podemos y queremos tener hoy. El arte tiene que reaccionar a todo esto”.

Da un último trago al café, que de tanto como hemos hablado se habrá quedado frío, y luego mira a su alrededor, a la luz que atraviesa los altos ventanales de la sala, a la gente que en otras mesas está enfrascada en sus propias conversaciones o absorta en sus teléfonos. “Quizá nos queda, frente a la IA, lo que hacemos con las manos”, dice. “La humanidad se ha hecho a través de las manos, de las manos y del lenguaje”.

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