Eva Lootz: siempre catártica, desde los 60 hasta hoy mismo
La gran artista Eva Lootz (nacida en Viena en 1940, residente en España desde 1967), pionera en un arte concienciado con los desprecios y maltratos a la naturaleza y las mujeres, ha hecho doblete en Madrid. Su exposición en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid termina este domingo, 21 de julio, pero podemos seguir disfrutando su universo creativo en el Museo Reina Sofía hasta el 2 de septiembre. Recorrer esta amplia y muy bien montada muestra nos sumerge en el pensamiento crítico de la artista, tanto a través de su obra plástica como de sus escritos, que a menudo nos llegan de una manera más profunda y afilada que sus dibujos, pinturas, instalaciones, fotografías, esculturas… Es lo que hemos hecho en ‘El Asombrario’ y lo que proponemos a nuestros lectores: Un recorrido por la exposición del Reina Sofía a través de lo que Eva Lootz nos cuenta con la palabra.
La propuesta plástica de Eva Lootz es a menudo tan críptica como el propio título de la exposición del Reina Sofía: Hacer como quien dice: ¿y esto qué es?
Como explica el comisariado del museo, así “alude a una cierta manera de entender la actividad del arte: la de, haciendo, permitirse interrogar al mundo desde cero”. “A partir de esa idea, esta exposición propone un recorrido no cronológico, pero sí panorámico, por cinco décadas del trabajo de Lootz, en el que se muestra una selección de las obras recientemente donadas por la artista al Museo Reina Sofía y otras, algunas de ellas nunca antes mostradas o reconstruidas específicamente para la ocasión”. “A lo largo del recorrido expositivo, fragmentos de textos escritos por la artista permiten captar tanto sus referencias como sus particulares modos de hacer”.
Entramos en materia: El pensamiento de la artista a menudo crece en bucle, como una obsesión metafísica, y se convierte en filosofía neta. Aquí sus reflexiones sobre el agua, un tema que siempre ha estado entre sus prioridades de reflexión y que le lleva a preguntarse sobre la propia identidad, sobre el ser, cómo solo se consigue entidad frente al otro y al no-ser.
Esto escribía en 2009:
“Se diría que la esencia del agua es estar en movimiento y, en ese moverse, lavarlo todo. Sin embargo, aquello que el agua no pude lavar es a sí misma. No puede actuar en el autoencierro de la entidad, en la autoclausura.
El agua para ser agua tiene que mojar a su entorno, tiene que penetrar en la ropa, en la tierra, en la sal o el azúcar que ha de disolver. Solo si abandona el autoencierro de la entidad ‘agua’ se convierte realmente en agua. El ser del agua penetra en aquello que no es agua, lo que significa entonces que las cosas existen en la manera en que existen a través de la negatividad constituyente del vacío. En cuanto a los objetos, en esta manera de pensar, se sitúan no ya en el otro extremo de la visión del sujeto, tal y como postulaba la perspectiva clásica donde el sujeto-observador era el amo de la visión, sino que quedan inmersos en el campo continuo de todo lo demás, es decir, del resto del mundo. Así, para darle un giro a nuestro pensamiento, para reconciliarnos con el vacío ya no percibido como una amenaza, tendríamos que abandonar el autoencierro y la autoclausura.
Porque nada puede separarse de nada. Nada empieza ni nada acaba en sí mismo”.
El agua le sirve también a Eva Lootz para desarrollar su conciencia ecológica, de respeto al Todo.
“Alrededor de 2005 empecé a desarrollar mi trabajo relacionado con los ríos, el proyecto ‘Hidrografías’, que implica no solo el estudio de las cuencas hidrográficas de la península, especialmente la del río Guadalquivir y la del Ebro, así como las transformaciones de su curso a lo largo del tiempo, sino también la defensa del acceso público a los recursos hídricos y la lucha contra la privatización del suministro del agua”.
Tierra, mina, cantera, mujer
Del agua pasamos a sus reflexiones sobre la cultura del extractivismo que conforman las sociedades del capitalismo; y establece un paralelismo entre el desprecio a la tierra, la mina, la cantera –al considerarlas un mero recurso, sin más valor que el monetario– y el ocultamiento que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia.
Esto escribía Eva Lootz en 2014:
“Hay en mi trabajo un componente telúrico que apareció con claridad cuando empecé a interesarme por la minería alrededor de 1980, cuando me di cuenta de que todo lo relacionado con la extracción de los minerales y las materias primas, con su comercio e intercambio, con sus repercusiones en la sociedad y en la historia me interesaba más, y era mucho más fascinante, que aquello que un escultor pudiera hacer con el hierro, el cobre, el oro, la plata o el mármol: es decir, la escultura tradicional. A partir de ahí empecé a estudiar lo que luego llamé “el teatro de la materia”, las rutas de intercambio, la historia de los avances de la tecnología, las implicaciones sociológicas, las repercusiones en el lenguaje, y no tardé en darme cuenta de la escasa importancia prestada a los yacimientos, a esos “lugares de la materia” siempre a trasmano, solo conocidos por los que trabajaban allí. Me di cuenta de la dicotomía radical que atraviesa nuestra tradición entre materia y espíritu, de las implicaciones humanas de unos trabajos realizados a menudo en condiciones de semiesclavitud; empecé a ahondar en el paralelismo existente entre la devaluación de la materia y la de la mujer, en el hecho de que lo que se ha valorado siempre son los monumentos, las catedrales, los palacios, las pirámides, las esculturas de bronce y de mármol, quedando ocultos los lugares de su procedencia, el trabajo primero, la matriz, la cantera y la mina, aquello que ha hecho posible las obras”.
Los poderosos frente a artesanos y artistas
Y una mirada más en torno al feminismo (también de hace 10 años), a la construcción de una “identidad funcional de urgencia”, que nos va haciendo avanzar por la muy recomendable exposición del Reina Sofía:
“Careciendo de las habilidades manuales y el conocimiento experto del artesano, los ‘caballeros’ de cada época han declarado tradicionalmente su superioridad sobre él, relegándolo a un estatus inferior de la sociedad. La ‘intelligentsia’ –filósofos y sacerdotes, administradores, políticos y banqueros– han dominado todos los estratos de la palabra hablada y escrita. Lo que no entendían lo minusvaloraban. Esta actitud ha creado una dicotomía social entre los que trabajaban con sus manos (y esto atañe también a mujeres y artistas) y aquellos que llevaban la voz cantante y elaboraban el discurso de la época. Los artistas fueron los primeros en rebelarse. Las mujeres vinieron después.
En medio de un proceso de lento derribo de los esquemas binarios opresivos y de las dualidades, las mujeres hemos llegado a construir una subjetividad, a menudo caleidoscópica, a veces dividida, más de una vez ‘zurcida de emergencia’, con frecuencia desgarrada, a ratos brillante y en ocasiones a caballo entre idiomas y países. Se parece más a un patchwork que a un paño de seda, más a un enjambre que a un individuo; tal vez es algo precaria, pero también elástica y vibrante. Cabría tal vez llamarla una “identidad funcional de urgencia”.
En las paredes de la última sala de la exposición se multiplican sus dibujos. En ellos, Eva Lootz ha escrito palabras que nos llevan a las esencias, con espíritu ecológico, a cómo la felicidad se refugia en los instantes de serenidad que nos ofrece una planta o la luz de la mañana: «No acaba de llegar la nieve». «La increíble luz de esta semana». «La tierra!». «Había llovido por la noche. El día siguiente amaneció soleado»… Infinita Eva Lootz…
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