Experiencias de nueva vida rural con respeto y energía positiva
Frente a las gigantescas macrogranjas. Frente a las explotaciones mineras. Frente a la ola para convertir nuestros campos en instalaciones industriales generadoras de energía que despilfarran las ciudades. Frente a tanta prosopopeya que no va a ninguna parte sobre la España vaciada. Frente a todo eso, hay pequeñas experiencias en el mundo rural que sí buscan la conexión auténtica con la naturaleza y la memoria colectiva y la vida de los pueblos. Experiencias pequeñas, sí, pero que me hacen albergar esperanzas de que no todo está perdido para el 85% de nuestro territorio.
El medio rural representa el 85% del territorio nacional, pero vive en él únicamente el 20% de la población. Se estima que alrededor de un 13% de nuestro territorio –más de 1.350 municipios españoles– tiene la consideración de región escasamente poblada (menos de 8 habitantes / km2), de los cuales la mitad tienen menos de 100 habitantes en todo el municipio, según los datos de la Red Rural Nacional. España está además a la cabeza en cuanto a porcentaje de población urbana. Según los datos del Banco Mundial en 2019, el 80% de la población española vive en ciudades, porcentaje sólo igualado por Francia. Tras las protestas de la España vaciada, de las que se cumplen dos años y que pusieron el foco en la despoblación rural, el Gobierno ha impulsado un plan con 130 medidas, apoyadas en los fondos europeos, que buscan dar soluciones a esta despoblación.
La solución para la repoblación rural pasa evidentemente por la dotación de servicios, servicios que permitan la habitabilidad de pueblo, pero llevando una vida del siglo XXI, esto es, conexión a internet eficiente, formas de desplazamiento efectivas y fomento de igualdad de oportunidades, así como adecuado acceso a la educación y la cultura.
Frente a ello, muchas veces se impulsa un mundo rural como parque temático, con ofertas turísticas insostenibles, explotaciones industriales ganaderas y extractivismo de la naturaleza, así como otras formas de vida que pretenden trasladar los ritmos de las urbes a los pueblos. Estas opciones que pueden parecer el crisol para la vía económica, no así para la sostenibilidad, acaban enfrentando muchas veces a la población por dar o no apoyo a la implantación de macrogranjas, minas o campos de renovables. En este sentido, las grandes empresas ven ahí un lugar idóneo de inversión, dado que el precio del suelo es bajo y la población escasa para oponer resistencia; además, estas explotaciones no han demostrado generar empleo local, ya que requieren de poca mano de obra o mantenimiento; frente a ello, acarrean contaminación de acuíferos, pérdida de biodiversidad y deterioro ambiental de gran impacto.
Y frente a todo este halo gris y de difícil solución encontramos, sin embargo, proyectos esperanzadores e ilusionantes, proyectos que ponen el valor de lo rural en sí mismo, la convivencia con el entorno y con la población del lugar y el valor de una vida fuera de la tiranía del reloj o el IBEX 35. Proyectos que, entre otros muchos, han merecido para mí un hueco en este espacio y por ello quiero darlos a conocer a través de este artículo. Conocer estos dos proyectos, además, me han esperanzado en esta fase gris que atravesamos como sociedad, una fase teñida de polarización, de bulos, de desinformación, de intereses económicos y prostitución de las palabras. Quizá también porque, frente a la libertad concebida como derecho individual que no sopesa las consecuencias para la comunidad, sigo pensando que, por encima de todo, debe prevalecer la libertad que garantiza los derechos al bien común.
El colectivo artístico Espacio Matrioska en un pueblo de 100 habitantes
El primero de ellos es el proyecto Espacio Matrioska, un colectivo artístico que desarrolla su trabajo de mediación, gestión y creación en el ámbito cultural en Os Blancos, un pueblo de unos 100 habitantes en la provincia de Ourense. El colectivo entiende el intercambio cultural y la creación artística como herramientas sociales transformadoras. El proyecto, que muta y se transforma, tiene su base en su ubicación y busca la simbiosis entre el entorno y la comunidad donde se realiza. Así, naciendo en el mundo rural gallego, marca sus líneas de actuación, objetivos y trabajo.
En el pueblo cuentan con un edificio municipal cedido, a medio construir, que funciona como punto de encuentro e intercambio durante las Residencias de Verano, una experiencia que ofrecen para el desarrollo del proyecto creativo, donde el interés que genera reside en la conexión que se establece entre el contexto sociocultural de la aldea, los participantes del proyecto y los vínculos culturales que se crean durante la convivencia con los habitantes del pueblo, dando lugar a iniciativas que reflexionan sobre cómo se habita, cómo se genera cultura y cómo se establece el tejido social.
En Os Blancos ha tenido también lugar el Festival Reina Loba y otros proyectos de dinamización cultural y convivencia que el colectivo organiza. Trabajan desde el entorno de manera creativa y sostenible. Para Espacio Matrioska es importante que los proyectos sean tratados igual que las personas, con cariño y cercanía. El compromiso social y participativo es el tutor de sus líneas de actuación. Los proyectos se diseñan desde la propia comunidad y para ella.
La casa nido O Bicarelo en una aldea de 20 habitantes
La segunda experiencia que quiero abordar, también en el rural gallego, consiste en una casa nido. Personalmente no sé si puede haber dos palabras que desprendan más ternura y protección para la primera infancia que “casa nido”. La casa nido O Bicarelo se localiza en Seoane, una pequeña aldea de 20 habitantes en el municipio de Manzaneda, y pertenece a la red Madres de Día, una red que defiende la crianza en la primera infancia en pequeños grupos y de forma muy personalizada, respetando los biorritmos y los desarrollos individuales físicos y emocionales.
O Bicarelo promueve además la crianza en el medioambiente, en el entono próximo. Son cinco en total los niños y niñas que cada día, junto a su “madre de Día” pasean entre castaños centenarios y conviven con los vecinos y vecinas. Y es precisamente el hecho de que solo haya 20 personas junto al entorno rural lo que configura un contexto tan excepcional. Las familias que confían en O Bicarelo se organizan para que cada semana llegue fruta de temporada para las meriendas de la casa nido, y que todos merienden juntos, aprendiendo a convivir y compartiendo.
La ecología, la dignificación de la vida rural y sosegada junto a la cooperación son parte de sus principios, y el aprendizaje viene de la mano de la experimentación con hojas secas, de manipular castañas, de pinceladas sobre papel o de la visita a los animales de granja de cualquiera de los vecinos. Pues la vida en comunidad ofrece eso, colaboración y participación. Más allá de los horarios comerciales, de los estrictos ritmos de aprendizaje encorsetados y el marketing comercial al más puro estilo empresarial que llevan a cabo muchos centros educativos, existen experiencias que ponen el valor de lo humano en el foco de atención, respetando así la vida en los años más importantes para un óptimo desarrollo psico-afectivo.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por angel coronado, el 22 mayo 2021
La cuestión inagotable. El espacio que se abre entre un principio, una salida, el inicio de un viaje, de una experiencia, el principio que se abre entre un algo y otro algo como el de la meta, la llegada, el arribo, el fin. De principio a fin. Ahí se aloja la vida cuando el principio es nacimiento desde nadie sabe dónde y la muerte no es otra cosa sino arribo a otra cosa de la que nadie sabe nada.
Pero dentro de la vida se reproduce lo mismo. La vida sería entonces una serie de pequeños nacimientos a los que sigue, colmado su espacio, la pequeña muerte del punto final. La vida sería eso, un montón de pequeñas cosas interpuestas entre menudos nacimientos y pequeños lutos, pequeñas cosas de las que nadie sabe nada y aparte de las cuales no resta nada excepto eso, pequeños nacimientos, pequeños lutos, eterna y sucesivamente encadenados entre sí con el cemento de la nada.
Miriam Leirós nos habla en el texto que comentamos de eso. Y lo leo y lo entiendo y lo hago mío sin reservas. El micro pueblo, la micro empresa, el micro empeño, tan lejos todo eso de todo aquello que nos habla de la hermosura de las pequeñas cosas como tales, de la humildad hecha hermosura, pero tan lejos esto de aquello a lo que ahora me refiero, tan lejos de un sentido de la vida concebida como la sucesión de pequeños nacimientos y nano-lutos que se anuncian y suceden entre sí con el cemento de la nada entre los mismos, de una nada que no es ni orgullosa ni estoica ni humilde sino llanamente sabedora de un poder, el poder de no, una clase de poder que se impone. Basta ya de voces milenarias que prometen o maldicen por milenios de grandeza o condenación. Basta ya. Ensayemos con David frente a Goliat.
Ahora intentaré decirlo mejor, para lo cual prefiero no inventar sino citar estas palabras iniciales de Miriam Lejrós: “Frente a las gigantescas macrogranjas […]. Frente a la ola para convertir nuestros campos en instalaciones industriales generadoras de energía que despilfarran las ciudades. Frente a todo eso, hay pequeñas experiencias en el mundo rural que sí buscan la conexión auténtica con la naturaleza y la memoria colectiva y la vida de los pueblos. Experiencias pequeñas, sí, pero que me hacen albergar esperanzas de que no todo está perdido […]”