Una serie de verdad: ‘Exterior noche’, ¿se pudo salvar a Aldo Moro?

El personaje de Aldo Moro, durante su secuestro, en una imagen de ‘Exterior noche’. Cedida por Filmin.

En mayo de 1978, la banda terrorista Brigadas Rojas asesinó al presidente de la Democracia Cristiana de Italia, Aldo Moro. El hombre que estaba a punto de forjar el primer pacto entre la fuerza política dominante en la República desde el final de la Segunda Guerra Mundial y su principal enemigo, el Partido Comunista, había sido secuestrado en una calle de Roma el 16 de marzo y ya no volvió a vérsele hasta que lo encontraron muerto en el maletero de un coche al cabo de 55 días. La serie italiana dirigida por Marco Bellocchio ‘Exterior noche’, que se puede ver en Filmin, recrea este episodio clave de los conocidos como ‘años de plomo’ de la vida italiana, un tiempo de agitación e incertidumbre, con enfrentamientos entre la extrema izquierda y la extrema derecha, huelgas, terrorismo y amenazas de intervención militar.

Italia parecía ir a la deriva en los años 70. Todo era posible entonces en ese país asediado por atentados, muertos, conspiraciones de masones, militares, políticos, eclesiásticos, activistas de todo el arco ideológico. Y lo que podía salvarlo quizá fuera justamente ese gobierno “satánico”, como lo imaginaban algunos de sus opositores de dentro y fuera del gobierno. Qué paradoja que cuando el Partido Comunista y la Democracia Cristiana (DC), dos mundos inconciliables, encauzaban su negociación para que los comunistas apoyaran a la DC desde el exterior del gobierno, su principal valedor fuera secuestrado y asesinado por la extrema izquierda terrorista antisistema.

El director Marco Bellocchio ya había estrenado en 2003 una primera versión del caso Moro, Buenos días, noche. Al volver sobre aquel acontecimiento 20 años después en su serie Exterior noche, el gran cineasta de 83 años pasa de aquel primer plano concentrado en la figura de Aldo Moro y su cautiverio de 55 días en un estrecho habitáculo construido en el interior de un piso en Roma a un plano general en el que comparecen los personajes fundamentales del drama que había soslayado en esa película.

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Los seis capítulos de la serie reconstruyen, por tanto, un hecho histórico y sugieren una interpretación; constituyen una crónica pública del rapto y el magnicidio del presidente de la Democracia Cristiana, y la crónica íntima de la convulsión que sufrieron las gentes más afines a Moro.

Bellochio es un superviviente entre los grandes directores italianos que irrumpieron en el cine de su país en los años 60. A diferencia de tantos cineastas que queman su talento en las primeras películas o claudican ante los incipientes signos de vejez, el último tramo de la carrera de Bellocchio es uno de los más apasionantes, con películas tan singulares como Vincere, una operística visión sobre Mussolini; Sangre de mi sangre, una enigmática incursión vampírica y demoníaca ambientada en dos épocas históricas, y El traidor, un tenso retrato del mafioso Tommaso Buscetta, cuya delación al juez Falcone desembocó en el principal proceso acometido contra la mafia en Italia.

Como se desprende de esta reducida selección, la imbricación entre la historia italiana y los mecanismos de intervención del poder definen su cine. Sobre ello vuelve en Exterior noche. Su estructura recuerda a la famosa película de Akira Kurosawa Rashomon, en la que varios personajes evocan un mismo hecho: la violación de una mujer y el asesinato de su marido. Cada capítulo de la serie está dedicado a personajes con los que Moro tuvo la más estrecha relación: sus amigos Francesco Cossiga, ministro de Interior, y el papa Pablo VI, y la esposa de Moro. A partir de ellos, y a modo de círculos concéntricos, de otros secundarios en la trama, pero igualmente imprescindibles (curas, ministros, políticos, terroristas), Bellocchio reconstruye aquel tiempo de angustia y suspense formulando una pregunta sin respuesta aparente: ¿Pudo salvarse a Moro?

Fotograma en el que Moro se entrevista con el Papa Pablo VI. Cedida por Filmin.

¿Pudo salvarlo Cossiga, quien tenía a su disposición toda la policía de Italia? Bellocchio muestra a Cossiga como un hombre atormentado. Un hombre que duda. Se deja arrastrar por la estrategia alarmista del ala ultra del gobierno frente a la más cabal de la policía. Un agente de la CIA intenta calmarlo en varias reuniones que ambos mantienen y le marca la dirección general del caso: firmeza del Estado y desacreditar a Moro. Estados Unidos, principal aliado de Italia, está alarmado por ese pacto que quiere acordar Moro con el PCI. Una alarma compartida con los militares y parte de la DC. Difamar al político secuestrado, le dice el espía a Cossiga, es una táctica para que lo tomen por loco y pierda valor ante sus secuestradores. Moro envía cartas a su esposa y a sus correligionarios de la DC, que se harán públicas en los periódicos, conminándoles a negociar con los terroristas para salvarle la vida. Cossiga no duerme. Le asaltan en los pasillos del ministerio con informaciones peregrinas: la de un vidente que asegura que los comunistas tienen encerrado a Moro en un manicomio de Roma, la de una monja que comunica que ha visto a Moro sacado por unos hombres de un coche en una casa paredaña al convento donde está recogida. Para aislarse de ese maremágnum, se encierra en una habitación oscura del ministerio mientras van llegando los ecos del caso, las ominosas señales de un final presentido.

¿Pudo salvarlo el Papa? Pablo VI envía a uno de sus monseñores a negociar con los terroristas el pago de un rescate millonario, lo que provoca la ira de los militares cuando el Vaticano lo comunica al gobierno: si se acepta un pago, contestan, los terroristas comprarán armas, bombas; las utilizarán y se desatará el caos en las calles. “Pagar es rendirse”, concluyen. La figura enigmática, callada, del presidente del Gobierno, Giulio Andreotti, que se desliza por la serie como un oráculo funesto, está de acuerdo con ellos. Para él no hay disyuntiva. Un Estado no negocia con terroristas. Pero, finalmente, la falta de certeza sobre si Moro está vivo, lo que no garantizan los terroristas que actúan de intermediarios, frustra la operación autorizada por el Papa.

¿Pudieron salvarlo los propios terroristas? Bellocchio no es terminante, porque, en lugar de dirigir su atención a la cúpula de los secuestradores, examina las figuras de dos brigadistas (un hombre y una mujer) que dan cobertura al secuestro, pero permanecen ocultos en un piso franco distinto de aquel en que han encerrado al presidente de la DC. Al hombre le hace confesar que no cree en la revolución, el horizonte al que encaminan sus atentados las Brigadas Rojas. “El Estado vencerá”, confiesa. Él es, aunque no lo exprese con esta palabra, un nihilista. Quiere matar, aunque muera. Mata para matar a quien manda. Aunque esas muertes nunca terminen con quienes mandan.

A la mujer, una convicta revolucionaria (y paradójicamente católica), Bellocchio la somete a las dudas: “Es un error”, le dice a su superior, “matar a Moro; ha sido un error matar a sus escoltas. Las Brigadas Rojas han secuestrado al presidente de la Democracia Cristiana para negociar, no para matar”.

“Pero así”, le contesta su superior, “no se hace la revolución”. No nos hacen caso si no matamos, viene a decir. Y nosotros vamos en serio.

“¿Entonces, no queremos negociar?”, pregunta ella a su compañero de piso.

“Estamos en guerra y las órdenes no se discuten”, le contesta él.

Imagen de un enfrentamiento entre manifestantes y policía en ‘Exterior noche’. Cedida por Filmin.

¿Pudo salvar a Moro su familia? Su mujer, Eleonora, tiene acceso directo al sanedrín del partido, al Papa. Pero su capacidad de influencia es mínima. No habla con unos próximos, que enseguida se desplazan en comandita al domicilio del político para confortar a la esposa y a los hijos, sino con el Poder. Cuando Bellocchio introduce a este personaje en el capítulo quinto, se produce un fenómeno de transferencia autoral sorprendente: la serie pasa de manos del cineasta a la actriz Margherita Buy. Buy es una de las intérpretes habituales de las películas de Nanni Moretti y su presencia en ese capítulo trasciende (dicho sea desde el entusiasmo) la propia serie. De repente, uno asiste a un recital interpretativo. La fuerza de convicción de la expresión de Buy, su zozobra interior asomando en los ojos, en la rígida apariencia que compone su cara, en sus movimientos, en sus desplazamientos dentro de las escenas, constituyen una especie de isla propia en Exterior noche, una apropiación del espacio fílmico de su autor. El suyo es personaje derrotado, convencido de que el gobierno y el partido del gobierno no harán nada por salvar a su marido.

Naturalmente, la única respuesta posible a la salvación de Moro compete a los terroristas. Son ellos quienes deciden su rapto, quienes manejan una estrategia de tensión durante casi dos meses, quienes aparentan negociar cuando quizá el propósito de aquel asalto al Estado ya estaba decidido, porque querían asesinarlo.

En Exterior noche, Bellocchio opera casi como un entomólogo, o como una especie de diablo cojuelo que levanta los tejados de las casas, de los palacios, los techos de los pisos, que recorre las calles y observa y deja constancia de las razones de sus personajes: de la razón política, de la razón familiar, de la razón terrorista, de la razón amistosa… Aunque esta propensión comprensiva la rompe a veces para enfatizar su desacuerdo con esos mismos personajes (salvo con los de la familia de Moro), a los que filma agrupados, de una manera que los caricaturiza. Y en este pasar de la comprensión a la caricatura, y de la caricatura a la fantasía en secuencias que reproducen sueños o figuraciones, radica uno de los logros de Exterior noche, porque va levantando, como una bruma, un ambiente de pesadilla.

Otro de los logros es la falta de énfasis de Bellocchio en la tesis conspirativa que circuló posteriormente: la renuencia de determinados cargos del gobierno y la DC a agotar las posibilidades de salvar a Moro, porque lo preferían muerto que vivo, y de esta manera el pacto “satánico” entre comunistas y democristianos, en plena guerra fría, jamás se produciría. Esa tesis sobrevuela la serie, pero le corresponde al espectador tomarla en consideración o rechazarla. Es una capa de las múltiples que encierra esta ficción, basada, como suele decirse, en hechos reales. La forma en que Bellocchio dispone su trama, como un tapiz o un patchwork, su calado estético y su reflexión política y emocional confieren a la serie una relevancia superior a cualquiera de las que hoy se emiten por televisión.

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