Federico de la Peña, espía de la naturaleza y del latido de la braña
Naturalista y divulgador audiovisual, Federico de la Peña (Mondoñedo, Lugo, 1961) creció embaucado por el canto de las aves y las palabras de Félix Rodríguez de la Fuente. A la primera oportunidad, siguió sus pasos y se convirtió en autor de numerosos documentales, programas de radio y campañas de educación ambiental por colegios y escuelas. Director de la fantástica serie ‘O espía da natureza’ y de inolvidables películas como ‘El latido de la Braña’ o ‘Amelia, de Terra de Montes’, demostró la importancia de los documentales de proximidad, al descubrirnos la biodiversidad de los ecosistemas que nos rodean, y al dignificar la belleza del patrimonio etnográfico: esa simbiosis entre la piedra tallada por el ser humano desde hace siglos y el colorido que sobre ella vierte la naturaleza. Como en ‘As casas dos mouros’, sobre los dólmenes, o en ‘Alvarizas, castelos do mel’ (castillos de la miel). La crisis de 2008 puso freno a su labor divulgativa, y en 2018 una lesión de columna le retiró casi definitivamente de los escenarios naturales. Es de rigor recuperarle. Hemos hablado con él.
Pese a los achaques de salud y los sinsabores de la profesión, Federico de la Peña se reinventó y no ha dejado de cavilar nuevos proyectos, siendo autor de exposiciones sobre el románico gallego como Sexo na pedra, o de libros como Escenarios da prehistoria, publicado el año pasado, donde recorre el monumental paisaje natural y arqueológico de la provincia de Pontevedra. Por ese motivo le llamo y le pregunto cómo empezó todo:
«Yo creo que tengo un gen heredado, y una de sus facetas es el amor a la naturaleza. Mi abuelo, Federico de la Peña, era cazador; mi tío, también Federico, era uno de los mejores pescadores de trucha de Mondoñedo, y mi padre, Antonio, era cazador también, pero un buen día dejó la escopeta y se dedicó a criar animales, sobre todo perdices. La perdiz era el animal que más le gustaba, pero no gastronómicamente, sino estéticamente».
Esta relación entre la caza y el ecologismo me recuerda al escritor Miguel Delibes. Su hijo, el biólogo Delibes de Castro, ha dicho que aprendió a amar la naturaleza yendo de caza con su padre. Aunque era caza menor y familiar, no sé si llegó a persuadirle de que colgara la escopeta…
Mi caso es diferente porque mi padre dejó de cazar años antes de que yo naciera. Lo que sí hice fue criarme en su ambiente preferido, rodeado de perdices, faisanes, codornices, palomas… Criaba sobre todo la perdiz griega. Luego lo intentó con la perdiz roja, la autóctona, pero no llegó a cumplir su objetivo porque falleció. Murió cuando yo tenía 15 años. Ahora bien, estoy convencido de que hubiera logrado reproducirla, ya que era un hombre muy tenaz, paciente y habilidoso para hacer jaulas y todos estos temas.
¿Esto dónde era?
En nuestra casa de Pontevedra, aunque ya había empezado en Mondoñedo con pavos y palomas. Aquí disponía de más terreno para su afición. Yo le ayudaba con las jaulas y aprendí muchas cosas de él, pues habiendo sido cazador conocía muy bien la vida de los animales. Una cosa muy curiosa es que todos los años, por alguna festividad, en casa se mataban perdices y se invitaba a la familia a comer. Pero ni él ni yo probamos ni uno solo de estos animales. ¡Éramos incapaces! Nos daban pena porque los habíamos visto crecer… De hecho, yo no sé a qué sabe la perdiz; jamás la comí y dudo que lo haga debido a que llevo unos 40 años sin comer carne. Soy básicamente frugívoro.
Entonces, por un lado esa vida con mi padre siempre rodeado de animales. Y después, claro, Félix. Los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente hicieron que yo me desviviera por la naturaleza, que se convirtió en mi verdadera pasión. Así que entre el gen familiar, la afición de mi padre y Félix, se forjó mi carrera. Y te digo gen porque yo con 4 o 5 años recuerdo que llamé desgraciado a mi abuelo por matar un sapo delante de casa. Le dije desgraciado porque sabía que era una palabra que le dolía mucho. Por eso te digo que conmigo ya había nacido algo. Tenía de alguna forma predisposición para amar la naturaleza y protegerla.
¿Y cómo cuajó todo eso en profesión?
Yo quería dedicarme a lo que más me gustaba, que era la fotografía y sobre todo la filmación de los animales salvajes. Mis primeras imágenes las grabé a finales de los 70, gracias a un vecino de Pontevedra muy conocido, Curro Volta, que me dejó su tomavistas de Súper 8. Las escenas consistieron en paisajes y en una pareja de zorzales comunes. Después, pasados los años, me empeñé comprando una cámara para uso profesional y empecé con mis primeros proyectos, tanteando a la TVG, que acababa de nacer, a la productora Faro, a la Diputación… En radio llegué a tener seis espacios, y empecé a publicar en revistas ambientales, como Periplo, que en aquel momento era lo máximo en caza fotográfica. Se la consideraba el National Geographic español.
En 1996 la Casa das Ciencias de A Coruña concedió a Federico de la Peña el Premio Prisma por el documental ‘El latido de la braña’, donde mostraba la vida vegetal y animal más significativa de las brañas de montaña, en las turberas de Xestoso, provincia de Pontevedra. Fue el primer documental gallego que ganó ese premio después de 9 años de convocatoria. Años después se lo volvieron a dar con ‘En busca do mexillón de río’. «Me lo dieron por la curiosidad de que existiera un mejillón de río, porque además es una especie de las más protegidas del mundo, en peligro de extinción«.
Recuerdo ese documental y me gustó, pero me pareció más espectacular ‘Cando baixa a marea’, porque nos hace conscientes del ecosistema en miniatura de ese micromundo que vive en las charcas de roca de las playas.
Cando baixa a marea es el único trabajo que hice en mi vida sobre la costa y el mar. La verdad es que tuve muchísima suerte al grabar determinadas secuencias, como las de los arneiróns o bellotas de mar. Jamás olvidaré cuando estos parientes de los percebes, incitados por la luz o la temperatura del agua, empezaron a reproducirse, soltando esperma sobre unas hembras que también son machos, ya que la especie es hermafrodita. Yo no daba crédito a lo que estaba viendo, una verdadera orgía sexual, y las imágenes fueron lógicamente espectaculares. Como la escena de los caracoles Nassarius devorando una sepia muerta, o la de los cangrejos ermitaños en busca de una concha más grande… Cando baixa a marea es, sin duda, uno de mis documentales más bonitos.
¿Dónde se graban esas escenas?
Muchas en interior, en acuario o terrario, cuidando especialmente el entorno para reproducir las condiciones naturales. Ten en cuenta que incluso los documentales en el campo a veces requieren decorados hechos allí mismo, en el bosque, utilizando animales adiestrados como los que yo tenía, autorizados por la Xunta exclusivamente para fines conservacionistas, educativos y divulgativos.
Parece que los animales fueran actores esperando en el ‘backstage’.
Claro, con ellos nosotros manipulamos la realidad, pero no la falseamos. No nos inventamos nada que no ocurra en la naturaleza. Otras veces ya son rodajes completamente inmersos en el campo. Y fue precisamente eso, la filmación al aire libre, lo que me provocó las lesiones que tengo en la columna: cargar con equipos muy pesados, estar mucho tiempo metido en casetas de camuflaje diminutas sin poder estirar las piernas, en cuclillas durante horas en los ríos… Las truchas que se ven en Amelia, de terra de montes, las grabé después de pasar 5 horas sin moverme en el río Almofrei, un afluente del Lérez. Desde entonces, he tenido que bajar mucho el ritmo por mi invalidez, entre otras cosas, y orientarme a otros temas, como mi primer libro, ilustrado entre otros por Inés Vázquez Ramallal, una gran profesional que hace un año sacó una novela gráfica muy bonita titulada Aldara, a lenda do cervo branco. Me ha costado mucho dar este paso, porque aquella era mi verdadera pasión.
Pero todavía puedes salir al campo, ¿no? O participar en proyectos sin tener que asumir grandes esfuerzos, espero…
Sí, pero no es lo mismo. Me he desencantado mucho de la gente. La última experiencia de guion fue horrible, me engañaron y estafaron. Y es muy distinto de como lo hacía yo antes. Yo antes cogía la cámara y me quedaba el tiempo que hiciera falta, hasta de noche. Contaba con una factoría para la realización de documentales, y gente muy cualificada para el mantenimiento y adiestramiento de animales. Tenía material y proyectos que envié a la TVG, a los que a veces ni contestaban. Proyectos con los que llegué a competir y ganar a producciones extranjeras de mayor presupuesto. Los responsables de los museos de ciencia de A Coruña me decían que no entendían que no se aprovecharan más de mí, con las ideas y proyectos que tenía, que me tuvieran totalmente aparcado.
Me sorprende porque yo no había visto documentales sobre la biodiversidad autóctona como los tuyos.
Sé que los históricos de la TVG lo intentaron, pero la respuesta que recibían, según me comentaban, es que los altos cargos no querían producir realizaciones de este tipo porque son lentas. No las entregas de hoy para mañana, ya que para grabar las 4 estaciones necesitas un año. Además, para colmo, alegaban que ya tenían producciones extranjeras que cubrían estos temas, cuando lo normal es que una televisión autonómica promocione productos que hablen de su país. A mí me gusta ver documentales del Caribe o sobre leones y elefantes, pero lo primero que quiero conocer es lo que hay en mi tierra.
Además, yo he demostrado que esa demanda existe, que interesa a la gente. Una de las cosas que más me enorgullece son las campañas de educación ambiental en colegios, que patrocinó durante 5 años el Servizo Agrario de la Deputación de Pontevedra. Dejé una huella enorme en los alumnos y profesores. Jamás pude prever semejante éxito y acogida. Recuerdo un colegio de Cambados al que había ido a dar una charla por primavera. Cuando volví en otoño, me dijo el director: «Yo llevo aquí 20 años y jamás he visto semejante revolución en los alumnos con una visita». Según ellos, hipnotizaba a los chavales. Y es cierto, porque los niños de 10 a 14 años no disimulan. Si se aburren, lo notas. Y aquellos ojos, no lo olvidaré jamás, Alberto, no se cerraban. Dirigidos constantemente a mí, lo absorbían todo. Y los coloquios eran eternos, no paraban de levantar las manos. Los autobuses afuera esperando y los chavales no querían salir… Fue un éxito muy necesario en los colegios, que pienso debería repetirse.
¿Cuándo fue esto?
Esto sería a principios de siglo, en 2001, más o menos, hasta que llegó la crisis. Ya sabes que lo primero que cae con los recortes son la educación, el medio ambiente y la cultura. Lo que hacía era llevar animales de los que suelen tener mala reputación, como alguna rata, un sapo, una culebra, y un lagarto ocelado, y aprovechaba para contar creencias populares sobre ellos y desmitificar su mala prensa. Combinaba mi exposición con diapositivas y luego les sacaba el animal, y te puedo asegurar que lo absorbían como esponjas porque se aprendían todo. Esto lo comprobé con las preguntas que me hacían en los coloquios. Era como si se hubieran chapado la charla.
A sus padres luego les volvían locos y les decían “¡vino el de la Diputación!”. En una temporada recuerdo que les llevé un erizo, que sabes que la mayoría mueren atropellados. Son muy simpáticos e inteligentes, yo he convivido con muchos… Pues yo les decía que aconsejaran a sus padres que fueran despacio por las carreteras secundarias para evitar machacarlos, y les explicaba cómo tenían que hacer si veían uno para retirarlo del vial. Luego, algunos de los padres, que eran profesores, me decían: «Mira, estamos de ti hasta las narices, porque no hay forma de ir en el coche sin que te digan: “Cuidado, papá, no vayas tan deprisa, que puede haber un erizo”. Fíjate tú si esto funcionaba que los chavales convencían a los padres. Matábamos dos pájaros de un tiro, porque no solo hacíamos divulgación ambiental con ellos, sino con la generación de sus padres. Bueno, pues la Diputación tampoco le hizo mucho caso y esto con la crisis en 2008 fue lo primero que cayó. Y era algo que gustaba lo mismo a los niños de campo que a los de ciudad. Sorprendentemente, también a los de campo les asustaban las culebras, porque, claro, ahora ya muchos están metidos en casa con el ordenador y no tienen la experiencia que tenían sus padres o abuelos.
En radio, la acogida también fue siempre muy buena. La gente decía que hacían falta programas así. Y eso me sirvió luego porque los documentales los hacía pensando en la gente. A través de los oyentes y de mis entrevistas a gente del campo conocí muy bien lo que valoran y sé lo que les gusta, como las creencias populares, que era un ingrediente esencial en mis programas. A las personas mayores del campo les trasladaba a su infancia, y a los de ciudad les resultaban curiosos estos temas.
¿No te gustaría volver a hacer esa divulgación ahora?
Mucha gente que veía mis documentales me llama todavía y me dice: “Tú tenías que jubilarte con O espía da natureza”. Y a veces lo pienso y digo: lo que podríamos haber hecho con solo un poco más de personal y presupuesto. O no dimos con los directivos adecuados o no interesaba que hiciéramos esos trabajos para no abrir demasiado los ojos a la gente. Te digo esto porque gracias al documental El latido de la braña no instalaron una planta de transformación de purines en el centro de un ecosistema de gran valor medioambiental, las Brañas de Xestoso. Ya estaban los terrenos vendidos e iban a empezar con las obras. Trataban de convertir el purín en compost y la idea estaba muy bien, pero no en ese sitio, que es Red Natura 2000. Se iban a cargar la zona.
Está claro que hay que hacer algo con los purines [mezcla de excrementos y orines de los cerdos usada para abonar], porque son muy dañinos para los ríos. Los vecinos pensaban que les iban a contaminar el agua de los manantiales, y cuando se enteraron de que habíamos hecho este documental, que se había rodado allí, nos pidieron proyectarlo en la zona para ver si podían evitar semejante destrucción. Y efectivamente, lo proyectamos primero para los vecinos, que ignoraban que existiera toda esa vida, una parte muy importante de la vida de las turberas de montaña: orquídeas, plantas insectívoras, pájaros como el alcaudón dorsirrojo, aguiluchos, distintas especies de arañas… Acordaron entonces que había que llevarlo a los concellos implicados, que eran Forcarei, Silleda y Lalín. Se les presentó a los alcaldes, lo vieron y concluyeron: “Hay que tratar por todos los medios de anular ese proyecto”. Años después, paseando por las brañas, me encontré a un señor que estaba arreglando un muro, y me dijo: «No sé si sabrá usted que hay un señor que salvó estas brañas. Se llama Federico de la Peña, y habría que ponerle una estatua en recuerdo a su buena acción». Le dije: «No me diga, pues soy yo». Y me dio un abrazo, no se lo creía… Por eso me siento muy orgulloso de ese documental, que se hizo con voluntad y muchas ganas.
Ahora vas por las brañas de Xestoso y ya no son ni la mitad de lo que eran. El clima cambió, eso es indudable, sobre todo de 30 años para acá. Hay un refrán que dice «después de la Peregrina el invierno encima», y la Peregrina es a mediados de agosto, pero en los últimos años el tiempo es más soleado. Yo recuerdo que de niño empezaba a llover en septiembre u octubre, paraba en enero, con las heladas, que terminaban a mediados o finales de febrero, y no paraba de llover hasta mayo. Entre la sequía y el agua que le quitan los vecinos, ahora en Xestoso apenas encuentras especies que antes eran abundantes y salían en mi documental. Como el Xunco do algodón, una planta interesantísima, típica de latitudes más nórdicas, que fue empujada por los hielos de la última glaciación y se quedó aquí, entre nosotros. Esto está cambiando, así que el que me diga que este clima es normal, no, para nada. Las brañas están prácticamente secas y los ríos en verano apenas llevan agua.
¿Qué zonas de las que filmaste son las más especiales para ti?
Hay dos casi sagradas. Una es la Costa da Vela, donde grabamos parte de Cando Baixa a marea. Es un lugar especial, por su historia y sus acantilados. Y después le tengo un cariño extraordinario a la conocida como Ponte de Andón, en la parroquia de Aciveiro. Es un lugar muy fotogénico, donde un puente medieval armoniza con un sauce posiblemente centenario. En otra parroquia cercana hay un lavadoiro único en Galicia, semejante a un dolmen de corredor. Las piedras laterales y del techo son lajas enormes, pero ahora está completamente invadido por la vegetación y es imposible verlo. Podría ser uno de los grandes atractivos del lugar, al igual que las cruces de mala muerte, que se ponían a personas que fueron asesinadas. Historias de meigas, de mal de ojo, un folclore real que atrae a la gente y debería aprovecharse para promover el turismo rural y gastronómico. Tenemos mucho patrimonio olvidado. En otras zonas seguro que lo promocionarían, pero aquí ni caso, aunque les des la idea o el trabajo hecho. No interesa. ¿Por qué? Solo nuestros administradores lo saben.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por ‘El secreto de la naturaleza’, reflexiones sobre la ciencia con Pedro … – UPV/EHU – Taitoru, el 25 septiembre 2023
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