Fele Martínez se estrena en la dirección teatral con ‘Animales de compañía’
Fele Martínez, más conocido como actor (‘Tesis’, ‘Los amantes del círculo polar’, ‘Machos Alfa’), ha escogido un texto muy interesante para cumplir el sueño de cambiar de bando y observar cómo interpretan los demás mientras él, ligeramente alejado y profundamente implicado, organiza la función decidiendo su transcurso. Ya no se trata de memorizar los diálogos, respetar el turno de palabra y contar los pasos que le pide el personaje asignado. Fele Martínez acaba de asumir el riesgo de la dirección teatral, con una pieza que en su día disfrutó de lo lindo desde el patio de butacas. Se trata de ‘Animales de compañía’ y no va precisamente de mascotas.
El público, más o menos informado de la trama argumental, se va a encontrar con cuatro amigos que esperan a una quinta para rendirle una especie de homenaje sorpresa que palie los efectos de una pésima racha: varios meses de ingreso hospitalario, precedido de un nefasto mal de amores. El texto de la dramaturga Estel Solé no se anda con sutilezas. Esos cinco colegas no son un trigo completamente limpio y, a medida que transcurre la obra, el suelo se llena de caretas que dejan muchos engaños a la vista. Nervios, agitación, desconfianza, culpabilidad y un mar de dudas. Si ustedes son de los que aceptan a semejantes personajes como animal de compañía, sigan leyendo este texto o, mejor, acudan al teatro Bellas Artes de Madrid para ver a Carmen Ruiz, Jorge Suquet, Mónica Regueiro, Iñaki Ardanaz y Laura Galán, dirigidos por el debutante Fele Martínez. Hablamos con él justo el día siguiente del estreno, buscando las ojeras de una noche en vela, sin encontrar ni rastro de los nervios de las primeras veces.
Podrías contarme, sin entrar en detalles indiscretos, cómo dormiste anoche y cómo te has despertado esta mañana.
(Risas). Pues me dormí muy a gusto y me he despertado más feliz todavía.
Entonces, estás muy satisfecho con el estreno de la obra y tu debut en la dirección.
Estoy súper contento. Hicimos unas funciones en Segovia y vimos claramente que Animales de Compañía apuntaba maneras, pero lo de anoche fue apoteósico. Sentimos al público muy entregado y las risas sonaron cuando tenían que escucharse. He pensado sobre todo en estas fieras, comenta en referencia a los actores. Les hacía falta recibir el retorno tan directo de la gente y más en un teatro como este.
Fele Martínez comenzó antes en el teatro que en el cine. ¿Cuál de sus primeros papeles te han dejado más huella?
Mis principios fueron en café teatro con una compañía llamada Sexpeare. Pero la llave de todo es el Chema de Tesis, la primera película de Alejandro Amenábar, que fue algo muy importante para todos los que participamos en ella. Destacar este trabajo no significa que no haya aprendido algo de todos los demás.
Es normal que tengas un recuerdo especial del trabajo que te valió un premio Goya, igual que tampoco extraña que buena parte del público no haya olvidado tu discurso al recogerlo. Posiblemente el más corto de la historia del cine. «Muchas gracias. Cómo pesa este premio… Bueno, pues me voy”.
(Risas). Ese discurso me va a perseguir toda mi vida. Fue una noche bestial y creo que no fui consciente de todo lo que ocurrió hasta una semana más tarde. Estaba con mis padres y con mi hermano, no escuché ni mi nombre y el camino al escenario se me hizo eterno. Iba como a cámara muy lenta.
Sobre ‘Animales de Compañía’, viendo la función hay momentos en que uno piensa: de mis enemigos me libre algún dios, que de amigos como estos ya me cuido yo. ¿Tienes amigos así?
Pues… (pausa para pensar), no creo que entre mis amigos haya gente así, porque este grupo humano es bastante tóxico. Lo bueno de lo que aquí sucede es que todas las mentiras que contamos tienen mucho de verdad. Trato de salvarles, porque en el fondo tienen buenas intenciones, pero son tan torpes en la ejecución que lo estropean todo. Yo veo dos temas fundamentales en esta pieza. La incomodidad y la culpa. En realidad, ninguno de ellos quiere estar allí porque ni ayudaron a su amiga en los momentos más críticos, ni se dignaron a pasar por el hospital a visitarla. Hablaba yo con Carmen Ruiz, Belén en la función, el personaje que lo pasa tan mal, de una premisa que necesitaba estar presente. Hasta dónde pueden llegar esos amigos mentirosos, y hasta donde está dispuesto a soportar tu personaje. Porque, al final, miserias tienen todos. Con eso empezamos a jugar.
Cinco personajes en un solo escenario. Una cocina moderna pero opresiva, donde se han tenido que retirar todos los cuchillos.
Efectivamente es como una jaula, esa era la idea. Un lugar abierto del que, sin embargo, cuesta muchísimo salir.
Has trabajado la dirección con la fantástica ayuda de Elena Lombao coreografiando en cierta forma los movimientos de los actores en el escenario.
Sí, el trabajo de Elena con ellos es fundamental para el ritmo de la obra, que no puede aflojar ni un solo instante. Sin ese ritmo no funcionaría o sería directamente otra pieza. Hemos pretendido que los actores se movieran como un único ser. Midiendo la velocidad, las pausas, los silencios. Elena les entrenó corporalmente
Viste la función hace años, ¿decidiste en ese momento que la podrías dirigir?
No, no, para nada. Fui a ver la función a Barcelona acompañando a Mónica Regueiro, actual productora de la obra, porque ella tenía interés en que yo la viera. Me gustó muchísimo, pero ni se me pasó por la imaginación dirigirla. Es más, me lo dicen en aquel momento y me da risa. Pero, así son las cosas. Al final se dio todo a favor, tiempo, texto y ganas.
¿Ha quedado mejor esta función que la que viste entonces?
¡No! Ni mejor ni peor. Son dos piezas muy diferentes, empezando por la escenografía. Aquella otra era completamente distinta. Con una cocina convencional y completa. [En este montaje se recalca la ausencia de cuchillos y cualquier otro objeto susceptible de ser utilizado de manera peligrosa]. Yo quise un espacio más desnudo precisamente para que lo vistieran los actores. A muchos nos recuerda un obrador moderno, con el suelo también algo inquietante que podría sugerir la escalera infinita de Escher.
¿Alguna vez te ha dirigido un actor?
(Fele se detiene a pensar). ¡Sí, claro! No uno, sino dos. Rulo Pardo y Santiago Molero. Fue con Sexpeare en un monólogo llamado Solomillo, en el que yo hacía de un filete de cerdo llamado Juan Solomillo. Me enamoraba de María Entrecot con tan mala suerte que un día, al abrir el tuper, María había desaparecido porque alguien se la había zampado. Roto de dolor, decido rebelarme contra los humanos. ¿Cómo? Pudriéndome. Tengo un recuerdo maravilloso, casi dos años dando vueltas por ahí.
¿Cómo dirige un actor, distinto?
En mi caso ha influido mucho, porque procuro evitar cosas que a mí no me gusta encontrarme cuando actúo. Los ensayos han sido duros e intensos, pero todo muy fluido. En realidad, lo pusimos todo en pie en una semana, de una manera tosca para luego ir matizando escena por escena. He de reconocer que los primeros días fueron duritos para los actores, porque ensayaban los movimientos dos horas al día con Elena y luego cuatro o más conmigo. Eso, de lunes a sábado. Con una generosidad enorme que queda muy bien reflejada en el resultado final. Están todos formidables.
¿Qué hace el director cuando la obra ya se ha estrenado?
Venir todos los días no, salvo la primera semana, que necesito comprobar que todo funciona y atender algunos ajustes. En una función tan milimétrica hay que controlar muy bien el ritmo. La idea es chequear que todo vaya bien sin atosigarles. Ahora los actores tienen que volar solos.
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