Felicitamos el Nuevo Año con el calígrafo José María Passalacqua
Para celebrar la llegada de 2014, que seguro ha de ser un año mejor que el anterior, hemos elegido a un artista que no tiene tiempo. Pero en una interpretación distinta de esta frase: En su cabeza y en su mano, en sus ojos y en sus letras, lo que escribe el argentino afincado en Madrid José María Passalacqua no conoce la fijación del calendario. Por eso es de ahora, pero suena a infinito. Sus trazos se escapan hasta Neptuno. Se le puede asociar con las mejores fiestas y celebraciones, que son vanguardia y moda. Pero él, a solas y en silencio, en su casa de Lavapiés, es también cervantino y monje medieval. Nada mejor para estas fechas. Aquí está la pulcritud de su escritura, en fondo y forma.
Cuéntanos los orígenes de esta pasión/profesión tuya. Creo que recibes cierta herencia de tu abuelo y tu padre, ¿no?
Manuel y Santiago, abuelo y padre, fueron ingenieros profesionales y calígrafos aficionados. Sin pensarlo, rompí ese molde para quedarme con el latido. La técnica perfecta del primero y la fuerte personalidad del segundo dejaron en mí una impronta de la que no quise escapar. Así fue que, como hijo de los años 70/80, los libros de ductus heredados y mi carrera de Diseño Gráfico en los primeros 90, cuando todavía se estudiaba a mano con profesores entusiastas, fui creciendo de forma silvestre y autodidacta primero, proyectual después, pero siempre espontáneo y muy manual.
¿Cómo fue tu desembarco en España y tu cambio a calígrafo?
Llegué por el impulso e irracionalidad de un enamoramiento fallido en pleno 2000. Tras flirtear con la euforia de las .com y el diseño corporativo, y tras lidiar con algún jefe sin escrúpulos, tenía que bajar la ansiedad, la confusión, y adaptarme mejor a aquello que llevaba dentro. Entonces volví a romperme para armarme con esa forma más pura y esencial que siempre había estado conmigo. Escribir, probar, frustrarme, experimentar, investigar y sobre todo sorprenderme. Eso gustó a mis primeros clientes, que fueron creciendo de forma exponencial año tras año y de boca en boca.
¿Cómo definirías tu estilo?, ¿qué te caracteriza?
Soy totalmente orgánico, adaptable y, como buen obsesivo, mis definiciones tienen tantos matices que ni yo conozco, pero lo que sé es que me gustan el ritmo, los gestos y las variaciones dentro de la repetición. Cuando se trabaja a mano, nada sale igual por más que escriba lo mismo. Eso es lo que buscan de mí, una imperfección perfecta. Lo mismo da que sea con pluma y tinta, rotulador, pincel, palos y escobas, hay alguien detrás de ello, que respira y que contiene, que late, que usa dedos, mano, brazo y cuerpo para escribir. Todo eso creo que se percibe bien desde fuera.
Dentro de las corrientes caligráficas, ¿hay ahora mismo tendencias, algunas que se asocian más a ti?
No miro mucho qué sucede a mi alrededor, porque me volvería loco pensar en todo lo que no sé hacer. Intento ser paciente conmigo, explotar lo que sé y explorar lo que no. Al principio, es frustrante, me caigo, me levanto, y aunque soy un poco vago para practicar, sigo, y un día he parido algo que ni yo imaginaba. No tengo ni idea de tendencias, simplemente trato de conectarme con mi estado de ánimo o meterme en berenjenales cuando algún cliente confiado me suelta la correa… Me siento muy cómodo con la técnica de la pluma fina, el trazo ondulante y modulado, es lo que más me piden y por lo que me buscan, pero, cuando me da, experimento con muchos otros materiales y, sin pensarlo demasiado, alguien lo ve, le gusta y me pide algo diferente.
¿Qué hay detrás de un encargo?, ¿qué tipo de satisfacciones aporta tu trabajo a tus clientes?, ¿y a ti?
En lo personal y anclando con la anterior pregunta, pequeñísimas evoluciones que disfruto como enormes y que intento plasmar en los trabajos que vienen o vendrán. Detrás hay encargos que buscan personalización y singularidad. El trabajo de protocolo es tan repetitivo que un calígrafo profesional rechazaría. Yo encuentro mi vuelo allí también, así sean mil unidades, me rompa la espalda y me den tendinitis, trato cada una de las mil piezas como si fuese única. Ese es mi valor.
¿Cómo trabajas, José María? Descríbeme brevemente tu ‘modus operandi’: ¿una oficina, tu casa, mucha luz, poca, silencio, música, noche, día, solo, acompañado?
Trabajo en casa, con luz focal, solo y en silencio, concentrado en mis pensamientos, día, noche, fines de semana y fiestas de guardar, dependiendo de la presión de tiempos. A veces con música, sí, pero que no canten, porque escribiría lo que oigo.
Dinos algunos de tus últimos trabajos que más placer te hayan dado…
Difícil respuesta. Por temporadas, hay tantos trabajos que ya no sé ni para quién estoy trabajando ni lo que hice para cada uno. Eso me perjudica al momento de facturar, porque, como no guarde algo de cada trabajo, se me olvida. Por dar algún ejemplo de lo último, invitaciones y piezas para marcas de lujo, hoteles, grandes empresas, aristócratas, alguna pieza para enmarcar, dedicatorias en libros, botellas de champán personalizadas, logotipos gestuales, un corpiño para la última colección de mi amiga Trinidad Aguilar, pieles de amigos…
Se te puede asociar con el lujo, pero también, fácilmente, con una vida de monje medieval benedictino; por un lado, con los saraos elitistas y, por otro, con el recogimiento. ¿Con qué te asocias tú más?, ¿tu percepción de ti mismo?
Se me asocia con el lujo y los saraos, sí, pero en realidad soy un artesano que solo trabajo para ellos, como aquella viejecita del documental que bordaba para Chanel en su casita en medio del campo; soy un tipo solitario, rodeado de cientos de tintas y plumas, y diógenes de papeles; un poco tímido, al que muchas veces ven como antipático, borde o malqueda, muy lejos de lo que hoy por hoy se percibe como interesante. Esa tendencia de pornografiar un estilo de vida, sea real o no, no es lo mío. Estoy satisfecho en mi sencillez, mis necesidades básicas cubiertas y mi normalidad.
Tu sueño (profesional). Un encargo que te gustaría recibir. O un proyecto personal.
Hay un proyecto muy bonito que deseo que se cumpla por el placer de hacerlo… Quiero poder escribir por mucho tiempo, sin que mi mano me abandone. Darle oportunidades a mi mente y mano para que se expresen con libertad y que evolucionen en la dirección que quieran; siempre hay algo interesante más adelante.
Puedes seguir a José María Passalacqua a través de Facebook, con la cuenta que tiene a su nombre.
Pasamos ahora al 3 X 3. José María Passalacqua nos ha elegido para ‘El Asombrario’ tres obras suyas de las que se encuentra especialmente satisfecho y tres trabajos artísticos ajenos, pero que siente muy cercanos, y que, en cierto modo, han marcado su trayectoria y evolución.
Todas las piezas que hago me definen de alguna manera asi que por poner, elijo tres de los últimos encargos en donde se puede ver el «gesto».
1) Diciembre 2013. Evento pequeño y privado, para sólo ocho personas. Dentro del trabajo de protocolo se pueden hacer piezas únicas de tirada bajísima. Tranquilas, elegantes, personales e intimistas.
2) Noviembre 2013. Proyecto fallido que nunca llegó a producirse por demasiado “raro”. Por suerte hay clientes que se decantan más por estas rarezas dentro del tradicional protocolo.
3) Diciembre 2013. Epígrafe físico para expo de alta joyería. Pieza única con combinación de caligrafía siempre con pluma de punta fina.
Cualquier cosa puede inspirarme, desde la música hasta las huellas de un escarabajo en la arena, pero prefiero enseñar las que tienen un alto valor emocional para mi.
4) Portada del libro que condicionó toda mi forma de ver el mundo a nivel estético, desde que me acuerdo. 13ª edición de los años ’30, perteneció a mi abuelo Manuel Passalacqua.
5) Primera escritura de Manuel Passalacqua a los 4 años, guiado por su padre Santiago. Año 1908.
6) Porta del libro que compré con mi primera paga, allá por el año ’88 y que fue el culpable de que nunca dejara de ser amanuense.
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