Fernando J. López: «No sabemos escuchar a los adolescentes»
Con ‘La edad de la ira’, Fernando J. López supo escribir una novela que conectó de manera directa y extraordinaria con el público juvenil, porque ofrecía un texto donde los adolescentes no se sienten subestimados. Ahora quiere hacer lo mismo con ‘Los nombres del fuego’, su primera novela transmedia, que sale del papel para desarrollarse en un universo donde podremos acompañar a los protagonistas a través de blogs y redes. Una novela sin autocensuras, con temas dolorosos y muy actuales, y que ve la luz en estos días. Un libro que habla libremente de amor, de homosexualidad, de acoso escolar, de suicidio…
Fernando J. López (1977), que nació en Barcelona pero se crió en la zona sur de Madrid, sabe conectar con los adolescentes. Y lo hace sin miedo y sin prejuicios. “A todo el mundo le gusta la infancia, la idealizan mucho porque la asocian con una etapa feliz. Pero casi nadie tiene cercanía con los adolescentes. Ven la adolescencia como algo problemático, se la ve con distancia. Sólo enfatizamos los problemas que se tienen a esa edad. A mí me parece una edad fascinante, porque se tiene todavía la parte de ingenuidad de la infancia y, por otro lado, la parte de inquietud del mundo adulto”.
Con este manifiesto en defensa de la adolescencia, arranca nuestra entrevista con Fernando J. López. “Me interesa mucho esta etapa, porque es mi edad. Yo en realidad tengo 15 años, aunque aparente más. Me quedé en la adolescencia, que no es sólo una edad, sino una forma de ver el mundo. Una forma de entender la vida, de estar siempre dudando de las cosas, de disfrutarlas de una manera muy intensa. De aplicar el carpe diem hasta su últimas consecuencias. Por eso soy muy adolescente y muy defensor de esta edad”.
Fernando J. López no solo tiene relación con los adolescentes como escritor, durante una larga etapa de su vida ha estado dando clases de literatura a chavales en institutos públicos. “Ahora lo echo mucho de menos, tengo mono de aula. Pero sigo en contacto con ellos. De hecho, los primeros lectores de Los nombres del fuego han sido un grupo de adolescente en un taller en el que estoy colaborando en un hospital. Adolescentes que vienen de diferentes problemas y situaciones complicadas. Una experiencia brutal leerla con ellos y ver la cantidad de cosas que estamos sacando juntos del texto. Una experiencia que me ha dado muchas fuerzas de cara al lanzamiento. En cierta medida, me ha justificado haberla escrito. Creo que no escuchamos a los adolescentes con la suficiente madurez”.
Los nombres del fuego nace en un nuevo sello de la editorial Santillana, Loqueleo. Una nueva colección infantil-juvenil que apuesta por otro tipo de libros, con un diseño revolucionario. “Una novela muy difícil de resumir”, nos cuenta Fernando. “Lo he pasado fatal para el resumen de la cubierta. Son dos historias que avanzan en paralelo, con protagonistas adolescentes. Una en el siglo XVI en México y otra en el siglo XXI en Madrid. El núcleo de la trama son dos chicas. Abril, la protagonista contemporánea, y Xalaquia, la protagonista azteca. Las dos tienen un momento de crisis en su vidas, porque sienten que el rol que les toca a ambas como mujer no es el que ellas quieren vivir. Cada una choca con un muro y busca cómo romperlo. Para ello, cuentan con sus amigos: cuatro personajes importantes en el mundo azteca y cuatro personajes importantes en el mundo contemporáneo. Las dos tramas, tanto la actual como la histórica, están muy bien documentadas. Con mezclas de elementos que rompen el realismo. Con conexiones a diferentes planos temporales y es a partir de ahí cuando las dos tramas empiezan a construir una sola. Es una novela realista-social muy comprometida. Donde el lector va a ir saltando de una historia a otra, de trama en trama y donde va a ir viendo nexos de unión entre ellas. Una novela con mucha acción”.
Una novela transmedia que busca dar un paso más al desarrollarse con nuevos contenidos a través de un blog; del diario fotográfico de Abril, la protagonista, donde mostrará una colección de relatos mitológicos inspirados en el mundo azteca de la novela; de una playlist con todas las canciones que suenan en la novela, vídeos de animación y redes sociales (@nombresdelfuego), Instagram, Twitter y Facebook, donde se interactuará con los lectores y se les permitirá enviar cuantos contenidos quieran subir a la web; como sus propios textos, sus fotos, sus dibujos… “Esta vez no solo pretendo tener comunicación con ellos como me ha pasado con La edad de la ira, quiero que los lectores tengan comunicación directa con los personajes. Los nombres del fuego va a tener un mundo que va a continuar fuera de la novela, donde se van a desarrollar muchos más contenidos. La idea no es que solo sea un complemento anecdótico, sino que sea un universo transmedia con autonomía. Me apetece mucho la aventura, aunque reconozco que va ser muy cansado para mí. Me apetece que la novela siga viva mucho tiempo y de otras maneras. Uno de los personajes, Nico, un personaje gay que quiere tener su primer amor y al que le cuesta conocer gente en su instituto, tendrá su propio blog, donde va escribir sobre las cosas que le preocupan centrado en la actualidad. Nico interactuará con los lectores, será un blog abierto.
¿Y el autor no va volverse loco con este mundo de la novela fuera del libro?
El autor va a enloquecer, pero como ya enloqueció tiempo atrás, no tiene miedo. Pero es que me importa mucho esa parte de la novela. Me interesa que les enganche el libro y, sobre todo, que le divierta. Quiero demostrarles que leer es divertido, como cualquiera de las otras cosas que hacen. Lo peor que me pueden decir es que se han aburrido con mi libro, soporto cualquier crítica menos ésa. El «me ha aburrido» me duele en el alma. Eso sí, evitándoles la moralina, porque la rechazan de plano. Esa dichosa moralina que está desde hace un tiempo instalada en la literatura juvenil. Hay que ofrecerles textos con mensaje, pero no hay que darle las soluciones. Tienen que ser ellos los que saquen sus propias conclusiones.
Eres un autor que escucha e interactúa mucho con los adolescentes, ya lo hiciste en tu etapa como profesor de literatura y lo haces ahora como escritor. Cada semana recorres España en busca de aquellos institutos donde se habla de tus novelas. Me imagino que no es una tarea fácil…
Yo les intento escuchar todo lo que puedo, no sé si lo haré bien o mal, pero lo intento. Lo intento además mucho. Porque me parece que subestimamos mucho lo que dicen. Les solemos escuchar con una pátina de superioridad moral o tratando de quitar importancia a sus problemas. Para un adolescente un drama es siempre hiperbólico, aunque sea una pequeña tontería. No podemos juzgarlos como adultos. Para él o ella esa tontería es muy importante. Si quieres que tengan confianza en ti, tienes que acceder a su código. A nosotros, con 15 años cualquier cosa nos parecía un drama y es normal que te lo parezca. Lo triste es que, cuando creces, pierdes esa capacidad para ver lo importante que son ciertas cosas pequeñas. Lo vemos todo con un cinismo que ellos no tienen. Por eso sufren tanto. En esta novela, por ejemplo, hay conflictos muy fuertes, tanto en la parte histórica como en la parte contemporánea, que sólo los saben resolver los adolescentes. Los adultos sólo generan más líos. Esto también pasa en un clásico universal que a mí me gusta mucho, Romeo y Julieta. El problema de Romeo y Julieta no son ellos, son los adultos que les rodean. Es un poco esa idea la que quiero contar en la novela, que la adolescencia no tiene el problema. El problema es todo lo que hay alrededor de ellos, como pasa en La edad de la ira.
¿Los adolescentes de 2016 son iguales al adolescente que fue el autor?
Creo que en lo básico, sí. Y he descubierto que son iguales a los adolescentes del siglo XVI, del siglo XVII y del siglo XVIII. Cambian cosas, lo que cambia es la franja de edad. La adolescencia ahora empieza antes y se prolonga mucho más en el tiempo. Pero las inquietudes son idénticas. Cambian los medios de comunicación, las fórmulas, pero su esencia, su identidad y sus problemas se parecen mucho más de lo que nos queremos creer.
Pero vivimos tiempos donde los adolescente parece que lo tienen todo a mano y que disponen de más formulas y medios para expresarse y comunicar lo que viven y hacen.
Ahora están más expuestos por los nuevos medios de comunicación social. El acoso escolar me preocupa mucho y es un tema que aparece en la novela. Hay un personaje que lo vive en primera persona y que habla de ello. Nosotros antes ese acoso lo vivíamos solo ante el grupo del aula, y ahora eso ya no solo se vive en el aula, sino en todo el centro escolar, en todo el barrio. Porque, de repente, a través de Twitter, Instagram y, en general, de toda la sociedad 2.0 se multiplica. Pero los miedos son los mismos, sólo ha cambiado el nivel de exposición. Ahora es más complicado, pero la esencia de la adolescencia sigue siendo la rebeldía, el inconformismo y sobre todo la búsqueda de la identidad. Esa es la gran pregunta que se hacen, ¿quién narices soy?”.
Trabaja estos temas con ellos en charlas y seminarios.
Casi todas las semanas tengo 2 o 3 institutos que visito como autor. En estas visitas me hablan con total libertad. Y es que yo además les provoco mucho. En mis charlas hablo muy poco al principio y luego les dejo que pregunten ellos. Siempre empiezan preguntando cómo surgen las novelas, qué inquietudes tengo que me llevan a escribirlas. Enseguida se dan cuenta de que la naturaleza de mis libros nace de cosas que he vivido y de forma inmediata se animan a pasar a lo personal. Cuando se dan cuenta de que la literatura tiene que ver con tu vida, les encanta mi vida. Siempre me preguntan: ¿qué personaje soy en La edad de la ira o en El reino de las Tres Lunas? Mi política es dejarles que pregunten lo que quieran, no censuro una sola pregunta y me han hecho preguntas muy personales, pero las contesto todas. Porque creo que tienen derecho a preguntarlo todo. Además, no se cortan, pero tienes que darles la confianza de que puedan preguntar. En las charlas, algo que me preocupa mucho es demostrarles que la literatura es algo muy cercano, que la vean como un oficio más, como un lenguaje más y como algo muy próximo. No como algo escondido o elitista.
‘Los nombres del fuego’ no ha resultado una novela fácil de escribir y ha sido a través de las redes sociales donde el autor recibe las mayores muestras de ánimo que le impulsan a seguir escribiendo.
De todas mis novelas, ésta ha sido la más difícil de escribir. Me ha exigido mucha documentación previa, mucha investigación. He tenido que leer mucho, y no tenía los conocimientos necesarios para abordar algunos temas que aparecen en la novela. En concreto, el mundo azteca. Mezclar ese mundo con el contemporáneo no era nada fácil. Porque yo en el mundo contemporáneo quería entrar en temas muy dolorosos. Temas que duelen mucho. Ha sido un proceso largo y complicado, y durante este proceso, cuando pasas por esos baches de hacia dónde voy, recibir mensajes, tanto por Twitter como por Instagram, anima mucho. A mí las redes sociales me permiten conocer gente estupenda, aunque sé de autores que las detestan porque les lleva mucho tiempo, cosa que es cierta. Mensajes como el de una madre, que hace poco me enviaba un dibujo precioso de su hijo con autismo, diciéndome que lo que más le emociona y conecta con el mundo es la literatura. Y que cuando conecta con un libro, lo dibuja.
En tus textos, no te censuras ni infantilizas el lenguaje. Aparecen temas complicados que conviven a diario con los adolescentes. Temas que otras novelas juveniles nos tratan como la homosexualidad, la homofobia, el acoso escolar…, temas en los que el autor hablar de tú a tú.
De esta forma mis libros tiene una función más social. Soy muy defensor de la literatura como instrumento social. Seré un ingenuo, pero creo que la educación y la literatura pueden cambiar el mundo. Y lo sigo creyendo, y, si no, no sería profesor y, si no, no sería escritor. Si no me creo esto, no puedo escribir. El hecho es que los adolescentes se sinceran conmigo. Muchas veces me han dicho: «Yo soy Marcos» (Marcos es el protagonista de La edad de la ira). Pero no sólo chicos o chicas homosexuales, sino todos aquellos que se sienten distintos. Hace poco recibí una carta de una chica ciega, una carta muy emocionante, con un sentido del humor brillante, que había leído la novela. Y decía que la novela le había dado muchas fuerzas para seguir peleando para conseguir la igualdad real. Y como la igualdad real aún no existe, me interesa mucho que esos temas aparezcan en mis textos. Los adolescentes ven muy rápido la impostura. Si escribiera pensando en los adolescentes, me habría censurado. Gracias a este truco, no me he autocensurado en Los nombres del fuego, donde hay violencia, donde hay erotismo. Elementos que normalmente no se suelen poner de manera explícita en una novela juvenil, pero que yo tenía clarísimo que debían estar. La novela juvenil no puede estar infantilizada. La edad de la ira me ha enseñado a escribir novela juvenil sin pretenderlo.
Alguna vez has declarado que no te gusta la típica novela romántica de adolescentes, donde ella se enamora del macarra de turno.
Es que ese tipo de argumentos son pervertidísimos. Les da unos modelos de relación terriblemente marcados por el cliché de los estereotipos machistas, un mensaje que llega muy bien y que les llega desde muy jóvenes. Yo quiero dar el mensaje contrario, y para eso me toca competir contra esos modelos y sin moralina. En esta novela les he dado la vuelta a todos esos clichés. Es una novela dura, donde hay que contarles las cosas como son. Donde se les cuenta qué pasa si sales del armario, que no todo es fácil. Que el amor no cambia a los chicos macarras… Estos mensajes son duros, pero hay que enfrentarse a ellos.
Eres un gran defensor de la educación y del uso correcto del lenguaje, de llenarlo de significados y de reflexionar sobre esas terribles palabras que a menudo aparecen grabadas con saña en las pizarras de las aulas como maricón o puta.
Somos los adultos los que tenemos la obligación de educar en el uso del lenguaje. El que tiene que explicar de dónde viene, qué poso de homofobia o de misoginia tiene. Si no lo explicas, si no haces reflexionar sobre el dolor que causan estas palabras, ellos nos las van a cambiar. ¿Cómo vamos a mejorar la sociedad si no la trabajamos en el aula? Es curioso, pero en los centros educativos oficialmente no existen los gays (esta es una frase de La edad de la ira). Lamentablemente, en los claustros la homosexualidad sigue siendo tabú. La visibilidad en el aula no es lo habitual. La visibilidad es el camino hacia la igualdad. Y mientras sigamos sorprendiéndonos porque un futbolista o un jugador de rugby diga que es gay y sea noticia, estaremos a siglos de la igualdad real. Mientras los chavales sigan pensando que los homosexuales nos dedicamos todos a ser actores, cantantes o sectores donde ellos creen que la homosexualidad forma parte de la realidad, estaremos a siglos de la igualdad real. Aún son incapaces de integrarnos como panaderos, como profesores, como carpinteros. Falta una visión de la homosexualidad como un dato más de la persona, como uno más entre miles. Ahora mismo hay un momento de involución. Casos como los de Alan por desgracia son sólo la punta de iceberg. ¿Cuántos chicas y chicos hay en las mismas circunstancias? Me gusta escribir para los profes valientes. Para que tengan herramientas educativas sobre cómo ellos ven la educación. Y se merecen no sólo todo el apoyo, sino los recursos para trabajar y tenerlos a su alcance. Cuando escribo, sé que hay un tipo de profesor rancio al que no voy a llegar. Pero no es el profesor que yo estoy buscando. Yo estoy buscando al otro, al que se implica, al que luego me llama para ir a dar una charla; profesores que se han peleado mucho con el claustro para que mis libros se lean. Así pasa que cuando llego a esas aulas, mi visita se convierte en una fiesta.
Y cuando un autor va con una novela tan dura como esta, con un discurso tan claro y valiente, ¿cómo reacciona el editor?
Yo he tenido la suerte de dar con un comité editorial muy comprometido. Su idea es que la literatura juvenil ha de provocar cosas, plantear interrogantes, que ha de ofrecer un punto de incomodidad. Ellos tienen en su catálogo a gente como Roald Dahl, que a mi modo de ver me parece profundamente transgresor y muy crítico. Lo que te cuenta bajo su fantasía es muy duro. Todo el equipo de la novela ha defendido mucho el manuscrito. Porque cuando lo hemos llevado al aula, ven que el libro funciona. El libro plantea debate y provoca reacciones. Las editoriales, cuando no son valientes, pierden la oportunidad de contar con libros que funcionen y que además tengan un sentido.
A pesar de todo, Fernando, a pesar de ser una novela muy dura, está llena de vitalismo.
Hay carpe diem, y mil puertas para la esperanza. La novela es, sobre todo, una gran defensora de uno mismo. La novela defiende la necesidad de ser quien tú quieres ser, que decidas qué quieres ser y que lo defiendas. Por eso se llama Los nombres del fuego, porque el fuego varía mucho, como nuestra identidad, que es un fuego en ebullición. Y que defiendas qué quieres ser en cada momento.
Comentarios
Por Ana, el 22 febrero 2016
Si fuera posible facilitar orientación o referencias vitales positivas sin caer en moralinas…
Comparto la necesidad de escuchar y de proporcionar las condiciones adecuadas para la expresión de preocupaciones, experiencias, ideas, dudas y emociones, pero sabemos que no todo vale. Al menos habría que presentar alternativas y defender la libertad de las elecciones basadas en argumentos distintos a los de la mayorīa. Tengo la impresión de que desde hace un tiempo hay demasiado «colegueo» entre jóvenes y adultos, a la vez que se fomentan posturas y comportamientos adolescentes rentables solo para ciertos intereses.