Fernando Olmeda: “No estamos lejos de los mensajes de odio de los años 30”
La primera edición del libro ‘El látigo y la pluma’ fue publicada en 2004. Hasta aquel momento, apenas habían visto la luz estudios profundos de la persecución legal y la discriminación social de las personas homosexuales durante la dictadura franquista. “Las prioridades del activismo, fuerte y articulado en el cambio de siglo, eran visibilizar, agitar conciencias, promover cambios legislativos de calado”, cuenta su autor, el periodista Fernando Olmeda. Aquel ensayo llegó a las librerías en pleno debate parlamentario sobre el proyecto de ley sobre el matrimonio igualitario, que en 2005 saldría adelante en el Congreso. Esta coincidencia hizo que ‘El látigo y la pluma’ adquiriese una gran repercusión social y académica. Ahora que la editorial Dos Bigotes lo acaba de reeditar, hemos charlado con Olmeda. ¿Crees que los ultras han sabido captar el enfado de muchos hombres jóvenes que se han quedado sin modelo de masculinidad?
¿Por qué consideras tan importante dar a conocer a los nuevos lectores la experiencia vital de los hombres y mujeres que sufrieron la persecución legal y la discriminación social de la dictadura?
Creo que siempre, en cualquier situación, la memoria es fundamental. La memoria nos ayuda a conocer lo que fuimos, a entender lo que somos y a construir juntos el futuro. La memoria democrática tiene un papel extraordinariamente importante en la pedagogía de las sociedades. Ahora que además asistimos en todo el mundo a una catarata de discursos de odio que se ceban principalmente con los colectivos más desprotegidos, la lectura de este libro nos ayuda a fortalecernos y a luchar por conservar todo lo conseguido.
Resulta difícil de comprender que hace apenas 40 años muchas personas pagaran con cárcel su orientación sexual. ¿Cómo funcionaba esa represión estatal organizada?
Durante cuatro décadas, las personas homosexuales fueron consideradas primero enemigas, luego delincuentes, después peligrosas, y finalmente enfermas. O las cuatro cosas a la vez. El nacionalcatolicismo, el machismo y la violencia estructural de aquella época colocaban a las personas homosexuales en una situación francamente difícil. Es una cuestión que se va endureciendo con el paso de los años; no pensemos que los años 40 fueron los más complicados. La Ley de Vagos y Maleantes consideraba simplemente la existencia de una apreciación de peligrosidad y facilitaba que los homosexuales entraran en prisión para ser allí “reeducados”.
Luego tuvimos la Ley de Peligrosidad Social, que no penalizaba conductas, sino identidades. Con ella, el simple hecho de ser homosexual era suficiente para que se le aplicaran a esas personas medidas de internamiento y reeducación en establecimientos creados ex professo, como las cárceles de Huelva y Badajoz. Hubo un ensañamiento brutal, pero también hubo una enorme capacidad de resistencia. Muchas de las personas que fueron víctimas de la persecución legal y la discriminación social se quedaron por el camino, y otras fueron estigmatizadas y sufrieron un dolor inimaginable, pero también hubo otras muchas personas que plantaron cara a la dictadura con las pocas herramientas que tenían a mano (como mostrarse tal cual eran, sin miedo a ser detenidas, juzgadas y encarceladas). El mío es un libro agridulce que invita a los lectores a un viaje al daño, pero también a un viaje a esa capacidad de resistencia que mostraron muchas personas a lo largo de las décadas.
¿Fueron muchas las víctimas que te ofrecieron su testimonio con el compromiso de ocultar su identidad?
Es interesante esta pregunta, porque me lleva a la siguiente consideración: solo han pasado 20 años desde que se escribió el libro, y todavía entonces mucha gente sentía recelo a contar su historia. En 2003 y 2004 había gente con miedo a contar su historia por temor a la sociedad, al ambiente de trabajo, al entorno familiar… También hay otra cuestión que demuestra que la sociedad española es fuerte y está a la vanguardia en lo relativo a la aprobación y consolidación de derechos. En estos últimos 20 años han salido muchos referentes que han dado por completo la vuelta a la percepción que se tiene. Entonces había miedo, pero hoy hay orgullo y una enorme vocación de salir del armario. Ahora ya no escuchamos mucho esta expresión, porque cada vez hay más gente de distintos ámbitos que se manifiesta tal cual es.
Comentaba hace unos días un compañero periodista que los ultras han sabido captar el enfado de muchos hombres jóvenes que se han quedado sin modelo de masculinidad. ¿Deberíamos admitir que el propuesto por el progresismo no ha funcionado?
Lo que te puedo decir al respecto es que veo necesario que desde todos los ámbitos (la familia, el ámbito docente, los partidos políticos, los medios,…) se haga una labor de pedagogía democrática y social. Creo que esto es responsabilidad de todos. Hay que educar a las nuevas generaciones en la diversidad afectivo-sexual. Tenemos que poner todo nuestro empeño para establecer un dique de contención contra quienes están aprovechando las grietas de la sociedad para introducir discursos de odio, desigualdad y discriminación. No creo que sea tanto una cuestión de modelos como una cuestión de pedagogía. Hay que seguir trabajando por la igualdad real y efectiva, y luchar para que cada uno pueda ser quien es, respetando a los demás.
¿Qué sientes entonces cuando ves a esos grandes tótems de la comunicación soltando a diario discursos reaccionarios y construyendo relatos en los que el miedo ocupa un lugar determinante?
El miedo es una de las herramientas principales que a lo largo de la historia han utilizado los regímenes autocráticos. Hoy día no estamos muy lejos de los mensajes de odio de la Europa de los años 30. Me parece de una extraordinaria gravedad que esos mensajes los lancen personas que tienen una notoriedad pública. Yo prefiero estar del lado de la no discriminación y de la igualdad real y efectiva porque, como decía el otro día José Luis Rodríguez Zapatero, eso te hace mejor persona. Luego, ya que cada uno piense cómo se comporta cada día y cuál es la responsabilidad que tiene cuando, con una sola idea o frase, es capaz de llegar a una enorme cantidad de personas y de influir en ellas.
Fuiste el rostro de los informativos de fin de semana de Telecinco durante varias temporadas. ¿Te pusieron muchas zancadillas?
Mientras estaba en los informativos de Telecinco sentí un enorme respaldo. Se trabajaba haciendo muy buenos informativos. Hablando del ámbito que nos ocupa, a mí se me recuerda justamente por las coberturas que hacía tanto de los outings de aquel momento como de la semana del Orgullo. Siempre conectaba en directo con la parte reivindicativa de la manifestación primero, y luego con la parte festiva. Creo que eso sí que marcó estilo porque, además, sucedió en la misma época en la que salió El látigo y la pluma. Estoy orgulloso de esa época al frente de los informativos, que además eran líderes.
Ahora que trabajas en un ministerio, ¿echas de menos aquella época?
Siempre se echan de menos los medios de comunicación. Fueron muchos años en ellos, desde 1983 hasta 2018. Uno siempre quiere volver a la radio, que es donde empecé y donde había trabajado mi padre, y volver a hacer documentales para televisión. Pero, bueno, va pasando el tiempo, se producen nuevas situaciones y vas aceptando nuevos retos. Cambian las prioridades y te vas haciendo mayor. De pronto escribes más libros y obtienes un reconocimiento en otros ámbitos, algo que también es interesante. Todo eso forma parte de una evolución lógica de la vida. Los periodistas siempre echamos de menos volver. Aunque no descarto regresar algún día. A ver si es posible volver a algún medio de comunicación.
Aparentas ser un hombre de carácter tranquilo y serio. ¿Nunca sacas los pies del tiesto?
(Risas). Soy un ciudadano normal. Con el paso del tiempo vas aprendiendo a manejar ciertas situaciones. Cada día aprendes y actúas con mayor serenidad y armonía. Me considero una persona bastante serena, que ha vivido muchas situaciones propias y ajenas que le hacen pensar sobre el sentido de la vida y el trabajo. Siempre intentas aspirar a una cierta armonía. Esa serenidad quizás se ve ahora en Copal, el libro de haikus que acabo de publicar y que remite a una actitud de observación de la naturaleza y de la vida cotidiana más bien tranquila, un poco a la japonesa.
Comentarios
Por Los 20 libros LGTB+ que más nos emocionaron en 2023, el 16 enero 2024
[…] de las personas homosexuales durante el Franquismo porque, como nos contó Fernando Olmeda en la entrevista que le hicimos “la memoria es […]