Festival ¡VOLUMEN! El oído es algo más que un sentido
Durante diciembre de 2013 y enero de 2014, el festival ¡VOLUMEN!, comisariado por Abraham Rivera y Rubén Coll, propone en La Casa Encendida (LCE) una nueva forma de explorar la cultura sonora y ofrece una visión más profunda de los sonidos que nos rodean.
Cómo conecta el sonido nuestra conciencia con el mundo exterior. Cómo la música genera comunidad y es portadora de claves para entender futuras transformaciones sociales. Cómo el registro y reproducción de sonidos son responsables de nuestra cultura. Cómo la tecnología ha tratado de emular la voz humana a lo largo de la Historia. Cómo escuchar los sonidos desde una perspectiva que va más allá de lo puramente perceptivo.
Un ciclo de conferencias (aún estamos a tiempo de asistir a las que ofrecerán el periodista, crítico y comisario José Manuel Costa y el músico Genís Segarra, miembro de Astrud e Hidrogenesse). Un itinerario expositivo en La Casa Encendida (con obras de EVOL, Pablo Sanz, Rubén Patiño y Mike R. Nieto). Sesiones de dj’s (Doma, Frankie Pizá, Bocabeats y Don Fuegote). Paseos por el entorno de LCE (José Luis Espejo, Silly Europeans o Sound Readers).
El domingo 8 de diciembre, a las 12.00, comienza en La Casa Encendida el primero de esos paseos, MADRID-NOISE. Será una escucha activa y crítica por el barrio de Lavapiés, guiada por José Luis Espejo, experto en arte audiovisual y cultura aural. En este texto, escrito para El Asombrario, nos conduce por un mapa sonoro en el que aparecen Tokio y Ana Botella, Evgueni Ivánovich Zamiátin y Manuel Fraga Iribarne. El ruido como objeto político; el oyente como sujeto político. Nuestro cuerpo, una máquina al compás.
MI MÚSICA ES TU RUIDO
Por JOSÉ LUIS ESPEJO
Se dice que sacar el ruido de la civilización tendría el mismo éxito que sacar los huevos de una tarta. El ruido es, ante todo, el sonido de lo que vive o, al menos, de lo que se mueve. Quizá, por esto mismo, las leyes que tratan de regular los sonidos que producimos se ven faltas, insuficientes, incapaces de solucionar los problemas que todos tenemos con el ruido del vecino y de la actividad constante de nuestras ciudades. El ruido molesta, es un hecho, pero ¿por qué nos molesta?, ¿qué lo convierte en el residuo indeseable de las cosas que todos deseamos?
MADRID-NOISE, nombre de esta actividad que deriva del documental Tokio Noise sobre la música ruidista japonesa, pretende pensar el significado de las palabras que usamos para describir y clasificar estos ruidos. Pero el ruido ensordece todas las clasificaciones. No solo los sonidos a alto volumen nos molestan, también los repetitivos, los que nos obsesionan, todos aquellos que no deseamos. Pero ¿por qué?
Recorriendo el barrio de Lavapiés en Madrid, analizando los mapas acústicos diseñados por el Ayuntamiento para su contención, comentando sus leyes y las quejas de vecinos que los sufren, pretendemos comprender mejor, en este paseo que forma parte del festival ¡VOLUMEN!, un problema que a todos nos afecta, pero que no sabemos solucionar. ¿Es posible pensar la historia de estos sonidos para entender sus significados, para saber qué los hace tan irritantes, tan indeseables?
«No vamos a dar tregua al ruido«, decía la actual alcaldesa Ana Botella en la presentación de las medidas contra la contaminación acústica. Entonces ¿qué puede tener que ver el sonido de los motores, del piar de los pájaros o de las voces alborotadas en la puerta de un bar con las políticas de ordenación del suelo? El de Madrid es un caso perverso, en el que las medidas de Medio Ambiente y Policía que entienden el ruido como polución y humo, como el resto inorgánico de la producción industrial, se usan para conformar los modos de vida de los ciudadanos y no al revés. En el caso de esta ciudad, las medidas de contención de este contaminante, esta niebla que se extiende por todas partes, son la excusa para acallar el ocio nocturno de barrios del centro.
Pero los ruidos no son solo esto. El sonido, como la música, tiene la capacidad de inscribirse en el cuerpo. El ritmo del tambor marca los movimientos del soldado, del que baila, del que protesta. El sonido convierte al cuerpo en una máquina al compás. Las válvulas de esta maquinaria las analiza a la perfección el ruso Evgueni Ivánovich Zamiátin, que en 1921 describía en Nosotros la distopía antes de las distopías: «Un movimiento regulado, no libre, porque su sentido más profundo es la sumisión estética perfecta, la idealizada falta de libertad».
El oyente es también un sujeto político. Cuando en 1976 el entonces ministro de Gobernación Manuel Fraga Iribarne decía aquello de «la calle es mía» ejemplificaba como nadie la concepción de los espacios que tienen los poderes gubernamentales. El territorio debe entenderse como un espacio para la producción. Los tiempos están orientados a la producción. Están las horas de trabajo, las horas de concentración, las horas de descanso. Por esto las horas de trabajo y descanso gozan de tranquilidad y silencio como derecho fundamental. Es cierto que merecemos y necesitamos la tranquilidad y el descanso, esto es tan cierto como que el ruido es molesto, pero ¿qué ritmo ha blindado el trabajo y el descanso para que lo que lo altera sea diabólico e inadmisible?
Pese a que todas y cada una de nuestras actividades producen ruido, no estamos dispuestos a oír ninguno de los ruidos que otros producen. Mi música es tu ruido. El sonido de tu voz atravesando el descanso obligado que precisa la siguiente jornada de trabajo es un ruido imperdonable. Cada casa debe ser nuestro refugio, nuestra cabaña alejada en los bosques. Nuestro silencio es nuestro espacio, el poco que nos permiten poseer a un precio opresivo. Por contra, están los espacios de todos, la actividad de todos, el ruido de todos, el sonido del otro que entendemos tan distinto del nuestro.
Así, cada persona ocupa el volumen del espacio en que vive. Un cuerpo medido en centímetros cúbicos es también un cuerpo medido por los decibelios que la ley estima necesario para sus planes urbanísticos. Ese espacio, usando un término de terribles connotaciones, es nuestro espacio vital, nuestro espacio impenetrable, el que nadie debe tocar. Y nuestra casa es la extensión de este espacio nuestro al que nadie debe pasar. Pero los ruidos lo penetran y lo traspasan. El oído, se dice, no tiene ni paredes ni tapices. El ruido es la incómoda presencia del otro en la intimidad misma a la que no está invitado.
Comentarios
Por nu, el 08 diciembre 2013
La desconfianza mútua, el miedo a la agresividad, la obsesión… Son experiencias comunes en nuestra sociedad que, para que no nos paralicen, necesitan experimentarse como puertas al conocimiento propio y de la sociedad. Crear espacios de encuentro e intercambio me parece que es un comienzo positivo, todo lo que tienda a que cada uno se quede en su casa con sus cosas va en sentido contrario.
Gracias por el artículo y la info.