Francisco Umbral: retrato de un gran dandy y un gran farsante

El escritor Francisco Umbral: Foto: Victoria Iglesias.

Recientemente se ha estrenado en el festival de Cine de Valladolid el documental ‘Anatomía de un dandy’, de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, que retrata las múltiples caras y máscaras de un escritor y periodista con un dominio del lenguaje como pocos: Francisco Umbral (Madrid, 1932-2007) Victoria Iglesias nos cuenta aquí la experiencia de una sesión de fotos con este hombre de cabeza privilegiada y lengua afilada.No os creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante. El solo hecho de seguir vivos nos constituye en farsantes”.

Gritaba ¡¡¡Españaaa!!! Pero yo no sabía por qué.

Españaaa era un nombre propio que me sonaba extraño, confuso, en ese espacio techado. Era rara una exaltación así, sin más, tan patriótica, en un día cualquiera en una semana cualquiera, una mañana cualquiera.

Gritaba Españaaa de esa forma rara con ese registro de voz rauca, y aquella voz que se tenía que haber caído por el peso aún quedaba retumbando entre las estanterías llenas de libros.

Gritó nuevamente España, y ella se asomó. Así que descubrí, con asombro, que llamaba a una mujer, su mujer. Acompañó después el grito con la demanda de una tortilla de patata, y luego dijo Españaaa.

Entonces entendí que el tiempo le había otorgado a esa mujer una ventana para asistir paralelamente a la vida de él, pues nuestra visita al escritor era también su visita; pero ésta, supongo, fue sólo un trámite más entre las cientos de entrevistas que tiene un personaje a lo largo de su vida.

Tal vez nunca conocí, ese día, a María España porque él ya ocupaba todo el espacio, y no había sitio para nadie más, aunque la casa fuera grande. Yo misma andaba agachada, pequeña como soy, como si aquellas paredes se me fueran a caer encima, como si el espacio estuviera encogido mientras rebuscaba en mi maleta el fotómetro y unas pilas. Los cables grises (del flash) eran una de las herramientas de tortura, pues se retorcían como una serpiente mientras me amenazaban como una boa, que acabaría engulléndome disfrazándome con aquel sombrero. Y lograrían, aun sabiendo quién era yo, que no me reconociera viviendo bajo esa tripa sombría.

Fuera de la boa, cuando asomé mi cabeza, Umbral ya se había sentado. Lo hacen todos. Es un trámite. Se quedan fuera. Es un escudo mientras la cámara dispara. Tu butaca de mimbre (en este caso). Tu mesa camilla. Tu máquina de escribir. Tu territorio. Y sí, también ese mimbre que se iba fuera de foco porque brillaba demasiado, tan separado de todo, tan mal encajado no dejando aire para que la foto respirara.

La luz era de plástico y de mimbre, el asiento crujía delante ya de la tortilla de patata. Umbral sólo aparecía como dos puntos negros en sus gafas, con la frente despejada y un rictus de enfado.

De esta situación no iba a sacar mucho, pensé.

Después de mis fotos asistí a la entrevista apesadumbrada pensando en ellas. Dejé de prestar atención preocupada en otear algo fuera de aquella esquina. Merodeé tímidamente, husmeé con mi cámara en el cuello, y entonces descubrí el espejo y el cuadro.

Volví a la conversación al lado de su mesa camilla. El redactor se reía con él. Le hacía la pelota. Aquello fluía como un manantial de agua fresca. Sin embargo, yo me impacientaba, cada vez más, por la sequía de mis fotos y la asfixiante atmósfera. Necesitaba aquel espejo y lo necesitaba con prontitud, antes de que me atrapara mi propia imagen, aquella que había visto reflejada en él hacía unos segundos.

Volví a prestar atención a la conversación cuando escuché algunos nombres, que conocía, y empezaban a animar la charla: Que si el aburrido de Vargas Llosa; que si la bronca con Pérez-Reverte, “el reportero” que se había atrevido a meterse con Borges, “y ya sabes todo el lío…, ¿no?…”, decía Umbral, “Jajajaja”…

Y así un etcétera que se jalonaba con esas risas y muchos aspavientos.

Supe después que el periodista, tal vez, estaba tirando del diccionario heterodoxo de literatura escrito por Umbral en 1995. Así que por eso ahora hacían un repaso de Baroja, al que Umbral había llamado escritor de mesa camilla sin recursos. O hablaban de Machado, “el zapatero remendón”; o de Galdós, el de la prosa vulgar. Hasta pasar por “la bruja de Rosa Chacel”. Y, entre otros, por Francisco Pérez Ayala, “la mínima dosis de un escritor que puede darse en un escritor”…

Una retahíla de la que de momento se libraban Cela, Delibes y Jorge Luis Borges.

A Borges le daban miedo los espejos: Infinitos los veo, / elementales ejecutores de un antiguo pacto, / multiplicar el mundo como el acto / generativo, insomnes y fatales”, escribía en el poema Los espejos.

Pero creo que a Umbral lo que le daba miedo no eran los espejos, sino la imagen de un hombre destartalado con mirada de búho, grandote de manos finas, de frente abierta y melena canosa, llamado Francisco Alejandro Pérez Martínez, o como quiera que se llamara. Un hombre que caminaba entre exabruptos, creando un personaje que comía con glotonería, al que anudaba un fular blanco como abrigo, pero que desvistió hasta la médula el día que escribió Mortal y Rosa.

Atravesado, en esas páginas, por la muerte supuraba un sentimiento de dolor y barbarie, del que brotaban esas frases tan desgarradoras con las que un ser humano se solidariza. Yo por lo menos ante ellas no podía otra cosa que claudicar:

“El olor funeral de todas las flores nos penetra y a veces tomo a mi hijo en brazos (…) O lo llevo de la mano dejando que sus pisadas pequeñas aprendan el mundo y sus declives (…)

Caen cielos y espinas y entramos en la intimidad de un pino como en una gruta religiosa (…)

O bordeamos la multitud de las flores en busca de un día eterno (…) El dolor es un laberinto con angustia de perderse (…) La alegría es un camino más corto (…).

He conocido la única verdad posible: la vida y la muerte de mi hijo –tan vivida previamente–, y sin embargo he optado o estoy optando por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre (…). No os creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante. El solo hecho de seguir vivos nos constituye en farsantes”. (Diarios: Mortal y Rosa, 1975. Francisco Umbral).

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Comentarios

  • Sabino

    Por Sabino, el 10 noviembre 2020

    Se lo tenia creído, pero mucho, mucho el engolado.

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