‘Freak’: crónica de ‘una violación consentida’ en el Kamikaze
¿Puede una mujer utilizar a un grupo de hombres para autolesionarse? ¿Puede provocarse una violación consentida como forma de autodestrucción? ¿Puede una mujer utilizar a una manada de machos para lanzarse a tocar fondo y reiniciarse? Ese tipo de preguntas surgen de ‘Freak’, un potentísimo texto de la dramaturga británica Anna Jordan que la directora Paula Amor lleva al teatro Kamikaze de Madrid. Dos grandes actrices representan a dos mujeres de muy distinta edad desnudándose y quedándose en carne viva al hablar de «su primera vez».
Freak es un juego de espejos. Un artefacto teatral en el que se muestran con crudeza y sin filtros dos mujeres, Lucía, de 15 años, y Cristina, de 37. Les separa un abismo generacional, pero su desnudo sentimental en el ambigú del Teatro Kamikaze muestra con hiriente claridad que, pese al tiempo que separa sus experiencias vitales, ambas han tenido que nadar contra corriente. Ya seas de la generación ‘Y’ o una milennial recién salida del cascarón, es muy complicado ser mujer en un mundo que tiende a situarte como un personaje secundario por el mero hecho de ser mujer.
Freak es, sobre todo, un potentísimo texto que firma la dramaturga británica Anna Jordan y que ha traducido y adaptado la directora de este montaje, Paula Amor. La obra se estrenó en Reino Unido en 2014, pero su actualidad continúa siendo asombrosa. Tanto que descubrimos en ella ecos que han terminado resonando en series tan exitosas, impactantes y nuevas como Euphoria. O casos tan mediáticos como los de las manadas de Pamplona o Manresa, por poner dos ejemplos.
Pero no. No es esta una obra feminista al uso. Su modo de abordar cuestiones como los abusos sexuales, por ejemplo, propone giros de tuerca que desembocan, al menos, en interesantes debates. ¿Puede una mujer utilizar a un grupo de hombres para autolesionarse? ¿Puede esa mujer consentir un sexo grupal y brutal y vivirlo, al mismo tiempo, como una violación? ¿Puede provocarse una violación consentida como forma de autodestrucción? ¿Puede una mujer utilizar a cinco hombres para lanzarse a tocar fondo y reiniciarse? ¿Pueden cinco hombres comportarse como “osos que luchan” por una presa, por más que una mujer consienta? La polémica está servida.
El armazón de la propuesta de Jordan son dos mujeres que narran dos muy diferentes primeras veces: la iniciación en el sexo de Lucía y la iniciación en la autodestrucción de Cristina. Pese a no haber más que dos mujeres en escena, la sombra y la influencia de varios hombres gravita sobre ellas como fuerzas ineludibles, pero, sobre todo, serán diferentes esquinas oscuras de una sociedad agresiva y feroz las que definan el destino de cada una de ellas.
Las redes sociales, la necesidad de la aceptación por el grupo, la presión de lo que debe esperarse sexualmente de una mujer, la urgencia… llevarán a Lucía a definir su primera relación sexual con los siguientes adjetivos: “pasional, honesta, suave, tierna, ridícula, rara, estúpida, horrorosa, maravillosa, aterradora… “. La desazón de un trabajo de venta puerta a puerta, el abandono, la culpa no resuelta, la cocaína, el alcohol, el vértigo, la ansiedad llevarán a Cristina a provocar uno de los peores episodios de su existencia. Una terrible forma de apagar su vida bajando a los infiernos para volver a encenderla por puro instinto de supervivencia: “Un día ya no existiré más y saber eso me consuela mucho”, dice el personaje como si escribiera un epitafio.
Las actrices Alicia Cuéllar y Lorena López se meten en la piel de Lucía y Cristina, respectivamente. Paula Amor las sienta en un sofá del que no se moverán durante toda la representación. Aun así, la potencia del texto y la electricidad de la interpretación de ambas logran que las imaginemos sin problemas en situaciones de lo más variopintas. Jordan estructura la primera parte del texto a modo de monólogos con un lenguaje crudo y directo que Cuéllar y López hacen suyos desde el primer hasta el último segundo. El himno Run The World (Girls) de Beyoncé a toda pastilla sirve de eje de simetría de la obra. Solo después de escucharlo se nos permite conocer cuál es la relación que une a los dos personajes, empezarán a casar algunas piezas del puzzle y se entablará un diálogo final.
En Freak se ríe, se llora, se sufre, se siente rabia y de ello tienen mucha culpa sus dos intérpretes, que trabajan sin red y con una honestidad admirable. A la autora de este texto le gustan las situaciones llenas de curvas y cambios de rasante, pero siempre con una habitación confortable de esperanza al final del camino.
‘Freak’, hasta el 20 de noviembre en el ambigú del Teatro Kamikaze.
Comentarios
Por Silvina, el 11 noviembre 2019
Ni irìa a ver esa obra, me parece un planteo aberrante. Serìa un caso de masoquismo extemo, y habrìa que calificar esto como enfermedad mental. Si una mujer tuviese esa FANTASIA, lo 1ª que debe hacer es consultar a un psiquiatra.