‘Froilán de after’: el aristócrata que mejor representa a España
Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, Caballero Divisero Hijodalgo del Ilustre Solar de Tejada, puede caer mal, y cae mal, por muchas cosas. Pero hay que reconocerle que es el aristócrata –cuarto en la línea sucesoria de la Corona, ahí es ná– que mejor representa a esa España del ‘after’, la droga y olé.
En España, y en buena parte del planeta, ponerse ciego de cosas es una parte estructural de nuestro modo de vivir y celebrar, es decir, de nuestra cultura. Cualquier fiesta o aniversario, cualquier celebración de cualquier cosa que merezca la pena, está atravesada por las drogas, sobre todo por la más común y normalizada, el alcohol. De las drogas ilegales tampoco vamos mal: España suele aparecer en los rankings como uno de los países con mayor consumo de cocaína. Todo esto no es porque la civilización se haya echado en manos del vicio; es que siempre lo ha estado. O que eso que llamamos vicio no es tal. Véase, por ejemplo, el ensayo Borrachos. Cómo bebimos, bailamos y tropezamos en nuestro camino hacia la civilización (Deusto), de Edward Slingerland. “Necesitamos rescatar el alcohol, y en general la intoxicación química, de los alegres ascetas de la nueva era y de los adustos neopuritanos”, escribe el filósofo. Hay quien lucha por ello.
Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón, Caballero Divisero Hijodalgo del Ilustre Solar de Tejada, puede caer mal, y cae mal, por muchas cosas. Porque es malcarado, postadolescente y tiene la insolencia debida a la edad, porque es el cuarto en la línea sucesoria del Rey, porque se mete en líos muy raros, al estilo del británico príncipe Harry hace no tanto (y ahora escribe best sellers con ello). Pero no debería caer tan mal por ser un pieza (como también le corresponde a la edad), porque ser un pieza, un truhán, un gambitero común es uno de los más recurridos modelos de conducta que ofrece la sociedad española, sobre todo si uno es joven. Julio Iglesias, el mayor de los artistas patrios, le cantaba a ello sin pudor. El Froilán que va de after es el Froilán que más se parece a España.
La Familia Real y sus alrededores (Froilán no pertenece a ella estrictamente) nos tienen acostumbrados a otro tipo de actividades que no conectan con el pueblo: regatas en Palma, esquí en Baqueira, hípica no sé dónde, suntuosas recepciones en el Palacio Real o la entrega de los Premios en el Teatro Campoamor de Oviedo. Eso nos queda muy lejos, a no ser que seamos esos palmeros de los monarcas que les esperan detrás de las vallas de seguridad allí donde aterrizan. Pero, ¿quién no sintoniza con una buena juerga? ¿Acaso el disloque no nos iguala a todos? ¿Acaso no somos todos iguales ante la cocaína rosa?
Cuando empecé a ser joven y comencé a presenciar y a participar en el fenómeno del empalme me pareció fascinante. Seguir de fiesta cuando ya ha amanecido, y alargarse todo el día, o incluso dos, “hasta que aguante la maquinaria”, como decía el Vicentín de La Hora Chanante. Algo revolucionario: un atentado contra los ritmos circadianos, contra los usos sociales, contra los horarios laborales, contra los ciclos metabólicos y hormonales. Contra lo astronómico, lo biológico, lo cultural, lo laboral, contra la propia salud y el buen gusto. Daba igual que el sol saliese, se iba la gente festiva a casa de cualquier desconocido a pasar el día con la música a tope y las persianas bajadas. Peor para el sol. La leche.
“¡Dicen que el gobierno quiere prohibir las drogas!”, me dijo a mediados de los 2000 una buena amiga. “¡Pero si siempre han estado prohibidas!”, le respondí. La droga recreativa era tan común, tan extendida, tan fácil de conseguir que a mi amiga le daba la impresión de que era un artículo de curso legal. En CeroCeroCero (Anagrama) Roberto Saviano trata de explicar cómo nuestra realidad está atravesada por la cocaína, y es común encontrar trazas cuando se analizan los billetes (en 2006 tenían restos el 94% de los billetes circulantes por España) o los baños de los parlamentos, como el británico.
Los que empalman, lo que se quedan de after hours, los últimos restos de la noche anterior que se resisten a retirarse también parecen inexistentes, pero si usted ha formado parte de sus huestes tal vez sepa identificarlos las mañanas del fin de semana en el centro de las ciudades: quien lo ha probado lo sabe. En el amanecer soleado visten de negro, llevan gafas de sol, caminan de forma errática y siempre son los más escandalosos, tomando licores raros, haciéndose amigos del personal, visitando el baño en grupo, en las cafeterías de desayuno o en las tabernas de los primeros vermús. Felipe Juan Froilán de todos los Santos puede que sea uno de ellos y encarne así mejor que nadie a la nación española.
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