Gabi Martínez y la presión que nos mete el sistema hasta hacernos explotar
Una novela donde la enfermedad del protagonista es la enfermedad de una sociedad que se ataca a sí misma y tiene al ciudadano como principal víctima. Una novela sobre la presión constante a la que nos somete el sistema hasta hacernos explotar. Un caso real sirve a Gabi Martínez para hacer de ‘Las defensas’ (Seix Barral) un retrato crudo, analítico e irónico de la sociedad barcelonesa y, más allá, de la enfermiza sociedad contemporánea.
Un neurólogo barcelonés especializado en inmunología termina padeciendo la extraña enfermedad que investiga: una enfermedad que provoca que todas las defensas del organismo dejan de funcionar y se vuelven en contra del cuerpo de quien sufre la dolencia. La locura es uno de los síntomas, una locura que, sin embargo, no se sabe cuándo comienza, porque es una locura que trasciende la propia enfermedad que, a su vez, trasciende al propio paciente.
A través de la historia del neurólogo haces un retrato de la sociedad barcelonesa.
Admiro mucho a Philip Roth y a Jonathan Franzen, y para escribir Las defensas tuve muy presente la gran novela norteamericana, que a través de una sola familia consigue proyectar la vida en Estados Unidos e, incluso, la vida del mundo occidental, en cuanto yo, que no soy norteamericano, me siento identificado con esas historias. Se trataba de abrazar el ecosistema, que está formado por muchos individuos que, unidos los unos a los otros, dan una imagen global de la sociedad. Esta idea viene de mi experiencia viajando y de mis libros, donde planteaba algo similar, partir de algo concreto para hablar de lo general: me fui a la gran barrera de coral para poder hablar del ecosistema global. La gran barrera coralina no sólo es el único animal visible desde el espacio exterior, sino que funciona como metáfora de una ciudad: de la misma manera que el coral está formado por minúsculos organismos, uno junto al otro, las ciudades están formadas por microorganismos que somos nosotros.
La enfermedad inmunológica que padece el protagonista lo trasciende y, en la novela, se convierte en la enfermedad del sistema.
Efectivamente, y de esta idea proviene el título Las defensas. En la novela establezco un paralelismo entre el cuerpo social, representado por la ciudad, y el cuerpo del individuo. A nosotros nos han educado diciéndonos que el esfuerzo tiene sus recompensas, que la familia es un nido donde cobijarte y que la autoridad es justa. Conforme va pasando el tiempo, estas supuestas defensas –la recompensa, la familia, la autoridad- se debilitan y se debilitan sobre todo cuando descubres que, aunque trabajes, la recompensa puede no llegar, que la familia tiene unas grietas fenomenales y que la autoridad no es sinónimo de justicia en absoluto. Todas estas defensas con las que te habías formado para ser adulto desaparecen e, incluso, se vuelven en tu contra. La pregunta entonces es cómo rearmarse, cómo superar esta gran decepción.
Al protagonista se le vuelven en su contra las defensas corporales, pero también el propio sistema en el que está inmerso.
El protagonista, además, es un especialista en antiinmunidad y, paradójicamente, en la enfermedad que terminará padeciendo, una enfermedad que consiste en que las defensas se vuelven en contra del cuerpo por un daño en los neuro-receptores. Así, lo que se plantea en la novela es una doble traición, la del organismo del propio sujeto y la del organismo social, que no deja de ser representación de Barcelona y, más en general, de España.
¿Podemos hablar de ‘Las defensas’ como la narración de una caída de caballo, al menos en relación al protagonista?
Sí, pero es una caída de caballo que viene precedida de un largo proceso. El protagonista no llega al trastorno de un día para otro, sino a través de un proceso motivado por una presión descomunal causada, entre otros motivos, por el hecho de vivir en una gran ciudad. Lo que quería dejar muy claro es que resulta muy difícil dictaminar en qué momento el protagonista se vuelve loco; la línea que separa la cordura y la locura es muy fina y, sobre todo, esa supuesta locura es resultado del modo de vida, un modo de vida muy similar al que podemos llevar cada uno de nosotros, que nos podemos ver reflejados en muchas de las situaciones que él vive, como el desasosiego amoroso o la presión laboral. El quid para mí está en conseguir que el lector se pregunte hasta qué punto él mismo no va a petar de la misma manera que lo hace el personaje. Quería reflejar ese nivel de presión que vivimos en las ciudades.
La novela recupera la tradición literaria del cuerdo-loco: la locura es un reflejo cuerdo de lo que sucede.
Eso es así y, efectivamente, es una manera de recuperar una tradición literaria, no sé si algo truncada en los últimos tiempos, que arranca desde El Quijote, cuyo protagonista es, además, un viajero, algo que me identifica mucho. El personaje de un loco me permite hablar con total libertad de lo que sucede sin que nadie le pueda despedir, porque es alguien que ya está despedido de la sociedad. Además, me permite reivindicar la figura del loco y, sobre todo, la figura del alternativo, es decir, de aquel que tiene una mirada distinta. Aquel a quien hasta hace poco se le ha llamado friki, ahora, es una persona con una mirada y con una opinión diferentes que puede llegar a interesarnos en determinados momentos.
¿Es decir, el ‘friki’ de antes hoy es la persona independiente no alineada con el sistema?
Yo he crecido con una determinada concepción de la literatura y del periodismo en un momento en el que la palabra “francotirador” existía y definía al escritor y al periodista que tenía una visión crítica de la sociedad y la expresaba de forma independiente. Por cuestiones, quizá, de corrección política, el francotirador desapareció y fue sustituido por el librepensador, término y concepto que no llegó a prosperar, puede que por provenir de la tradición francesa y no propiamente de la española. Ahora mismo, por tanto, no tenemos nada que identifique al individuo que desde lo que antes llamábamos trinchera, aunque ya no estamos ahí, ofrece una crítica no alineada ideológicamente con ningún gran medio.
El sistema es caníbal, ¿no hay riesgo, como ya ha sucedido, de que lo alternativo termine siendo absorbido por el propio sistema, si a éste termina por serle de utilidad?
Esto ocurría y ha ocurrido, pero no sé si ahora el sistema va a conseguirlo. Estamos en un momento bastante límite y hablo en términos planetarios, con lo cual se impone un cambio. Yo creo que los que hayan llegado a un punto de resistencia contra lo que estaban viendo es difícil que se dejen absorber, porque tienen el discurso articulado. El problema es para la gente que el sistema premia con tan solo 20 años, pero es muy difícil que el Estado pueda llegar a absorber y a apropiarse de quienes llevan una trayectoria de resistencia de muchos años.
Tras muchos libros de viajes, ‘La España inesperada’ fue tu primer libro sobre tu realidad y sobre el mundo en el que vivías.
Se trata de una especie de diálogo entre yo mismo y la televisión, cuando la televisión no dejaba de decirme que España iba bien. Yo notaba que, en mi barrio, con mi gente, que España no iba bien y que lo que me contaban por televisión era un cuento chino. Y tuve que contar esta mentira, de forma muy visceral; pero para hacerlo he necesitado más de 40 años de vida y viajar mucho.
¿Viajar ha sido esencial para poder escribir hoy sobre Barcelona?
En mi caso concreto, el viaje ha sido decisivo para llegar a este libro, pero no digo que la gente necesite viajar para ser escritor. Dicho esto, Alexander Von Humboldt, padre de los grandes naturalistas, recomendaba a todos los artistas viajar. Sin embargo, más allá del viaje, para poder escribir Las defensas me he tenido que enfrentar a ciertos temores y a mi propia experiencia.
¿En qué sentido?
Yo desde pequeño he vivido en una colina de L’Hospitalet, por encima de Santa Eulalia; allí tenía mi vida y mis amigos, ese era mi mundo. Un día, con 14 años, conocí a unas chicas que nos citaron, a mis amigos y a mí, en la plaza Francesc Macià, en pleno centro de Barcelona. Recuerdo aquel viaje como algo fundacional, porque para mí llegar a esa plaza era como llegar a Times Square, era entrar en la gran ciudad. Después de aquella entrada, tomé contacto con la élite cultural y vi que estaba ultra-jerarquizada: a la hora de escribir mi primer libro dudé mucho sobre cómo firmar, no sabía cómo presentarme antes esa sociedad cultural tan jerarquizada y a la que no pertenecía, Finalmente, decidí firmar mi libro con el diminutivo de Gabi, porque, como dijo Walt Whitman, quería hablar a los lectores de la misma manera que hablaba a mis amigos. A partir de Walt Whitman tienes una larga tradición de nombres como Toni Morrison, Tom Spanbauer e incluso un presidente, Bill Clinton, una tradición que no es otra cosa sino la democratización verdadera del arte y la cultura.
¿No crees que en el mundo cultural sigue habiendo esa jerarquía a la que te refieres?
Sigue habiéndola, solo que cada vez hay más gente que intenta horizontalizar el mundo cultural y paliar la soberbia que lo ha definido. Y, volviendo al tema de los nombres, no sólo decidí firmar con un diminutivo, sino que me di cuenta de que los autores que más me interesan son autores que han creado personajes cuyos nombres son: Pijoaparte, Watusi o Johnny Thunders. Es decir, personajes que se presentan con sobrenombre y que son de periferia. Tras todos mis viajes, yendo a la periferia de la propia periferia, regresé con la convicción de que podría escribir un libro sobre la periferia de Barcelona, donde yo he crecido.
Sin embargo, no lo hiciste y elegiste un protagonista perteneciente a la alta burguesía barcelonesa.
Porque uno de los grandes retos para mí era meterme en la cabeza de alguien que no tenía nada que ver conmigo. Este personaje me permite entrar en la cabeza de un burgués, de una persona que está incrustada en el meollo de la Barcelona actual y el reto era ofrecer una imagen verosímil de mi ciudad a través de un personaje que no necesita utilizar pseudónimo, al contrario, un personaje que tiene un nombre absolutamente normal y sin tener un apellido catalán. Esto también es Barcelona, aunque no sea la Barcelona que más comparta ni aquella de donde provengo.
Uno de los grandes temas de tu novela es la violencia.
La violencia y el sexo son dos motores que tenemos que domesticar. En un país como España y con la educación que hemos tenido, el gran trabajo que tenemos que hacer es domesticar la violencia que es inherente a nuestra cultura. En la novela, sin embargo, más que de violencia, hablaría de presión, esa presión que nuestro entorno ejerce sobre nosotros hasta llevarnos a explotar.
La presión es una forma de violencia…
Sí, en parte, y esta violencia del sistema que se expresa como forma de presión continua sobre nosotros tiene mucho que ver con la pérdida del equilibrio natural, con la pérdida del control del cuerpo. Vivimos bajo presión continua y para poder resistir esta presión no nos queda otra que vivir artificialmente. Lo que sucede es que desde el momento en que estás viviendo una vida artificial, manteniendo un ritmo frenético, recurriendo a métodos artificiales, desde el alcohol a las pastillas, para sentirte bien, en definitiva, desde el momento en que te creas una burbuja completamente artificial como la que nos envuelve, te olvidas de que eres un ser vivo que funcionas por impulsos naturales. Al perder tanto de vista el cuerpo, acabas por estallar. Y la violencia no deja de ser un detonante del problema intrínseco que tenemos por haber perdido de vista nuestro cuerpo.
Ahora que hablas del cuerpo, otro paralelismo que planteas en ‘Las defensas’ es aquel que se establece entre el cuerpo biológico y el cuerpo urbano.
Von Humboldt lo que hace en sus textos es indicarnos que todo está relacionado y, por tanto, que nuestro cuerpo es el resultado del ruido que escuchamos, del aire que respiramos, de las relaciones que mantenemos… La perversión de todo ello lleva a la perversión del cuerpo. Ahora mismo, por todo esto, estoy metido en el proyecto de las supermanzanas.
¿De qué se trata?
Las supermanzas es un proyecto urbanístico que tiene como objetivo renovar el centro de las ciudades. Me interesa mucho llevar el debate urbanístico al tema de los cuerpos y poner el foco en la manera en que vivimos hoy en las grandes ciudades europeas, no sólo Barcelona. Me interesó mucho La España vacía de Sergio del Molino y me interesa llevar su reflexión a la que podríamos llamar la España ocupada, es decir, la España de las grandes urbes, para introducirme en el centro de ellas y ver las dinámicas que convivencia que allí se producen. Creo que no deberíamos dejarnos llevar tanto por los debates políticos que nos hacen pensar que somos nosotros los que decidimos, sino partir de nuestra propia interioridad y establecer un debate más orgánico y menos político.
Algo no fácil si pensamos que la organización urbana es una de las formas más eficaces de control institucional.
Por esto, creo que es esencial que el ciudadano debe recuperar el poder. Creemos que somos muy libres, pero en verdad actuamos todos en bloque y de forma perjudicial para nosotros mismos. Afortunadamente, hay muchas iniciativas interesantes, pero lo que yo reclamaría es que muchas de estas propuestas tuvieran que ver con el medioambiente y con nosotros mismos, en cuanto que somos los primeros afectados.
Entonces, ¿la propuesta de las supermanzanas tiene también que ver con una reapropiación del espacio urbano por parte de los ciudadanos?
Igual que se creó en su día una ilusión por proyectar Barcelona con los Juegos Olímpicos, ahora tenemos en nuestras manos una iniciativa urbanístico-cultural que pasa por hacer de Barcelona un foco de renovación ambiental capaz de enfrentarse a la recuperación de los hidrocarburos que está llevando a cabo Donald Trump. Mientras en Estados Unidos recuperan los hidrocarburos, nosotros creamos las supermanzanas, ¿no es esto lo bastante ilusionante para involucrar a toda la ciudad sin necesidad de crear unos juegos olímpicos en la montaña? Vayamos a las cosas prácticas y, sobre todo, necesarias. Por ejemplo, volvamos a la austeridad.
¿Qué entiendes por austeridad?
Nos han dicho siempre que tenemos que practicar la austeridad, pero hoy día casi nadie la practica. Sin embargo, ahora, a lo mejor hay que volver a ella por obligación, porque nos hemos pasado de rosca, porque con la excusa de que España iba bien cada día se batía algún récord. Hay que poner el foco en el ciudadano que, un determinado día y en su casa, decide cambiar de vida y renuncia a utilizar tanto el coche, a irse de copas todos los días, a comprar determinadas cosas para ser consecuente con la renovación necesaria para el mundo. Si no se empieza por uno mismo, no se puede ir a ningún lado, ningún cambio es posible.
Comentarios
Por José Joaquín Alcantara Galán, el 22 abril 2017
Cuando voces tan distintas (Gabi Martínez, Yuval N Harris, Hasta Julio Anguita) inciden en la íntima relación entre el orden social y el cuerpo individual, el mensaje acaba adquiriendo la calidad de la profecía.
Muy interesante artículo.