‘Grease’, nostalgia de una juventud en la que cabía la inocencia
En pleno corazón de Madrid, en el Teatro Nuevo Apolo de la Plaza de Tirso de Molina, se celebra, por tercera temporada, un aniversario. Nada menos que el 50 cumpleaños de Grease, uno de los musicales más longevos y queridos por el público. Es decir, que en realidad la obra sopla 53 velas desde que se estrenara en Chicago en 1971. O 46 si nos fijamos en su salto a la gran pantalla en una película que no solo supuso su lanzamiento planetario, sino que influyó en las versiones posteriores con la introducción de cuatro de los temas musicales más famosos de la obra: Grease, Hopelessly Devoted to You, Sandy y You’re the One That I Want. Sea el cumpleaños que sea, cualquier momento es bueno para celebrar esta magnífica brillantina.
Grease es uno de esos musicales que se hace mayor, pero que es capaz de instalarse en los gustos de varias generaciones. Probablemente porque aborda algunos de los problemas de la adolescencia que serán universales por más pantallas, políticas de inclusión, aplicaciones de ligoteo o tik-toks que se inventen. La edad del pavo es la edad del pavo, con teléfonos de última generación o sin ellos. Desde la perspectiva de este presente, de una generación acostumbrada a mirar por encima del hombro al pasado, podría parecer que la representación de los años 50 que propone el musical es ingenua y casi simplista, pero precisamente ahí es donde radica su encanto. Hoy en día, pese a vivir en una sociedad hiperconectada, las relaciones personales parece que se hayan convertido en algo complejo, difícil de abordar y hasta peligroso en algunos casos. ¿Cómo no va a triunfar entre la llamada generación de cristal una obra nostálgica en la que las fiestas de pijamas y los bailes del instituto son sus mayores preocupaciones?
En un tiempo en el que triunfa la distopía, en el que los adolescentes acceden cada vez antes al porno y tratan de imitarlo en sus relaciones interpersonales, un tiempo en el que hace falta distinguir entre la corrección política y la buena educación, Grease nos recuerda una época en la que todo, al menos en la pantalla de un cine o sobre las tablas de un teatro, parecía mucho más fácil de resolver. Ese es sin duda su encanto y su rabiosa actualidad. Porque en una época convulsa en la que palabras como libertad o rebeldía han perdido absolutamente su significado, Grease viene a recordarnos con nostalgia que hubo un tiempo en el que crecer parecía mucho menos complicado, en el que madurar era sinónimo de una aventura vibrante y donde el futuro parecía mucho más puro de lo que lo es ahora. Hubo un tiempo en el que había espacio para la inocencia. Un momento inmediatamente anterior a que nos sintiéramos terriblemente estafados y ese es el momento de Grease. Tal vez no fue una época perfecta, pero a veces parece que cualquier tiempo pasado, con su energía despreocupada y su espíritu rebelde, fue un poco mejor.
El éxito de Grease también está en sus canciones, en su partitura sin pretensiones, heredera de los primeros tiempos del rock and roll. Tiene baladas cursis que transitan por el country sin ningún tipo de complejos y números que ya son historia del teatro musical y que se han convertido en verdaderos clásicos. Pero sobre todo, revisado y con retrospectiva, es una partitura llena de frescura y descaro. Sin complicaciones, pero tremendamente efectiva. ¿Qué se suele hacer cuando se sufre por amor? Buscar consuelo en las canciones.
La producción de SOMProduce es modesta en su aparataje, pero muy cuidadosa en lo verdaderamente importante: lo humano. Con un elenco de actrices y actores cantantes y bailarines que transmiten unión y profesionalidad. Parece que se lo pasan muy bien haciendo este musical y esa diversión se transmite al público sin filtros. En lo escenográfico, que no se me malinterprete, este Grease no es una superproducción, pero tampoco se puede decir que sea una low cost. La puesta en escena es brillante y saca un sobresaliente en eso de hacer de la necesidad virtud. En ese sentido rema muy a favor una estupenda dirección firmada por David Serrano, que también es el responsable de la adaptación al castellano del texto.
Las actuaciones de Quique Niza, como Danny Zuko, y Mia Lardner como Sandy Olsson son, sin duda, el motor de una producción que ha hecho muy bien los deberes en lo que al casting se refiere. Lardner, con una voz dulcísima muy afinada y un parecido físico a Olivia Newton-John muy llamativo. Muy a destacar la actuación de Isabel Pera como Rizzo, que borda uno de los papeles más complicados e importantes de la obra.
Tal vez lo que haya envejecido peor o lo que arrastre en ocasiones la fluidez de la dramaturgia sea el a veces excesivamente discursivo papel de Vince Fontaine como narrador de la historia. Hay momentos en los que resulta excesivamente omnipresente y con un protagonismo que, tal vez, no le pertenezca. Porque, no nos engañemos, desde que Grease saltó de las tablas de Chicago, Broadway y el West End a la gran pantalla, en la memoria colectiva, ha sido territorio de Olivia Newton-John y John Travolta. O, lo que es lo mismo, el reino de la juventud de dos adolescentes llamados Sandy y Danny.
Puedes consultar aquí las funciones y las entradas para el musical ‘Grease’ en Madrid.
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