Greenpeace: 40 años en España por un futuro más verde, justo y en paz
Si de algo no puede acusarse a Greenpeace es de no expresarse con claridad, tanto en sus campañas de acción directa no violenta como a través del propio discurso de la organización, que este año está celebrando el 40 aniversario de la apertura de su primera oficina en España, en el año 1984. A lo largo de todo este tiempo, Greenpeace se ha convertido en un gran referente no solo de las luchas ambientales, sino que también ha participado activamente en movilizaciones de carácter social, feminista o relacionadas con la ampliación del espacio democrático y la construcción de un nuevo modelo económico que respete la dignidad de las personas y los límites del planeta. Sobre todo ello hemos hablado con Eva Saldaña, directora ejecutiva de Greenpeace España.
“Llevamos 40 años sin callarnos: hemos estado presentes en las grandes luchas ecosociales de estas cuatro décadas. El fin de las centrales nucleares y de las centrales de carbón, la incineración de residuos, los vertidos de residuos radiactivos y los vertidos químicos, los combustibles fósiles, los sistemas de pesca destructivos, la contaminación por plásticos, la prohibición de las minas antipersona y las bombas de racimo o la destrucción de los ecosistemas costeros por el urbanismo salvaje son algunos de los temas en los que la presencia de nuestra organización ha sido muy relevante y en los que, además, hemos conseguido importantes éxitos, a pesar de lo mucho que queda por hacer”, afirma Saldaña.
La historia de Greenpeace en España comienza incluso antes de que la organización ecologista pusiera en marcha su primera oficina en el centro de Madrid en 1984. Inicios que tienen que ver con una campaña contra la caza de ballenas. Porque sí, en este país se cazaban ballenas hasta épocas muy recientes. Concretamente, hasta que en 1986 entró en vigor la moratoria de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) que prohibía la caza comercial de estos cetáceos.
Moratoria que se aprobó, entre otras cosas, por el voto favorable de España, que en 1982 decidió dar un viraje completo a su tradicional política de apoyo al mantenimiento de esta actividad para apoyar dicha moratoria.
¿Y qué es lo que llevó al Gobierno español a cambiar de postura? Sin duda que entre los muchos factores que ayudan a entender la evolución de un país que estaba iniciando entonces su transición hacia la democracia, hay que destacar el papel de colectivos y entidades ecologistas como Greenpeace, cuya primera acción en nuestro territorio tuvo lugar el 29 de abril de 1978, cuando el Rainbow Warrior zarpó desde Inglaterra rumbo a las costas gallegas para oponerse a la caza de ballenas. La Armada española trató de detenerlo, pero el barco escapó antes de llegar a puerto.
Peor suerte corrió en una nueva incursión en 1980, cuando sí fue apresado por las autoridades españolas. “De hecho, el Rainbow Warrior estuvo retenido en Ferrol durante cinco meses por la Armada Española, hasta que consiguió escaparse”, relata Saldaña. Tanto riesgo se vio finalmente recompensado con ese voto de 1982 que posibilitó finalmente la entrada en vigor de la moratoria de la caza de ballenas cuatro años después.
Dos barcos por nuestras costas
Cuatro décadas después, los barcos de Greenpeace siguen defendiendo la biodiversidad y los ecosistemas marinos, y no solo marinos, aquí y en todo el mundo. De hecho, este 40 aniversario de su primera sede española ha coincidido con la visita de dos de sus embarcaciones: el rompehielos Arctic Sunrise y el velero Witness, que durante el mes de junio recorrieron nuestras costas para reivindicar la ratificación inmediata del Tratado Global de los Océanos, apoyar al sector de la pesca artesanal y conseguir la protección efectiva de las áreas marinas.
Este Tratado Global de los Océanos, aprobado en 2023 por Naciones Unidas, es uno de los acuerdos internacionales de conservación más importantes de la historia. Su principal ambición es hacer realidad el llamado objetivo 30 x 30. Llamado así porque propone proteger el 30% de los océanos del mundo para el año 2030.
Para que esto se haga realidad, hace falta asegurar su efectiva entrada en vigor. “El tratado se aprobó el pasado año, pero ahora tenemos hasta junio de 2025, que es cuando se celebra la próxima convención de Naciones Unidas, para que se ratifique. La ratificación significa que los países lo deben llevar a sus legislaciones nacionales. Y hasta el momento, solo media docena de países lo han hecho”, explica Saldaña.
La responsable de Greenpeace lamenta que España sea uno de los países que todavía no han ratificado el tratado. Y eso no es todo: “Aparte de esta ratificación, también estamos esperando a que se pongan de acuerdo el Ministerio para la Transición Ecológica con el Ministerio de Agricultura y Pesca, porque este último ministerio tiene bloqueados 96 planes de gestión de áreas marinas protegidas”.
Dicho bloqueo imposibilita cualquier avance real. En los últimos años, se ha incrementado nuestra superficie marina protegida desde el 12% al 20,9%. “Pero ese 20,9% no está siendo efectivo, porque no cuenta con unos planes de gestión potentes detrás al estar bloqueados”.
Independencia económica y política frente a la mordaza
Saldaña también nos cuenta que la elección del lema 40 años sin callarnos es mucho más que una reivindicación del carácter rebelde de Greenpeace. También es un mensaje muy directo a quienes llevan años intentando amedrentar a la organización ecologista a través de la puesta en marcha de legislaciones cada vez más duras, especialmente la conocida como Ley Mordaza.
“La ley mordaza tiene artículos que son claramente un mensaje para nosotros. Como el de castigar duramente que se escalen edificios o que se penetre en infraestructuras sensibles, como las centrales nucleares”, confirma la directora ejecutiva.
Estos intentos de represión se han recrudecido en los últimos tiempos, como demuestran las operaciones policiales y los juicios abiertos a miembros de colectivos climáticos como Rebelión Científica y Futuro Vegetal. “Son señales preocupantes, como el que se intimide a los activistas llamando a sus casas, o como que veamos infiltraciones de la policía en estos movimientos sociales. Esto rompe con los derechos legítimos que están marcados por Naciones Unidas. La lucha está aquí también, en ampliar ese espacio democrático, en proteger ese derecho a la protesta y en generar contrapoder, le pese a quien le pese”.
La mejor garantía de que Greenpeace va a poder continuar por esta misma línea la aporta su propia independencia económica y política. “Sólo rendimos cuenta a nuestras 155.000 personas socias y donantes. Lo cual nos permite una independencia total y no estar coaccionados por nada ni nadie”.
Esta suficiencia económica también sirve, por ejemplo, para contar con cajas de resistencia, una herramienta de vital importancia a la hora de afrontar posibles procesos judiciales o elevadas multas, como las contempladas precisamente en la Ley Mordaza. Parte del dinero se redistribuye también a las sedes de Greenpeace en otros países con menos recursos y en los que resulta por tanto más complicada la captación de personas socias.
Un mundo más justo y en paz
“Queremos paz y queremos que sea verde”. Con esta frase expresaban sus anhelos los 12 miembros de la improvisada tripulación del viejo pesquero Phyllis Cormack, rebautizado como Greenpeace durante la aventura que dio origen a la propia organización. Corría el año 1971, cuando este grupo de activistas antinucleares canadienses zarpó desde Vancouver con el propósito de impedir las pruebas nucleares que Estados Unidos estaba llevando a cabo en el archipiélago de Amchitka, en Alaska.
Destino que nunca alcanzaron, porque fueron interceptados antes de llegar por la guardia costera estadounidense. Sin embargo, como estrategia de campaña la acción fue claramente un éxito. Consiguió generar tanta presión sobre Estados Unidos, que un año después se anunciaba el fin de las pruebas nucleares en la zona. Amchitka es desde entonces una reserva ornitológica.
Hablamos de una victoria no solo del movimiento ecologista. También del pacifismo, que para Greenpeace es necesario seguir reivindicando, especialmente en estos momentos, en los que vuelven a sonar tambores de guerra. Saldaña denuncia en este sentido la apuesta de Europa por el “brutal aumento del gasto militar”.
“Y eso significa que todo ese gasto público que nos debería servir para avanzar hacia la seguridad humana de verdad, que implica, por ejemplo, tener una vivienda digna, un empleo, una alimentación sana, una salud pública, una educación, etc… Todo este gasto, que debería ir a estos temas, y que tendría que enfocarse a una transición ecológica justa, se está yendo en armamento. Parece que se están armando hasta los dientes porque, efectivamente, da la sensación de que estamos al borde de algo”.
A pesar de este amenazante contexto de militarización y del auge de los fascismos, que recuerda lo sucedido en otros tiempos oscuros, “en Greenpeace no vamos a cesar en el intento de construir la paz, porque yo creo que la paz hay que construirla”. Esta cultura de paz es uno de los principios fundamentales sobre los que se asienta la profunda y radical transformación del sistema socioeconómico que persigue la organización y que constituye el hilo común que conecta todas sus iniciativas y campañas.
“Ese hilo común tiene que ver con frenar el traspaso de los límites planetarios y con caminar hacia un nuevo modelo socioeconómico que permita vidas dignas para todas las personas”, reivindica Saldaña. Al final, se trata de avanzar hacia “un mundo más verde, más justo y más en paz”.
“Somos conscientes de que necesitamos una transformación muy radical y muy profunda. Pero vamos a ir a por ello”, concluye la responsable de Greenpeace. “Y sobre todo, no nos van a callar nunca. Eso tenlo por seguro”.
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