Guillem Clua: «El IVA cultural nos condena al sometimiento y la precariedad»
Suelen presentarlo como una de las voces emergentes más creativas y versátiles de la escena catalana, y ahora da el salto a Madrid. Guillem Clua, de 40 años, ha estrenado esta semana con La Joven Compañía su obra ‘Invasión’, una historia triple ambientada en escenarios bélicos, un guion muy bien armado -nunca mejor dicho-, y prepara la presentación en la capital de ‘Smiley’, su comedia de tono gay que ha sido muy aplaudida en Barcelona. Damos un paseo con él desde el Teatro Conde Duque hasta el barrio donde se ha instalado, Malasaña. Comentando su decena de trabajos, vamos descubriendo a alguien de pensamiento muy bien amueblado y con mucha destreza para expresarse y construir historias que conectan con la gente.
Una parte de ‘Invasión’, con malvados alienígenas incluidos, está ambientada en 2025. Queda a la vuelta de la esquina, ¿cómo te imaginas el planeta en esa fecha?
Desde luego que no como esclavos de los extraterrestres, pero sí como esclavos de la tecnología. Estoy empezando a ver que afecta decisivamente a nuestra percepción de la realidad y nuestra gestión de los sentimientos. La adicción a la tecnología nos hace esclavos de una sociedad con estructuras cada vez más consumistas y de las empresas que las crean, y eso refuerza aun más el poder de las grandes corporaciones sobre las democracias.
Y como individuos, ¿qué podemos hacer para contrarrestar esa deriva de la sociedad?
El amor es lo más básico y lo más poderoso, lo que nos mueve. Pero no solo el amor de pareja, sino el amor al prójimo en general, en forma de compañerismo, amistad, solidaridad…
Ese es uno de los mensajes claves de ‘Invasión’, ¿no?
Sí, el amor es lo único que nos puede salvar en situaciones extremas, como las que presenta la obra; lo único que nos permite sobrevivir en situaciones límite. Y es un mensaje que es un denominador común en mis trabajos; lo he visto a posteriori, empiezo a ser consciente ahora. El arma más poderosa es el amor.
Eres pesimista con las tecnologías…
Bueno, creo que todo radica en la educación, todo depende del uso que hagamos. Soy pesimista políticamente hablando, porque veo que nuestros gobiernos potencian ese uso de la satisfacción inmediata, del consumo de lo no trascendente.
¿Cómo ves la experiencia con esta compañía, cuyos actores tienen entre 18 y 22 años, y con unas representaciones que van destinadas sobre todo a chavales de escuelas e institutos?
Es lo que me fascinó del proyecto cuando me lo propusieron; tener tan cerca un público joven, adolescente, y ver cómo reaccionan a lo que les cuentas. Y, además, poder trabajar con esas edades, en las que a veces, por falta de opciones, por no darles la oportunidad, se convierten en un agujero negro, y se pierde tanto talento, por un lado, y tanto público, por otro, para la cultura. Ellos son muy receptivos a los mensajes que les envías.
Durante la representación de ‘Invasión’, han aplaudido tanto los besos heterosexuales como los homosexuales entre dos soldados. Veo que en tu perfil de Twitter te presentas como guionista, dramaturgo, viajero, deportista, gay y republicano; el factor gay está también muy presente en tus propuestas, ¿no?
Pero se ha ido incorporando a lo que escribo de una manera natural, no con una intención reivindicativa o militante, sino de normalización; creo que los personajes e historias gays están en nuestra vida real y, por lo tanto, también deben aparecer de una manera absolutamente natural en el discurso de una obra.
Tu comedia ‘Smiley’ presenta dos arquetipos gays, el obsesionado con el gimnasio, la ‘musculoca’, y el super-intelectual, el que va de intenso…
Smiley es un clásico de las comedias de enredo. Se enamoran dos personajes totalmente distintos, y ya tienes el punto de partida perfecto para desarrollar una trama. Y aunque son dos chicos, contiene un clic extraño que conecta con el público en general, es una historia de amor que gusta a todo el mundo, más allá de los arquetipos gays. En Barcelona hemos estado un año con gran éxito, luego hemos ido de gira por Cataluña. Y ahora una de mis razones para venir a Madrid es montarla aquí.
Estudiaste Periodismo, y eso se nota también en tus historias de ficción, por ese contacto con temas que enganchan con la actualidad, con asuntos más o menos candentes.
Sí, muchas de mis obras han nacido de las páginas de los periódicos. Y además me documento mucho antes de escribir. Se tiene que notar que trabajé de periodista diez años, en El Periódico y en la televisión catalana. Como se nota que estudié en un colegio de curas; la religión está muy presente en mis trabajos.
‘La piel en llamas’, por ejemplo, es muy periodística.
Sí, trata del papel y de la responsabilidad de un fotoperiodista en una guerra, que era la de Irak en el momento en que la escribí, pero que puede ser cualquier otra. Plantea un encuentro dialéctico entre verdugo y víctima, y eso es muy actual en cualquier momento, y muy universal. De hecho, es la segunda obra que escribí, en 2003, y creo que es la que me va a perseguir toda la vida. Es hasta ahora la que se ha representado en más lenguas y países. En Estados Unidos ha habido varias producciones, en Grecia, Chipre, Venezuela, México, Polonia…, en Barcelona, en Madrid también estuvo en el CDN.
Lo que no has tocado es el tema de los nacionalismos, ¿no?
Estoy en ello, tengo un proyecto que parte de la reflexión sobre el uso de las banderas; me hace pensar mucho el uso y abuso que se está haciendo de una bandera u otra como discurso político, para definir esencias, para enfrentar a la gente, para radicalizarse. Y me preocupa que no haya símbolos para identificar la enorme escala de grises que hay entre esto o aquello, el blanco o el negro.
Por cierto, ¿cómo han visto que justo ahora, con todo el proceso de orgullo nacional independentista en Cataluña, justo ahora, te vengas a Madrid?, ¿cómo lo han vivido en tus círculos más cercanos?
Ha sorprendido mucho. Por un lado, porque estaba en una racha muy buena allí; por otro lado, me decían: ¿cómo te marchas ahora que estamos viviendo un momento tan importante para nuestro país? Pero creo que también es un buen momento para establecer puentes, para un intercambio de producciones, porque no puede ser este aislamiento; no puede ser que haya tanto talento creativo en una y otra ciudad y no haya un intercambio mucho más fluido. Y Madrid tiene una gran capacidad de acoger, eso es así, no tiene nada que ver con el discurso político radicalizado que nos quieren hacer ver que es la esencia. Yo se lo digo a mis amigos de Barcelona, les digo que no es verdad, que ese discurso de enfrentamiento con el catalán no está en la calle, y a veces les cuesta creerme. Esos discursos extremos no son el eje de la esencia ideológica de casi nadie, y allí y aquí están empeñados desde los poderes en que definamos nuestras esencias vitales desde la confrontación con el otro.
¿Cómo ves los medios de comunicación en España?
¡Uf, mal! Estábamos muy preocupados por cómo iba a resistir el papel la digitalización, pero resulta que lo realmente preocupante es la deriva ideológica más que la tecnológica. Los periodistas en España están amordazados por el poder, por la precarización de los medios, por esas ruedas de prensa sin preguntas… Están sometidos al vasallaje de los grandes intereses económicos, y el resultado es un conformismo informativo que me parece muy preocupante.
¿Y el teatro?
¡Uf! Resoplo también. Resoplo mucho, ¿verdad? El IVA ha sido un bofetón en la cara que nos condena a una precariedad permanente y perversa, creo que con la intención clara de dependencia, de sometimiento. En Barcelona ha habido una explosión de nueva dramaturgia, de gente que escribe para todo tipo de formatos -tele, teatro, cine, musicales-, contaminándose y enriqueciéndose entre ellos, rompiendo barreras que eran artificiales, pero también por la necesidad de tener unos ingresos; y en Madrid ha habido un boom de muchas pequeñas salas, de vías alternativas, cosa que en Barcelona no ha sucedido con ese ímpetu. Y eso me parece que está bien, como complemento de un escenario saneado, como parte de un ecosistema sano; pero si solo existe eso, si eso es a lo que vamos, un mundo en el que los profesionales no pueden trabajar dignamente, que no cobran para vivir bien de su trabajo, que se trata solo de sobrevivir…, pues no me parece saludable. Es verdad que permite mantener la tensión creativa, pero eso a largo plazo puede resultar perverso. El Gobierno juega sus cartas, nos sube el IVA al 21%, y a un año de las elecciones lo bajará al 11%, al 12%, al 14%, que seguirá siendo alto, pero ¿nos conformaremos? Es la táctica del shock y la golosina, como estrategia de sometimiento. Y no hay que conformarse.
Me llama también la atención que en tu perfil de Twitter te defines como culturalmente disperso; ¿qué quieres decir con eso?
Bueno, es un término que se inventó Marc Pastor, que es mosso d’Esquadra, de la policía científica, y novelista, para disponer de un término políticamente correcto para definir al friki.
¿Cuáles son tus gustos ‘frikis’?
Podríamos decir que mi fascinación por los musicales de Hollywood de los años 50 y que me flipa la ciencia-ficción; devoro todo lo que sea ciencia-ficción.
Esa versatilidad o dispersión se nota en que has hecho un musical infantil (‘Ha pasado un ángel’), un thriller musical (‘Killer’), un dramón épico de 3 horas para el Teatre Nacional de Catalunya (‘Marburg’), teatro-danza en colaboración con grandes como Chevi Muraday, guiones para culebrones de TV3 con cientos de episodios como ‘La Riera’ y ‘El Cor de la Ciutat’… Y ahora, siguiendo con esa capacidad de adaptación y enganche con temas de actualidad, ‘La tierra prometida’…
Que estamos intentando montarla en Barcelona…
Y que he leído que es una farsa sobre el cambio climático…
Sí, trata de cómo un delegado de un país ficticio insular, tipo Maldivas, que se está hundiendo por la subida del nivel del mar provocada por el cambio climático, se mueve en Naciones Unidas para intentar frenar el desastre. Es en clave de comedia. El delegado es un clown, y viene a criticar lo ridículo de las medidas que los gobernantes están ofreciendo para evitar la destrucción del planeta.
Llegamos a la plaza de San Ildefonso. Separamos nuestros caminos. Guillem me cuenta que, acostumbrado a las escuadras de Barcelona, se pierde a menudo en la estructura laberíntica de Madrid, y que le encanta el ambiente de pueblo que se respira en el centro de la ciudad, de pequeñas tiendas y conocidos que se encuentran por la calle, de la posibilidad de hacer una vida de barrio en el centro de una gran ciudad.
Cómo conectar con los más jóvenes
Por EDUARDO GRANADOS REGUILÓN
“Un país que da la espalda a la cultura es un país sin futuro”, estas son las palabras repetidas por David Peralto, el director artístico de La Joven Compañía, en cada discurso previo a las representaciones de la misma. Este grito lleva entonándose desde hace años en las aulas y en los patios de butacas de los teatros, fruto de la necesidad vital de acercar a los jóvenes al teatro. La Joven Compañía nace de esa sed existente, con el propósito de que los jóvenes invadan los teatros.
Este ambicioso proyecto está compuesto por cerca de una veintena de jóvenes, de entre 18 y 23 años, guiados por profesionales del circuito teatral nacional, que vuelcan su experiencia y trabajo sobre estos jóvenes en formación. Para ellos, todos estudiantes de las distintas áreas del espacio teatral (actores, productores, escenógrafos, compositores, etc), el teatro significa una manera de entender la vida. Así, uno de los requisitos para formar parte de la compañía es querer dedicarse profesionalmente a las artes escénicas.
“Todo parte de la plataforma creada por profesionales del teatro, y está apadrinada por nombres como Ariadna Gil, Gerardo Vera y Teresa Lozano”, cuenta David. Este proyecto, dirigido por José Luis Arellano, pretende remarcar que la cultura no es un lujo, sino una necesidad vital para la sociedad actual frente al maltrato que sufre desde las instituciones públicas.
La Joven Compañía nace de la desafección latente de los jóvenes, de entre 12 y 18 años, por el teatro. Por ese motivo, el proyecto crea un vínculo mágico entre el escenario y el patio de butacas, es decir, entre los miembros de la compañía y el público, ya que ambos están formados por jóvenes y comparten el mismo lenguaje.
De esta manera, para los chavales el teatro deja de ser un lugar aburrido para señoras mayores con abrigos de pieles y pasa a convertirse en un lugar de liberación, repleto de sentimientos, donde te olvidas de las cosas que no quieres recordar. De repente “mola” y se convierte en un plan de viernes para un grupo de adolescentes.
“Lo que me recuerda que el teatro es un arte vivo son las funciones que realizamos por las mañanas para los chavales”, así explica Quique Montero, actor de la compañía, esa emoción que provoca el hecho de contar historias por jóvenes y para jóvenes.
La Joven Compañía lleva gestándose en la incubadora desde muchos años atrás, pero nació hace pocos meses. Durante este pequeño periodo, han sido cerca de 4.000 los jóvenes que han ido a ver sus diferentes montajes. Se calcula que antes de verano las cifras se duplicarán, aunque lo de menos son los números. Basta con ir a una representación, escuchar los silencios, ver las caras de sorpresa, tocar las emociones y preguntar a un niño si después de la experiencia volverá al teatro.
“Ahora sí”, responde.
‘Invasión’, por La Joven Compañía. Teatro Conde Duque de Madrid. Hasta el 4 de febrero, funciones matinales para centros educativos. Abiertas al público, hasta 1 febrero, jueves, viernes y sábados por la tarde, 20 h. Más información y entradas: www.lajovencompania.com
No hay comentarios