‘Gypsy’, la edad dorada de Broadway sorprende en Madrid

La actriz Marta Ribera en el número final de ‘Gypsy’. Foto: David Ruano.

Antonio Banderas dirige una nueva producción de Gypsy, uno de los grandes musicales de la época dorada de Broadway, con la actriz Marta Ribera en el papel de Rose, la implacable madre de dos niñas condenadas a alcanzar el éxito a cualquier precio. Con una apuesta muy centrada en lo musical, este estreno madrileño en el Teatro Nuevo Apolo es una inmejorable oportunidad para escuchar una de las grandes partituras y uno de los grandes libretos del género del Teatro Musical, con mayúsculas. 

Vaya por delante que este cronista asistió en enero a una representación de la nueva producción de Gypsy en el teatro Majestic de Nueva York protagonizada por esa fuerza de la naturaleza que es la actriz y cantante Audra McDonald, que a buen seguro será una firme candidata para llevarse, el próximo mes de junio, el premio Tony a la mejor intérprete femenina. Sabemos que las comparaciones son odiosas, pero también inevitables. Sin embargo, en este caso, parece claro que tanto la mastodóntica superproducción de Broadway dirigida por George C. Wolfe y como la calificada como más “modesta” por su propio director, Antonio Banderas, que ayer llegó a Madrid tras su paso por el teatro Soho de Málaga, comparten algo tremendamente importante: un amor incondicional por el gran musical de Broadway. El cariño y el mimo por una partitura, unas canciones y una historia que son, sin duda, una parte importante de la cultura popular estadounidense y que pertenecen a eso que podríamos llamar la edad dorada del Teatro Musical Americano. Y ambas suponen un loable empeño por revivir y apostar, aunque no esté de moda, por una de las piezas más icónicas y veneradas de un género que una vez fue el Gran Teatro Musical y que últimamente ha terminado convertido en una especie de karaoke de grandes canciones del pop rock mundial.

Es probable que el público español necesite cierto contexto para comprender la magnitud de la apuesta de Antonio Banderas como productor y director de este revival. La producción original de Gypsy se estrenó en Broadway en mayo de 1959 con dirección del productor, director, cineasta y, sobre todo, coreógrafo Jerome Robbins, es decir, el hombre que tan solo dos años antes había concebido, dirigido y coreografiado, también en Broadway, nada menos que West Side Story, probablemente el musical más importante de la última mitad del siglo XX. Gypsy estuvo dos años en cartel y se dieron más de 700 representaciones; sin embargo, continuó cautivando al público durante generaciones. En 1962 se estrenó su versión cinematográfica y desde mediados de la década de los 70 se han realizado hasta seis nuevas producciones de este musical en Broadway.

Lydia Fairén como Gypsy en uno de sus números de burlesque. Foto: David Ruano.

Lydia Fairén como Gypsy en uno de sus números de burlesque. Foto: David Ruano.

Gypsy cuenta con música de Jule Styne, compositor, entre otras, de Funny Girl, y letras de Stephen Sondheim, toda una leyenda del teatro musical estadounidense. El libreto, que firma Arthur Laurents, está vagamente basado en la autobiografía que la estrella del estriptis Gypsy Rose Lee publicó en 1957. Sin embargo, Laurents encuentra mucho más fascinante el personaje de la madre, Rose, y sitúa el foco sobre ella y desde entonces se ha convertido en el epítome de lo que entendemos por “la madre de la artista” y de las dificultades y vicisitudes que tienen que pasar las estrellas en su tortuoso y real camino hacia el firmamento de las estrellas.

Rose, la madre de Gypsy Rose Lee, es un personaje icónico y controvertido que encarna la ambición desmedida y la obsesión por el éxito. Su determinación por convertir a sus hijas en estrellas del vodevil la lleva a tomar decisiones cuestionables y no solo a sacrificar su propia felicidad en el camino, sino a ser capaz casi de cualquier cosa por conseguir llegar a ‘el dorado’. Pierde a una hija, renuncia al amor, traiciona sus convicciones y finalmente descubrimos que ha malgastado su vida en una huida hacia adelante por llegar a un lugar que, finalmente, descubrimos que es ninguna parte.

Las tres veteranas y estupendas strippers con su ‘toque’. De izquierda a derecha, Sonia Gascón, Marta Valverde y Carmen Conesa. Foto: David Ruano.

La metáfora de Rose como reflejo de la sociedad estadounidense es evidente. Estados Unidos ha sido históricamente un país impulsado por la idea de que el fracaso no puede ser una opción en eso que se ha dado en llamar el sueño americano. En esa desaforada carrera por el triunfo, para sortear el miedo a no cumplir las expectativas, los estadounidenses han fomentado comportamientos obsesivos y la negación de las propias necesidades emocionales. Hasta el punto de alzar a Trump y Musk como emperadores de un ultraliberalismo enfocado hacia la pestilente identificación del dinero con la realización personal.

En la producción de Antonio Banderas la apuesta más decidida es la musical. Sobre el escenario escuchamos a una potentísima orquesta de 18 músicos dirigida por Arturo Díez Boscovich y que presume de interpretar toda la música en directo sin ningún añadido pregrabado, como ocurre en la mayoría de los musicales que se ven en la actualidad. Desde luego el brío que impone la orquesta es un perfecto andamiaje para todo lo que ocurre encima del escenario. El propio Banderas calificó como “pequeña” a su compañía en la rueda de prensa de presentación de este musical. La escenografía, en su mayoría a base de cortinas y proyecciones en el primer acto y con una estructura de metal que simula los camerinos de un teatro de burlesque en Wichita en el segundo, es imaginativa y cumple bien su función, sin grandes sorpresas ni movimientos innecesarios. Un escenario giratorio imprime más ritmo a algunas escenas que, de otra manera, podrían resultar demasiado estáticas.

La actriz Marta Ribera, que interpreta el papel de Rose, es una auténtica locomotora del espectáculo que prácticamente cae en su totalidad sobre sus hombros. Da un recital de profesionalidad sobre las tablas. Su Rose es al mismo tiempo implacable y frágil, y se maneja con soltura en los saltos entre comedia y drama que posee este musical. Está adorable en la escena del restaurante de Chinatown en el que obviamente es preceptivo robar servilletas, cubertería y palillos, puesto que “uno los paga”. Arrolladora en el número en el que, abandonada por su hija mayor, decide que centrará todos sus esfuerzos en lanzar al estrellato a la única hija que le queda cerca.

Aaron Cobos, apabullante en el papel de Tulsa. Foto: David Ruano.

Muy a destacar el número de Tulsa, interpretado con una calidad apabullante por Aaron Cobos. Toda una demostración de que en España hay profesionales capaces de cantar, actuar y bailar, todo en uno, a la perfección. Tal vez se echa de menos algún elemento escenográfico de calado en la segunda parte, cuando Gypsy, interpretada por Lydia Fairén, despliega todos sus encantos como striper en una sucesión de números encadenados que nos dan la dimensión de su éxito.

Imperdibles Carmen Conesa, Marta Valverde y Sonia Gascón como las tres veteranas strippers de Wichita que explican que cualquier desnudo es posible siempre que se le sepa encontrar «el toque». Uno de los mejores números de la noche.

En resumen, Gypsy es una oportunidad perfecta para presenciar un clásico de la edad dorada de Broadway hecho con talento, coherencia y mucha profesionalidad.

‘Gypsy’ se representa en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid 

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