Habitantes de un mundo donde las temperaturas no bajan de 40 grados
La escritora, guionista y directora audiovisual chilena Malu Furche se estrena en el mundo de los libros con este volumen, ‘Islas de calor’, que reúne cuatro relatos ambientados en un mundo post-apocalíptico donde la crisis climática provoca que las temperaturas no bajen de los 40 grados. Una ciudad devastada y unos habitantes deshabitados, desamparados… Un maravilloso y durísimo libro. Un tratado social y ambiental tan descarnado como imprescindible.
Descubrí este libro como se descubren los tesoros, de manera inesperada, por persona interpuesta. Gracias a la actriz chilena Patricia Rivadeneira. Y enseguida su brutal y esclarecedor mensaje se pegó a mi piel de la forma obstinada, irreversible y violenta en que se pega la ola de calor que narra sobre la rutina y el destino de sus habitantes.
Me impactó de manera inmediata. Su comienzo deslumbra por su medida brutalidad y, mientras se avanza en la lectura, se toma plena conciencia de que se está ante un libro de larguísimo recorrido en nuestra memoria y en la de muchos otros.
Sus reflexiones son directas como esos rayos de sol que buscan la piel desnuda de un bebé al que su madre olvidó embadurnar con crema protectora.
Furche sabe leer el futuro del mundo con una constancia perturbadora en cuentos como Animales de calor:
“Natalia asiente, pudo ser peor. No tiene poder ante ella, animal de otra era, mutación de calor”.
Sabe poner en evidencia el demoledor pasado que guardan dentro de sus mezquinos corazones los sátrapas y sus inmorales asalariados en cuentos como La Atacama:
“Cuando le recordé el asesinato del Tincho, se ensombreció. No había pensado en eso, ya sabía yo que se había olvidado, nadie se acuerda nunca de los muertos, es que son tantos que uno no sabe a quién recordar”.
Sabe narrar la desigualdad (impresionante su relato Vivir así) con fruición y sin pudor. Su lengua es una herida que cabe en la boca de muchos y muchas, su lengua es una verdad que narra sin tapujos. Desde el principio impresiona su madurez narrativa. El peso de sus frases se clava sobre el cuerpo del lector como se clava el porvenir de una mariposa sobre la delgada silueta de un esterilizado alfiler:
“Aunque las calles arden, aquí no importa. La cabeza deja de pesar, aprendimos a juntar nuestros calores sin quemarnos”.
“Siente arena en su boca. Se está transformando en un desierto, lo sabe. Pero está decidida: de su empleada no aceptará nada. Es una victoria que se quiere guardar”.
“Pastora arrastra su colchón a la habitación de Mónica. Sábanas no lleva, porque en estos días nadie se tapa. Cojines sí, ya que no hay mejor sacrificio que el que se hace cómoda. Se mete unos hielos en el escote para enfriar el cuerpo y el agua entre los pechos le hace cosquillas. Luego lleva su radiocasete a pilas, porque la vieja no habla y ella le teme al silencio”.
Y sabe narrar la mentira y el arribismo con un pulso clarividente como demuestra en el desolador cuento, por su incómoda veracidad, La viuda y la virgen. En él hay pasajes que te revuelven el cuerpo, que cambian de lugar los órganos vitales, que te dejan sin aliento por el uso que la protagonista hace de la religión:
“A Natalia le gusta lo que ve. Supo de la vieja manejando cerca del cerro. Una mujer le comentó que con ella los milagros ocurrían más rápido, pero se necesitaba una buena ofrenda. Otro hombre dijo que ni con eso cumplía».
Malu Furche y el ritmo lento y denso con que narra Islas de calor te atrapa de principio a fin. Transporta al lector de una manera radical e inteligentísima al núcleo de ese ininterrumpido infierno, por el momento distópico, que con tan buen oficio crea. Sus personajes y sus movimientos se quedan pegados en la memoria como se pega la silueta destrozada de un animal sobre la hirviente barriga de una carretera. El lector siente las necesidades que sienten sus personajes, la sed, la esperanza, la carnicería y las heridas que está dejando sobre la tierra y sus habitantes el cambio climático y las heridas que dejó sobre un país la inmisericorde mano de un dictador y de su salvaje ejercito.
Islas de calor es un apocalipsis emocional que te hace cerrar los ojos y contener la respiración y que, sin embargo, acaba actuando como la inhalación de un chorro de oxígeno puro en la garganta de alguien que se creía desahuciado.
Esta joven autora chilena dará que hablar porque no le teme al lenguaje y maneja la imaginación como si de la realidad se tratase. Sus historias, los hombres, mujeres y animales que las habitan tienen un empaque argumental incontestable, no temen enfrentarse a los diablos que la avaricia, la especulación y el expolio al que estamos sometiendo a la naturaleza y a sus recursos crean. Furche tiene el pulso firme de quien no cree más que en el gobierno de la inteligencia y de la justicia.
Mención aparte merece esa convicción que lleva a la autora a no desconectar los cuatro relatos, la sabiduría que la obliga a no cometer la imprudencia de romper ese hilo de calor ardiente e insoportable que se comunica con tanta maestría a través de los cuerpos de todos sus protagonistas.
Así que no dejéis de leer este maravilloso y durísimo libro. Este tratado social y ambiental tan descarnado como imprescindible. Haced acopio de un arsenal de botellas de agua helada, y recordad algunas de esas oraciones que os salvaron mientras fuisteis niños, porque Islas de calor es el visionario epílogo que Rimbaud hubiese querido escribir como auténtico final para Una temporada en el infierno.
‘Islas de calor’. Malu Furche R. La Pollera Ediciones. 181 páginas.
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