Hasier Larretxea: “Huyo de círculos cerrados en lo gay, lo vasco, lo literario…”
Hoy, Día Mundial de la Poesía, charlamos con Hasier Larretxea, un escritor con sustancia, que ha desplegado su universo literario sobre todo en torno a la poesía y que en ‘Hijos del Peligro’, su último poemario, expone su mirada rural y homosexual sin miedo. “No voy de nada, me aburre supinamente esa pose de poeta 24 horas. Voy por libre, es decir voy a mi bola. No me gustan los círculos cerrados tanto en el colectivo gay, en el mundo vasco, ni en el mundo cultural de Malasaña, ni en el mundo poético”.
El escritor navarro Hasier Larretxea (Arraoiz, Baztan, Navarra, 1982) se sabe ya madrileño adoptado. Ejerce de trabajador social, pero su espíritu desprende lirismo, sabiendo cosechar un estilo confesional que mezcla la naturaleza, la familia, lo rural, los conflictos al crecer, la música y su mirada ante el mundo. Todo ello se fusiona en un estilo que capta las esencias y que construye una identidad personal dotada de gran sensibilidad y un bisturí preciso para desmenuzar el mundo. Su sexto y último poemario, Hijos del Peligro (Candaya), ha pasado algo desapercibido y queremos reivindicar su valentía y su manera de defender la exposición de lo diferente, de la identidad, de la homosexualidad, y abogar por lo humano.
Este nuevo poemario versa sobre lo que cuesta hablar, lo que uno ha vivido cuando tratan de achicar lo que eres, cuando tratan de ponerte etiquetas, cuando no te dejan expresarte. ¿Es la primera vez que te enfrentas a ello de esta forma?
Sí, justo es un diálogo que he hecho conmigo mismo porque en el pasado he podido escribir sobre la homosexualidad, de diferentes miradas hacia la vida, desde una elegancia o desde una poética más encubierta, estilosa, elegante. Pero era una manera de esconderme también. Entonces surgieron textos que retrocedían hasta ese pasado que a veces vamos borrando, ese pasado donde te vas conformando como persona, esa adolescencia… Y aquí mi apertura ha sido honesta, desgarradora, necesitaba hablar así, también por lo que estaba aconteciendo tanto en España como en el mundo en relación a los derechos LGTBI. Había una necesidad implícita de hacer un recorrido personal y un ejercicio; a través de eso también poder ser altavoz de otras experiencias, otras vivencias, desde esa mirada más periférica, queer.
¿Qué hay en este nuevo poemario de novedoso en la expresión, de búsqueda?
Conecto con el ser activista desde la literatura. En la primera parte del libro confluyen poemas que hablan de la sexualidad en el mundo rural, desde esa convivencia con el catolicismo y las experiencias que he tenido, sexuales y afectivas, donde pesaban los santos, las cruces y la culpa, y esa búsqueda personal de la adolescencia, de diferentes elementos culturales, hacerte tu lugar en el mundo rural o en un activismo vasco o musical que no era igual. Hay poemas donde incido mucho en la infancia, en ese desarrollo emocional, desde la reivindicación, pero también de la ternura. El primer bloque se centra más en esta escritura, ya en el segundo bloque hablo más abiertamente del amor y de la mística. Y en el tercer bloque, del ejercicio de la escritura, porque el ejercicio de la escritura ha sido un reconectar conmigo mismo, fue la primera manera en la que yo me empecé a expresar mis primeras palabras de homosexualidad; soy gay o soy esto surgieron desde la escritura.
La poesía tiene algo que es difícil de explicar, ya las palabras hablan…
Mi mejor versión del libro está en el libro, no sé si lo defenderé bien después en las entrevistas dando una versión errónea, pero pienso haber suscitado algo, haber hecho pensar. Desde la literatura he podido renegar de otros Hasieres. Aquí conecté con ese Hasier reivindicativo que se tiñó el pelo de azul, con 16, que se iba a Pamplona al colectivo LGTBI y traía flyers para que mi madre leyera a ese Hasier también guerrero, pero desde la dulzura. Quería vivir mi vida, no estar predestinado a una vida gris o una doble vida. Con Iñaki Lareo me acerqué al colectivo LGTBI de Pamplona, desde lo rural. Se fundó un colectivo LGTBI rural en Navarra. Tenía 18 años y justo era a finales de los 90, con personas que tenían situaciones parecidas a ti. No estabas solo. Pero a la vez estabas señalado, eras el mariquita.
Compartí piso, compartí vivencias y la viveza de la jovialidad LGTBI en fiestas, en el descubrimiento de la afectividad, de los primeros afectos, de la rebeldía también un poco canalla, un poco contestataria y reivindicativa, de aquella época de los pelos teñidos y ropas de colores. Quería homenajear a esas personas invisibles como Iñaki, que me ha hecho reflexionar sobre las personas no binarias. Los poemas más combativos, activistas, van junto a otros poemas de un redescubrimiento afectivo en los que hablo de ese diario católico, de esos claroscuros y de que no es fácil llegar hasta el día de hoy, no es fácil quererte e intentar ser lo que puedas ser en algunos entornos cuando tienes los elementos en contra. Es mi primera vez en la que me abro en canal mostrando mis partes más oscuras o más complicadas para esterilizar. Mi carácter es sobrio, discreto; entonces es mi libro más desgarrador, pero desde lo profundo y no contestatario, pero sí más rebelde y a la vez desde una poesía con elementos, con un imaginario.
¿En ese entorno tan hostil uno intenta amoldarse?
Me he sentido fuera en parte del movimiento LGTBI por cierta hostilidad hacia el mundo rural. Yo tenía un muro interior y tenía que hacer un trabajo personal, pero ahí vivía dentro de mis limitaciones libremente. Yo era gay y a la vez quería ir a conciertos rock. No me gustaba esa imagen de bar de ambiente con el Hang Up de Madonna, donde me he sentido muy fuera de lugar porque en esa época iba con mis camisetas de Korn o Deftones. Es que muchas veces me he sentido más fuera en el ambiente LGTBI que en otros espacios por los propios estereotipos y por la línea rojas, las estéticas, o de las tallas grandes, de no entrar en el canon de la híper belleza o de los cuerpos esculpidos, desde una obsesión por agradar. Que está fenomenal lo del cuidado físico, pero cuidado.
¿En esta obra presentas diversos puntos de inspiración?
Sí, el libro tiene esas tres vertientes. Cada capítulo ha ido formándose en diferentes momentos de mi vida hasta confluir en este libro. La última parte es una reflexión sobre la escritura, pero también cómo me he podido enfrentar yo con la escritura a todo esto. Me parece interesante porque yo sin la escritura no sería lo que soy, y no expresaría lo que he expresado en este libro. Las primeras palabras prohibidas o censuradas en mi interior relacionadas con la homosexualidad, o en mi sentir emocional, las iba escribiendo en mi adolescencia antes de decírselo o expresárselo a nadie, como un secreto inconfesable que no me viera nadie. Y me interesa mucho esa reflexión sobre la escritura o el arte, y cómo la escritura nos refleja, nos cuestiona o cómo nos lleva a otros lugares, una reflexión de la escritura y del dolor de la escritura.
La cita es de Víctor López: “Escribir es hablar siempre de lo mismo”. En el fondo, es de lo que importa, o de lo que nos importa.
Al final yo creo que a los autores que sigo les pido un poco eso también. Al final, las cuestiones son similares y los anclajes siempre bordean cuestiones que te corroen o te persiguen. Al final, la escritura también es perspectiva; la escritura también es transformación, ahondar. Y la poesía otorga honestidad en ese sentido. Creo en el carácter redentor y terapéutico de la literatura en parte, aunque no es nuestro último propósito cambiar el mundo, pero sí por lo menos conciliar, acompañar la soledad. Y sobre todo hacer autocrítica de no caer en el texto fácil, la escritura fácil, huir de lo pomposo, efectista, de cierto efectismo en general y de esos textos vacíos en los que no hay anclaje y sólo son artificios.
El movimiento LGTBI no tiene que bajar la guardia porque todo lo conseguido se puede perder en un momento. ¿Qué le falta a la sociedad?
Desde el momento en que somos sujetos políticos se visualiza la diversidad. Hay gestos, contornos, que aún se censuran y se condenan porque nos exponen a nuestros miedos más profundos o a renegar de ciertas cosas. Ahora por ejemplo aparece en la punta de las noticias del movimiento trans las personas que pueden suicidarse, personas que sufren bullying.
Es muy importante como sociedad poder trabajar la tolerancia, el respeto a la diversidad, a la felicidad de uno mismo, de ponerse en lugar del otro, la empatía. Ese catolicismo que hemos mamado no va de ir en contra del otro, sino de querer el bien común, aunque no lo entiendas.
Es entender que hay otros mundos, que esos mundos nos enseñan muchísimo. A mí también me enseñan otros mundos, salir del corsé de los guetos que reducen muchísimo la realidad y minimizan la mentalidad. Barajé otros títulos, Los hijos del miedo, Los hijos del suicidio… Y apareció una canción de Me Llamo Sebastián, un cantante chileno, que dedica a un joven chino que asesinaron. Quería constatar que hemos sorteado el peligro, hemos tenido una mochila muy pesada, pero somos lo que somos gracias a eso también. Hemos surcado el barro, en la mierda o en la depresión, en la diferencia o en la soledad. Por eso doy importancia a ese misticismo, y esos poemas en prosa en el ecuador del libro, donde pasamos de esa efervescencia adolescente, reivindicativa, a estos 40 años, a indagar en qué es la vida, el amor, envejecer…
Siempre has ido por libre. ¿Te has posicionado con algún movimiento?
Doy gracias a la vida como Mercedes Sosa porque yo no soy nada academicista. Vengo de una familia humilde rural, no me rodeo de ningún movimiento, ningún círculo, porque me aburren y me comprimen. No voy de nada, me aburre supinamente esa pose de poeta 24 horas, yo soy persona antes que nada, y no me gustan las caretas, ni las poses. Voy por libre; es decir, voy a mi bola. Me encantan las personas, me encanta escuchar, aprender, pero no me gustan los círculos cerrados tanto en el colectivo gay, en el mundo vasco, ni en el mundo cultural de Malasaña, ni en el mundo poético.
A mí todo lo que me reduce, no me aporta en la vida. Quizá me pierda muchas cosas por no seguir el rebaño, por no formar parte de un grupúsculo. Pero también he de decir que me siento muy afortunado, he publicado en los lugares donde me ha apetecido. Al final eres lo que proyectas y la vida es mucho más importante a que te escriban una reseña en el Babelia. Soy más feliz desde que he aprendido a renegar, a saber que no voy a estar invitado en algunos lugares, y sí en otros. Antes tenía algunos sueños, pero me he dado cuenta de que son inalcanzables, porque no formo parte de algunos lugares. A mí no me aporta nada el faranduleo literario. Hay corrientes y modas en la cultura, y también cancelaciones, que no ahondan en la calidad, sino simplemente en la pose y en la postura estética o ideológica del autor. Será cosa de que estamos en estos tiempos líquidos.
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