Héctor Abad habla de la película de Trueba sobre el asesinato de su padre
El festival de Cine de San Sebastián se clausura este sábado, 26 de septiembre, con la presentación de ‘El olvido que seremos’, la nueva película de Fernando Trueba sobre el libro del mismo nombre, un best seller que ha vendido más de 300.000 copias en el mundo y ha sido traducido a más de 20 lenguas. Película y libro narran el asesinato de un defensor de los derechos humanos, un activista por la sanidad pública en el convulso Medellín de los años 80/90. Lo cuenta su hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince. Hemos hablado con él.
“En la casa vivían diez mujeres, un niño y un señor. Las mujeres eran Tata, que había sido la niñera de mi abuela, tenía casi cien años, y estaba medio sorda y medio ciega; dos muchachas del servicio –Emma y Teresa–; mis cinco hermanas –Maryluz, Clara, Eva, Marta, Sol–; mi mamá y una monja. El niño, yo, amaba al señor, su padre, sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá”, así arranca el escritor El olvido que seremos. Su padre tenía 65 años, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, Epitafio, acaso un apócrifo, cuyo primer verso reza: “Ya somos el olvido que seremos…”.
Esta entrevista se hace en tiempo real vía whatsapp; el autor colombiano elige el modo, dice que escribe rápido y es su medio. No hay duda.
Tras releer tu libro ‘El olvido que seremos’, voy a tu cuenta de Twitter y leo que has escrito: “Canción del suicida: Yo soy aquel que sabe la fecha de su muerte. Soy el que la decide…”. Tras las últimas noticias de Colombia, me saltan todas las alarmas.
Yo tuve durante muchos años, creo, una mentalidad de suicida. Por suerte la he ido perdiendo con el tiempo, pero como decía Camus, el suicidio es uno de los problemas filosóficos más hondos e importantes: el hecho de que uno pueda darle fin a la vida, la importancia de tener ese último derecho, dar ese último paso cuando se considera que la vida es indigna o es insoportable… Séneca, Sócrates, así este último fuera forzado, pero pudo evitar tomarse la cicuta. Cioran decía que si no existiera el suicidio, hacía mucho tiempo se habría suicidado… Pero mi cita en Twitter es sobre todo un acto de admiración por un gran poeta español, creo que no suficientemente valorado en su tierra: Juan Vicente Piqueras. Tiene poemas memorables, como este del suicidio, como otro sobre los traductores, sobre el alzhéimer del padre, y tantos otros.
Pero aciertas al suponer que a veces Colombia, las cosas que pasan aquí, lo inclinan a uno a pensar en algún tipo de suicidio. Por ejemplo, irse de Colombia, que sería como una especie de suicidio simbólico
«En este país la vida vale tan poco», decía tu padre, asesinado en 1987… Pero las tornas no han cambiado mucho. El pasado agosto, por ejemplo, fue un espanto en cuanto a masacres.
No es solo eso, aunque también. Mira, por ejemplo, hace unos días la policía mató a un señor con una descarga eléctrica. Y la ciudadanía de Bogotá salió con razón a protestar, pero en sus protestas hubo cinco muertos y la destrucción de bienes públicos que son útiles para todos, como autobuses. Entonces uno no ve esperanza: ni en la autoridad, ni en quienes se oponen a ella.
Aunque para mí no tiene sentido destruir bienes públicos que sirven sobre todo a los más pobres, hay que decir que la culpa inicial es de la policía: no puedes responder con balazos a una protesta contra la violencia policial. En Colombia en realidad no tenemos policía en el sentido de una fuerza que depende del poder civil y sirve para defender a los ciudadanos inermes. La policía colombiana es un brazo militar más que depende del Ministerio de Defensa. Después de los siete muertos fruto de la violencia policial indiscriminada, cada vez es más urgente fundar una verdadera policía civil. La que tenemos actúa como si los manifestantes fueran una fuerza de invasión extranjera.
¿Te atreves a pensar qué diría Héctor Abad Gómez?
Hay injusticia en los hechos de la policía, pero la protesta no mejora las cosas, a veces consigue solo empeorarlas. Mi padre era ante todo un no-violento. Siempre empuñó pañuelos, rosas, palabras, pancartas, nunca pistolas. Nunca vandalizó un sitio, nunca agredió a otra persona. La anarquía destructiva, contra bienes que les sirven, precisamente, a las personas más pobres, lo único que produce es una reacción autoritaria. Aquí vamos de un extremo a otro sin progresar.
Vivimos un momento muy duro, empeorado por la pandemia en todo el mundo. Ayer no más, a las 11 de la mañana, me tocó presenciar algo tremendo. Yo entiendo la realidad a través de las vivencias y de los relatos. Subía yo con mi esposa por la avenida que lleva de Medellín al aeropuerto, una especie de autopista de montaña. Apenas a la salida de la ciudad vimos bajar a un joven en una bicicleta a toda velocidad en sentido contrario. Casi lo cogemos con el carro… Pensamos que era un loco, y 50 metros más adelante, gente a pie perseguía corriendo a otro muchacho. Lo tumbaron en el suelo y le daban golpes. Pensamos y dijimos: un ladrón. Íbamos oyendo radio y 15 minutos después oímos la noticia de que había un gran atasco en la zona porque un automóvil había matado a un ciclista que venía en sentido contrario por la autopista. Evidentemente eran dos ladrones muy bisoños. Y uno de ellos murió; probablemente nosotros fuimos los últimos en verlo vivo. Y al otro lo estaban masacrando a golpes. Entonces, todo es triste y todo está mal: la acción y la reacción. Y me temo que eran dos muchachos desesperados por la situación de desempleo y hambre que se vive. Algunos celebran que cojan a los ladrones; yo no me opongo. Pero otros celebran que los maten o se maten, que se llevaron su merecido. Y ahí veo que me enfrento a una sociedad despiadada.
Entonces anoche escribí un poema al respecto. Lo escribí con la impresión de lo que habíamos vivido al medio día:
BIOGRAFÍAS
Suppose a boy steals an Apple / Edgar Lee Masters, Spoon River Anthology / ¿Recuerdas al muchacho de un poema / de Edgar Lee Masters, / que se había robado una manzana / del mostrador de una tienda / y pillado en el acto / empezaron a decirle ladrón, / el juez, el cura, el tendero, / y hasta el padre, ladrón, / todo el mundo a decirle / ladrón, ladrón, ladrón, / y por su fama / no le daban trabajo, / no podía ganarse el pan / si no se lo robaba, / y el muchacho de la manzana / termina convertido en / lo que dicen que es? / Esa era Aner Clute. / Pues así mismo alguien / puede volverse lo que es, lo que será, / porque una vez de niño se sentó / ante la máquina de escribir de su padre / e introdujo una hoja de papel en el rodillo / y escribió estas palabras: / Jasiewiokk erojikepic coq2lo… / y se las celebraron tanto, / que el juez, el cura, el padre, las hermanas, / dijeron escritor, escritor, escritor. / No le quedó más remedio. / Y aquí estoy”.
Eso está en ‘El olvido que seremos’. Eso ocurre en el libro. Eres tú. Y tu padre.
Sí, en el poema vuelvo a esa escena para mí fundacional, fundacional de mi vida, que está en el libro: soy escritor antes de saber escribir.
Un escritor con un propósito…
Pues mira, es que me ha tocado una experiencia rara y múltiple en la vida. Me tocó vivir una experiencia dolorosa y tremenda en carne viva. Esperar luego casi 20 años para escribirla como un testimonio. Y luego vivir, recientemente, la ficción de esa vivencia y de ese testimonio vital. Todo eso convertido en una película que no es como mi vida, ni como mi libro. No es exactamente como ninguna de las dos cosas, pero sin embargo es una película que me muestra cosas que yo no vi. Hablo, por ejemplo, del momento del asesinato de mi padre, que debió ocurrir como lo cuenta y filma Trueba, como lo actúa Cámara, como le duele a él, como debió dolerle a mi padre.
Es un proceso muy raro, de la realidad al testimonio, a la ficción. Hablo de que la ficción alcance una realidad que no consigue ni la vivencia, porque no lo viví. No sé si me explico. La ficción consigue contar lo que el testimonio no podía narrar porque no fui testigo. La ficción revive lo que se imagina. Lo que el cine hace ver como en un sueño se parece mucho a lo que debió ocurrir. Y es terrible y fantástico al mismo tiempo.
Por eso vi la película detrás de una cortina de agua en los ojos.
Pero yo no sentía que lloraba, simplemente sentía que me salía agua salada de los ojos. Lloraba sin tener la sensación del llanto. Una experiencia esta muy rara, de conmoción. Digamos que yo ya no lo lloro cada año el 25 de agosto, como antes, o como cada día o cada semana, antes. El tiempo sí atenúa el dolor, lo hace menos evidente, lo distancia. Y el hecho de haber escrito un libro, y de haber hablado mucho sobre esa injusticia, de alguna forma también me ha quitado la responsabilidad de tener que seguir recordando cada día. Ahora todo esto lo recuerdo de un modo mucho más sereno. Siento que le he cumplido plenamente a la promesa tácita que le hice a mi padre: te recordarán y muchos sabrán que cometieron una terrible injusticia contigo.
Pero la película sí consiguió remover fibras muy hondas. La primera, cuando la vi en un estudio en Madrid, dejándome apabullado, y la segunda vez, con una gran emoción estética por la belleza de las imágenes, por la alegría de la familia, por la belleza de la música de Preisner
Trueba ha dicho que no se atrevía con la película por lo bueno que es tu libro y por la ternura que desprende.
El miedo para él fue que lo viera mi madre, mis hermanas. Así como cuando yo escribí El Olvido me fui lejos al dejárselo a mi madre y a mis hermanas, cuando Fernando vino a Medellín y nos enseñó la película a la familia en una función privada, se fue a caminar lejos del cine y se encontró con Víctor Gaviria, un gran director local, y estuvo tomando cerveza con él mientras nosotros veíamos la película. Fue algo muy bonito. Era muy raro ver a mi madre que se veía representada por una gran actriz, Patricia Tamayo, que había estado con ella varias veces, estudiándola, y copiaba sus gestos, el barniz de sus uñas, su forma de reír y de hablar. Y así mismo cada una de mis hermanas, y yo mismo.
Si es raro que lleven un libro tuyo al cine, imagínate lo que es que lleven un libro de la vida de tu familia al cine. Es una rareza elevada a la segunda potencia. No pasa muchas veces en la vida. No pasa casi nunca.
¡Tampoco tener una mamá que es hija de un arzobispo, ser el único niño en una casa entre diez mujeres, tener un papá como el tuyo!
Ja, ja, ja.
Pero, fíjate, antes de esta propuesta de Trueba estuvo el documental que hizo tu hija sobre tu padre.
Sí, antes no la mencioné para no alargarme tanto, pero en esa cadena que te decía, después del libro vino el documental de Daniela, mi hija. Pero en ese caso, no es ficción, sino documentos reales.
Tanto en el documental de tu hija, con quien colaboraste, como en ‘El olvido’ se ve otra cosa muy bonita. El amor padre-hijo en tu libro. Y el amor padre-hija en la película de tu hija.
Ah, ¡lo del amor filial y paternal…! Mira, Borges decía que él no se enorgullecía de los libros que había escrito, sino de los que había leído. Yo puedo decir que no me enorgullezco ni de los libros que he leído ni de los que he escrito. Mi único orgullo verdadero son mis dos hijos. Son lo mejor que tengo. Y no es que sean mis «frutos», como dice la Biblia, porque son más fruto de su madre, pero en todo caso son mi felicidad.
Otra cosa, tu estancia en Italia forzado por las amenazas. ¿Cómo se vive el miedo?
Ahora todos tienen miedo uno de otros: de la respiración, de la cercanía, que es lo que nos hace vivos, personas.
Pero yo hablo del miedo a que te maten.
El miedo, el miedo es lo peor. No hay peor consejero que el miedo. Cuando tienes miedo, te vuelves una persona horrible, cobarde, mezquino, calculador, agachado, solapado. Tal vez por eso detesto a los que hacen sentir miedo, empezando por los padres. Mi padre nunca me hizo sentir miedo. Respeto, sí, pero nunca miedo. Cuando un padre les mete miedo a sus hijos, yo me digo por dentro: infame. Es tan fácil meterles miedo a los niños. Y los poderosos, los armados, los estados, los mafiosos, los guerrilleros, los paramilitares. A todos esos les encanta meter miedo y tener a la gente de rodillas, o callada, o escondida, o mintiendo con tal de no sentir más miedo. Son cosas horribles el dolor, el miedo, la náusea. Tres cosas físicas.
Recuerdo que en Cartagena, cuando me subí al avión que me llevaría a Panamá y a España, el día de navidad del año 87, me acompañó hasta la puerta un hombre armado. Llevaba una pistola en la pretina de los pantalones. Un primo mío lo había contratado para defenderme por si alguien me quería hacer algo. Todos teníamos mucho miedo. Antes de irme de Colombia fuimos donde el alcalde, mi madre y yo. Nos recibió. Dijo: “Lo único que puedo hacer es prestarle un carro blindado para que lo lleve al aeropuerto. Aquí hay mucha gente que está matando, y no sabemos bien quiénes son ni podemos controlarlos”. Yo me escondí como un conejo unas horas en la casa de la suegra de una de mis hermanas. Una ancianita, doña Nelly, se llamaba. Me llevó mi hermana y me dijo: «Aquí no te encuentra nadie, quién se va a imaginar que estás aquí». Esa señora rezaba el rosario… y yo esperaba ahí.
Detesto sentir miedo. Y antes de sentir miedo, cuando me va a dar miedo, me da mucha rabia. Creo que la rabia es una defensa contra el miedo. Pero también está muy mal abusar de la rabia.
Tres cosas físicas, el dolor, el miedo, la náusea, como la felicidad.
La felicidad, dices, esos instantes de los que no somos conscientes cuando estamos en ella.
Son momentos. En esta pandemia, por ejemplo, me di cuenta de que mi felicidad era ejercer de periodista deportivo, asistir al Tour de Francia en verano, y perseguir a los ciclistas con un micrófono y sin mascarilla. ¡Esa era la felicidad: lo que hice para una televisión colombiana! Y me gustó tanto hacerlo, porque en Colombia tenemos grandes ciclistas y yo conversaba y tomaba vino con Carlos Arribas en la sala de prensa, al final de la etapa, y comentábamos lo que vivían los ciclistas. Eso tan simple era una gran felicidad.
Qué bueno saber agarrarse a eso.
Pero yo lo veo más tarde. Es más fácil ver esos momentos con el tiempo. En todo caso, los vivo y los gozo con el cuerpo, más que con el alma, con todo el cuerpo.
Juguemos. ¿Qué le escribirías hoy a tu padre?
Le diría: una vez oí que les decías a unos amigos tuyos: «Yo voy a ser recordado gracias a mi hijo». Para mí esa frase tuya fue una bendición y una maldición. En todo caso, creo que te he cumplido, he hecho todo para que no te olviden. Me volví escritor para que no te olvidaran. Ahora, si puedo, voy a escribir otras cosas. ¿Te parece?
Y lo malo es que sé lo que me contestaría: me diría tres o cuatro veces, sí, sí, sí.
¿Y qué estás escribiendo ahora? ¿Qué novelas tienes entre manos?
Estoy escribiendo una novela sobre el periódico donde trabajo, El Espectador, un diario martirizado en los años 80 y 90 del siglo pasado. Un diario que ha resistido heroicamente a muchas persecuciones. Quiero contar, en forma de novela, algo de su historia.
Y fíjate, te diré que hoy ocurrió algo también extraordinario con relación a eso. Me he vuelto amigo de un gran dibujante catalán, Tyto Alba, y esta mañana me mandó un vídeo del año 68. Me dijo: «No sé por qué, pero creo que en este vídeo aparece tu padre». Es un vídeo gringo, norteamericano, en el que hablan de que en ese entonces en Colombia hay un auge en los periódicos, pues pueden transportarlos en avión rápidamente a través de los Andes. Cuentan que, por ejemplo, El Espectador llega muy bien a Medellín cada día, porque lo llevan por transporte aéreo. Y muestran un avión. ¿Y sabes quién aparece leyendo el periódico? Mi padre en un avión en un vídeo que ni yo ni mi familia habíamos visto jamás. Es como si me estuviera diciendo: termina la novela de El Espectador, hijo mío. ¿No te parece?
Comentarios
Por Milton ortiz-cabiedes, el 23 septiembre 2020
…. el libro es un referente de la vida colombiana; del 48 hasta nuestros días, aun hoy «locombia» es tan violenta, tan irreparable, tan lejana de cada uno, de todos que resulta difícil entender como se puede vivir ahí. No he visto la película; ojalá Trueva haya repasado el bello capitulo del fallecimiento de su hermanita que a lo dieciséis dejó a esa familia sin sus acodes guitarristicos y su voz. a ella mi saludo y mi recuerdo, milton.
Por Conrado Sossa Naranjo, el 25 septiembre 2020
Leer el olvido que seremos, es vivenciar la realidad nuestra..Acá la persona que protesta, escribe, sale a la calle a defender sus derechos..Nos tildan de guerrilleros..Lo único sé lleva es un cartel..O megáfono… Hoy lo que observó es un impunidad galopante en u estado sib liderazgo..