Helena Maleno, acusada de “traficar con seres humanos” por intentar salvar vidas
‘Mujer de frontera’ es el libro en el que Helena Maleno relata la historia de un proceso judicial en el que la acusaron de “traficante de seres humanos” por intentar salvar vidas. Una pesadilla, una Injusticia, con mayúsculas, que la mantuvo en vilo durante dos años En palabras de Javier Bardem, “una bofetada a la conciencia de Europa”.
Un teléfono: pequeño aparato que cabe en una mano y que entre las de la activista de derechos humanos Helena Maleno se convierte en un salvavidas. Cada vez que suena puede que al otro lado esté la voz de la desesperación, la angustia de quien está mirando la muerte de frente. Pero Helena hará todo lo posibl
e por evitarlo, aunque tenga que recurrir para ello a quienes han tratado de hundirla en la oscuridad de una celda bajo el peso de una acusación más falsa que los billetes del Monopoly.
No, no es un guión de una película. Es la vida de una mujer que ha decidido desnudar sus emociones en un relato que pone los pelos de punta y que nos cuenta cómo descolgar ese teléfono para evitar muertes de migrantes en el mar le llevó a una acusación judicial como “traficante de seres humanos”, todo basado en un dossier que, como una losa, le cayó encima cuando menos lo esperaba y del que no acaba de desprenderse del todo. Esa es, muy resumida, la historia que nos cuenta Maleno en su primer libro, Mujer de frontera, editado por Península
Maleno tiene en su haber muchos reconocimientos por su labor de defensora, entre ellos el Premio de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, el Premio Gernika 2018, el Premio Derechos Humanos 2015 del Consejo General de la Abogacía y el Premio Seán MacBride del Internacional Peace Boureau.
“Donde te pone la vida, tiras para adelante. Nada ha sido premeditado”, asegura la activista y escritora en una entrevista telefónica. Y no lo fue, pero sus orígenes en El Egido (Almería), esa tierra reseca que se hizo de oro con el trabajo de inmigrantes en condiciones penosas, es indudable que dejaron su huella. “Toda esa explotación comenzó a transformarme y al llegar en 2002 a Marruecos, a la frontera, recuperé esa memoria de lucha que hemos perdido en España. El trabajo por la defensa de los derechos de los migrantes nació más tarde, de las entrañas”.
Escrito en primera persona, el relato no deja resquicio a la conmiseración. Es claro, emotivo y duro. “Una frontera te atraviesa el cuerpo, así que pensé que tenía que contar cómo las políticas penetran en cuerpos y vidas desde mi experiencia personal. La persecución judicial que destrozó mi vida fue una decisión política que pudo llevarme a cadena perpetua y el delito era pedir que se vaya al rescate de las personas que se ahogan en el viaje a España. La política se quiere deshumanizar, parecer aséptica, pero no lo es y afecta a las personas”.
Entre sus páginas, el dolor por Fatih y su bebé Sarah, por el fallecido camerunés Armand Debordo al que su padre vino a sacar de una tumba anónima, por la pequeña Jenny y su padre Gautier, cuyos cuerpos nunca se encontraron… Desde que Maleno llegó a Tánger en 2002, no pudo ni quiso mirar a otro lado, y se acercó a esas vidas en tránsito hacia la esperanza. En su móvil, la primera llamada de auxilio sonó en 2007, desde alta mar, de madrugada; era alguien que había decidido dar el salto a Europa jugándose la vida en unas aguas sembradas de cadáveres. Y ella supo que tenía que hacer lo posible por evitarlo, iniciando un ritual que siguió y sigue aún en su día a día y que consiste en comunicar la ubicación de los angustiados navegantes al Servicio de Salvamento Marítimo en España para que acudan al rescate. Aún lo sigue haciendo. No sabe cuántos seres humanos se han salvado. Tampoco cuántos no lo lograron.
Fue en noviembre de 2017 cuando recibió aviso de que debía ir a un juzgado en Tánger. La policía española la había denunciado por traficante de personas. “Hacía años comencé a colaborar con organizaciones internacionales que trabajan con defensoras de derechos perseguidas. Y ahora me encontraba con que yo era una de ellas”, recuerda. El informe contra ella provenía de la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF) y contenía un exhaustivo escrutinio de su vida que se remontaba a 2012. Entre las páginas de Mujer de frontera se sigue paso a paso un proceso que acabó en absolución, pero que durante dos años la mantuvo en vilo. Mientras, continuaba su labor y realizaba una investigación sobre la situación de las mujeres migrantes que se quedan atrapadas en el camino a Europa, un encargo de la ONG Alianza por la Solidaridad titulado Alzando voces. Y nunca pensó en tirar la toalla. “Formo parte de esa frontera, mis redes, mi vida. Todo está ahí. No puedo dejarlo”, asegura.
También ya forma parte de su vida esa historia policial y judicial. “Antes de aquel día, nunca imaginé que salvar vidas fuera delito. Hasta que no tuve en mis manos el dossier contra mí en el que me acusaban y vi los sellos de la policía española, ni lo hubiera imaginado. Lo triste es que los que lo hicieron siguen trabajando ahí. Y era falso, pero por ello fui denunciada, interrogada y pude ser condenada. La gente debe saber que necesitamos más transparencia democrática en el Estado español”.
Al final fue absuelta de acusaciones que no tenían fundamento, pero no por ello ha recibido alguna reparación; denuncia que lo mismo pasa en la frontera: “Para las víctimas sólo hay invisibilización, yo al menos obtuve Justicia. Ahora soy consciente de que me tengo que proteger más, porque no sé si me siguen investigando. A mí o a otras personas, porque seguimos haciendo lo mismo porque el delito es la omisión de auxilio. Cuando me llaman desde un cayuco pidiendo ayuda, no pregunto por la situación administrativa. Es una persona en riesgo y según la ONU tiene derecho a recibir ayuda”.
Su libro está plagado de historias de migrantes, nombres que evocan vidas del Sur rumbo al Norte. “Todas te marcan, pero sobre todo esas llamadas en las que conoces a las personas y nunca te dijeron que iban a ir al agua. Hablas con alguien y se corta la comunicación. Esa persona desaparece o muere. Y luego te llaman los familiares porque necesitan el relato de la verdad. Es terrible. También llaman las personas que logran llegar y te cuentan que están trabajando en Europa, que los niños han crecido. Entonces es hermoso ver que la vida triunfa”.
Quizá según estamos hablando las pateras sigan llegando a las costas africanas. No hay confinamiento que valga para la desesperación. “Ahora vienen por la ruta canaria, ayer 50 y esta mañana otros 35. El otro día hubo una devolución desde España de un menor. Después de que atendieran los servicios sanitarios, la Guardia Civil lo devolvió a Marruecos en plena pandemia. Pero siguen llegando porque hay un efecto salida, no efecto llegada, y es terrible que la vulnerabilidad de los migrantes no cambie ni en medio de una pandemia. Por ello se pide su regularización de los que están ya, para que tengan los mismos derechos que el resto de la población a sobrevivir con dignidad”, denuncia.
Especialmente le exaspera que detrás siempre esté el dinero “de las organizaciones criminales que controlan el movimiento de las bolsas de esclavos que hay en Europa”. También cómo lo suelen enfocar los medios de comunicación: “Parece que necesitan sacar sangre y niños muertos para empatizar con lo que está pasando en la frontera; eso forma parte del racismo de la pena, cuando lo que hay que hacer es hablar de Derecho”.
Mujer de frontera acaba en la página 221; al terminarlo, quien lo lee se queda en esa frontera en la que estará sonando el móvil de Helena Maleno: “Hay mucha incertidumbre por lo que sucederá ahora, en la post pandemia. Durante la crisis sanitaria hemos usado mucho la palabra solidaridad, apoyo mutuo, estar unidos, pero lo mismo hay que hacer ante una crisis social y económica como la que ya hay. Que esa sea la realidad, no lo sé. Tengo muchas dudas”.
Colgamos. Confío en que no hubiera una llamada en espera…
No hay comentarios