«Hemos normalizado la catástrofe en el futuro»
‘Historia del futuro’ es un libro para disfrutar de las numerosas teorías, creencias y derivas del pensamiento sobre el futuro. El sociólogo y periodista Pablo Francescutti escribe un extenso análisis sobre dónde fallaron o acertaron las predicciones a lo largo de la historia. Y se pregunta: ¿Por qué tantos errores? ¿Es la predicción un esfuerzo inútil? Y si el futuro fuese enteramente inescrutable, ¿cómo se explican los ocasionales aciertos? ¿Por pura casualidad? ¿O existen procedimientos que pueden abrir una mirilla al mañana? Hablamos con el autor.
Hubo algunos aciertos, nos dice Francescutti: “Verne describió el fax y el tren subterráneo en su novela París en el siglo XXI (1863). En 1892, Max Plessner prefiguró la televisión al proponer una célula de selenio que convertiría la luz en señales eléctricas y las reconstituiría en imágenes y sonidos. En 1897, William Morris predijo la legislación ambiental que ‘aboliría el derecho de algunas personas a destruir la belleza de la Tierra en pos de su beneficio privado’. En 1902, el novelista británico H. G. Wells intuyó que las máquinas voladoras se utilizarían como armas de guerra. En 1938, la Comisión de Recursos Nacionales de Estados Unidos predijo el uso extensivo de los plásticos y las compañías multinacionales. Y la aspiración de los años 60 de ‘hacer la compra con la punta de los dedos ha sido concretada por el comercio electrónico”.
Tu interés por el tema del futuro viene de lejos…
“Yo empecé”, nos cuenta Francescutti, “a trabajarlo a través de una distopía muy conocida en Argentina que es el cómic El Eternauta, de 1963 y ahora canonizado, que cuenta una invasión alienígena donde la población de Buenos Aires es aniquilada. Fue mi tesina de licenciatura. También siendo estudiante observé y noté en la izquierda latinoamericana la idea de sacrificar el presente en aras del futuro”.
“Descubrí también que esta visión no solo era propia de la izquierda, si no de un mundo moderno que surge en la Ilustración, con la idea que comúnmente conocemos: el futuro será mejor que el presente. Que el progreso científico-tecnológico más la reforma social nos van a conducir a ello. Que nuestros hijos vivirán mejor que nosotros y nosotros mejor que nuestros padres. Había una hipervalorización del futuro en el cual se solucionarían todos los problemas. El presente solo servía para proyectar el futuro. Esto no siempre fue así. Hay culturas que o bien tenían en cuenta el pasado o vivían en el presente. El futuro de la Ilustración genera una actitud que podíamos llamar colonizar el futuro.
¿Qué es colonizar el futuro?
Llenarlo de imágenes, de contenidos; el futuro es un horizonte temporal vacío y la Ilustración se encarga de llenarlo con situaciones utópicas, en general, con grandes mejoras.
¿Lo que nos traerá el futuro lo llenamos de certezas y ahora de incertidumbres?
El mundo se llenó de incertezas a partir de la Segunda Guerra Mundial. Donde un mundo tecnológico se pone en quiebra, ya que este nos está llevando a la construcción de armas de destrucción masiva. Surgen las distrofias, la réplica de las certezas. Aparece la duda o las certezas negativas. Para algunos todo va a ir a peor, como ejemplo el libro de George Orwell 1984. Los optimistas no tiran la toalla y la técnica sigue, aparece la futurología tipo Alvin Toffler, que no deja de ser optimista, pero cada tanto hay recaídas en el pesimismo. A partir de los 90 se comienza a hablar de la muerte del futuro.
Entonces, ¿se ha debilitado el sueño del futuro?
Según la posmodernidad, ha muerto. Dicen que el futuro es un mito que se resquebrajó con la caída del muro de Berlín. Así que debemos apañarnos con el presente. Pero aparte de esta elite intelectual, el mundo siguió pensando que el futuro sería mejor. Las dudas también crecieron a partir de la crisis de 2008 y ahora, tras pensar que íbamos a ser mejores al salir de una pandemia, nos esperaba una guerra. Así que, con este panorama, el futuro se ve con un alto grado de incertidumbre.
¿Hay una percepción apocalíptica del futuro? ¿Volvemos al miedo nuclear, la catástrofe climática o los diferentes hundimientos económicos y sociales?
La idea de Apocalipsis es consustancial a nuestra civilización occidental y cristiana, pero el relato apocalíptico cristiano, a fin de cuentas, tiene un final feliz, acaba este mundo de mierda y viene el reino de los cielos. Los malos se pudrirán en el infierno y los buenos alcanzaran el reino de los cielos. Apocalipsis no quiere decir desastre, sino revelación. Lo que surge a fines de siglo XIX es la idea de un Apocalipsis de factura humana. Se piensa primero en grandes catástrofes naturales, luego en el posible desastre de la tecnología y, ya en el XX, el miedo nuclear. La bomba H ya no fue una ficción. La acumulación de arsenales pone en evidencia que pueden acabar con la forma de vidas superiores y dejar un planeta para las cucarachas. Ese temor desestabiliza y para algunos es la causa de que nuestra visión del futuro haya entrado en crisis. Esta catástrofe total es sustituida, después de la caída del muro de Berlín, por otra, que es el cambio climático, que es un Apocalipsis curioso, porque todo está ralentizado, va a poquito, a cámara lenta y es una mezcla entre lo humano y la naturaleza. Este es el último desastre que manejábamos hasta que Putin volvió a sacar del arcón los viejos temores al Apocalipsis nuclear que creíamos superados y olvidados.
En este marco, ¿cuáles son las utopías y las distopías después de la pandemia?
Seguimos teniendo ambas y, a pesar de todo, queremos imaginar un mundo mejor. Pero ahora venden menos las utopías que las distopías. Si miras la televisión, compiten para ver quién es más distópico. Hay un regodeo en presentar el apocalipsis zombi más terrible. Hay utopías, pero con discursos llenos de desconfianza hacia ellas. El ecologismo ofrece una utopía defensiva, básicamente es decir: no empeoremos más las cosas, que la cosa sea mejor porque ha dejado de ser peor. Lo de frenar el cambio climático e ir al decrecimiento es algo muy difícil de vender en nuestras sociedades, acostumbradas al crecimiento incesante. Ahora se pretende hacer la cuadratura del círculo: un capitalismo sostenible, que es una utopía modesta. No se pretende eliminar el capitalismo y la desigualdad social, sino tratar de no llegar al desastre. Pero el humo de los cañonazos ha empañado la bola de cristal más de lo que ya estaba.
¿Siempre hubo futurólogos, incluido el periodismo científico?
El periodismo científico siempre ha estado vinculado a la idea de progreso.
La era nuclear la inventaron los periodistas, la de la informática, las telecomunicaciones, no son los historiadores, porque a la hora de poner etiquetas lo hacen a toro pasado. Los periodistas rápidamente dicen estamos en la era de… Tomaron el relevo de filósofos, pensadores que habían desarrollado la idea de futuro, toman el testigo y lo vinculan a la innovación científica. Han sido los apóstoles del progreso. Son los que convencen a la gente que el futuro nace en los laboratorios.
En el XVIII no era así, se pensaba que el futuro vendría por la educación, por la ilustración del pueblo, por la democratización, por el fin de las monarquías absolutas, por los derechos humanos y por el desarrollo de las artes industriosas. Pero los periodistas científicos apuestan por que la ciencia sea el motor de un futuro mejor. Ahora nos hemos vuelto menos inocentes y más críticos con lo que dicen los científicos. Hemos aprendido de nuestros colegas del periodismo medioambiental. Los unos cantaban las utopías de la ciencia; los otros denunciaban las distopías de la ciencia. Así que nos hemos ido acercando. Unos han aprendido a que no todos los desaguisados provienen de la ciencia y otros a no comprar todas las promesas de los científicos.
¿Qué opinas de la última utopía / distopía que es la inteligencia artificial y todas sus derivas?
La utopía de la inteligencia artificial con su manifestación más alta, que es el transhumanismo, es una corriente de pensamiento que viene de Estados Unidos, del MIT, de ingenieros informáticos que piensan que podemos convertirnos en cibernéticos, una mezcla de humanos y de ordenador, con mentes descargables en la nube y, por tanto, gozar de inmortalidad. Es la última expresión de lo que se llama utopías tecnocráticas, que en realidad tienen un viejo origen, en la utopía de Francis Bacon, padre del método científico, y autor de La nueva Atlántida, donde los científicos controlan la sociedad. Ya no son los reyes los políticos, sino los tecnólogos los que pueden conseguir una sociedad más justa.
Dejar que las máquinas nos liberen de todo tuvo un antecedente que fueron los robots, ellos nos iban a quitar de todo trabajo pesado. Ahora la idea es que la inteligencia artificial nos libere de tomar decisiones. Estas ideas ya abonaron distopías, desde Un mundo feliz de Aldous Huxley a la famosa elipse del hueso en 2001 de Kubrick, donde una inteligencia artificial controla la nave pero tiene una misión que cumplir, no agradable para los humanos. Aparece la represión como contrapunto a una supuesta liberalización.
Hablando de ciencia ficción, ¿qué nos aporta a la imaginación del futuro?
La ciencia ficción coloniza el futuro de forma cualitativa creando imágenes, extrapolaciones, dibujando escenarios posibles. Preguntándose cómo se viviría si se inventara un robot que hace tal cosa, qué ocurriría si un virus de un laboratorio mutase y se escapase; va construyendo futuros a base de preguntas hipotéticas. Así que bebe tanto de la utopía como de la distopía. 1984 no es ciencia ficción, es una obra distópica como es también El cuento de la criada, de Margaret Atwood, que plantea una sociedad como la nuestra en la que ha habido una contrarrevolución machista; la ciencia y la técnica ni pinchan ni cortan.
Lo que tiene de encanto la ciencia ficción es que suele mezclar en la misma narración elementos utópicos y distópicos. El discurso mediático ha sido más utópico. Cuando se desarrollaban las bombas atómicas, las explosiones eran televisadas con discursos del poderío de una nación. El cine contestaba con la serie B, mostrándonos los monstruos que salían de estos experimentos radiactivos.
¿Hemos normalizado la catástrofe?
Sí, es un problema. Se piensa que, si viene lo peor, nos las arreglaremos para seguir. Sin embargo, el cambio climático nos está llevando a una posible situación irreversible. La ciencia ficción también mantiene la tesis de que en algún lugar nos refugiaremos y seremos capaces de crear comunidades en los sitios más inhóspitos.
Creo que lo que falta en la ciencia ficción es imaginar nuevas relaciones sociales, más que tanta catástrofe y mundos capitalistas o hipercapitalistas desbarrados. Fredric Jameson dijo que era más fácil imaginar el final del mundo que el final del capitalismo.
La ciencia ficción feminista sí cumple un papel interesante, ya que concibe nuevas relaciones de género, donde se plantea cómo crear sociedades distintas de las patriarcales, con orientaciones sexuales fluidas, como las famosas damas de Christine de Pizan (1405) o ya nuestra contemporánea Ursula Le Guin, que ayudan a repensar cómo podemos reconstruir la humanidad. Sin embargo, es curioso que la única que llega al gran público sea El cuento de la criada. Del feminismo cogemos solo una pesadilla machista.
¿Con qué nos quedamos, con el ‘There is no future’ de los Sex Pistols o con ‘El Futuro ya está aquí’ de Radio Futura?
Con ninguno de los dos. Los Sex Pistols mostraban el desencanto del estado del bienestar, pensaban que el futuro iba a ser como La naranja mecánica, y no había futuro para una juventud. Luego tenemos a Radio Futura, que es la España que siente que está recuperando el tren de la modernidad. Unos manifiestan un optimismo exagerado y otros un nihilismo exagerado. Pienso que el futuro sigue vivo a pesar de los posmodernos que quisieron levantar su acta de defunción y creo que se apresuraron, pero añadiría que no vive con buena salud.
No somos unos hedonistas del presente, pero tampoco vivimos en un futuro y sus promesas. La incertidumbre en estos momentos es tan grande que no sabemos si va a ser espantoso o maravilloso. Todo es incierto, con demasiadas posibilidades ignotas para lo bueno o lo malo. Pero no debemos dejar ganarnos por el pánico ni ceder a optimismos tontorrones
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