Historias muy distintas desde ‘Cine Sin Autor’
Nos conocimos en las plazas un 15M. Helena de Llanos nació en Madrid hace 32 años. Los últimos 10 ha vivido entre Roma, Nueva York, Buenos Aires, Coimbra, Filadelfia, Blanca (Murcia) y Madrid. Estudió Filología y lo aprendido le permitió dar clases de español aquí y allá. Después comenzó un doctorado en literatura y cine, tomando cursos en antropología visual, documental, historia del cine, empezando a intuir su camino. Cuando llegó el 15M se puso a grabar y todavía no ha parado. Desde ese 2011 forma parte del colectivo Cine Sin Autor.
Helena de Llanos te enamora, con su presencia, su vitalidad, su pasión evidenciándolo en sus realizaciones y producciones: “Looking for Spoons” (2010), “Antonio de Verdad, en busca de discípulos” (2011) “Noches de Ramadán” (2012), “La Mitad de Todo” (2012) , “Nos llaman las estereras” (2013) , “NegraBlanca” (2013), “¿Y ahora qué?» (2015) y “Il corpo che sogna” (2015).
Muchos viajes, muchos recorridos para comprender muchos mundos. ¿Viajar te hace más libre?
Viajar me hace aprender, desprenderme, desapegarme y reformular constantemente lo aprendido para que lo heredado por la cultura pese menos cada vez. Lo de más libre ya es otra historia…
¿Cuál es el papel social del cine en un mundo hiperconectado?
El papel social del cine… si pensamos en la sociedad en su conjunto, el cine sería tal vez el arte social por excelencia. Las salas de cine eran el espacio de encuentro de la gente, donde la película en la pantalla constituía la plasmación en imágenes de un tipo de imaginario. Hoy esto es muy distinto, las salas de cine ya no son el espacio de reunión más frecuentado, cada cual ve las pelis en sus pantallas, en sus lugares privados, y tampoco la película como solíamos entenderla es la forma más utilizada hoy, pensemos en la cantidad de webseries que se realizan, o en las miles de piezas que se cuelgan en Youtube cada día… Entonces, si hoy el cine es otra cosa distinta a la que fue durante el siglo XX, caben preguntas como: ¿por qué se sigue manteniendo, y hasta cierto punto confiando en una élite productora que decide qué historias deben contarse, si ha emergido una mayoría de creadores que producen fuera de las lógicas industriales y de las subvenciones? No tengo nada contra la industria en sí misma, simplemente creo que no es igualitaria ni accesible a cualquier persona. Pero respondiendo más concretamente a la pregunta, como amante de todo tipo de películas y de la experiencia irrepetible de la sala de cine, creo que el cine practicado de formas colaborativas y abiertas es una fuente de transformación social.
Cine sin autor ¿se debe renunciar al reconocimiento de la creación?
En Cine Sin Autor no es que renunciemos al reconocimiento de la creación, se trata más bien de reconocer que la autoría está en manos de todas y de cualquiera, que todas podemos acceder a la autorrepresentación de nuestras historias, a significarnos a través del arte, y que podemos decidir de forma asamblearia y lo más horizontal posible cómo queremos que sea nuestra creación, incluyendo la posproducción, la difusión y distribución… Manejamos el concepto de sinautoría y Eva Fernández, una de las fundadoras del colectivo, se lanza a pensar en la “sinobra”, ¿cómo es esta sinobra? Mejor hablar con ella que la tiene más amasada…
¿Es preciso encontrar un nuevo marco de colaboración y reconocimiento compartidos?
¿Te refieres a un marco legal? Probablemente sí. En el colectivo se han escrito dos manifiestos y se llega a idear un plan para una ley del audiovisual que contemple la democratización de los medios, pero yo suelo dedicarme y limitarme a hacer, a hacer con la gente, a crear historias, sin pensar demasiado en la exterioridad de los procesos de cine en los que me sumerjo a pulmón, y luego llega el momento de “darle valor”, de difundirlo, y de registrarlo o apropiarlo, momentos importantes que suelo aparcar, probablemente por inmadurez, por desgaste o por falta de visión de futuro; soy presentista condenada.
¿La diversidad es un valor o una moda?
La diversidad es una realidad. Darle valor es una necesidad, primero para ser capaces de convivir sin matarnos, pero también para trabajar la creación colaborativa. Cada quien aporta desde sus saberes y sentires, y a través del intercambio se va componiendo algo que ya no es ni mío ni tuyo. Se trabaja mucho la escucha, la empatía, la capacidad de compartir y delegar.
Vamos a hablar un poco de tus obras, de tus películas. Lo que sentiste en cada una de ella, emociones, lo que aprendiste.
Noches de Ramadán: Se trataba de documentar el transcurso de un festival de culturas del Magreb. Lo realizamos entre Miguel Ángel Rodríguez y yo, eso fue una suerte para mí porque él venía con mucha experiencia en el mundo audiovisual. Aprendí a trabajar deprisa, a organizar un plan apretado de rodajes y entrevistas a los participantes en el festival. Aprendí de tierras lejanas sin salir de Madrid. Sentí que el arte es capaz de hacer que pueblos distintos se entiendan y se acerquen y que esa diversidad de la que hablábamos antes sea riqueza y felicidad.
La mitad de todo: Es un documental a base de entrevistas a mujeres bolivianas residentes en la ciudad de La Paz. Durante dos meses conversé con mujeres de distinta condición sociocultural. A través de sus testimonios aprendí sobre el complejísimo y contradictorio proceso de cambio que vive Bolivia desde que llegó al poder el primer presidente indígena de Latinoamérica, sobre feminismos y relaciones de género, sobre formas de vida en comunidad que aquí existen también pero que nos cuesta reconstruir. En el documental intenté plasmar lo aprendido, con la finalidad de contarlo en el norte supuestamente primermundista del que vengo, pensando en las enseñanzas que podemos sacar de las luchas de nuestras hermanas y hermanos de otros territorios.
¿Y ahora qué?: Es el resultado de dos meses de taller de Cine Sin Autor con un grupo de mujeres que asisten al Espacio de Igualdad María de Maeztu en Madrid. Trabajé mano a mano con Elsa Barreras y Elena Cea, compañeras del colectivo. Se trataba de realizar una película entre todas de forma asamblearia y participativa; partimos de la pregunta ¿tú qué película harías? Y desde ahí fuimos tejiendo los imaginarios de todas en una pieza que combina el proceso de creación con la puesta en escena ficcional de las escenas creadas por las participantes. El trabajo tuvo mucho que ver con el empoderamiento a través de la construcción de la propia imagen, y también con el arte como terapia, aunque de esto no fui consciente hasta que terminamos el proceso.
NegraBlanca: Es un largo de ficción, resultado del proceso cinematográfico que tuvo lugar en Blanca, Murcia, de octubre de 2012 a junio de 2013. Todo comenzó con un cartel pegado en las paredes del pueblo donde preguntábamos. ¿hacemos una peli? Con la gente que respondió sí, nos pusimos a trabajar sin descanso con toda la ilusión posible, imaginando, planeando, amasando historias, hasta dar con una versión que nos satisficiese a todas. El equipo técnico fue amplio y cambiante, pero siempre estuvieron, de una forma u otra, Miguel Ángel Rodríguez, Elsa Barreras, Irene Núfar, Ángel Mompeán y Nacho Valero. La película combina historias de ficción con el retrato documental de tradiciones y formas de hacer “en vías de extinción”, al tiempo que reflexiona sobre la memoria y herencia cultural de la posguerra española. O, como sentenció un buen amigo, es una película sobre la realidad y la ficción de un pueblo al que le gustan las historias.
¿Cómo fue el proceso de esta última?
Los tres primeros meses fueron de puesta en común de imaginarios y construcción narrativa. Después rodamos todo a partir de un guión que fue guía pero no biblia. Ensayamos durante la semana y los fines de semana rodábamos. Se desplazaron al pueblo amigos compañeros del audiovisual que creyeron en la potencia de esta forma de hacer cine, también desde la universidad de Murcia Virginia Villaplana participó de principio a fin, así el proyecto fue creciendo en gente hasta que nos pusimos a editar. Se realizaron constantes visionados de grupo donde íbamos dando forma a la película hasta que llegamos a junio de 2013 y presentamos nuestra película para los habitantes de Blanca en el teatro del pueblo. Lo más hermoso fue constatar que no es cierto que la mayoría de la gente sea mera consumidora de cultura, que el límite no está en la gente sino en una idea instituida de que la creación es un ámbito y no una condición humana. Fue maravilloso también vivir que a través del intercambio de saberes sin jerarquías, todas salimos enriquecidas de la experiencia. Lo más difícil para mí fue la relación con las autoridades locales. Llegamos con un proyecto de democratización cultural que pretendía implicar a cualquier persona, para llevarlo a cabo contamos con una beca que cubría el alojamiento pero nada más; mientras tanto, desde la concejalía de Cultura se seguía pensando en la excepcionalidad del artista y apoyaban la intervención de colectivos de creación que no afectan a la vida de la gente local, pero que quedan muy bien en la foto para el periódico. Probablemente estoy siendo reduccionista y algo soberbia en el análisis de los acontecimientos.
¿Cómo se trabaja en un guión colaborativo? ¿Cómo se dirige?
Nosotros lo trabajamos desde la escritura y la oralidad. Hubo quien trajo su historia escrita, y luego un grupo de mujeres de unos 70 años, conocidas en el pueblo como las atrevidas, nos contaron las historias que querían reflejar en la película, y además aportaron el atrezo necesario para representarlas. Yo me encargué de ir redactando una especie de guión que luego se devolvía al grupo en asamblea y se iba corrigiendo y ampliando. A la hora de ponernos a rodar nos sirvió como escaleta, era importante que además de explicarnos lo que querían contar se plantearan la pregunta ¿cómo lo ves en la pantalla?, ¿desde dónde podemos grabar esto? El trabajo de rodaje tuvo mucho que ver con la improvisación y la filmación en secuencias sin cortes, aunque luego en el montaje se cortara aquí y allá. Dirigir, la gran pregunta. Yo intenté en todo momento deconstruir esta figura; para mí hacer Cine Sin Autor consiste en que no hay directores sino creadores, pero soy consciente de que siempre hay relaciones de poder y que es difícil invertir sus lógicas. Me gusta pensar que fui más bien el motor de la aventura fílmica, pero es cierto que cuando me fui del pueblo la mayoría de la gente seguía pensando en mí como la directora de la película.
¿Cómo registrarlo?
Una buena pregunta que me hiciste al final de la asamblea posterior a la proyección de la película en la Cineteca de Madrid el pasado 12 de septiembre. La película no está registrada, ¿cómo registrarla? Ahí nos topamos con las convenciones de la autoría, ¿ponemos los nombres de todos los participantes?, ¿nombramos una persona representante?
¿Qué hacemos ahora con la película?
Esta es la gran pregunta que quedó lanzada también en dicha asamblea. Tiene que ver con el valor, ¿cuál es el valor de una película como esta?, ¿qué se está poniendo en juego cuando un grupo de personas cualquiera se ponen a trabajar juntas en pos de la realización de su película sin medios económicos y sin plan de difusión previo?, ¿tiene interés para un espectador remoto que no participó del proceso? Para mí la asamblea del día 12 sirvió de constatación del valor de este “cinevida”. Las derivas irán dependiendo de las ganas que le metamos los participantes y cualquier persona que haya sentido que este cine debe realizarse y mostrarse.
Experiencias únicas en lo personal. Mundos plurales. Contar lo que nadie cuenta, sin apoyo, ni reconocimientos ¿tiene sentido que independencia y sostenibilidad estén casi siempre enfrentadas? ¿Merece la pena?
Por partes: No. Sentido no tiene, precisamente lo que creemos en Cine Sin Autor, o así lo vivo yo, es que al cine como industria sostenida por la estructura del mercado le falta independencia, tengo la sensación de que se cuentan siempre las mismas historias, y son casi siempre los mismos los que las cuentan, sin embargo hay un caldo de cultivo maravillosamente rico y variado y complejo al que le cuesta mucho sostenerse económicamente. Estar apartados de las lógicas del capital está lleno de magia, pero tampoco es la panacea.
¿Por qué no ‘interesa’ producir de otras maneras?
Respuesta larga sería, por ejemplo porque al establishment cultural, que no me queda muy claro qué es, no le debe hacer gracia soltar su esfera de influencia y legitimidad, o porque es bastante revolucionario creer que la voz y el cuerpo de cualquiera valen tanto como el de los pocos que integran el star system, o porque está bastante instaurado que el cine es un conjunto de reglas de gramática visual… Sobre si merece la pena hacerlo a pulmón sin fondos y dejándose la piel, aunque no sea la forma ideal, la respuesta es sí; para mí es una cuestión vital y política, entendiendo política como todo aquello que afecta a la vida en común, de lo común, por lo común.
¿De qué vive un creador independiente?
Pues yo ahora mismo vivo de una beca de doctorado de una universidad de Estados Unidos. Esta beca me supuso vivir allí tres años y medio como profesora y estudiante, y ahora me permite seguir creando desde donde creo que puedo afectar y aportar.
¿Sólo tiene salida la cultura-espectáculo?
Si te refieres a salida en el sentido de rentabilidad económica, bueno, creo que hoy el mapa es muy complejo y cada vez hay más inversión privada en proyectos artísticos para la inclusión social. Quizás se trate de ser hábiles en estos mares empresariales para pillar tajada y transformarla en algo bello y sano, donde la rentabilidad económica deje de ser lo fundamental porque hay cuestiones que no tienen que ser rentables, como la educación y la sanidad, y la cultura es educación, simplemente tienen que ser dignas y para cualquiera. Salida a nivel mediático es otra historia, sabemos que los canales de los medios son poderosos y están copados, pero también sabemos que Internet ha abierto nuevos canales para crear cultura y compartirla.
¿Ser mujer es un hándicap añadido en la cultura?
Los textos que he ido leyendo en el doctorado me han dado herramientas teóricas que luego he podido constatar y practicar en mi forma de vivir y de hacer cine. He aprendido mucho de un señor galés llamado Raymond Williams que dice algo así como que la cultura es la forma que tenemos los seres humanos de dar sentido a nuestra existencia, la cultura constituye los procesos sociales, no es una mera representación de estos. La cultura es y está y la hacemos todas las personas, no es un nicho ni un ranchito. Desde esta perspectiva, ser mujer atraviesa todo lo cultural con todas sus luces y posibilidades de conservación y transformación, pero también con toda la oscuridad históricamente heredada. Hasta aquí puedo leer.
Nos conocimos en las plazas, un 15M, ¿qué queda de todo ello?
Creo que queda precisamente “todo ello”, pero en formas variadas y diversas, creo que cada quien aportó lo que cada quien era y que ese momento extendido de 2011 dio aliento a luchas que venían mucho tiempo forjándose desde la militancia y que también impulsó muchos procesos que recién emergían de las plazas. La red se amplió y se sigue ampliando con ritmos dispares, los efectos son rizomáticos, no lineales, y eso es estupendo porque es impredecible en toda su potencia.
¿Hay esperanza?
Pues claro. Hay una frase que las feministas comunitarias de Bolivia, entrevistadas en La mitad de todo, grafitean por las calles de La Paz: «Esperanza, ya tenía ganas de volverte a ver». Yo desde 2011 vivo más esperanzada que antes.
No hay comentarios