Mil historias en los puntos limpios urbanos: de la pistola al vibrador
Un día de recorrido por algunos puntos limpios de la ciudad de Madrid nos da una idea de lo curioso que resulta a veces reciclar. Surgen mil dudas y preguntas, mil historias raras, incluso algunas estrambóticas. Desde la señora que llega con una pistola a la chica que quiere reciclar su vibrador. Esta es una crónica distinta sobre el enrevesado mundo de los residuos. Nos vamos de ‘puntos limpios’.
Lleva una pistola en la mano, en la otra un carrito de la compra. “¿Esto?”, dice empuñando el arma. Sonia, nombre ficticio de una trabajadora de un punto limpio de la gran urbe que es Madrid, da un respingo. “Oiga, menudo susto me ha dado. Pensé que era real”, contesta mientras señala uno de la veintena de contenedores que hay en este espacio al que ir a depositar aquellos objetos que no encajan en los contenedores de casa ni de la calle. “Mire, ahí echamos los juguetes y plásticos duros”. “Pero ¿por qué no la vende en Wallapop? Seguro que a algún coleccionista le interesa porque es muy antigua”, tercia otra usuaria que lleva en una mano un bote lleno de aceite y en otra unas viejas casetes.
Este punto limpio, ubicado en el distrito de Carabanchel, es espacioso y limpio, con una calle en cuesta que permite llegar hasta la parte superior de los gigantescos contenedores en los que se distribuye la basura reciclables, o casi reciclables: metales, electrónica y electrodomésticos, muebles, restos de poda, aceite de coches, baterías, aceite doméstico, ropa… “Uff, no veas el personal que viene a veces y las cosas que traen. En general, la gente es educada, pero también hay cada caso….”, comenta Sonia mientras atiende a la mujer pistolera. “Pues la pistolita es de mi hijo, que ya me ha dado un nieto, así que mejor me la llevo que igual le gusta al peque cuando crezca un poco”.
Yo he venido con la torre de un viejo ordenador Fujitsu para echarlo al mar de pantallas, impresoras, cables, radiadores, teclados y cafeteras eléctricas que se vislumbran al fondo del depósito correspondiente. Al lado, se detiene un vehículo cargado hasta los topes. “Estamos de obras en casa, nos sobraban muchas cosas y otras no funcionan”, explica su conductor mientras se arremanga para colocar cada cosa en su sitio. “¡Si es que ahora no te arreglan nada!”, se queja. “Fíjese en esta plancha, resulta que no está bien el cable y me dicen que ya no vale, que me compre otra. Cuando era joven, esto no pasaba”, se va renegando después de entrar al trapo que le lanzo sobre aquel idílico pasado anterior al imperio de la obsolescencia programada.
Sonia no para. Pacientemente, le va indicando el destino de cada cosa. Acá ese palo de cortina, al fondo los cartones, a la izquierda las pantallas, junto al aceite. Abajo, los móviles. A media mañana hay un ir y venir que no cesa. “Son unas 90 visitas al día. Incluso vienen cuando estamos cerrados y lo malo es que dejan las cosas fuera. El otro día, 20 grandes garrafas con aceite. Lo dejan y allá te apañes”.
Apenas se va el vehículo de la reforma casera, llega una pareja cargada con sartenes y cazuelas. “Pues no tengo ni idea de lo que harán con esto”, reconocen. “Pues algo hacen porque vienen empresas y se lo llevan”, les explica Sonia. “¿Economía circular? ¿Y eso qué es?”, pregunta al escuchar este concepto la joven de las sartenes. “¡Como no sea que el dinero siempre lo tienen los mismos…!”, bromea con ironía.
Hoy nada es sorprendente, pero otros días les llegan los residuos más estrambóticos. Hasta puertas y techos de vehículos se han llegado a recibir, normalmente de talleres mecánicos que se ahorran el viaje a un desguace. El objeto más peculiar al que ha tenido que enfrentarse Sonia fue un “consolador sexual”, dice torciendo el gesto. “¡Si es que no sabía lo que era hasta que lo tuve en la mano! Y tocar eso, ¿qué quieres que te diga?, pero encima la que lo traía me dijo que era mi obligación tirarlo. No señora, aquí cada uno tira lo suyo, aunque yo ayudo, sobre todo si es pesado”. Un señor interrumpe la charla. Cualquiera diría que estaba escuchando: “Oiga, ¿me ayuda con este horno? Es que tengo fastidiada la espalda”…
Para pesados, algunos frigoríficos que, herrumbrosos y casi desguazados, se acumulan en una zona ¿Cómo han llegado hasta aquí, si se supone que cada electrodoméstico viejo se recoge cuando se lleva uno nuevo? Todo indica que estos cadáveres de línea blanca se salieron de esa ruta y quedaron tirados en la calle o en un parque o en un descampado, de donde lo rescató el servicio municipal. “O el mismo que te lo recoge, por no llevarlo de vuelta, lo deja tirado a la vuelta de la esquina”, me comentan en otro punto limpio, en el distrito de Usera, donde en 10 días han apilado más de 30. En realidad, hay que rebuscar en la web de una gran cadena de electrodomésticos, cuyo nombre no pondré, para averiguar que para que lo viejo sea recogido hay que embalarlo muy bien y rellenar un formulario, algo de lo que no se informa en la compra, como he comprobado al adquirir una lavadora. “A saber dónde acabó la antigua”, me desalienta este trabajador. “Aquí traen las que recogen por ahí continuamente”, afirma.
El trajín continúa en el punto limpio de Sonia, mucho más animado que otros porque “como está muy cerca de las casas, se acerca mucha gente”. “Uy, pero ¿vas a tirar esos DVD?”, me interpela. “¡Pero si son originales y están nuevos! Estos para ReMAD, seguro que alguien los quiere”. Y ReMAD se materializa ante mis ojos en forma de otro contenedor, más grande, pintado en rojo y con puerta, que es receptáculo de una especie de trueque implantado desde 2019 en los 16 puntos limpios fijos de la ciudad, a iniciativa del anterior equipo de gobierno municipal. Su objetivo: que los ciudadanos intercambien objetos en buen estado y gratis. En su primer año ya evitó que más de 13 toneladas de objetos fueran destruidos.
Por ello, cuando Sonia ve algo en buen estado, no duda en recuperarlo para ReMAD. A cambio de mis diez DVD, con películas como Ciudadano Kane o Casablanca, y tras registrarme en la web correspondiente, consigo puntos que me dan derecho a conseguir, previa reserva, otros objetos de un catálogo muy variopinto: juguetes, cuadros de los gustos más dispares, patinetes, cuentos, sillas de niño para coche, cucos, bolsos, maletines, cascos para bicicleta…
El pasado año aumentó el número de usuario de ReMAD en un 40% y los objetos en más de un 70%, según señala un comunicado municipal, habiéndose dado “en adopción” en sólo dos años más de 23.100, que son el 86,26 % de los depositados desde que se creó. Juegues, muebles y juegos de mesa son los más demandados y los vecinos de Arganzuela, los más ‘reutilizadores’.
Esta opción del trueque no la tienen los que acuden a los llamados “puntos limpios de proximidad”, mucho más extendidos por la ciudad y de curiosa estética. “¿Pero para qué sirve esto?, ¿no es algo de un colegio?”, me responde un vecino ya de edad sobre el que hay instalado en el Parque de la Reina, en Lavapiés, que permite reciclar hasta 14 tipos de desperdicios diferentes cerca de casa: cápsulas de café, radiografías, pilas, móviles, aceite… El curioso diseño, que alguno ha confundido con “una máquina rara”, es de una empresa de Ciudad Real. “Pues yo sí lo uso. Me parece muy bien para cosas pequeñas porque no tengo coche y a ver cómo voy desde aquí hasta el punto limpio. Tampoco los puntos móviles me sirven porque son a unas horas y calles distintas cada día y no me lo aprendo… Y si no es fácil, al final se tira el aceite por la pila y sanseacabó”, sentencia Eugenia, de 69 años, que vive en la calle Tribulete, aledaña al lugar.
La verdad es que no hay mucho trasiego en este punto de proximidad. El camarero del bar adyacente es un testigo de su actividad: “Lo que sí veo es cómo algunos hacen para robar, sobre todo móviles viejos”. “No, no sé cómo logran sacarlos, pero lo hacen”, asegura también un joven que pasea un perro.
Y es que los robos es uno de los hándicaps de los puntos limpios, aunque se han puesto cámaras, hay más policías, se colocan en los contenedores tapas antirrobo… En el cercano al parque Tierno Galván, un guarda vigila la entrada. Es ya de noche y está lidiando con un hombre embriagado. “Oiga, no puede hacer fotos, que esto es un recinto municipal”, dice al ver el intento, frustrado, de hacer un retrato. “Es porque roban”, explica un transeúnte que pasa por la puerta para justificar la actitud del de dentro.
En el de Sonia también han robado. Como en otros, los contenedores que contienen la electrónica se cierran con llave por las noches. “Luego vemos documentales sobre cómo acaban en África”, se queja un joven muy informado que ha traído su móvil viejo.
En lugares como Majadahonda, donde la renovación electrónica es elevada, cuentan quienes pasan por su punto limpio que a menudo han visto un coche patrulla en la puerta, vigilando. “Incluso hay chamarileros que se quedan en la puerta esperando a que venga un ciudadano con algo que le interesa y se lo piden antes de que entre en nuestras instalaciones. Como les dicen que ellos lo reciclan y con ello tienen para comer, pues se lo dan. Y al final acaba descontrolado”.
A las ocho de la tarde el punto limpio cierra la verja. Es invierno y la noche cae sobre el lugar. Hora de irse. Llega alguien con un gran bulto enganchado en un carrito: es un televisor antiguo, de los de tubo, esos que pesan como un demonio. “¿Y ahora qué hago con ello?”, se queja un individuo ante la puerta.
Veo que se pierde por el parque cercano. Me temo lo peor.
Para evitar que residuos como éste y otros acaben donde no deben, el Ayuntamiento de Madrid lleva a cabo todos los años campañas, a veces con entidades gestoras de residuos, para sensibilizar e informar al público general y a determinados colectivos. Si nos fijamos, muchos encontraremos en los portales de nuestras casas los datos con direcciones, horarios y jornadas de recogida. Reciclar y reutilizar ya no es opción. Es obligación.
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