Los humanos hacemos un pequeño acto de bondad cada dos minutos
Existe un lugar en el mundo dedicado a investigar científicamente la amabilidad; se trata del Bedari Kindness Institute, de la Universidad de California en Los Ángeles (EE UU). Este mes de mayo, los medios de comunicación españoles se han hecho eco de su último estudio, en el que exploran la capacidad humana para la cooperación y que ha publicado la revista ‘Scientific Reports’. Una de sus conclusiones es que los seres humanos nos ayudamos cada dos minutos con pequeños actos de bondad. A partir de ahí, ‘la noticia que abraza’ de este mes de mayo es esta: el número de proyectos de cooperativas de viviendas ecológicas está creciendo. Pequeños actos en busca de compartir felicidad.
En las distancias cortas realizamos constantes y pequeñas manifestaciones de amabilidad, no sólo porque nos nace del corazón, sino porque nos aporta una satisfacción especial. En una investigación anterior, el mismo instituto demostró que el simple hecho de presenciar un acto de bondad nos hace sentir mejor con nuestro entorno. Se trata de una emoción edificante que, según indican, a menudo va acompañada de una sensación cálida en el pecho, la piel de gallina e incluso lágrimas. Esta sencilla e intensa satisfacción cotidiana, que bautizaron como “elevación”, facilita que establezcamos una buena relación con la existencia y que nuestro entorno termine comportándose de un modo similar. De hecho, el equipo del Bedari Kindness Institute asegura que podría entenderse, que la bondad es “contagiosa”.
En este mismo mes también se han multiplicado las referencias a “la buena vida”, un ensayo publicado por la editorial Planeta y elaborado por el Estudio de Desarrollo de Adultos de Harvard en torno a la pregunta ¿qué nos hace felices? Una de sus afirmaciones es que, si bien es cierto que la salud, el éxito profesional y el bienestar económico influyen en nuestra felicidad, lo que hace que una vida sea significativa es la calidad de nuestras relaciones: cuanto más amables son, más saludable y duradera es nuestra felicidad.
Ambas incursiones científicas sobre la felicidad (que tantas reflexiones ha generado en el ámbito filosófico durante siglos) otorgan una dimensión especial a la noticia que abraza este mes que acaba y que señala que el número de proyectos de cooperativas de viviendas ecológicas está creciendo. Esta opción habitacional permite habitar una vivienda durante 75 años, prorrogables otros 15, y traspasarla a otra persona, pero no venderla, lo que subvierte la pautas del mercado inmobiliario porque deja a un lado el alquiler y la compra, y de esta manera impide la especulación. Por otra parte, quienes se interesan por estas opciones priman la sostenibilidad ecológica de la vivienda.
Esta propuesta, que nació en Dinamarca en los 70, está en un momento de boom en el Estado español, y en muchos casos va más allá de la cesión de uso del suelo y la eficiencia ecológica de la vivienda: se propone que sus usuarios puedan compartir espacios como la cocina o áreas de descanso, aunque cada persona habite su propia vivienda. Se trata de la co-vivienda o vivienda colaborativa, una modalidad habitacional que incluso ha sido respaldada por la Administracion Pública. A nivel estatal, el Plan Estatal de Vivienda 2022-2025 recoge un programa de ayudas específicas para las residencias colaborativas y cooperativas.
Según el real decreto, el Gobierno entiende que en estas viviendas “los espacios de interrelación ganan superficie a los espacios meramente privativos, lo cual posibilita una mayor integración y relación entre los inquilinos”. Aunque el poder ejecutivo destaque este aspecto de las viviendas colaborativas, la decisión está sostenida por la lógica de la rentabilidad: Se considera que a partir del 30%, se logra bajar los precios del alquiler, algo que está pidiendo a gritos la ciudadanía. En Dinamarca, la cesión de uso está en el 33% del parque de viviendas, en Alemania en el 30% y en Suiza, el 20%. En el Estado español, la Comunidad Valenciana ha sido la primera en dar luz verde a la primera normativa con rango de ley que regula y fomenta el acceso a la vivienda colaborativa. Madrid se sitúa en el extremo opuesto: no existen ayudas del consistorio ni suelo público para este modelo de viviendas.
Según el estudio elaborado por Sostrecivic, una organización con 20 años de experiencia en la promoción de acceso a la vivienda a través de cooperativas y en régimen de cesión de uso, Cataluña es la autonomía con más de 40 proyectos en marcha, tal y como demuestra el mapa que han elaborado para identificar el estado de los proyectos en el Estado.
Este modelo habitacional tiene un claro impacto en nuestras relaciones socio-afectivas: alcanzar unas viviendas más asequibles fuera de las leyes del mercado, promover viviendas respetuosas con el medioambiente de manera integral, y además crear espacios comunes que permitan desarrollar esas pequeñas acciones cotidianas que tanto nos “elevan”, que suceden en todas partes del mundo cada dos minutos y que refuerzan nuestra relación con la existencia.
La bondad y el bienestar a las que se refieren las recientes investigaciones pueden entenderse como manifestaciones de ese impulso que nos mueve a proteger, enriquecer y embellecer la vida, ese instinto de cooperación, esa energía capaz de componer colectivos basados en una solidaridad sentida: la pulsión amorosa que en el terreno filosófico se denomina Eros, la única fuerza capaz de frenar la destrucción, ligada a la calidad de nuestras relaciones y próxima a ese Buen Vivir de las tradiciones indígenas. El boom de las co-viviendas, las viviendas colaborativas y las cooperativas de viviendas con cesión de uso es un síntoma de ese Eros necesario y rebelde.
La noticia que abraza de este mes anuncia que en el seno de las sociedades capitalistas los seres humanos siguen creando vínculos sensibles y afectivos capaces de cuidar su relación con la vida y que existen opciones concretas que son el resultado de un espíritu crítico con la productividad autopropulsada, la agresividad permanente y la instrumentalización de todo.
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