Ida Vitale, la premio Cervantes que llena su poesía de árboles y pájaros
Se ha escrito mucho sobre nuestra penúltima premio Cervantes, la uruguaya Ida Vitale, de 97 años, pero creemos que no se ha insistido lo suficiente sobre el aire a naturaleza que respiran muchos de sus versos. Nos detenemos en el territorio verde de su poesía esencialista, siempre de atenta mirada a lo natural. Hoy abrimos esta ‘Ventana Verde’, que persigue ese territorio donde cultura y ecología se funden, a Ida Vitale. Y leemos despacio sus versos de árboles y pájaros como una bocanada de aire fresco.
Luz, noche, lluvia, estrellas, agua, viento, tiempo y silencio. Verdad. Y junto a esas palabras, habitantes frecuentes de sus versos, otras dos que sobrevuelan muchos de sus poemas, muchos: árbol y pájaro. Su asidua mirada al mundo natural seguro que le debe mucho a quien reconoce como su gran referente literario: Juan Ramón Jiménez, otro gran poeta de la naturaleza (“Y yo me iré. / Y se quedarán los pájaros cantando: / y se quedará mi huerto, con su verde árbol, / y con su pozo blanco), a quien conoció en persona.
En una entrevista en Letras Libres en el verano de 2016, afirmó la poeta: “Sentir la gratitud de un caballo, el amor de un perro o, lo que suena más raro, el placer de un sapo acariciado no deja de ser una experiencia recomendable”.
Leemos a Ida Vitale:
“Profundamente pájaro, / profundamente río, / profundamente cielo / y árboles y árboles / profundos y distintos, / marejada de nubes sobre / golondrinas, cotorras / palomas, benteveos / y constantes gorriones / y remilgados teros, / silencios con abrojos, / errores tan fatales, / imprecisas historias / de miserias ¿humanas?”
(‘Va de pájaros’, ‘Mínimas de aguanieve’, 2015).
En algunos poemas oteamos la confrontación entre naturaleza y humanidad desatada, con ese ruido ingrato de la ciudad que nos persigue hasta atarnos:
“Ruidos ingratos de la ciudad, / un auto pasa pero no pasan ellos / porque otro suma lo insoluble. / Lejos o cerca, todo busca / integrar el ultraje sonoro. / Un grajo grazna su reclamo. / El ruido tiembla, árbol arriba, / alto brota en el farol del día / o cae sumando su redoble / a la emisión que nos persigue, / aura sonora que, invisible, / como a una planta herida viene / con su venda de sal a atarnos”.
(‘Sal sonora’, ‘Mínimas de aguanieve’, 2015).
Leyendo durante esta cuarentena la antología ‘Poesía reunida’, en edición de Tusquets , este es uno de los poemas que más me ha impresionado: cómo la poeta se detiene en ese ruiseñor que pasa de lo pasajero, de la gente agobiada de urgencias, gente sin ton ni son, y que –inteligente, precavido, leal, esencial– canta por su especie, como no lo hace el ser humano:
“De nuevo aquí el sinsonte, / el ruiseñor del día, / acróbata por los aires de plata. / De nuevo es marzo, / para él feliz, y danza / y en ese impulso vuelan trinos / desde el mástil muy alto (…)
No le importa, sensato, / lo pasajero, lo que abajo pasa, / gente sin ton ni son / sin música, / agobiada de urgencias. / Él canta por su especie / como no lo hace el hombre”.
(‘Sinsonte y margaritas’, ‘Mella y criba’, 2010).
Ida Vitale tiene incluso una serie reciente de poemas, de 2015, titulada Va de pájaros, y en 2002, en Reducción del Infinito, escribía versos como estos dedicados a gorriones y estorninos:
“Forzados de la hora / están a la orden / uno junto a otro y a otro / en lo alto del muro, / sobre la pincelada del sol último”.
(‘Cuerda de gorriones’).
“Como si el estornino / no tuviese otra cosa para el asombro / que su nombre”.
(‘Estornino’).
Junto a las aves, los árboles también cuentan con una presencia muy destacada en la expresión literaria de Ida Vitale:
“¡Qué verde el árbol, / el aire casi verde, / y el pájaro, / cómo merece el verde / con su canto! / Un olor siempre vivo / invade el cuerpo…”
(‘Día acabado’, ‘Palabra dada’, 1953).
“Mi homenaje / al que plantó cada árbol / sin pensar, para siempre. / O acaso imaginando al desunido / que un día lo convoca, / lo celebra
A lo que no obstante el mediodía, / se da en glorioso atardecer. / A todo lo que ocurre / sin ser más que eso: algo”.
(‘Mi homenaje’, ‘Mella y criba’, 2010).
La encontramos a menudo decepcionada con el trato humano a los árboles. Hasta desolada por la deforestación que avanza. No iremos más al bosque, ¿adónde?:
“No iremos más al bosque, / cortaron los laureles, / cortaron los cipreses, / los álamos, los robles, / las civiles palmeras, / la atinada araucaria, / el pino, el eucalipto / después de escarmentarlos.
No iremos más al bosque, / en ningún lado, ¿adónde?, / si el desierto prospera / más que la mala hierba”.
(‘Laureles’ / ‘Procura de lo imposible’, 1998).
Profesa intenso agradecimiento por los jardines, que proporcionan tanta ética como estética, serenidad como energía; los compara, por su armonía, con una partitura de música:
“Alguien cuidó un jardín, / creó un paisaje, / partitura de música / para ver con los ojos, / guareció a los manzanos con cipreses, / dispuso que un rosal, / árbol arriba, / se asome a lo más alto, / mientras el viento / algún piar tranquilo mueve / entre las hojas / y la laguna desolada.
Alguien cuidó un jardín, / lo serenísimo, / cuyo recuerdo, en el profundo tiempo, / me cobija / como a manzano los cipreses”.
(‘Memoria de un jardín’, ‘Sueños de la constancia’, 1984).
Tanta admiración le provoca el pulso vital de los árboles, que llega –esencial, vital– a identificarse con ellos profundamente:
“Aún resisten las hojas, / aunque el tenaz desorden / que un cielo pardo rige, / las acose y abata, / las mortifique en tierra. / Un día, / sin posible valimiento, / también mis testimonios y querellas, / las insignias / por nadie reclamadas / de este largo, / vacío sobresalto, / arrastradas serán / como estas hojas, / por un viento más sordo, / más airado”.
(‘Lo inútil’, ‘Cada uno en su noche’, 1960).
Y esos pájaros y esos cielos le inspiran versos que parecieran una premonición de la tremenda situación –lo desolado confuso– que estamos viviendo con la pandemia, “los pájaros guardan distancia y cantan alarmas”:
“Ir por la calle donde no brilla / ni una sonrisa del lenguaje, / donde no asoma ni una flor / desde las almas agrietadas. / Los pájaros, / segura prueba, / guardan distancia, / cantan alarmas / en lo desolado confuso”.
(‘Desazón’ / ‘Procura de lo imposible’, 1998).
“De los días de gloria / la memoria es espuma / a orillas de una playa donde canta / la belleza que muere, que renace / pájaro, que se disuelve en cielo, / pabellones de nubes”.
(‘Memoria’ / ‘Procura de lo imposible’, 1998).
Sí, es como si estuviéramos ahora viviendo en una permanente y alargada víspera de algo llamado a renovarnos y a defendernos de lo que se derrumba:
“Todo es víspera, / Todo sueña un renuevo / y mueve el corazón a defenderse / de los derrumbaderos. / Cada uno en su noche / esperanzado pide / el despertar, el aire /, una luz seminaria, / algo donde no muera. / Algo inviolado, exacto, fehaciente, / para afrentar la sombra, / un puro manantial…”.
(‘Todo es víspera’, ‘Cada uno en su noche’, 1960).
Cada uno en su noche esperanzado pide el despertar, el aire, una luz…
La poesía siempre nos da guarida frente a la intemperie, por desabrida que esta sea.
Intentemos rehumanizar, intentemos renaturalizar nuestras vidas, nuestras sociedades.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por Diego López Giménez, el 10 mayo 2020
LLUEVEN
LLUEVEN JAZMINES OLOROSOS
COMO LLUVIA DE MADRUGADA.
LLUEVEN LIMPIOS AMANECERES
DE GAVIOTAS.
LLUEVEN CALIDECES
EMOCIONES, ENCUENTROS
ABRAZOS SIN COMPOSTURA.
LLUEVEN SUDOROSOS PARPADOS SALADOS
COMO OLAS DE MAR AZUL
EN SU BRAVURA.
LLUEVEN VIENTOS
CON CASCADAS DE FLORES DE JAZMIN
EN LA HERMOSURA.
DLG.
Por Abel Fernandez, el 12 mayo 2020
IDA VITALE, ESCRITO MAYUSCULO
ENORME EL ACIERTO,
DE LEER CON ASOMBRO
LA VIDA… EL TIEMPO,
SU OBRA ES EL ASOMBRO
DEL NIÑO DESPIERTO,
SU VERSO EL AROMA
DE LAS FLORES, SI RIMA
LA NOTA QUE CANTA,
QUE CANTA A LAS NUBES
QUE ES SOL A LO LEJOS,
QUE HACE QUE BAILEN
LAS OLAS, LA MAGIA Y LOS VERSOS.
Autor: Abel Fernández. 20:40. 11/5