‘Idealogías’, una manera diferente de pensar
Prefiero que me susurren dudas a que me arrojen certezas, porque, como afirmó Simone Weil, “la duda es la virtud de la inteligencia”. Prefiero una forma de pensar donde una pregunta dé a luz una respuesta que a su vez suscite otra duda, y así generar un sistema de ideas abierto a evolucionar, que la contundencia del discurso a gritos, hermético e inmutable, de circuito cerrado, tan habitual hoy día, sobre todo en redes sociales. Prefiero las ‘idealogías’.
No hay duda; la época que vivimos seguramente sea en la que mayor profusión de ideas se generan, pero sobre todo en la que con mayor facilidad y alcance se difunden. Nunca tal cantidad de pensamientos habían sido manifestados en lo que parece ser una especie de democratización de la opinión.
Bien, pero ¿nos hemos fijado en la calidad y la cualidad de lo dicho?
Muchísimas de esas manifestaciones adoptan una forma contundente y hermética, y podríamos decir que se aproximan a la idea de una piedra. Sí, tal vez esta sea la metáfora más apropiada para muchas de esas opiniones; más que expresadas, son arrojadas con la intención de impactar en quien las escuche.
Personalmente, siempre me ha gustado imaginar las ideas como entes etéreos, evanescentes como leves volutas de incienso que nos envuelven intentando penetrar en nosotros sin violentarnos.
Por eso también prefiero la sinuosidad, e incluso sensualidad, de los signos de interrogación frente a la contundencia y rigidez anquilosada de las exclamaciones monolíticas. Dicho de otra manera, prefiero que me susurren dudas a que me griten certezas, porque, como afirmó Simone Weil, “la duda es la virtud de la inteligencia”.
Prefiero una forma de pensar donde una pregunta dé a luz una respuesta que a su vez suscite otra duda, y así generar un sistema de ideas abierto a evolucionar, que la contundencia del discurso cerrado y vocinglero, hermético e inmutable.
Y en esas estamos. Vivimos tiempos en los que es preferible que te llamen fascista y ser trending topic por unas horas, que ser tildado, qué sé yo, de filósofo, y peor aún, metafísico, y expresar tus opiniones en voz baja y pausada, incluso como si estuvieses meditando.
Hoy parece preferible tener ideas lo suficientemente sólidas e inmutables al cambio, que nos acompañen durante toda nuestra vida (¡con el esfuerzo que ha supuesto tenerlas o adquirirlas!), a poseer una forma de pensar reflexiva, abierta a la escucha y a dejarse convencer si la ocasión y los argumentos así lo piden, y que esté alerta frente a “los espejismos de la certeza”, como reza el título del último libro de Siri Hustvedt.
Tal vez deberíamos apostar por una nueva forma de pensar y expresarnos, donde los pensamientos fluyesen libremente entre nosotros con la intención de seducirnos, no de vulnerarnos.
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